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  • ¿Está ganando el hombre la guerra contra los insectos?

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¡Despertad! 1984
g84 22/2 págs. 20-23

¿Está ganando el hombre la guerra contra los insectos?

¡GUERRA! La simple mención de la palabra agita los sentidos. Y el pensar en una guerra continua y sin fin puede ser muy angustioso en verdad. Sin embargo, se nos ha dicho que precisamente una guerra de esa índole se está peleando. El punto en cuestión es: La mismísima existencia de uno y otro bando... pues se pelea por el preciado suministro de alimento que necesitan tanto un bando como el otro para subsistir. Los combatientes son: el hombre contra los insectos.

Algunas personas la han considerado como una guerra de exterminio... o desaparecen “ellos”, o “nosotros”. Pero ése realmente no es el caso. Sin insectos este mundo sería desdichado, en verdad, pues el hombre necesita de las abejas, ciertas moscas, las mariposas, las avispas, los escarabajos, las hormigas y las polillas para polinizar las plantas. Algunas cosechas dependen de ellos. No habría manzanas, uvas ni tréboles, ni mucho menos otras frutas y hortalizas, si no fuera por los insectos. Los insectos suministran al hombre miel, cera, seda, tintes y laca. Muchas aves canoras que deleitan a la humanidad se alimentan casi exclusivamente de insectos. Un sinnúmero de insectos son muy útiles para tener bajo control la mala hierba. Hay insectos que también desempeñan ciertas tareas necesarias al alimentarse de carroña, pues contribuyen a la aireación o ventilación y fertilidad del terreno, a la vez que se deshacen de la basura. Y en muchos lugares la gente depende de ellos para alimentarse. La Ley mosaica especificaba algunos insectos que eran aceptables para el consumo humano, y Juan el Bautista se alimentó de ellos mientras estuvo en el desierto (Levítico 11:22; Mateo 3:4). No obstante, entre sus filas están los que, desde el punto de vista del hombre, guerrean contra el hombre por el alimento.

Aunque los insectos quizás sean realmente muy pequeños en comparación con el hombre, pueden reunir fuerzas impresionantes. En sentido colectivo, son más numerosos que el hombre a razón de unos 250.000.000 a 1. También pesan más que el hombre a razón de 12 a 1. Según ciertos cálculos, actualmente hay 800.000 especies de insectos diferentes en la Tierra. La cantidad total de insectos individuales es astronómica... está mucho más allá del alcance de nuestra comprensión. Afortunadamente, se considera que solo una pequeña cantidad de la población de insectos de la Tierra —menos de 1 por 100— es dañina para el hombre y está guerreando contra él por las cosechas de alimento, los bosques y los artículos del hombre.

Sus tácticas bélicas despertarían envidia en cualquier mariscal de campo. Por ser expertos en el ataque por sorpresa, invaden repentinamente y en masa, como si fuera de la noche a la mañana. Establecen frentes de batalla en el mismo medio de los suministros de alimento que el hombre quiere proteger, y así lo obligan a verse en el dilema de cómo destruir una cosa mientras conserva la otra. Las tácticas clandestinas y de camuflaje que emplean los insectos, además de su tamaño, les permiten atacar sin ser descubiertos, mientras causan grandes daños.

Se reproducen en grandes cantidades. En el breve lapso de una semana pueden producir una nueva generación de guerreros, todos plenamente entrenados y listos para la batalla. Las crías pelean con la misma habilidad que los adultos; machos y hembras participan en el combate. Algunas divisiones se infiltran y atrincheran en el propio hogar del hombre, mientras llevan a cabo incursiones para hostilizar y contaminar. Otros insectos son expertos en la guerra bacteriológica y propagan las siguientes enfermedades espantosas: el paludismo, la fiebre amarilla, la peste bubónica y la enfermedad del sueño, para mencionar unas cuantas. Y aunque el hombre los envenena, ellos pueden adaptarse y hasta vivir en un ambiente como ése. De modo que la guerra ha continuado con el transcurso de los siglos.

Al principio, todo lo que el hombre podía hacer era esperar a que acabaran los ataques y confiar en que vinieran tiempos mejores. Faraón y los antiguos egipcios tuvieron simplemente que soportar las plagas de jejenes, tábanos y langostas que Dios trajo sobre ellos. ¡Y qué devastación tienen que haber causado, pues cada día una langosta adulta del desierto puede comer fácilmente una cantidad de vegetación equivalente a su propio peso! Un enjambre cubría 1.036 kilómetros cuadrados (400 mi⁠2) y contenía unos 40.000 millones de langostas. ¡Ese enjambre por sí solo podía consumir diariamente suficiente alimento como para alimentar a 400.000 personas durante un año! Y sin embargo, si se reproducen tan profusamente como lo hacen, ¿por qué no han ganado aún la guerra los insectos?

