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  • Las bromas pesadas... ¿cuán divertidas son?
  • ¡Despertad! 1984
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g84 8/2 págs. 12-15

Las bromas pesadas... ¿cuán divertidas son?

UN OBRERO se hallaba ocupado trabajando, suspendido en la parte exterior de una ventana del piso once de un hotel. Claro, estaba protegido debidamente con un cinturón de seguridad. Llamó a un amigo que estaba dentro del hotel para que entrara en la habitación donde estaba él. Tan pronto entró en la habitación y miró por la ventana, el amigo vio una escena horripilante. El cinturón de seguridad se desató y, mientras se oía un grito, el obrero desapareció de la vista.

¿Fue eso una espantosa tragedia? No, una broma pesada. Había un saliente ancho justamente debajo del lugar donde estaba suspendido el obrero, y allí se habían puesto almohadones para que éste pudiera “caer” en el saliente sin lastimarse. ¿Fue divertido eso? No para el que creyó que había acabado de ver a alguien precipitarse a la muerte desde una altura de 11 pisos.

Cierto sábado por la mañana, un señor regresó al taller de maquinaria donde trabajaba para guardar sus herramientas. Él iba a asistir a una boda aquella tarde, y estaba vestido con su mejor traje. Sus compañeros de trabajo sabían que él iría al taller. Así que, para divertirse, lo esperaron ocultos y lo tiraron a la ducha, con todo y traje. Otra broma pesada, pero ¿fue divertida? No para el hombre cuyo traje quedó arruinado.

La Biblia habla acerca de las bromas pesadas. Dice: “Tal como alguien demente que anda disparando proyectiles ardientes, flechas y muerte, así es el hombre que ha embaucado a su semejante y ha dicho: ‘¿No lo hice por broma?’” (Proverbios 26:18, 19). Sin embargo, las bromas pesadas son comunes, incluso entre los cristianos. ¿Por qué? Tal vez porque algunos piensan que éstas hacen reír a la gente e infunden algo de diversión en su vida. ¿Comparte usted tal opinión? Si así es, considere unas cuantas experiencias de la vida real desde el punto de vista de la víctima.

Cuando las cosas salen mal

No hace mucho, en un cine que estaba a oscuras, un bromista gritó: “¡Fuego!”. Eso sembró el pánico entre la gente, que salió en desbandada. Cinco personas murieron y 50 quedaron heridas.

Un esposo joven salió a trabajar cierta mañana, pero encontró cerrada la compañía debido a las malas condiciones del tiempo, y regresó a su casa. Su esposa estaba en la ducha cuando lo oyó llegar. Sospechando que era un ladrón, ella se cubrió con una toalla, tomó un revólver y fue a investigar. El esposo, que quería gastarle una broma pesada, se escondió. Cuando ella se le acercó, él saltó fuera de su escondite y dio un grito para asustarla. Su aterrorizada esposa le disparó.

Es cierto que no todas las bromas pesadas terminan en tragedia. Pero cualquier broma puede salir mal, como lo descubrió Pedro. Él planeó tomar prestada una pequeña motocicleta en sus vacaciones. De modo que tuvo que hacer ciertos trámites con relación a su permiso de conducir. Se requirió que tomara un examen escrito y uno práctico. Después, esperó la llegada de los resultados. Al poco tiempo llegó una carta... que le decía de modo enfático y ofensivo que no los había aprobado.

Pedro estaba desanimado. Se había esforzado mucho, y ahora algunos de los planes que había hecho para sus vacaciones se habían malogrado. También estaba frustrado, pues sabía que había salido bastante bien de los exámenes. Y estaba enfadado con las autoridades porque la carta que le habían enviado era muy poco amable. Más tarde un amigo allegado, al verlo abatido, le reveló que la carta era una falsificación. ¡El amigo mismo la había escrito! Pensó que Pedro notaría inmediatamente que simplemente era una broma. Pero Pedro no lo notó. En lugar de eso, tuvo una experiencia frustránea, que de ningún modo fue divertida.

Ramón fue otra víctima. Cierto domingo por la mañana recibió por teléfono una invitación para hablar a un grupo religioso de la localidad. Habiéndosele dado tiempo para considerar la invitación, él hizo ajustes en su horario, consideró la invitación con otras personas y efectuó alguna investigación sobre qué iba a decir. Cuando telefoneó para aceptar la invitación, descubrió que todo era una broma pesada... que le había gastado alguien a quien él nunca había conocido, ya que era nuevo en la zona.

