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  • Yo fui “rastafariano”
  • ¡Despertad! 1985
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¡Despertad! 1985
g85 22/2 págs. 14-17

Yo fui “rastafariano”

ME HABÍA dejado crecer el pelo y tenía los ojos de un color rojizo sucio debido a fumar marihuana. No necesitaba cosas como un peine, ni platos ni vasos de cartón, ¡ni siquiera el nombre que me habían dado mis padres! ‘Pero ¿por qué rechazar cosas tan prácticas y útiles?’, tal vez pregunte usted. Porque yo era “rastafariano”. El “rastafarianismo” es un movimiento religioso originario de la isla de Jamaica. Permítame explicarle cómo llegué a ser rastafariano, y qué es lo que ellos creen.

Todo comenzó cierto día en que yo me hallaba sentado a la sombra de un árbol leyendo la Biblia y fumando un cigarro de marihuana. Un rastafariano se acercó a mí y empezó a fumar marihuana conmigo. Mientras conversábamos, recalcó que había una manera en que el hombre podía seguir viviendo sin morir. Yo quería saber más. Así que me habló sobre creencias básicas de los rastafarianos.

Creencias de los rastafarianos

Después aprendí que hay diferentes grupos de rastafarianos, cada uno con sus propias ideas. Pero, fundamentalmente, todos ellos están de acuerdo en algo... que el difunto emperador de Etiopía, Haile Selassie, fue la reencarnación de Jesucristo, que Selassie fue el Rey de reyes y Señor de señores y el victorioso “León que es de la tribu de Judá”. (Revelación 5:5.)

Mi tutor se asociaba con el grupo de rastafarianos que se llamaba Alturas de la creación, de modo que empecé a asociarme con aquel grupo también. Nos considerábamos parte de la creación... como lo son las plantas y los animales. Contemplábamos con reverencia y admiración los relámpagos, los truenos y otros fenómenos naturales... como si Dios estuviera hablando.

No comíamos carne, pescado ni nada por el estilo, pues pensábamos que esas cosas morían y se pudrían, y lo mismo sucedería a los que las comieran. Por otro lado, los vegetales, como la espinaca, siguen creciendo después que son cortados del tallo. De modo que nosotros creíamos que los que se alimentaban de vegetales tenían el potencial de disfrutar de vida eterna. La persona moriría solo si cometía algún pecado grave.

El grupo al que yo pertenecía consideraba que el hombre blanco era parte de la creación, pero inferior al hombre negro, quien es el ‘amo de la creación’. No obstante, algunos grupos de rastafarianos sienten odio profundo para con el hombre blanco debido a los males que éste causó mediante la trata de esclavos, y el que los blancos hayan asesinado, violado y maltratado a los esclavos negros. Tales grupos de rastafarianos creen que la esclavitud de los negros tiene que vengarse mediante la revolución y el derramamiento de sangre, y con el tiempo todos los negros deben regresar al África, su tierra de procedencia, de donde fueron sacados sin el consentimiento de ellos.

Yo adopté una filosofía sencilla. No hay otro líder excepto el “divino” Haile Selassie, cuyo nombre antes de la coronación era Ras Tafari (de aquí se origina el nombre “rastafariano”). Mi meta en la vida era tener el punto de vista correcto sobre la creación y saber que soy hijo de Dios. Había de usarse al máximo solo lo que Dios había creado, y al mínimo lo que el hombre ha producido. Por eso no necesitaba peine... el hombre lo había hecho. De modo que me dejé crecer el pelo tal como los árboles echan hojas.

Usando el mismo razonamiento, no utilizaba platos ni vasos... los reemplacé con calabazas vacías. También me deshice de los artículos hechos de papel, entre los que estaba la Biblia. Creía que todas las cosas que Dios había hecho eran mías y eran gratis, sin importar quién las poseyera o las controlara. Por consiguiente, yo creía que las cosechas de otras personas realmente me pertenecían. Los que afirmaban ser dueños de ellas y les ponían precio no tenían derecho a hacerlo.

Una barrera lingüística

El nuevo estilo de vida que adopté creó una barrera lingüística entre nosotros y los que no eran rastafarianos. En lo que concernía a nosotros, debíamos rechazar hasta los nombres que nuestros padres nos habían dado, ya que eran producto del mundo industrializado. Por eso, el pronombre personal “I” (yo, en inglés) adquirió un significado especial. Dios fue el primer “I”, y cada rastafariano era también “I”. Para diferenciar a una persona de otra, unían al pronombre “I” adjetivos que describían tamaño, estatura, y así por el estilo. Puesto que soy bajo de estatura, me llamaban “small I” (yo pequeño). Hasta cambiábamos los nombres de los productos alimenticios sustituyendo la letra “i”. De modo que banana se convirtió en “ianana”.