La guerra interna

Afortunadamente para el hombre, entre los insectos también hay una guerra concurrente e incesante. Si ése no fuera el caso, puede que el hombre no hubiera tenido ninguna esperanza en absoluto. Por ejemplo, un áfido común tiene la capacidad de producir 6.000 millones de crías durante la breve duración de su vida. Si todos los áfidos hicieran lo mismo, sin trabas, no pasaría mucho tiempo antes de que estos pulgones destruyeran toda la vegetación que hay en la Tierra.

Pero la naturaleza mantiene un equilibrio. Hay predadores, parásitos y enfermedades que atacan a los insectos, además de otros factores naturales y climáticos que sirven para mantener a raya la población insectil. Algunas plantas, también, tienen mecanismos naturales de defensa. El roble colorado, al cual deshoja la hambrienta lagarta, se defiende produciendo cambios químicos en las hojas de reemplazo, lo cual las hace indigestas. En el caso de la plaga de langostas de los días de Faraón, Jehová Dios hizo que un viento fuerte se llevara las langostas al mar Rojo. (Éxodo 10:12-19.)

El hombre contribuye a su propia derrota

El hombre mismo fue quien trastornó el equilibrio que había en la naturaleza e intensificó la guerra. Al dejar las bien fundadas prácticas agrícolas de diversificar y rotar los cultivos, que evitaban que las plagas de insectos nocivos se atrincheraran firmemente y que contribuían a la resistencia de las plantas a los ataques de plagas (o insectos nocivos) y enfermedades, el hombre recurrió en lugar de eso a los monocultivos masivos... la siembra de un solo cultivo en una zona extensa. En busca de cosechas de mayor rendimiento y de productos cuya apariencia fuera más atractiva, el hombre eliminó, como consecuencia de la cría, gran parte de la resistencia natural de las plantas a los ataques de las plagas. Nuevos cultivos, junto con nuevos insectos, fueron introducidos en países donde nunca antes habían sido cultivados, pero en ausencia de enemigos naturales que contuvieran a los insectos. Los insectos a los que antes se mantenía a raya repentinamente estuvieron en circunstancias que les permitieron multiplicarse en proporciones alarmantes. ¡La batalla estaba quedando fuera de control, y los insectos estaban ganando!

El hombre rápidamente fue en busca de nuevas armas. Se obtuvo alivio mediante una batería de insecticidas sintéticos. Por ser eficaces contra varios tipos de insectos, esos asesinos químicos, empezando por el DDT, aniquilaron insectos en grandes proporciones. El hombre creyó que por fin ganaría la guerra. Hubo un aumento dramático en el rendimiento de las cosechas. Las enfermedades propagadas por insectos empezaron a desaparecer. La victoria parecía asomar ya y se proclamó que la misma era inminente.

Pero en su guerra de exterminio total, el hombre mató tanto a amigos como a enemigos. Como lo expresó cierto científico: “Cuando destruimos a los enemigos naturales de una plaga, heredamos el trabajo de ellos”. De repente, libres de sus enemigos naturales, las plagas se proliferaron en proporciones alarmantes. Otros insectos, que antes eran insignificantes, se unieron a las filas de las plagas principales. Se utilizaron productos químicos más potentes, pero los insectos se agruparon nuevamente y contraatacaron. Se halló que algunos agricultores fumigaban sus cultivos hasta 50 veces durante una sola temporada de cultivo y, no obstante, perdían hasta la mitad de la cosecha.

Los productos químicos no solo estaban fracasando en exterminar a los insectos, sino que los insectos se estaban haciendo inmunes a los productos químicos, y algunos hasta crecían en medio de tales sustancias. La resistencia que desarrollaron hacia los insecticidas se hizo tan eficaz que varios científicos pudieron alimentar con grandes dosis de DDT a colonias de moscas comunes sin que observaran aparentes efectos adversos. Además, los pájaros, muy útiles para mantener bajo control a los insectos, morían al comer insectos, semillas y frutas envenenados.

Y dichos venenos afectaron rápidamente a organismos más grandes de la cadena alimentaria, pues envenenaron peces e impidieron que algunos pájaros se reprodujeran, trastornaron la ecología y aparecieron en cantidades cada vez mayores en la propia comida y agua del hombre. Las armas químicas del hombre habían sido contraproducentes. Los “superinsectos”, unas cuatrocientas especies de insectos resistentes a los insecticidas, se convirtieron en tropas de asalto que reanudaron las invasiones de insectos y propagaron enfermedades entre la gente a un grado mayor. Los insectos estaban ganando nuevamente la guerra.

