Los jóvenes preguntan...
¿Leer? ¿Por qué?
PIERRE, de quince años de edad, raras veces lee. “Por supuesto, sí leo revistas de tiras cómicas —dice él— y a veces revistas de autos de carreras.” Pero además de eso, lo que lee se limita mayormente a las asignaciones que le dan en la escuela a que asiste en París.
¿Qué hay de ti? ¿Pudiera ser una prueba tediosa para ti el leer, siquiera un artículo corto como éste? Si así es, no eres el único. Télérama, semanario francés de programas de TV, dijo esto bajo el título “¿Leer? ¡No estarás hablando en serio!”: “He aquí lo que dijeron [los jóvenes a quienes se entrevistó] acerca de la lectura. Fueron muy francos. Leen muy poco, si es que leen, por la sencilla razón de que lo encuentran aburrido”. El artículo llegó a esta lamentable conclusión: “De cada tres, apenas uno pudiera verdaderamente calificarse de lector”.
‘¿Y qué importa eso?’, pudieras preguntar. Importa mucho, pues sir Richard Steele, escritor del siglo XVIII, declaró: “La lectura es para la mente lo que el ejercicio es para el cuerpo”. Y aunque puede que des por sentada la aptitud de recorrer con la mirada una página impresa y comprender lo que dice, esta extraordinaria destreza desconcierta a los científicos. La lectura envuelve una interacción tan sumamente compleja entre el ojo y el cerebro que la revista Science Digest citó las siguientes palabras de un científico: “Basándonos en modelos de ordenadores, predeciríamos que el ojo no puede leer”. Sin embargo, lo hace [...] rápida y eficazmente.
Pero la lectura es mucho más que una curiosidad científica. Abre las puertas de tu intelecto e imaginación. Sin dejar la butaca donde te sientas, puedes transportarte a los confines de la Tierra, conocer a personas que te emocionen, meditar en poemas elocuentes, asimilar ideas nuevas y estimulantes, analizar acontecimientos recientes y volver a vivir la historia. No obstante, algo de mucha más importancia es que la lectura es la clave para entender la Biblia. Sólo si la lees puedes saber por qué estamos aquí, adónde vamos y qué tenemos que hacer ahora para agradar a Dios.
Por lo tanto, la Biblia nos anima a leer... ¡y a leer bien! A Josué, quien recibió la imponente asignación de conducir al pueblo de Dios e introducirlo en la Tierra Prometida, se le dijo que ‘leyera la Ley de Dios en tono bajo día y noche’ (Josué 1:8). Del mismo modo, a los reyes de Israel se les dijo que hicieran una copia de la Ley de Dios y ‘leyeran en ella todos los días de su vida, a fin de que aprendieran a temer a Jehová su Dios para que guardaran todas las palabras de su Ley y estas disposiciones reglamentarias por medio de ponerlas por obra’ (Deuteronomio 17:19). ¿Es tal lectura menos importante para ti hoy día?
Por qué no les gusta leer
Sin embargo, muchos jóvenes son reacios a leer un libro. Y algunos educadores culpan de ello a la manera como se enseña a leer en la escuela. Quizás recuerdes la monotonía de recitar oraciones sosas y sin vida del tipo “Corre, Pepe, corre” cuando estabas aprendiendo a leer. Unos investigadores que hablaron con más de 300 niños dijeron: “Sin una sola excepción, los niños se quejaron de lo tontos que habían sido los cuentos que habían leído en el curso básico, y hablaron de lo odioso que les había resultado haber tenido que leerlos. [...] Estos libros son un insulto a la inteligencia del niño”. Puede que las cosas no hayan mejorado mucho a medida que ibas creciendo, porque entonces probablemente te veías obligado a leer los llamados clásicos... libros que por todo su estilo parecían ser terriblemente aburridos o difíciles de entender. La lectura, pues, se convirtió en una tarea espantosa.
No obstante, si no eres lector ávido, no pudiera echarse toda la culpa a las escuelas. En la encuesta de Télérama que mencionamos al principio, 21 por 100 de los entrevistados explicaron con las siguientes palabras el aburrimiento que les producía la lectura: “Prefiero ver la televisión”. ¿Cuál ha sido el efecto? El informe del Instituto Nacional de Salud Mental (de los Estados Unidos) dice: “La evidencia apoya ahora la opinión de que el ver mucho la televisión tiende a desplazar el tiempo que requiere la práctica de la lectura, la escritura y otras destrezas que se aprenden en la escuela. [...] En general, la televisión también parece interferir con las aspiraciones educativas”.
