¿Basta con ser una estrella?
LA NOCHE del 17 de agosto de 1968 mis sueños se hicieron realidad. Estaba interpretando el difícil papel dramático de Hipólito en Fedra, obra dramática de Miguel de Unamuno, escritor español del siglo XX. Los actores profesionales que desempeñaron el papel de mi padre y el de mi madrastra eran intérpretes muy buenos y de mucho renombre. Las escenas, desarrolladas con fuerza y realismo, captaron la atención del público. Los aplausos interrumpieron nuestra actuación en cinco ocasiones. Dos de ellas eran escenas en las que yo llevaba el peso del diálogo.
En el festival municipal de San Lorenzo del Escorial, de la provincia de Madrid, España, aquella noche equivalió a un triunfo especial para mí. Después de varios años de esfuerzos penosos, ¡disfrutaba de lo dulce del éxito absoluto! Poco después comencé a recibir cada vez más y mejores ofertas para participar en películas y en programas de TV.
Pero ¿qué me había hecho emprender la carrera del teatro? Para ayudarle a entender el motivo que tuve, tengo que remontarme a los años de mi niñez, en la década de los cuarenta, en Sevilla, Andalucía, durante la terrible Era que siguió a la Guerra Civil Española, de 1936-1939.
Niñez agitada
Fui el mayor de cinco hijos, y me crié en medio de la pobreza, el hambre y la miseria típicas de la posguerra. Éramos tan pobres que solía andar rondando por la tienda de comestibles de la localidad mientras esperaba que los demás clientes se fueran, para comprar fiado pan, sin que nadie lo supiera. Creo en realidad que mi aptitud para el teatro comenzó en aquel entonces, cuando trataba de engañar a los vecinos.
El ambiente en mi casa no era exactamente un lecho de rosas. Mis padres siempre estaban discutiendo y peleando. Mi padre era un enemigo declarado de todo lo que oliera a religión, mientras que mi madre y mi abuelita creían en la virgen María y en todos los “santos” de la Iglesia Católica. Desde niño, el temor y la inseguridad dominaron mi vida... temor a la violencia, temor causado por la superstición religiosa, temor a la mala suerte, la cual parecía estar relacionada con todo.
A pesar de todo eso, en mi imaginación infantil, a veces hacía un agujero en el techo de mi pesadilla y comenzaba a soñar... soñar con un mundo mejor, donde las personas se amaran y confiaran unas en otras. Aquellas ilusiones infantiles eran mi válvula de seguridad.
¡Apasionado por el teatro!
Cuando tenía 16 años de edad estuve en contacto por primera vez, aunque tímidamente, con el teatro. Asistí a una producción teatral de aficionados que se presentó en una escuela católica de Sevilla. Me acomodé en mi asiento a esperar en un estado de expectación y excitación contenida. Se levantó el telón y, para mi asombro, se extendió ante mí un hermoso mundo de música, color y fantasía. Desde entonces en adelante me enamoré del teatro. He ahí un mundo de felicidad, aparentemente sin temor, lágrimas ni hambre, donde podía dar rienda suelta a mi imaginación. Era el medio a través del cual comunicar a los demás mis sueños y esperanzas. Decidí que iba a ser actor.
Me puse de inmediato en comunicación con un grupo de actores aficionados y les pregunté si podía tomar parte en su próxima obra de teatro. Sería La pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo. Necesitaban extras, así que fui aceptado. Me dieron un papel de poca importancia, el de Andrés, uno de los 12 apóstoles. Aunque la participación que tuve fue muy limitada, aquello me bastó para saber que por fin había encontrado mi ambiente. Aquella primera obra teatral fue importante por otra razón... por medio de ella conocí al Jesús de la Biblia. Su personalidad infundió en mí profundo respeto y admiración.
Yo estaba resuelto a progresar, y por eso me matriculé en el conservatorio de Sevilla para estudiar arte dramático. Cuando tenía 18 años de edad recibí la primera oportunidad de actuar con una compañía profesional, que hacía una gira por la provincia. El primer papel que desempeñé fue el de un estudiante. Después de un breve ensayo, hice mi primera y modesta aparición profesional en un teatro de verdad. Por fin había puesto el pie en el primero de los peldaños hacia el éxito. ¡Y qué diferencia había entre el grupo de aficionados y aquellos profesionales! Entre estos últimos había un ambiente de opulencia, importancia y autosuficiencia relativas.
Por varias semanas fui el ayudante general del director, quien también era el primer actor. No podía creer mi buena fortuna. Ya era parte de aquel hermoso mundo de ensueño.
Los peldaños del éxito
Es triste decir que en poco tiempo mis ilusiones juveniles quedaron destrozadas. Empecé a darme cuenta de que estaba rodeado de inmoralidad. El primer actor y la primera actriz vivían juntos, aunque ella ya estaba casada con otra persona. Además, ella se opuso a que su amante fuera bondadoso conmigo, y en poco tiempo perdí el empleo. Así que volví a Sevilla para terminar mis estudios de arte dramático.
