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¡Despertad! 1990
g90 22/11 págs. 7-13

Adiestramiento de las células T y B

LAS células T y las células B no pueden ir directamente a la guerra después de salir de la médula ósea. Su armamento es ultramoderno, lo que obliga a un adiestramiento de alta tecnología antes de salir a luchar. Las células T se dedicarán a la guerra biológica, mientras que las B se especializarán en misiles dirigidos. Ambas se entrenan en las escuelas técnicas del sistema inmunológico.

Con este fin, la mitad del millón de linfocitos que se produce cada minuto en la médula ósea va hasta el timo —una pequeña glándula situada detrás del esternón— para recibir entrenamiento como células T. A este respecto, el libro The Body Victorious comenta: “Los linfocitos que asisten a la escuela de adiestramiento técnico del timo son las células auxiliares, las supresoras y las asesinas, llamadas linfocitos T (o células T) y constituyen los elementos indispensables de las fuerzas armadas del sistema inmunológico”.

Cada célula produce diez mil anticuerpos por segundo

El libro The Body Victorious explica: “La otra mitad de los linfocitos no entrenados” son células B que van hasta los nódulos linfáticos y tejidos relacionados para ser adiestradas en la fabricación y lanzamiento de misiles dirigidos que reciben el nombre de anticuerpos. Cuando las células B “se agrupan en estos tejidos, son como páginas en blanco: no saben nada y deben aprender desde cero” para “adquirir la capacidad de reaccionar de forma específica contra sustancias ajenas al cuerpo”. En los nódulos linfáticos una célula B madura, activada por células T auxiliares y antígenos relacionados, “prolifera y se diferencia para formar células plasmáticas que segregan anticuerpos idénticos con especificidad única a un ritmo de aproximadamente diez mil moléculas por segundo en cada célula”. (Immunology.)

Para ayudarnos a comprender la magnitud del trabajo que efectúa nuestro sistema inmunológico, un artículo del National Geographic de junio de 1986 detalla el desafío al que se enfrenta el timo: “A medida que las células T maduran en el timo, una de ellas aprende de alguna forma a reconocer los antígenos de, por ejemplo, el virus de la hepatitis, otra aprende a identificar antígenos de una variedad de la gripe, una tercera a detectar el rinovirus 14 [un virus del resfriado], y así sucesivamente”. Después de hablar sobre “la inmensa tarea a la que se enfrenta el timo”, el artículo explica que en la naturaleza hay antígenos “con centenares de millones de formas diferentes, por lo que el timo debe producir grupos de células T que reconozcan a cada una. [...] De hecho, produce a gran ritmo decenas de millones. Aunque solo unas pocas reconozcan a un antígeno en particular, el número de células inspectoras es lo bastante grande como para identificar la variedad casi infinita de antígenos que produce la naturaleza”.

Mientras algunas de las células T auxiliares estimulan a los macrófagos a multiplicarse, otras situadas en los nódulos linfáticos se fijan a las células B situadas allí y hacen que se multipliquen. Muchas se convierten en células plasmáticas. De nuevo, las células T han de tener los receptores apropiados que se unan a las células B y las motiven a formar células plasmáticas, que a su vez producen millones de anticuerpos cada segundo.

Como cada célula plasmática fabrica un tipo único de anticuerpo, con un receptor específico para cada antígeno patógeno, pronto hay billones en las líneas de batalla que apuntan hacia los antígenos de una enfermedad específica. Se fijan a los invasores, los detienen, hacen que se reagrupen y los convierten en presas más apetecibles para los fagocitos, lo que, unido a ciertas sustancias químicas liberadas por las células T, produce en los macrófagos un hambre insaciable, haciendo que engullan a millones de microorganismos invasores.

Además, los propios anticuerpos pueden provocar la muerte de estos microorganismos. Una vez que se han fijado a sus antígenos superficiales, hay moléculas proteicas especiales, llamadas factores de complemento, que se agrupan en la superficie del germen. Cuando hay suficientes factores de complemento, penetran en la membrana del microorganismo y producen un líquido que hace que la célula reviente y muera.

Estos anticuerpos, desde luego, deben poseer los receptores correspondientes que les permitan fijarse a los invasores. A este respecto el 1989 Medical and Health Annual de la Encyclopædia Britannica, página 278, explica que las células B son capaces de “producir entre cien millones y mil millones de anticuerpos diferentes”.

