El futuro de la religión en vista de su pasado
Parte 11: 2 a. E.C.-100 E.C. — La vía de la fe, la esperanza y el amor
“Las verdades más grandes son las más sencillas, y lo mismo sucede con los hombres más grandes.” (Julius y Augustus Hare, autores británicos del siglo XIX)
UNOS trescientos veinte años después de la muerte de Alejandro Magno, rey de Macedonia, nació un conquistador del mundo que fue más grande que él. Diferiría en dos importantes aspectos predichos en Lucas 1:32, 33: ‘Será llamado Hijo del Altísimo, y de su reino no habrá fin’. Este Gobernante fue Jesucristo, y no iba a seguir viviendo solo en las páginas polvorientas de los libros de historia.
Jesús fue un hombre sencillo que vivió una vida sencilla. No poseía ningún palacio ni se rodeó de los ricos y poderosos; tampoco contaba con grandes tesoros materiales. Nació en la pequeña aldea de Belén alrededor del mes de octubre del año 2 a. E.C. en el seno de una modesta familia judía y en circunstancias muy sencillas. Los primeros años de su vida pasaron sin apenas ningún acontecimiento notable. Aprendió el oficio de carpintero, “siendo hijo, según se opinaba, de José”. (Lucas 3:23; Marcos 6:3.)
Ni siquiera los que se burlan de la idea de que Jesús fuese el Hijo de Dios pueden negar que su nacimiento introdujo una nueva era, y nadie puede impugnar con éxito la declaración de la World Christian Encyclopedia tocante a que “el cristianismo se ha convertido en la religión más extendida y universal de la historia”.
No nueva, pero diferente
El cristianismo no fue una religión del todo nueva ya que sus raíces se hundían profundamente en la religión de los israelitas y se alimentaban de la Ley escrita de Jehová Dios. Aun antes de que Israel llegase a ser una nación, sus antepasados Noé, Abrahán y Moisés ya habían practicado la adoración a Jehová, la cual, en realidad, era una continuación de la religión más antigua de todas: la adoración verdadera al Creador tal y como se practicaba en el principio en Edén. No obstante, los líderes nacionales y religiosos de Israel permitieron que la religión falsa con visos babilónicos se infiltrara en su adoración y la contaminara. La World Bible indica a este respecto: “Al tiempo del nacimiento de Jesús, la congregación judía estaba contaminada de hipocresías y llena de formalismos que oscurecían las subyacentes verdades espirituales pronunciadas por los grandes profetas hebreos”.
En comparación con las complejas doctrinas humanas agregadas a la fe judía, las enseñanzas de Jesús se distinguían por su sencillez. Pablo, uno de los misioneros cristianos más enérgicos que hubo en el primer siglo, lo indicó cuando habló de las principales cualidades del cristianismo: “Permanecen la fe, la esperanza, el amor, estos tres; pero el mayor de estos es el amor”. (1 Corintios 13:13.) Otras religiones también hablan de la “fe, la esperanza y el amor”, pero el cristianismo es distinto. ¿En qué?
¿En qué y en quién hay que ejercer fe?
Jesús puso de relieve la necesidad de ‘ejercer fe en Dios’, Aquel a quien llamó el Creador. (Juan 14:1; Mateo 19:4; Marcos 13:19.) De modo que el cristianismo difiere del jainismo y del budismo, ya que tanto uno como otro rechazan la idea de un Creador y afirman que el universo siempre ha existido. Y como Cristo habló del “único Dios verdadero”, es obvio que no creía en una multitud de dioses verdaderos, como enseñaban las religiones de las antiguas naciones de Babilonia, Egipto, Grecia y Roma, o como todavía enseña hoy día el hinduismo. (Juan 17:3.)
Jesús explicó que el propósito de Dios era que él entregase “su alma en rescate en cambio por muchos” para “salvar lo que estaba perdido”, a fin de que ‘todo el que ejerza fe en él no sea destruido, sino que tenga vida eterna’. (Marcos 10:45; Lucas 19:10; Juan 3:16; compárese con Romanos 5:17-19.) La creencia del cristianismo en que para expiar los pecados es necesaria una muerte sacrificatoria difiere del punto de vista sintoísta, que ni siquiera reconoce la existencia del pecado original o inherente.
