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¡Despertad! 1990
g90 8/3 págs. 9-12

La Iglesia católica en España. La crisis

“Siembran viento, y recogerán torbellinos.” Oseas 8:7, Sagrada Biblia, Editorial Herder (1972), Serafín de Ausejo.

EL 20 de mayo de 1939, en la iglesia de Santa Bárbara (Madrid), el general Franco entregó la espada de su victoria al cardenal Gomá, primado de España. El Ejército y la Iglesia celebraron juntos aquel triunfo al que el Papa se refirió como la “deseada victoria católica”. La guerra civil había terminado y parecía que se volvía a los albores del catolicismo español.

La triunfante Iglesia recibió generosos subsidios del Estado, el control de la educación escolar y amplios poderes de censura sobre todo lo que no favoreciese al catolicismo nacional. No obstante, la arrolladora cruzada militar y religiosa también había sembrado las semillas de la decadencia de la Iglesia.

A los ojos de muchos españoles, la Iglesia estaba implicada en las atrocidades de las fuerzas victoriosas. Es cierto que, durante los primeros años de la posguerra, la mayor parte de la población asistía a misa y que a todo el que desease conseguir trabajo o una promoción, mejor le era ser un buen católico. No obstante, ¿habían fomentado las fuerzas armadas y la presión política una verdadera fe?

Cuarenta años después, una serie de crisis darían respuesta a esa pregunta.

Crisis de fe: Para 1988, tan solo tres de cada diez españoles admitían practicar habitualmente la religión católica, y la mayoría de los españoles se consideraban “menos religiosos que hace diez años”. Una encuesta realizada para El Globo, un semanario español, indicó que aunque la mayoría de los españoles creen en Dios, menos de la mitad están convencidos de que hay vida después de la muerte. Lo más sorprendente de todo fue descubrir que una de cada diez personas que se autodefine como católica practicante no cree en la existencia de un Dios personal.

Crisis de vocaciones: España solía enviar sacerdotes a todas partes de la Tierra. Hace treinta años, se ordenaba a 9.000 sacerdotes al año. Hoy día, la cantidad de vocaciones anuales se ha visto reducida a algo más de mil al año, y muchos seminarios grandes están vacíos. Como resultado, la media de las edades de los sacerdotes españoles es cada vez más alta: el 16% tiene en la actualidad más de setenta años, mientras que solo el 3% tiene menos de treinta.

Crisis de fondos: La nueva constitución española separa Iglesia y Estado. Antes, a la Iglesia católica se le asignaban automáticamente generosos subsidios estatales. El actual gobierno ha introducido un nuevo sistema mediante el cual, según lo desee el contribuyente, se asigna a la Iglesia, o a alguna obra social que lo merezca, un pequeño porcentaje de los impuestos de cada persona. Fue sorprendente que solo uno de cada tres contribuyentes optaran por que fuese la Iglesia la que recibiese su dinero. Esto fue un golpe para la Conferencia Episcopal, pues habían calculado que serían casi el doble los que asignarían este “impuesto religioso” a la Iglesia. Eso significa que todavía falta mucho para que la Iglesia sea sostenida por los miembros que la constituyen.

Mientras tanto, parece que el gobierno, aunque a disgusto, tendrá que continuar subvencionando a la Iglesia con unos 14.000 millones de pesetas ($120 millones [E.U.A.]) anuales. No todos los católicos están satisfechos con esta situación. Un teólogo español, Casiano Floristán, indicó que “una Iglesia que no recibe adecuadas aportaciones económicas de sus fieles, o no tiene fieles, o no es Iglesia”.

Crisis de obediencia: Esta crisis afecta tanto a los sacerdotes como a los feligreses. Los sacerdotes y teólogos más jóvenes acostumbran a interesarse en cuestiones sociales más bien que religiosas. Sus tendencias “progresistas” chocan con la conservadora jerarquía española y también con el Vaticano. Un ejemplo típico es el de José Sánchez Luque, un sacerdote de la provincia de Málaga que opina que “la Iglesia no tiene un monopolio de la verdad” y que debería “orientar a los ciudadanos, pero sin dominar”.

Muchos católicos españoles piensan lo mismo. De hecho, solo una tercera parte de los católicos españoles están de acuerdo en líneas generales con lo que dice el Papa y la opinión que les merecen los obispos españoles es aún menos favorable. De los católicos entrevistados en una encuesta reciente, una cuarta parte dijo que ‘pasaba de obispos’, mientras que el 18% comentó que no entendía lo que los obispos decían.

“Una segunda evangelización”

Frente a esta situación tan alarmante, los obispos españoles publicaron en 1985 una extraordinaria serie de confesiones. Entre otras cosas, admitieron:

“Hemos velado más bien que revelado

el genuino rostro de Dios.”

“Tal vez hemos encadenado

la palabra de Dios.”

“No todos hemos presentado

íntegramente el mensaje de Jesús.”