Sabía que necesitaba adquirir experiencia y ampliar mi repertorio, de modo que acepté un contrato para trabajar con una compañía provincial. Después de estar de gira durante dos años por Andalucía, y actuar en varias ciudades, como Córdoba, Málaga y Sevilla, decidí que era tiempo de ir a Madrid, capital de España, donde están la mayoría de los teatros principales. Mi primer contrato, en 1962, fue en la comedia dramática Hombre Nuevo, de José María Pemán, en el Teatro Eslava. En el papel que desempeñé tenía que bailar el “twist”, que entonces estaba de moda en España. Aparentemente tuve éxito.
El siguiente peldaño importante que subí hacia la fama fue en 1967, cuando actué en el Teatro María Guerrero, de Madrid, en la obra dramática Los bajos fondos, de Maksim Gorki, dramaturgo ruso. Otra vez trabajé con buenos actores, lo cual me sirvió tanto de entrenamiento como de estímulo.
En 1968 llegó por fin mi primera gran oportunidad en la televisión. Ya había desempeñado papeles secundarios en ese medio, pero ahora se me ofreció un papel principal en la obra de teatro llamada La herida luminosa, de José María de Sagarra, poeta y dramaturgo catalán del siglo XX. En esa ocasión hasta las condiciones del tiempo me favorecieron. Llovió tanto aquella noche que mucha gente se quedó en casa y se puso a ver la TV. Con mi nombre profesional, Manuel Toscano, me hice famoso de la noche a la mañana en España. Un productor de cine me ofreció un papel principal en su próxima película.
La realidad es diferente
Parecía que todo obraba a mi favor. Y sin embargo, no estaba satisfecho. El teatro no había sido el mundo sublimemente feliz de fantasía que había imaginado en mi juventud. En vez de eso, con muy pocas excepciones, estaba lleno de vanidad, envidia, superstición e inmoralidad. Para ilustrar mi desilusión, permítame relatarle una de mis experiencias.
Cierto día recibí una llamada telefónica de un extraño que quería encontrarse conmigo en un café de Madrid muy conocido, que frecuentaban actores y actrices destacados. A la hora señalada, un caballero bien vestido se presentó como director que andaba buscando a un primer actor para una obra de teatro que estaba a punto de presentar. Él pensó que yo era el actor ideal para la parte, y me invitó a su apartamento para que consideráramos los términos del contrato. Cuando entramos en el apartamento, ¡se abalanzó sobre mí y trató de besarme!
Sí, él era otro homosexual más del mundo teatral. Insistió en que, si yo quería el papel principal, tendría que ser más servicial. Lo empujé a un lado y salí precipitadamente, diciéndole que no estaba dispuesto a trabajar por aquel precio.
Es una triste verdad, pero el mundo del entretenimiento está infectado de perversión y corrupción moral. Y en el caso de muchos actores, es un ambiente de constante inseguridad. Las estrellas viven en temor de que su luz se apague en la próxima noche de estreno. Su éxito es tan duradero como el tiempo en que esté en cartel su más reciente obra de teatro. Como consecuencia, la toxicomanía y las relaciones sexuales ilícitas son una vía de escape común.
Cambio de circunstancias
En 1965, durante una visita al conservatorio de artes dramáticas de Madrid, conocí a una joven que estudiaba para actriz, en quien me interesé. Más tarde nos comprometimos, y en septiembre de 1967 nos casamos. Desde entonces ella se ha convertido en madre de nuestros cuatro hijos, quienes han llenado de propósito y gozo nuestra vida.
Otro suceso que cambiaría nuestro patrón de vida tuvo lugar en 1969. Mientras estaba en los estudios cinematográficos “Roma”, de Madrid, donde participaba en la película Los cañones de Córdoba, conocí a una actriz joven que comenzó a hablarme acerca de la Biblia. Ella me explicó cuál era el propósito de Dios para la humanidad y la Tierra, y cómo traería pronto paz y seguridad el Reino de Dios. Yo estaba intrigado y quería saber más. Ella me invitó a una asamblea de los testigos de Jehová que se celebraría el día siguiente. En aquel tiempo todavía no se había legalizado la obra de los Testigos en España. La asamblea se celebraría en un garaje, pero aquello no me desanimó.
Cuando llegué al lugar, me impresionó inmediatamente el ambiente de bondad genuina que imperaba allí. Uno de los ancianos, Ricardo Reyes, hizo arreglos para estudiar la Biblia conmigo. Su serenidad, mansedumbre y claridad de pensamiento eran justo lo que yo necesitaba para mi extrovertida personalidad de actor.
