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¡Despertad! 1986
g86 22/5 págs. 22-24

“¡Ahora vas a morir!”

Violador invade un hogar cristiano

UNAS manos toscas me apretaban el cuello y yo luchaba por gritar.

“¡Quédate tranquila! No grites y no te haré daño” —me exigió el hombre mientras me apretaba más y más la garganta.

Pero ni le creí, ni le obedecí. Continué tratando de gritar. Como con garras le arañé la cara, sacándole las gafas y arrancándole de la boca los dientes postizos. Mientras él luchaba para tocarme y obtener control de mí, le metí las uñas en los ojos y grité. Cuando tuve sus dedos cerca de mi boca, se los mordí con todas mis fuerzas.

Créalo usted o no, no tuve miedo, el miedo me vino después. ¡En ese momento lo que tenía era ira! Este pervertido no iba a meterse a la fuerza en nuestra casa y violarme, ¡ni aquí ni en ningún otro lugar!

Pero siguió intentándolo. Echó mano a un cinturón que estaba cerca y me ató las manos a las espaldas... esta fue la primera vez de las muchas que lo hizo, ya que varias veces pude librarme las manos. Manteniendo un brazo alrededor de mi cuello, buscó a tientas en el suelo sus gafas y los dientes. De repente pude zafarme de él e inexplicablemente comencé a lanzar cosas en la habitación mientras gritaba incoherentemente como si hubiera enloquecido.

Mi atacante quedó momentáneamente pasmado y pausó para preguntar qué me pasaba. En ese momento intenté escapar pero él me agarró, me arrastró al dormitorio y me tiró en la cama. Después de haberme atado las manos de nuevo, pudo desnudarme parcialmente. Me retorcí y me revolví para sacármelo de encima. ¡Detestaba su vocabulario sucio y el acto asqueroso que quería obligarme a cometer!

Por última vez me libré las manos del cinturón, me quité al hombre de encima y corrí hacia la puerta que da al exterior. Logré asir el mango de la puerta pero, mientras le daba vuelta, me agarró por atrás y me arrojó al suelo. Logré coger un cuchillo de cocina que estaba cerca y traté de acuchillarle las piernas. “Ya me cansé —vociferó. ¡Ahora vas a morir!” Empezó a golpearme en la cabeza y quedé inconsciente.

Ahora me doy cuenta de que debí haber tenido más cuidado. Fuera de mi casa siempre estoy alerta para evadir problemas y los que los causan. Siempre viajo con mi esposo, quien también es cristiano. Evito estar en lugares que pudieran ser frecuentados por criminales y siempre me visto con modestia. Simplemente nunca pensé que un violador tuviera la malicia de atacarme dentro de mi propia casa.

Este hombre estaba trabajando en una obra de construcción al lado de nuestra casa. El contratista había conectado una extensión eléctrica a un tomacorriente en nuestra propiedad para suministrar electricidad a su maquinaria. De vez en cuando, la línea se sobrecargaba y uno de los trabajadores tenía que venir a la casa para reajustar el cortacircuitos que se encuentra en el sótano. Era un sistema práctico pero no fue de buen juicio.

Era claro que el individuo planeó tomarme por sorpresa. De seguro él esperaba que yo, en estado de choque, me quedara paralizada y que cooperara fácilmente. Bueno, sí me asusté cuando me vino encima, pero no me acobardé. No pausé ni para pensar. Solo reaccioné instantáneamente estallando en un frenesí de gritos, puñetazos, patadas y mordidas. Fue lo mejor que pude haber hecho, porque mi fuerte contraataque le tomó por sorpresa. El saber, desde el mismo principio, que él no tenía pleno control de sí mismo ni tampoco de mi persona, me proporcionó una fuerza sicológica importante. Me hizo sentir más resuelta a pelear y reavivó la esperanza de que yo podía vencer.

Volví en sí en el asiento delantero de un automóvil moviéndose en pleno tráfico. El mismo cinturón ahora me apretaba el cuello como la correa de un perro y el individuo lo tenía sujeto ejerciendo tensión en él a la vez que conducía. Según se me iba aclarando la mente, me di cuenta de dónde estaba y de cómo llegué allí, y como una mecha encendida que rápidamente detona un explosivo, así estalló de nuevo mi cólera.

Me lancé al volante con el codo para tratar de que el automóvil se saliera de la carretera. Estaba convencida de que ahora este hombre trastornado estaba más interesado en deshacerse de mí que en violarme. Me mataría para que no lo identificara. Aunque estaba exhausta por el constante batallar de casi una hora, mi resistencia obstinada también había causado sus estragos en él. Cansado y perplejo, finalmente se arrimó al borde de la carretera y con un empujón me sacó del auto. Otro conductor me recogió y me llevó a un hospital.

Pero, ¡había vencido! ¡No me había violado! ¡Fui la vencedora y no la víctima! Mi conciencia estaba limpia, mi amor propio y mi dignidad estaban intactos. ¡Y había mantenido mi integridad al Dios Todopoderoso, Jehová!

