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  • g87 22/11 págs. 8-9
  • La felicidad de dar incrementada por el agradecimiento del que recibe

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  • La felicidad de dar incrementada por el agradecimiento del que recibe
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¡Despertad! 1987
g87 22/11 págs. 8-9

La felicidad de dar incrementada por el agradecimiento del que recibe

PIENSE de nuevo en la pareja de recién casados mencionada en el primer artículo. ¿Puede verlos mientras examinan en privado cada regalo que han recibido, comentando sobre cómo cada artículo es justo lo que necesitaban? ¿Puede usted ver a la novia poniendo cuidadosamente los juegos de cama en un estante especial para tenerlos a la mano, los platos en el aparador, la cubertería en los cajones, el tostador sobre el mueble de la cocina a fin de que esté accesible para su uso diario?

Juntos cuelgan cuidadosamente cada cuadro en el mejor lugar, y colocan los relojes en las ubicaciones más convenientes. Adornan con uno de los manteles nuevos la mesa de comedor que han heredado. Las servilletas del juego, puestas en los servilleteros que les regalaron, añaden un toque de distinción.

Un regalo que aprecian en particular es el abrelatas eléctrico. La novia espera usar a menudo este práctico aparato. Fue el regalo de una querida amiga que ni siquiera podía permitirse el lujo de comprarse uno para ella. Y esta colcha, confeccionada por una tía de edad avanzada con manos artríticas. Le debe haber tomado meses hacer todo este bordado tan elaborado. ¡Qué obra de amor!

La pareja aprecia cada regalo. ¿Devolverlo y cambiarlo por otra cosa o por dinero? ¡Nunca! Ahora viene la parte más amorosa de todas: sus expresiones de “gracias”. ¿Se tomarán el tiempo para darlas?

¿Ha recibido usted un regalo material —de mucho o poco dinero—, un ramo de flores, una cesta de fruta, quizás una simple planta? ¿Hubo alguna amiga querida que limpiara su casa cuando usted estuvo enferma o que le hizo la comida cuando usted no podía? ¿Le dio las gracias?

Qué sencilla es la palabra “gracias”. Pero aun así, cuán a menudo se omite. Una vez un taxista devolvió la billetera de un hombre que la había olvidado en su taxi. ¡Qué regalo! El propietario tomó la billetera sin proferir palabra alguna. Imagínese cómo le sentó al taxista esta ingratitud. Se lamentó: “Si solamente me hubiera dicho ‘gracias’”.

Un número de esta revista habló de un grupo de estudiantes de enseñanza secundaria que habían formado un club con el propósito de ayudar a la gente. “Arreglaban los neumáticos pinchados de los automovilistas que se habían quedado en la carretera, les suministraban gasolina si se habían quedado sin ella inadvertidamente y les ayudaban de otros modos”, decía el artículo. Añade que ‘no cobraban por sus servicios. Solo les pedían a los automovilistas que escribieran una carta de agradecimiento para los archivos del club’. ¿Cuáles fueron los resultados? Un portavoz del club dijo: “Mire usted, hasta la fecha hemos recibido solamente dos cartas, aunque los registros del club muestran que hemos ayudado a más de ciento cincuenta automovilistas en los dos años que llevamos trabajando”.

¿Cuán profusamente le daría las gracias a alguien que le hubiera salvado la vida? Imagínese el regalo que esa persona le habría hecho. En una ocasión, un hombre arriesgó su vida para salvar a los pasajeros de un barco que naufragaba, arrancando de las garras de la muerte a diecisiete de ellos, después de lo cual, se le tuvo que llevar, extenuado, a su casa. Cuando años más tarde se le preguntó qué se le había quedado grabado de su valiente rescate, contestó: “Solo esto, señor: de los diecisiete que salvé, ni uno solo me dio las gracias”.

¿Es una señal de debilidad decir “gracias” por un acto de bondad, un regalo material o el regalo de la vida? Las personas de esa clase, ¿agradecerían algún día a Jehová Dios, el Gran Dador de la vida, su propia vida? Si no pueden dar las gracias a alguien a quien ven, ¿es probable que den las gracias a Aquel que no pueden ver? (1 Juan 4:20.)

¿Debe extrañar que a tantos de los jóvenes de hoy día se les haga difícil dar las gracias sinceramente por un regalo recibido o por un acto de bondad? Si los padres no dicen “por favor” y “gracias”, sus hijos probablemente tampoco lo harán.

La falta de aprecio es uno de los rasgos identificadores de que estamos viviendo en los “últimos días”. El apóstol Pablo advirtió: “En los últimos días se presentarán tiempos críticos, difíciles de manejar. Porque los hombres serán amadores de sí mismos, [...] desagradecidos”. (2 Timoteo 3:1, 2.)

¿Cómo mostrar aprecio?

El diseño y la venta de postales de agradecimiento es un gran negocio. Muchas de las postales expresan diversos sentimientos de manera hermosa. Es fácil comprarlas y enviarlas a los que nos han dado regalos o nos han hecho algún bien. Pero además, ¿no sería también amoroso y cortés añadir un toque personal, escribir en ellas de nuestro puño y letra palabras de agradecimiento, quizás mencionando el regalo recibido y cuánto nos ha gustado, y el gozo que va a suponer su uso?

Además de esto, cuando sea posible, ¿no apreciaría el dador una expresión alegre de gratitud, un apretón de manos, un abrazo afectuoso o cualquier otra demostración de afecto? Si nos quejamos de que no tenemos tiempo para ello, entonces pensemos en el tiempo, esfuerzo y dinero que el dador ha invertido en nuestro favor. La felicidad que el dador recibe al dar se incrementa por el agradecimiento que nosotros le demostramos.

Hacemos bien en recordar las palabras del mayor dador de todos, Jesús: “Hay más felicidad en dar que en recibir”. (Hechos 20:35.) Pronto, en el paraíso terrestre de justicia que se acerca, todos los humanos, no solo darán gracias diariamente a Jehová Dios por el don de la vida, sino que también se mostrarán aprecio unos a otros por sus actos de bondad. Que todos mostremos aprecio ahora y tengamos la aprobación tanto de Jehová como de nuestros semejantes.

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