Jesús enseñó que solo hay una fe verdadera y aconsejó: “Entren por la puerta angosta; porque ancho y espacioso es el camino que conduce a la destrucción, y muchos son los que entran por él; mientras que angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la vida, y pocos son lo que la hallan”. (Mateo 7:13, 14.) El libro Imperial Rome dice: “Los cristianos [primitivos] insistían en que eran los únicos que poseían la verdad y en que todas las demás religiones [...] eran falsas”. Es obvio que esta actitud difiere de la del budismo e hinduismo, que consideran que todas las religiones son buenas.
¿Qué clase de esperanza?
La esperanza cristiana se centra en la promesa del Creador de que su gobierno resolverá los problemas del mundo. Por eso, desde el comienzo de su ministerio en el año 29 E.C., Jesús animó a la gente a tener “fe en las buenas nuevas” de que ‘el reino de Dios se había acercado’. (Marcos 1:15.) A diferencia de las religiones orientales, como el chondokio, la enseñanza de Jesús no ponía el énfasis en que el nacionalismo fuese una manera de hacer realidad la esperanza cristiana. De hecho, Jesús rechazó toda insinuación que se le hizo para que participase en la política. (Mateo 4:8-10; Juan 6:15.) Es obvio que no llegó a la conclusión —como hacen muchos líderes judíos— de que “la humanidad debe ayudar activamente a Dios a traer al Mesías”.
La esperanza cristiana incluye la perspectiva de disfrutar de vida eterna en la Tierra en condiciones justas. (Compárese con Mateo 5:5; Revelación 21:1-4.) ¿No es este un mensaje sencillo y fácil de captar? Pues para aquellos que tienen la mente embotada por el concepto budista del nirvana, del que la publicación The Faiths of Mankind [Las fes de la humanidad] dice que es una “cesación” y, sin embargo, “no aniquilación”, no es tan sencillo. Este libro afirma que, en realidad, “no es posible definir” el concepto del nirvana.
Amor: ¿a quién y de qué clase?
Jesús dijo que el mayor mandamiento era este: “Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. (Marcos 12:30.) ¡Qué diferente de las religiones que ponen en primer lugar la salvación humana, pero descuidan los intereses divinos! Jesús dijo que el segundo mandamiento en importancia era el de manifestar un amor positivo al prójimo. “Por lo tanto, todas las cosas que quieren que los hombres les hagan —aconsejó él—, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos.” (Mateo 7:12; 22:37-39.) Ahora observe cómo difieren estas palabras de la enseñanza negativa de Confucio: “Lo que no quieras para ti, no se lo hagas a otros”. ¿Qué clase de amor considera usted superior: el que evita que los demás le hagan daño, o el que les motiva a hacerle bien?
“Lo primero que define a un hombre realmente grande es su humildad”, dijo el escritor inglés del siglo XIX John Ruskin. Al ofrecer humildemente su vida a favor de los intereses del nombre y la reputación de su Padre y, en segundo lugar, a favor de la humanidad, Jesús manifestó amor a Dios y al hombre. No cabe duda de que esta actitud difiere mucho de las egocéntricas aspiraciones de divinidad de Alejandro Magno, de quien la Collier’s Encyclopedia dice: “No existe ninguna evidencia de que en alguna ocasión durante su vida, que puso en peligro repetidas veces, se plantease qué le sucedería a su pueblo después de su muerte”.
Algo que también ilustra el amor que Jesús tuvo a Dios y al hombre es que, a diferencia de sus contemporáneos hindúes no aprobó el sistema de discriminación de castas. Además, a diferencia de los grupos judíos que permitían que sus miembros se levantasen en armas contra gobernantes impopulares, Jesús advirtió a sus seguidores que “todos los que toman la espada perecerán por la espada”. (Mateo 26:52.)
