Transfusiones. ¿Pasaporte a la vida?
EN 1941 el doctor John S. Lundy estableció una norma para las transfusiones de sangre. Al parecer, sin el respaldo de prueba clínica alguna dijo que cuando la hemoglobina —el componente sanguíneo que transporta el oxígeno— baja hasta un nivel de 10 gramos o menos por cada decilitro de sangre, el paciente necesita una transfusión. Desde entonces esa cifra se convirtió en una norma para los médicos.
Pero la norma de los 10 gramos ha estado en tela de juicio por casi treinta años. En 1988 la revista The Journal of the American Medical Association afirmó rotundamente que no hay pruebas que la apoyen. Según el anestesiólogo Howard L. Zauder, esa afirmación se encuentra hoy “al amparo de la tradición, oculta en la penumbra y sin pruebas clínicas o experimentales que la justifiquen”. Otros simplemente dicen que se trata de un mito.
A pesar del descrédito que ha sufrido, ese mito sigue reverenciándose en muchos lugares como una directriz sensata. Muchos anestesiólogos y otros médicos, cuando el nivel de hemoglobina es inferior a 10 gramos administran casi automáticamente una transfusión para combatir la anemia.
Seguramente, esto ayuda a explicar el uso excesivo que se da a la sangre y sus derivados hoy día. La doctora Theresa L. Crenshaw, que sirvió en la Comisión Presidencial sobre la Epidemia del Virus de Inmunodeficiencia Humana, calcula que tan solo en Estados Unidos se administran anualmente unos dos millones de transfusiones innecesarias y que podrían evitarse aproximadamente la mitad de todas las transfusiones de sangre procedentes de bancos. El Ministerio de Sanidad y Seguridad Social de Japón criticó “el uso indiscriminado de transfusiones” que se hace en ese país, así como la “fe ciega en su eficacia”.
El problema de intentar corregir la anemia con una transfusión es que esta puede ser más mortífera que la anemia misma. Los testigos de Jehová, que rechazan las transfusiones de sangre ante todo por razones religiosas, han ayudado a demostrar la veracidad de esta afirmación.
Es posible que haya leído en titulares de periódicos que un testigo de Jehová murió por no aceptar una transfusión de sangre. Lamentablemente, tales noticias raras veces narran todos los detalles. Lo que muchas veces provoca la muerte del Testigo es precisamente la negativa del médico a operar o a hacerlo con suficiente prontitud. Hay cirujanos que rehúsan operar si no tienen libertad para transfundir sangre en el caso de que el nivel de hemoglobina descienda por debajo de diez. No obstante, muchos cirujanos han operado con éxito a Testigos con niveles de hemoglobina de cinco, dos y hasta menos. El cirujano Richard K. Spence dice: “Lo que he visto con los Testigos es que el hecho de tener un nivel de hemoglobina más bajo no tiene relación alguna con la mortalidad”.
Gran número de alternativas
“Sangre o muerte.” Así es como algunos médicos presentan las alternativas a las que se enfrenta el paciente Testigo. Sin embargo, lo cierto es que hay muchas alternativas a la transfusión de sangre. Los testigos de Jehová no quieren morir, sino que desean un tratamiento alternativo. Pero como la Biblia prohíbe la ingestión de sangre, no consideran que las transfusiones sean la alternativa a la muerte.
En junio de 1988 el informe titulado Report of the Presidential Commission on the Human Immunodeficiency Virus Epidemic (Informe de la comisión presidencial sobre la epidemia del virus de inmunodeficiencia humana) proponía que a todos los pacientes se les concediese precisamente lo que los Testigos habían solicitado por años, a saber, que “el consentimiento informado para una transfusión de sangre o sus componentes debería incluir una explicación de los riesgos implicados [...] e información acerca de alternativas apropiadas a la terapia de transfusión de sangre homóloga”.
En otras palabras, a los pacientes debería dárseles otra opción. Una de tales opciones es un tipo de transfusión de sangre autóloga que consiste en recuperar la propia sangre del paciente durante la operación y retornarla a su torrente circulatorio. Cuando ese proceso no es más que una extensión del propio sistema circulatorio del paciente, la mayoría de los Testigos lo aceptan. Los cirujanos también recalcan el valor de incrementar el volumen sanguíneo del paciente con ensanchadores no sanguíneos y dejar que el organismo reponga sus propios glóbulos rojos. Tales técnicas se han empleado en lugar de la transfusión sin que aumentase la mortalidad. Es más, han reducido los riesgos.
Recientemente se ha aprobado para uso limitado un fármaco prometedor denominado eritropoyetina recombinante, que obliga al cuerpo a acelerar la producción de glóbulos rojos o, en otras palabras, ayuda a la persona a producir más sangre.
Los científicos todavía están buscando un sustituto eficaz para la sangre que imite su sobresaliente capacidad de transportar oxígeno. En Estados Unidos los fabricantes de tales sustitutos encuentran difícil que aprueben sus productos. En cambio, como objetó uno de esos fabricantes: “Si se le ocurriese llevar sangre a la FDA [Administración para los Fármacos y los Alimentos] para que aprobaran su uso, es tan tóxica que ni siquiera la analizarían”. Aún así, hay grandes esperanzas de que se descubra un producto químico eficaz que pueda ser aprobado como sustituto para la sangre, capaz de transportar oxígeno.
De modo que hay otras opciones. Las que se han mencionado aquí no son más que una muestra de las existentes. Como escribió en la revista Emergency Medicine el doctor Horace Herbsman, profesor de cirugía clínica: “Está [...] bastante claro que tenemos alternativas a la reposición de la sangre. De hecho, es posible que de nuestra experiencia con los testigos de Jehová se pueda interpretar que no necesitamos depender de las transfusiones sanguíneas, con todas sus posibles complicaciones, tanto como antes pensábamos”. Por supuesto, nada de todo esto es nuevo. La revista The American Surgeon comentó: “El hecho de que se puede practicar cirugía mayor con éxito sin transfusiones sanguíneas ha sido ampliamente documentado en los últimos veinticinco años”.
Pero si se sabe que la sangre es peligrosa y además existen alternativas seguras para no tener que utilizarla, entonces ¿por qué se administran innecesariamente transfusiones a millones de personas, muchas sin que ellas lo sepan y otras hasta en contra de su voluntad? El informe de la comisión presidencial sobre el sida indica que la razón se debe en parte a que a los médicos y los hospitales no se les ha informado de las alternativas. Pero también atribuye la culpa a otro factor: “Algunos bancos de sangre regionales son reacios a promover estrategias que minimicen el uso de terapias de transfusión, pues la venta de sangre y hemoderivados constituye su principal fuente de ingresos”.
En otras palabras: la sangre es un gran negocio.