“Nos hemos fiado poco de Dios y

hemos puesto demasiada confianza

en los poderes de este mundo.”a

Los obispos también reconocieron que el país está cada vez más secularizado, es decir, más desconectado de la religión, por lo que recomendaban una “segunda evangelización” de España. Sin embargo, pocos obedecieron su llamamiento. Dos señoras católicas que se decidieron a ir de casa en casa recibieron una sorpresa. Emplearon más tiempo en explicar a los amos de casa que no eran testigos de Jehová, que en dar su mensaje católico.

Esto no debería ser causa de sorpresa, pues el año pasado los testigos de Jehová dedicaron más de dieciocho millones de horas a visitar los hogares de los españoles en una obra verdadera de evangelización a escala nacional. Todos los Testigos —al igual que los cristianos del primer siglo— sienten la obligación moral de “[realizar] la función de evangelizador”. (2 Timoteo 4:5, Biblia de Jerusalén.) Y aunque la mayoría de la gente se muestra apática con respecto a la Iglesia, son bastantes las personas que sí escuchan con interés el evangelio —es decir, las buenas nuevas— del reino de Dios que ellos predican.

Por ejemplo, Benito, un hombre de edad avanzada, cuando estalló la guerra civil se encontraba en la zona controlada por los militares insurrectos. Se alistó en el ejército porque le obligaron, pero en su interior él pensaba que no estaba bien tomar las armas. No podía aceptar que aquello fuese una “guerra santa”. En lugar de matar a su prójimo, se disparó deliberadamente en la mano para no poder apretar un gatillo.

Cuarenta años después, él y su esposa empezaron a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová. Benito se alegró mucho de aprender que Dios mismo insta a su pueblo a “batir sus espadas en rejas de arado”, tal como su conciencia le había dictado muchos años atrás. (Isaías 2:4.) A pesar de su precaria salud, al poco tiempo él también estaba realizando la función de evangelizador.

“Una hermosa burbuja”

Gloria era una católica que se había resignado a adorar a Dios a su manera. Durante años, había dedicado su vida a la Iglesia ejerciendo de monja misionera en Venezuela, pero estaba decepcionada por no poder encontrar respuestas a sus preguntas respecto a doctrinas de la Iglesia, como la de la Inmaculada Concepción de María, el purgatorio y la Trinidad.

Siempre que hacía preguntas, se le decía que se trataba de un misterio. “¿Por qué nos hace Dios las cosas tan incomprensibles?”, se preguntaba. En cierta ocasión, le dijeron que si hubiese vivido en los tiempos de la Inquisición, la hubiesen quemado. “Y no lo dudo”, reconoció.

Todos esos desaires fueron la causa de que ella se mostrase escéptica cuando los testigos de Jehová la visitaron. Sin embargo, cuando se dio cuenta de que apoyaban con las Escrituras todo lo que enseñaban y de que por fin podía comprender el mensaje de Dios para la humanidad, se llenó de alegría. Ahora dedica mucho de su tiempo a predicar las buenas nuevas del reino de Dios.

“Cuando recuerdo las ceremonias religiosas de la Iglesia católica —dice Gloria—, las asemejo a una hermosa burbuja de jabón de lindos colores, pero hueca, que si se quiere investigar, se desvanece.”

Benito, Gloria y miles de testigos de Jehová españoles han encontrado verdadero refrigerio espiritual al dirigirse a las aguas no adulteradas de la verdad contenida en las Santas Escrituras. Este refrigerio no lo aportaba la Iglesia española, esa antigua institución tan rica en tradición pero tan pobre en contenido espiritual, tan poderosa por siglos pero tan incapaz ahora de mitigar la apatía de su menguante rebaño.

En cierta ocasión, refiriéndose a la necesidad de identificar y evitar el error religioso, Jesucristo dijo: “No os fiéis de los que se hacen pasar por profetas: se acercan a vosotros vestidos con pieles de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los reconoceréis. [...] En una palabra, por sus frutos los reconoceréis”. (Mateo 7:15-20, Nou Testament, Editorial Claret.)

Dejamos que el lector juzgue por sí mismo los frutos del catolicismo español.

[Nota a pie de página]

a En una asamblea de obispos y sacerdotes celebrada en 1971 se hizo otra confesión, que, aunque no fue aceptada por la mayoría requerida —las dos terceras partes—, sí fue apoyada por más de la mitad. Decía así: “Humildemente reconocemos, y pedimos perdón por ello, que en el momento necesario no supimos ser verdaderos ‘ministros de reconciliación’ en medio de nuestro pueblo desgarrado por una guerra fraticida”.

[Comentario en la página 12]

Obispos católicos propusieron una segunda evangelización de España, pero pocos respondieron

[Fotografía en la página 9]

Solo tres de cada diez españoles asisten con regularidad a la iglesia

[Fotografía en la página 10]

El templo de la Sagrada Familia en Barcelona está todavía inacabado después de más de cien años de construcción y de pedir donativos

[Reconocimiento]

Fotografía: Godo-Foto

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