¿Cuál ha sido el efecto de todo eso? Un artículo que apareció en el International Herald Tribune declaró: “Una creciente cantidad de estudiantes por todo el país llegan ahora a escuela secundaria sin dominar las destrezas de lectura necesarias para estudiar historia, y durante las últimas dos décadas la historia, como asignatura definida, casi ha desaparecido de las escuelas secundarias de los Estados Unidos”. El informe de 1979 de la Fundación Ford llegó a la conclusión similar de que 25.000.000 de estadounidenses no saben leer en absoluto, y a 35.000.000 más se les puede considerar analfabetos en sentido funcional.
Pero ¿es la lectura algo tan necesario en nuestra Era de televisores y ordenadores? ¡Claro que sí! ¡Pues a menudo la persona que no sabe leer ni llenar una solicitud de empleo no puede ni siquiera conseguir un empleo haciendo trabajo manual! Y, ¿podrá siquiera el más eficiente de los ordenadores reemplazar alguna vez la imaginación humana? La lectura estimula tu imaginación al obligarte a visualizar lo que lees. Pero como lo expresó Débora, de 12 años de edad: “La TV no ofrece muchas oportunidades de usar la imaginación”. Y aunque la TV puede ser educativa, ¿no te hacen falta libros y revistas cuando necesitas información específica? ¿Te permite la TV detenerte y releer algo que no entendiste o reflexionar sobre algún punto impresionante? Y aunque los ordenadores parezcan ser más interesantes que los libros, ¿aprenderás a operar uno de ellos sin un libro de instrucciones?
Así que la aptitud de leer sigue siendo una parte importante de la vida. Y las personas a quienes se les hace tan difícil leer que no pueden descifrar una receta de un libro de cocina o un simple horario de llegadas y salidas de autobuses están en seria desventaja. La situación es tan grave que cierto educador concluyó: “El analfabetismo es en realidad una desventaja funcional mucho mayor que la pérdida de miembros”.
Cómo mejorar tu habilidad en la lectura
Sin embargo, el saber que debes leer no hace que ello sea más fácil. El llegar a ser un lector diestro exige mucho esfuerzo. Por ejemplo, quizás conozcas a alguien que toque bien la guitarra. ¿Te has detenido a pensar alguna vez en cuántas horas de práctica le tomó alcanzar esa etapa? El simplemente saber cómo producir notas o hasta el saber cómo leer música no bastó. La persona tuvo que hacer ejercicios y practicar las escalas para adquirir velocidad y destreza. ¿Te parece que eso implica mucho esfuerzo? Sí. Pero ella no se lamenta del tiempo que dedicó a ello.
De igual manera, para ser buen lector no basta con simplemente reconocer las palabras. Por ejemplo, el semanario francés L’Express mostró que cualquier persona tiene una “desventaja” si no puede leer “una prueba adaptada a su edad a una velocidad de por lo menos 8.000 a 10.000 palabras por hora”. (No dejes que te preocupe ese ritmo aparentemente impresionante, pues tú probablemente estés leyendo este artículo al menos así de rápido.) Por otro lado, si no lees lo suficientemente rápido (a un ritmo mínimo de 150 palabras por minuto), te encontrarás avanzando penosamente de una palabra a otra, en vez de estar analizando ideas. Y si tienes que retroceder continuamente porque pierdes el hilo del pensamiento, hallarás que no adelantas mucho en la lectura.
La clave, por lo tanto, está en abarcar más palabras con la vista y leer varias a la vez. No dejes que los ojos se detengan en cada palabra. No articules silenciosamente las palabras, pues eso de seguro te hará leer con mayor lentitud. (Por supuesto, hay veces que el leer “en tono bajo” es muy apropiado, como cuando estás asimilando información bíblica.) A medida que vayas leyendo, pregúntate si entiendes lo que lees. Compara lo que lees con lo que hayas aprendido acerca del tema en otras fuentes. Eso contribuirá a mantener vivo tu interés en lo que lees, y a que te concentres.
Un ambiente adecuado también es importante. El sentarte en una butaca cómoda mientras escuchas el retumbo de la música de tu aparato estereofónico no es la manera de abordar la lectura de información difícil de entender; tampoco es ideal una habitación mal ventilada. En lugar de eso, procura leer en una mesa donde no haya nada que pudiera distraerte y siéntate en una silla que te mantenga alerta.
H. D. Thoreau, filósofo estadounidense, escribió: “¡Cuántos hombres han comenzado una nueva época en su vida debido a la lectura de un libro!”. Eso pudiera hacerse realidad en tu caso pronto, especialmente si cultivas el gusto por leer ‘el Libro de libros’, la Palabra de Dios, la Biblia (1 Pedro 2:2). Se requerirá tiempo... y esfuerzo. ¡Pero bien vale la pena!
[Ilustración en la página 23]
La lectura abre ante ti amplios campos de conocimiento y te permite familiarizarte con tu Creador
[Ilustración en la página 24]
Puede ser contraproducente tratar de leer en un ambiente que te distraiga mucho o en el cual estés demasiado cómodo