Las células asesinas T declaran la guerra biológica

Al llegar a esta etapa, las células auxiliares T han reclutado millones de macrófagos basureros que engullen enemigos y animan a las células B y a sus anticuerpos a que se unan a la lucha contra los invasores, pero las células auxiliares T aún llaman a más refuerzos. Ordenan unirse a la batalla a millones de los más fieros luchadores: las células asesinas T.

El propósito de los virus, bacterias y parásitos es introducirse en las células corporales, ya que una vez dentro están a salvo de los macrófagos y de las células B con sus anticuerpos. Sin embargo, no están a salvo de las células asesinas T, ya que si una de estas células infectadas tan solo roza a una célula asesina T, esta acribillará a la célula infectada con proteínas letales, destruirá su ADN y derramará su contenido hasta que muera. De esta forma, las células asesinas T pueden atacar y destruir incluso a células mutantes o que se hayan vuelto cancerosas.

Además de las células asesinas T, hay otras células asesinas en el armamento del sistema inmunológico humano, a saber, las células citotóxicas. A diferencia de las células B y T, no necesitan ser activadas por un antígeno específico. Las células cancerosas y las células invadidas por otros virus son vulnerables a sus ataques. Pero su esfera de acción no se limita a los virus, pues sus “principales objetivos son las células tumorales y quizás células que hayan sido infectadas por agentes que no sean virus”, afirma Scientific American en su número de enero de 1988.

¿Cómo se enfrentan estos luchadores a los microorganismos invasores? ¿Es pura casualidad? No. Nada se deja al azar, pues gracias al sistema linfático y a la corriente sanguínea, tanto los antígenos patógenos como las células T, B, los fagocitos y los anticuerpos circulan por todo el cuerpo. Los órganos linfoideos secundarios, como son los nódulos linfáticos, el bazo, amígdalas, glándulas adenoides, zonas de tejido especializado situadas en el intestino delgado y apéndice, son lugares de iniciación de la respuesta inmunológica. Los nódulos linfáticos desempeñan una función primordial. La linfa es el fluido que impregna las células de nuestros tejidos. Se produce en esos tejidos, se acumula en vasos sanguíneos de paredes finas y fluye hacia los nódulos linfáticos, continúa por el resto del sistema linfático y finalmente completa su circuito desembocando en las venas que llegan hasta el corazón.

A medida que los antígenos patógenos pasan a través de los nódulos linfáticos, se les filtra y atrapa. Los combatientes del sistema inmunológico tardan 24 horas en completar todo el circuito linfático, pero 6 de esas horas las pasan en los nódulos linfáticos. Allí se encuentran con los antígenos invasores que han sido atrapados y comienzan las batallas más duras. Asimismo, los antígenos enemigos que fluyen por la corriente sanguínea tampoco se escapan, pues son canalizados hacia el bazo, donde los agentes contra la enfermedad están a la espera.

Entonces termina nuestra guerra interna. Las fuerzas invasoras son derrotadas. El sistema inmunológico con más de un billón de leucocitos ha ganado. Es el momento de que actúen otro tipo de células T, a saber, las células T supresoras. Cuando ven que se ha ganado la guerra, dan por terminada la batalla y despiden a las fuerzas agresoras del sistema inmunológico.

Células con memoria y problemas de la inmunidad

Sin embargo, al llegar a este punto, las células B y las células T han realizado otro servicio vital: han producido células con memoria que circulan por la corriente sanguínea y los vasos linfáticos durante muchos años, en algunos casos durante toda la vida. Si alguna vez somos atacados por la misma variedad del virus de la gripe o del resfriado, o por cualquier otra sustancia extraña que nos hubiera atacado en el pasado, estas células con memoria la identificarán de inmediato y harán que el sistema inmunológico desencadene un ataque rápido y arrollador. En seguida producirán gran cantidad de células específicas de los tipos B y T que lanzarán el primer ataque contra ese agresor específico, por lo que se sofocará la nueva invasión antes de que llegue a ser importante. Un ataque que originalmente podría haber tardado tres semanas en solucionarse, de esta forma es vencido antes de que gane terreno alguno. La infección previa por este invasor específico nos hizo inmunes a él.