¿Cómo reaccionó Ramón? “Me sentí frustrado porque alguien me hiciera perder tiempo y energías”, dice él. “Tuve la firme impresión de que la ‘broma’ había sido irreflexiva y poco amable. También me sentí avergonzado por haber hecho que otras personas perdieran su tiempo en un proyecto imaginario. Y decidí que en el futuro sería cuidadoso al tratar con el bromista.”

¿Significa esto que Ramón y Pedro tomaban las cosas demasiado en serio, o que no sabían tomar las bromas? ¿Qué opina usted? ¿Disfruta usted de que otros lo engañen? ¿Debería una persona ocupada considerar de poca importancia el que se le haga perder irreflexivamente su tiempo y el de otras personas? ¿Cree usted que es divertido estar deprimido y decepcionado, aunque sea por sólo unas cuantas horas? ¿O qué tal si uno de sus parientes hubiera muerto o quedado herido en la susodicha desbandada que ocurrió en el cine? Sin duda, tales bromas pesadas violan este mandato importante: “Así como quieren que los hombres les hagan a ustedes, hagan de igual manera a ellos”. (Lucas 6:31.)

Puede que usted diga: ‘Pero esas bromas sencillamente se pasaron de la raya’. Eso es cierto. Pero Alberto, que trabaja con un animado grupo de jóvenes, dice que a menudo las bromas pesadas se pasan de la raya. Cuenta de algunos jóvenes que dieron una novatada a un recién llegado al trabajo y le lastimaron gravemente el esternón, así que por un tiempo tuvo dificultades respiratorias, lo cual lo hizo perder algunos días de trabajo. Otros usaron pulverizadores para mojarse unos a otros con agua, lo cual resultó en que muchos tuvieran irritación ocular. Habían olvidado que anteriormente aquellas botellas habían contenido productos químicos. “Las bromas pesadas simplemente no valen la pena”, dice Alberto. “Donde yo trabajo la mayoría de las personas son lo suficientemente consideradas como para ya no seguir gastando bromas pesadas.”

¿Por qué gasta bromas pesadas la gente?

Hay muchas respuestas a esa pregunta. Algunas personas tienen un sentido del humor demasiado desarrollado o hasta torcido, y se les hace difícil contenerse. Pedro no cree que la broma que se le gastó tuviera algún mal motivo. Su amigo sencillamente quería divertirse un poco. A Ramón le parece que el bromista de quien fue víctima “solamente estaba tratando de animar un poco las cosas”. Y Alberto considera las bromas pesadas como una expresión del contentamiento juvenil.

Alberto también menciona otro factor: el espíritu de competencia. “Si alguien gasta una broma —dice él—, la víctima tiene que vengarse de él a toda costa. Luego todo el mundo se agita, y las cosas se pasan de la raya. Por ejemplo, alguien tal vez eche un poco de agua a un amigo. Para vengarse de él, el amigo tiene que vaciar un cubo de agua sobre el bromista. Luego el bromista, para desquitarse, tiene que arrojar a su víctima, con todo y ropa, ¡a una piscina!”

Esteban, que trabajaba de carpintero, recuerda a uno de sus compañeros de trabajo que era bastante ingenuo y llegó a ser el blanco natural de bromas pesadas. En particular, dos compañeros de trabajo disfrutaban de gastarle bromas pesadas. ¿Por qué? A Esteban se le ocurren dos posibles razones: “Puede que se debiera a que él era muy ingenuo y que ése fuera un modo fácil de divertirse”, dice él. “O puede que ellos estuvieran tratando de que él se hiciera más sofisticado.”

Si eso último fue el motivo de ellos, ¿tuvieron éxito? “No”, dice Esteban. “Él se convirtió en una persona desconfiada de todo el mundo y nerviosa. Las bromas tuvieron un efecto muy negativo en su personalidad, así como un efecto malsano en los demás trabajadores.”

Recuerde las palabras del apóstol Pablo: “Mientras tengamos tiempo favorable para ello, obremos lo que es bueno para con todos, pero especialmente para con los que están relacionados con nosotros en la fe” (Gálatas 6:10). ¿Siguen ese consejo los que gastan bromas pesadas? ¡De ninguna manera!