A medida que el estudio bíblico fue progresando, me vinieron dudas a la mente. ¿Era ésa realmente la verdad, o solo una farsa, como otras religiones? ¿Había alguna artimaña o truco en ella? Después de haber estado muchos años en el ambiente de un falso mundo de ensueño, quería la verdad, la auténtica.
Aquello se convirtió en algo tan importante para mí que desatendí mi trabajo en mi celo por investigar la Biblia. ¡Había tantas preguntas en mi mente que clamaban por una respuesta! ¿Qué propósito tiene la vida? ¿Existe Dios? ¿Qué hay más allá de la muerte? Con la ayuda de la Biblia y del libro La verdad que lleva a vida eterna desaparecieron las dudas que tenía. Después de estudiar por nueve meses, mi esposa y yo quedamos convencidos de que lo que habíamos aprendido era la verdad, y nos bautizamos en septiembre de 1970.
Un nuevo desafío
El cambio de punto de vista y de personalidad que la Biblia produjo en mí presentó un desafío. ¿Podría yo conciliar mi nuevo modo de vida cristiano con los papeles que desempeñaba en el teatro y en la TV? Un momento decisivo para mí lo fue, creo yo, el día en que estaba ensayando con otros actores, un director y el empresario de un teatro. Surgió una discusión sobre cómo aumentar el apoyo que el público prestaba a las obras de teatro que se presentaban. Se ventiló la queja común de que la censura era demasiado estricta, y que si ésta se aflojaba para permitir más escenas eróticas en el escenario, el público iría en tropel a la taquilla. Cuando vi que en aquel grupo de profesionales, personas de prestigio en el teatro, todos estaban de acuerdo, y nadie tenía el valor de defender el verdadero arte, las buenas costumbres y la cultura, me di cuenta de que todos estábamos juntos en la misma trampa... la trampa de comerciar con lo sexual para alcanzar el éxito fácilmente. Decidí dejar el teatro.
Mis amigos predijeron que yo volvería pronto a actuar, porque lo llevaba en la sangre. Ahora eso me hace recordar una expresión de José María Rodero, actor español muy conocido, quien en cierta ocasión dijo: “Si el teatro desapareciera no pasaría nada. En cambio, si faltara el agua, menudo drama... El actor es un lujo, como el teatro, como la cultura: un lujo necesario, claro, pero no imprescindible”.
Hoy, después de haber pasado más de diez años, puedo decir con toda sinceridad que no anhelo volver a las tablas. Todavía puedo practicar mi arte todos los años, como director y actor, en los dramas bíblicos que presentan los testigos de Jehová en las asambleas de distrito. Como participantes en tales dramas, mi esposa y yo hemos actuado ante públicos que ascienden a millares de personas en diferentes salas y estadios de fútbol. La diferencia es que hemos actuado con un mejor motivo. En el teatro yo quería ser la estrella, recibir adulación. En los dramas bíblicos lo que importa es la historia, no los actores. Por lo tanto, no existe la competencia ni el querer robarle la escena a un compañero de actuación. Los papeles bíblicos que he desempeñado me han producido mayor satisfacción por la sencilla razón de que hemos representado acontecimientos reales de una moral edificante que provienen de la vida de famosos personajes bíblicos.
Actor desempleado
Por supuesto, el caso de cada actor es diferente, y yo no estoy tratando de decir que ningún cristiano puede trabajar en el teatro. Es un asunto en el que cada individuo tiene que tener en cuenta lo que le dicta la conciencia. En mi caso, cuando dejé el teatro tuve que buscar empleo. Las únicas aptitudes que tenía se relacionaban con mi experiencia como actor. Después de pasar muchas dificultades, conseguí finalmente empleo, y eso puso fin a nuestros problemas económicos.
Nosotros ciertamente servimos de prueba de que Jehová es fiel a su palabra y sostiene a los que buscan primero su Reino. Como lo expresa la Biblia: “Un joven era yo, también he envejecido, y sin embargo no he visto a nadie justo dejado enteramente, ni a su prole buscando pan”. (Salmo 37:25.)
Shakespeare escribió: “El mundo entero es un escenario, y todos los hombres y las mujeres son meramente intérpretes”. No obstante, yo he descubierto que la vida puede tener mucho más significado que eso, siempre que uno llegue a conocer a Jehová y su amoroso propósito para con la humanidad. Como familia, nosotros compartimos la esperanza de ver la Tierra transformada en lo que por virtud de su potencial debe ser... un parque paradisíaco para la humanidad obediente. Eso no es ficción ni una simulación. Se basa en las promesas solemnes del Dios Altísimo, y se nos da la seguridad de que es imposible que él mienta (Hebreos 6:18; Tito 1:2).—Según lo relató Manuel García Fernández.
[Fotografía de Manuel García Fernández en la página 20]
[Fotografía en la página 24]
Manuel García Fernández y su esposa en un drama bíblico