Con esto no quiero decir que durante mi estadía en el hospital me sentí con regocijo y noble. Estaba muy abatida, con dolores por todas partes y con un aspecto terrible. El miedo que no tuve durante el ataque ahora me venía como en marejadas. Pensamientos inútiles de lo que pudo haber sucedido continuaban llenándome la mente. Durante este tiempo fui interrogada por detectives de la policía y me horrorizó enterarme de que ¡hacía solo seis semanas que ese monstruo había salido bajo palabra de la prisión, después de haber cumplido una sentencia por ultraje sexual!

El día que salí del hospital, tuve que pasar por el trauma de ir a la estación de policía para, de entre una línea de detenidos, identificar a este hombre. Sí, mis intenciones eran las de acusarlo. Yo sentía que tenía una obligación para con las otras mujeres que él pudiera atacar, la de procurar que él recibiera castigo, y una obligación para conmigo misma de corregir el mal cometido y reasegurar que mi vida estaba bajo mi control. Fue fácil identificarlo. ¡Era el que tenía vendas en la cara y una mano enyesada!

Durante mi estadía en el hospital, así como en las semanas subsiguientes en mi casa, derivé consuelo de las muchas tarjetas, cartas y visitas que recibí de mis compañeros creyentes de las congregaciones de los testigos de Jehová de la localidad. Algunos dijeron que estaban orgullosos de mí. Otros no sabían qué decir, pero con su visita mostraron que se interesaban en mí. Algunos me llamaron una heroína, lo que, modestia aparte, no soy. Sin poder huir del peligro, simplemente puse en práctica lo que había aprendido en mi estudio de la Biblia, y me dio resultado.

Como cualquier otra persona común, necesité ánimo y consuelo durante mi recuperación. Tuve días de mucha tristeza. Por algún tiempo no quise andar en público. Aunque algunos días podía presentar una fachada de valentía, mi esposo puede atestar que a veces temblaba sin poder hallar consuelo cuando mi mente y corazón se esforzaban por procesar esta pesadilla y relegarla al olvido. Quizás lo que más contribuyó a mi recobro fue el saber que con la ayuda de Jehová Dios yo hice lo más que pude para hacer lo correcto. En los momentos de mayor lucidez, aun hallé alguna razón para regocijarme. Vez tras vez estos versículos bíblicos me daban consuelo:

“En caso de que hubiera una muchacha virgen comprometida con un hombre, y un hombre realmente la hallara en la ciudad y se acostara con ella, entonces ustedes tienen que sacar a ambos a la puerta de aquella ciudad y lapidarlos con piedras, y ellos tienen que morir, la muchacha por razón de que no gritó en la ciudad, y el hombre por razón de que humilló a la esposa de su semejante. Así tienes que eliminar de en medio de ti lo que es malo. Sin embargo, si es en el campo donde el hombre halló a la muchacha que estaba comprometida, y el hombre la agarró y se acostó con ella, entonces el hombre que se acostó con ella tiene que morir solo, y a la muchacha no le debes hacer nada. La muchacha no tiene pecado merecedor de muerte, porque tal como cuando un hombre se levanta contra su semejante y verdaderamente lo asesina, sí, a un alma, así es en este caso. Porque fue en el campo donde la halló. La muchacha que estaba comprometida gritó, pero no hubo quien la socorriera”. (Deuteronomio 22:23-27.)

Estaba profundamente agradecida por saber estas simples palabras. Me habían enseñado cuál era mi deber moral. Impidieron que yo estuviera confusa e insegura. Gracias a ellas, supe exactamente qué hacer. Grité y me defendí. Confié en las instrucciones de la Biblia y me sirvieron de sostén.

Mi esposo y yo oramos con frecuencia; he recobrado las fuerzas y el equilibrio.

No deseo que ninguna otra mujer pase por la experiencia de un intento de violación, y mucho menos por la de una violación. Pero, según la publicación Uniform Crime Reports—Crime in the United States, edición de 1983, página 5, publicada por la Oficina Federal de Investigación de los Estados Unidos, cada 7 minutos en los Estados Unidos se comete una violación sexual. En mi caso, yo confié en Jehová, recordé sus palabras y grité. Además de eso, me defendí.

Con el tiempo, el violador que me atacó, que estaba libre bajo palabra, fue enjuiciado. El 7 de febrero de este año se le halló culpable de las siguientes ofensas criminales: tentativa de asesinato, robo con allanamiento de morada, tentativa de ultraje sexual y secuestro.

De manera que nuestra confianza valerosa en Dios debe siempre prevalecer por encima de cualquier temor al hombre. Hagamos nuestro el salmo de David a medida que damos sin cobardía nuestro apoyo a estas palabras: “En Dios he cifrado mi confianza. No tendré miedo. ¿Qué puede hacerme el hombre terrestre?”. (Salmo 56:11.)—Contribuido.

[Recuadro en la página 23]

Por qué resistir al atacante desde el mismísimo principio:

1. Esto pudiera asustarlo y hacer que se vaya

2. Puede que usted incapacite al atacante y pueda huir

3. Quizás el atacante pierda su impulso sexual o se canse y se retire

4. Puede que así usted llame la atención de otras personas y la auxilien

5. Tendrá una conciencia limpia. (Aun si la violaran, no perderá el amor propio ni su limpieza moral a los ojos de Dios)

6. Las heridas que usted le ocasione al atacante servirán para que la policía lo identifique más adelante (por ejemplo, partículas de piel que se encuentren metidas debajo de sus uñas)

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