¿Podemos tener un mejor punto de vista?

En su debido lugar, el sentido del humor es bueno. El mundo sería un lugar monótono sin él. Un comentario gracioso puede aliviar la tensión o ayudar a disipar la nerviosidad. El bromear con otras personas, incluso el gastarles bromas amablemente, puede ser una muestra de afecto. Pero el sentido del humor también puede herir. Cuando las bromas dirigen la atención a las debilidades o flaquezas de alguien, son insidiosas. Además, las bromas pesadas que desconciertan, humillan, engañan, asustan y avergüenzan a la gente, además de promover la desconfianza —aunque sea por poco tiempo— son claramente poco amables. Lo mismo puede decirse de las bromas pesadas en que se daña la ropa u otras posesiones de otra persona, o que le causan mucha molestia a la otra persona al robarle tiempo valioso, o que impiden o retrasan alguna actividad que alguien planeaba efectuar. Y la Biblia dice: “Háganse bondadosos los unos con los otros”. (Efesios 4:32.)

Un bromista tal vez alegue: ‘Pero a mí me da igual que me gasten bromas. ¿Por qué deberían molestarse otros cuando yo les gasto bromas?’. Bueno, es cierto que todos deberíamos poder reírnos de nosotros mismos a veces. Y debemos hallar placer en reírnos unos con otros. Pero el reírse de alguien porque se le haya puesto en una posición embarazosa no es cristiano. Además, nunca podemos estar seguros por adelantado de cómo se sentirá nuestra víctima. Cierto señor gastó una bromita a las muchachas con quienes trabajaba. Las primeras la tomaron bastante bien y se rieron con él. La última, que no se sentía muy bien, la tomó a mal. Ella estaba enfadada y herida, y la broma ya no fue divertida.

Recuerde, la Biblia nos anima a compartir ‘sentimientos como compañeros, tener cariño fraternal, ser tiernamente compasivos, humildes de mente’ (1 Pedro 3:8). Aunque a usted le dé igual ser el blanco de bromas pesadas, la mayoría de las personas preferirían no serlo. ‘El compartir sentimientos como compañeros’ le ayudará a considerar los sentimientos de los demás. El hecho de que usted tal vez disfrute de gastar bromas pesadas no las convierte en algo correcto. El ser ‘humilde de mente’ le ayudará a darse cuenta de eso. Y la ‘compasión tierna’ sin duda evitará que usted desee tomar como víctima a su semejante.

Si otras personas a su alrededor gastan bromas pesadas, pudiera requerirse valor moral para negarse a tomar parte en ello. Si alguien le gasta una broma a usted, quizás se requiera gobierno de uno mismo para no vengarse (Gálatas 5:22, 23). Y si alguien es un bromista empedernido, tal vez sea sabio simplemente evitar su compañía. Puede que otras personas digan que usted toma las cosas demasiado en serio. Pero, con demasiada frecuencia, las bromas pesadas llegan a ser un asunto serio.

Pedro, la víctima de la carta falsificada, aprendió por sí mismo hace algunos años la lección tocante a las bromas pesadas. Fue a visitar a un matrimonio que conocía bien, y como la esposa todavía no había llegado, se escondió de ella en el dormitorio. Cuando la esposa llegó a la casa lo buscó, pues se imaginaba que él ya había llegado. Al no hallarlo, se fue al dormitorio. Ella estaba de pie frente al tocador cuando Pedro sacó el brazo de debajo de la cama y la agarró por el tobillo. Ella gritó y se quedó petrificada. Estaba tan asustada que a Pedro mismo le dio miedo. “Aprendí la lección”, dijo él. “Nunca más gastaré esa clase de bromas.”

¡Qué decisión sabia! Ésa es una decisión que haría bien en tomar todo el que tenga consideración a su semejante e interés en él.

[Comentario en la página 13]

El reírse con otras personas es bueno. El reírse de ellas puede ser muy poco amable

[Comentario en la página 14]

¿Qué tiene de cristiano el humillar, asustar o hacer pasar vergüenza a otros, para que usted pueda reírse de ellos?

[Comentario en la página 15]

La experiencia muestra que a menudo las bromas pesadas se pasan de la raya

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