Nueva estrategia bélica del hombre

El hombre tuvo que buscar rápidamente un segundo frente de defensa. Comenzó a darse cuenta de la importancia del grito o lema de guerra: “Conoce a tu enemigo”. Tarea difícil, por cierto, si consideramos la variedad, el tamaño y los hábitos de los insectos; pero ahora era absolutamente necesario disponer de un mejor servicio de información para cambiar el rumbo de la guerra. El hombre tuvo que aprender acerca de la genética, la biología, la ecología y el comportamiento de las plagas. Tuvo que ahondar en el tema para aprender sobre los hábitos de alimentación y reproducción de ellas, qué relación había entre sus ciclos de reproducción, la madurez de las cosechas y los ciclos de vida de sus enemigos insectiles, y cómo afectaban a las plagas las condiciones climáticas y los períodos de siembra. Incluso tuvo que aprender precisamente cuánto comía un insecto, para determinar a cuántos se podía tolerar antes de que ocasionaran daños costosos. Tuvo que descubrir cuándo causaban los mayores daños y cómo hacerlos vulnerables. El hombre se vio en la obligación de restablecer el equilibrio que había en la naturaleza. Se dio cuenta de que no los podía matar indistintamente, pues dependía de los insectos beneficiosos para su propia supervivencia.

El hombre también descubrió que el sustentar pequeñas poblaciones de plagas agrícolas hasta pudiera ser el modo más eficaz de disminuir las pérdidas agrícolas, pues así aseguraba un suministro de alimento para los enemigos naturales de tales plagas y evitaba que éstos desaparecieran. Aprendió que la agricultura libre de insectos no era ni prudente ni asequible, pues el hombre podía ganar la batalla, pero perder la guerra.

La coexistencia y el control, en vez de la exterminación, se convirtieron en la nueva estrategia bélica del hombre. Se inventó un sistema conocido por las siglas en inglés IPM (Manejo Integrado de Plagas). Se establecieron sistemas que dieran advertencia temprana para predecir o descubrir la presencia de una plaga mucho antes de que ésta pudiera causar daños agrícolas, lo cual daba al agricultor la oportunidad de tomar la ofensiva antes de que el enemigo apareciera con sus fuerzas invasoras. El agricultor luego podía utilizar una variedad de medios biológicos de control: predadores y parásitos naturales, enfermedades que atacan a las plagas, machos esterilizados para disminuir el índice de natalidad.

También tuvo que ver con ello el hecho de que los agricultores volvieran a emplear la rotación y la diversificación de los cultivos, prácticas de cultivo que no fomentan la infiltración y reproducción de plagas, cambiaran los horarios de siembra, sembraran cultivos que fueran más resistentes a los ataques de insectos, y hasta utilizaran cultivos que servían de señuelo para desviar del cultivo principal el fuego del enemigo. Los insecticidas, las bombas atómicas del guerrear humano, podrían usarse entonces como último recurso... pero solo cuando fuera necesario y se emplearan con cuidado y en cantidades limitadas. Los agricultores que han usado estos métodos han informado que han tenido buenas cosechas, a la vez que han disminuido drásticamente el uso costoso de fertilizantes e insecticidas.

¿Cómo va la guerra actualmente?

Pero ambos bandos están lejos de ganar la guerra. Las plagas de insectos todavía consumen 40 por 100 de las cosechas mundiales de alimento. “En realidad, nunca ganaremos —dice David Pimentel, entomólogo—, pues los insectos se han difundido tanto alrededor del mundo que es absolutamente imposible mantener fuera de su alcance las cosechas y los alimentos.” Todavía hay mucho que hacer para tener bajo control a la oruga del tabaco, el gorgojo del algodón, el escarabajo japonés, el pulgón verde, la lagarta, la hormiga roja, la cucaracha, el comején, la mosca común y el mosquito... para mencionar tan solo unos cuantos de los insectos nocivos para la agricultura, el ambiente y el hogar que todavía plagan a la humanidad.

Los científicos aún están experimentando con nuevas armas: hormonas que estorban el crecimiento normal de los insectos, feromonas (aromas que despiertan el instinto sexual de los insectos) que trastornan el apareamiento, agentes patógenos que causan enfermedades, productos químicos que reprimen el deseo de comer en los insectos. Pero hay que efectuar muchas pruebas para asegurar la eficacia e inocuidad de tales sustancias para el hombre. Mientras tanto, todavía existe el uso muy difundido de insecticidas químicos, pues muchas personas escogen el método rápido de matar en vez de los medios biológicos de control, que son más lentos. Pero los científicos temen que, debido al grado de aumento en la resistencia de los insectos, pudiera agotarse pronto su arsenal químico.

La solución final no depende del hombre, sino de que Dios intervenga para establecer una tregua y volver a poner todas las cosas en equilibrio perfecto. Dentro de poco, en el justo Nuevo Orden de Dios, el hombre ni siquiera pensará más en la guerra.

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