Nosotros cambiamos el idioma inglés de otras maneras también. Por ejemplo, desde el punto de vista de los rastafarianos, uno no puede “volver”, que significa regresar, pues es imposible hacer volver hacia atrás el tiempo. Por lo tanto, “volver” llegó a ser “adelantar”. También cambiábamos las palabras para que se amoldaran a nuestro modo de pensar. La palabra “oppressor” se convirtió en “down-pressor”, pues el sonido de ‘op’, la primera sílaba, se parece al sonido de la palabra “up” (arriba), que implica algo bueno, elevado; mientras que la palabra “down” (abajo) se amoldaba mejor al significado de opresor. Con el tiempo, con este tipo de adoctrinamiento, yo casi no podía decir ni siquiera la oración más sencilla en el inglés común, ¡aunque yo había estudiado cinco años en la Universidad de Cornwall, en la ciudad de Montego Bay!

Esta nueva filosofía me causó problemas con mis padres, porque me volví irrespetuoso y los maldecía usando el lenguaje más obsceno que uno pudiera imaginarse. Mi apariencia y mi conducta causaban oprobio a mi familia. Finalmente, mi padre me dijo que tenía que irme de la casa. Empaqué unas cuantas pertenencias y dejé mi hogar para dedicarme al modo de vida que estaba seguro que me satisfaría.

Recogiendo los ‘frutos de la creación’

De allí en adelante me convertí en un empedernido fumador de marihuana. Bajo la influencia de ésta, eché a un lado todas las preocupaciones de la vida. Solía sentarme a meditar hasta que yo sentía que había penetrado en el ambiente natural, convirtiéndome así en parte de la creación. El deseo de sentarme a meditar condujo a la pereza. Renuncié a mi empleo como músico para ir a las colinas y dedicar más tiempo a comunicarme con Dios; allí compartía una cabaña con otros dos rastafarianos.

Con el tiempo, nuestro dinero comenzó a escasear. De modo que empezamos a recoger parte de la “creación de [nuestro] Padre”, cosas en poder de otras personas que, según nuestras creencias, se habían adueñado injustamente de tales pertenencias y les habían puesto precio. De modo que, de noche, hacíamos incursiones a las granjas vecinas. Fuimos denunciados a la policía por aquellas incursiones, por lo cual nos hicimos enemigos declarados de la policía. Considerábamos que los policías eran enemigos que querían alejarnos de la “creación”. De día rodeaban nuestra cabaña, nos disparaban, nos golpeaban, y nos amenazaban para que nos fuéramos del pueblo. Pero de noche era diferente... tomábamos la ofensiva para recoger los ‘frutos de la creación’.

En cierta ocasión fui arrestado y acusado de secuestro, pero después salí en libertad. Esto me envalentonó y me hizo sentir más seguro de que era ‘hijo de Dios’. No obstante, fui arrestado por segunda vez y acusado de cinco delitos diferentes... robo bajo circunstancias agravantes, asalto común, posesión de bienes robados, posesión de marihuana, y por conducir un vehículo defectuoso.

Esta vez parecía que Dios se había olvidado de mí, pues la policía me golpeó severamente y estuve en la cárcel tres meses sin derecho a salir en libertad bajo fianza. Con el tiempo fui enjuiciado. Pero muchas personas influyentes que me conocían pidieron que se me mostrara clemencia, y aquello me libró de la prisión. No obstante, dos rastafarianos que eran compañeros íntimos míos fueron menos afortunados. Uno de ellos fue sentenciado a cuatro años de trabajos forzados, y el otro fue restringido a permanecer todo el tiempo en el barrio donde vivía. Más tarde, otros dos compañeros rastafarianos fueron hallados muertos, atados y metidos en sacos; parece que habían tenido tratos con traficantes de drogas extranjeros.

Empiezo a dudar de mis creencias

Aquellas desgracias hicieron que me preguntara si mis creencias eran correctas. Además de esto, algunos de mis compañeros rastafarianos propusieron una nueva idea... ya no eran hijos de Dios, sino que cada uno era Dios mismo. Me negué a aceptar aquello. Este desacuerdo y otros más resultaron en divisiones entre nosotros. Así que finalmente decidí regresar a casa... pero todavía seguía pensando como rastafariano. De vez en cuando me comunicaba con otros rastafarianos.

Ahora deseaba hablar con alguien, pero los que no eran rastafarianos no podían entender mi lenguaje. Recordé el consuelo que una vez me había proporcionado leer la Biblia; por eso empecé a leerla otra vez. A medida que la leía, hallé textos que me pusieron a pensar. Por ejemplo, en Salmo 1:1, leí: “Bienaventurado el varón que no anda en consejo de impíos” (Nácar-Colunga). Veía a los otros rastafarianos como “impíos” debido a su nueva pretensión de divinidad. Además, en 1 Corintios 11:14, leí: “¿Y no os enseña la naturaleza misma que el varón se afrenta si deja crecer su cabellera?” (NC). Pero yo tenía el pelo largo.