La fe se demuestra con obras
El interés del cristianismo primitivo en la fe, la esperanza y el amor se manifestó en la conducta de sus miembros. A los cristianos se les dijo que ‘desechasen la vieja personalidad’, tan común entre la humanidad pecaminosa, y que ‘se vistiesen de la nueva personalidad que fue creada conforme a la voluntad de Dios en verdadera justicia’. (Efesios 4:22-24.) Y eso fue lo que ellos hicieron. Es de interés notar que el difunto Harold J. Laski, un científico y político inglés, dijo: “Verdaderamente, lo que determina el valor de un credo no es la habilidad que tienen para anunciar su fe aquellos que lo aceptan; lo que determina su valor es el poder que tiene para cambiar su comportamiento en la rutina de la vida cotidiana”. (Las cursivas son nuestras.) (Compárese con 1 Corintios 6:11.)
Imbuidos de una fe inquebrantable y una esperanza bien fundada, y movidos por un amor auténtico, los cristianos primitivos se dispusieron a obedecer el último mandato que Jesús les dio antes de ascender al cielo: “Vayan, por lo tanto, y hagan discípulos de gente de todas las naciones [...], enseñándoles a observar todas las cosas que yo les he mandado”. (Mateo 28:19, 20.)
En el Pentecostés del año 33 E.C., se derramó el espíritu de Dios sobre ciento veinte discípulos cristianos reunidos en un cuarto superior de Jerusalén. ¡Había nacido la congregación cristiana!a Aquel día, sus miembros fueron dotados milagrosamente de la habilidad de hablar en lenguas extranjeras, lo que les permitió comunicarse con los judíos y prosélitos procedentes de otros países que estaban en Jerusalén para asistir a la fiesta. (Hechos 2:5, 6, 41.) ¡Y qué resultados produjo aquello! En un solo día, la cantidad de cristianos pasó de unos ciento veinte a más de tres mil.
Aunque Jesús limitó su predicación en especial a los judíos, poco después del Pentecostés, se usó al apóstol cristiano Pedro para abrir “el Camino”, o la vía, a los samaritanos —quienes acataban los cinco primeros libros de la Biblia—, y después, en el año 36 E.C., a todos los no judíos. Pablo llegó a ser “apóstol a las naciones” y emprendió tres viajes misionales. (Romanos 11:13.) Así se formaron congregaciones que fueron floreciendo. “Su celo por diseminar la fe no tenía límites”, dice el libro From Christ to Constantine, y añade: “La testificación cristiana, además de estar muy extendida, era eficaz”. Estalló persecución contra los cristianos, pero al igual que el viento aviva las llamas, esta ayudó a diseminar el mensaje. El libro bíblico de Hechos relata una emocionante historia de la imparable actividad cristiana durante los albores del cristianismo.
“¡Este no es el cristianismo que yo conozco!”
¿Reacciona usted así al oír este relato de los comienzos del cristianismo? ¿Ha notado que en lugar de poseer una fe firme, muchos de los que hoy día profesan ser cristianos están llenos de dudas e inseguros de lo que creen? ¿Se ha dado cuenta de que en lugar de tener esperanza, muchos de ellos se sienten atemorizados y vacilantes respecto al futuro? ¿Y se ha percatado de que, como lo expresó el satírico inglés del siglo XVIII Jonathan Swift, “tenemos justo la religión suficiente para hacer que nos odiemos, pero no la suficiente para hacer que nos amemos unos a otros”?
Pablo predijo que se producirían estas circunstancias tan negativas. Iban a levantarse “lobos opresivos” —líderes religiosos que serían cristianos solo de nombre— que ‘hablarían cosas aviesas para arrastrar a los discípulos tras de sí’. (Hechos 20:29, 30.) ¿Cuán trascendental sería esto? Nuestro próximo número lo explicará.
[Nota a pie de página]
a Los no creyentes oyeron que se hacía referencia al cristianismo por el término “el Camino”. “Fue primero en Antioquía [probablemente entre diez y veinte años después] donde a los discípulos por providencia divina se les llamó cristianos.” (Hechos 9:2; 11:26.)
[Fotografía en la página 24]
El cristiano tiene fe en un Dios vivo
[Fotografías en la página 25]
La esperanza del cristiano se enfoca en un paraíso terrestre restaurado
El amor cristiano es imparcial a la hora de ayudar a otros a servir a Dios