Gradualmente, empecé a tener más dudas en cuanto a mis creencias. En mí empezó a crecer el deseo de adorar al Dios verdadero de la manera correcta. Me convencí de que el rastafarianismo no había satisfecho mis necesidades: mi necesidad de tener entendimiento claro de quién es el Creador, mi necesidad de un fundamento seguro para alcanzar la vida eterna, mi necesidad de una hermandad genuina que tuviera como base el amor y la comprensión, y mi necesidad de entender por qué hay injusticias en el sistema social del mundo.

Hallo respuestas que me satisfacen

No obstante, no sabía adónde acudir para verdaderamente satisfacer mis necesidades. A veces me sentaba a llorar y le suplicaba al Creador, quienquiera que fuera, que me ayudara. Entonces, cierto día, dos testigos de Jehová visitaron la casa de mis padres y empezaron a hablar de la Biblia. No presté mucha atención sino hasta que se hizo mención de Armagedón.

“Sé todo lo referente a eso —les dije—. Viviré y seré testigo de ello.”

“¿Cree usted en ser testigo de Jehová?”, preguntó uno de ellos.

“¿Quién es Jehová?”

Con eso, enseguida me mostró Salmo 83:18, que dice: “Para que la gente sepa que tú, cuyo nombre es Jehová, tú solo eres el Altísimo sobre toda la tierra”.

Por primera vez tuvo significado para mí el nombre testigos de Jehová. Anteriormente había rechazado a los Testigos por considerar que sencillamente pertenecían a una sociedad religiosa más, y yo creía que todas eran falsas. Pero ahora acepté de ellos con gusto el libro La verdad que lleva a vida eterna. Empecé a leerlo inmediatamente.

Hallé sumamente interesante el capítulo “¿Quién es Dios?”. Recuerdo que me senté a repetir el nombre “Jehová” vez tras vez en voz alta, como un bebé que está aprendiendo una palabra nueva. Con el tiempo quedó satisfecha mi necesidad de conocer al Dios verdadero.

Entonces el capítulo “Régimen justo hace de la Tierra un paraíso” satisfizo la necesidad que sentía de que hubiera un sistema de cosas sobre la Tierra que fuera justo e imparcial. ¡Cuán agradecido me sentí de aprender que pronto toda la Tierra llegará a ser un paraíso con una atmósfera limpia e incontaminada! ¡Y me emocioné ante la perspectiva de vivir para siempre sin necesidad de migrar a colinas aisladas para escapar de la civilización inicua! (Salmo 37:9-11, 29; Lucas 23:43; Revelación 11:18.)

Por lo tanto, llegué a la conclusión de que el derrotero que había escogido antes para adorar a Dios no era el correcto. Así, le pedí a uno de mis parientes que cortara mi larga cabellera, y empecé a cortar todo lazo con los rastafarianos. Pero esto no fue fácil. Ellos me consideraron como traidor y amenazaron con matarme. Sin embargo, eso no me desanimó. Tenía fe en que nada podría impedir que yo estudiara la Biblia, pues había descubierto algo que verdaderamente satisfacía mis necesidades.

Después de limpiarme, empecé a asistir al Salón del Reino. Poco después, un precursor (predicador de tiempo completo de los testigos de Jehová) hizo arreglos para estudiar la Biblia conmigo con regularidad. Fue muy bondadoso y paciente. Tenía que serlo. ¡A veces ni siquiera podía entenderme a causa de mi vocabulario rastafariano!

Puesto que había hallado la verdad que satisfacía mis necesidades espirituales, me sentí obligado a compartir estas buenas nuevas con mis padres. Mi madre respondió favorablemente y enseguida empezó a asistir conmigo a las reuniones que se celebran en el Salón del Reino. Mi padre también estaba muy impresionado con el cambio en mi apariencia y personalidad. Unos seis meses después que empecé a estudiar, dediqué mi vida a servir a Jehová Dios y me bauticé. También tuve el gozo de ver a mi madre bautizarse varios meses después.

Cuando reflexiono en el pasado y pienso en que dos de los rastafarianos que eran compañeros íntimos míos fueron asesinados y que otros todavía están en prisión, ¡cuán agradecido estoy a Jehová de que hoy día le sirvo a él! El compartir con otros la verdad de la Palabra de Dios y el asociarme con hermanos y hermanas cristianos amorosos me ha proporcionado un modo de vida verdaderamente feliz y satisfaciente ahora. Además, tengo la maravillosa esperanza de vivir para siempre en un justo Nuevo Orden donde todas las necesidades de la humanidad serán satisfechas para siempre. (Salmo 145:16.)—Contribuido.

[Comentario en la página 15]

Creía que todas las cosas que Dios había hecho eran mías y eran gratis, sin importar quién las poseyera

[Comentario en la página 17]

Me emocioné ante la perspectiva de vivir para siempre

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