No obstante, el cuadro se complica debido a la existencia de diferentes variedades del virus de la gripe, que a menudo se originan en diferentes partes del mundo. Además, hay más de doscientas variedades diferentes del virus del resfriado y cada variedad tiene su antígeno específico. Por eso, debe haber unos doscientos tipos diferentes de células auxiliares T, cada uno con un receptor que se empareje con el antígeno de uno de los doscientos virus del resfriado. Pero eso no es todo. Los virus del resfriado y de la gripe están mutando constantemente, y cada vez que eso ocurre hay un nuevo antígeno de la gripe o del resfriado que requiere un nuevo receptor en una célula auxiliar T que se fije a él. El virus del resfriado sigue cambiando sus cerraduras, por eso la célula T ha de seguir buscando nuevas llaves.

Antes de criticar a los médicos que no pueden curar un resfriado común, hay que comprender el problema. Es probable que nos curemos del resfriado que tengamos en ese momento y no volvamos a ser atacados por él, pero surgirá una nueva mutación del virus y nuestro sistema inmunológico tendrá que producir una célula auxiliar T totalmente nueva que reagrupe a las fuerzas inmunológicas para la batalla. Sin embargo, una vez ganada la batalla, pronto comienza otra: la guerra es interminable.

Comunicación entre el cerebro y el sistema inmunológico

No es extraño que se haya comparado al sistema inmunológico con el cerebro. La investigación continúa demostrando que se comunican sobre nuestra salud y que la mente ejerce influencia sobre el cuerpo, lo que incluye al sistema inmunológico. Los siguientes comentarios muestran la interacción existente:

“Los inmunólogos están descubriendo más cosas sobre la relación entre el cuerpo y la mente, así como sobre los mecanismos de las enfermedades psicosomáticas.” (National Geographic, junio de 1986, página 733.)

La relación entre el sistema inmunológico y el cerebro se conoce, pero no se comprende bien. La tensión, la pérdida de un ser querido, la soledad y la depresión afectan el funcionamiento de los leucocitos, o de los linfocitos, lo que reduce la actividad de las células T. “La base biológica de estas interrelaciones sigue siendo en su mayor parte un misterio. Sin embargo, está claro que los sistemas nervioso e inmune están interrelacionados anatómica y químicamente.” (The Incredible Machine, páginas 217 y 219.)

“El sistema inmunológico [...] rivaliza con el sistema nervioso central en sensibilidad, especificidad y complejidad.” (Immunology, página 283.)

La revista Science comenta la relación entre el cerebro y el sistema inmunológico: “Gran cantidad de pruebas indican que los dos sistemas están íntimamente relacionados. [...] La conclusión a la que estamos llegando es que los sistemas nervioso e inmune están altamente integrados y son capaces de comunicarse entre sí para coordinar sus actividades” (8 de marzo de 1985, páginas 1190-1192).

Todo esto refleja la infinita sabiduría del Creador del sistema inmune y del cerebro. A su vez, hace que nos preguntemos si nuestro Creador, después de implantar en nosotros maravillas como el cerebro y el sistema inmunológico, nos programaría para morir. En realidad, Él no lo hizo; son los científicos los que dicen que estamos diseñados de esa forma. Nos dicen que las células se dividen —se crean más de doscientos millones en nuestro cuerpo cada minuto— para reemplazar a células viejas o desgastadas. Sin embargo, de acuerdo con los científicos, nuestras células no se dividirán más de cincuenta veces. Cuando perdemos más de las que podemos reemplazar, llega la vejez y la muerte.

Pero el hombre no fue creado para esto, sino que lo provocó él mismo. Fue creado para vivir, ser fructífero, multiplicarse, llenar la Tierra y cuidarla, siempre y cuando fuese obediente a su Creador. Por eso, se le advirtió: si desobedeces “muriendo morirás”. El primer hombre desobedeció, se sintió culpable y se ocultó, y desde entonces, la humanidad ha estado muriendo. (Génesis 1:26-28; 2:15-17, Biblia con referencias, nota al pie de página; Gé 3:8-10.)

Por otra parte, los sentimientos negativos persistentes con el tiempo llegan a ser “podredumbre a los huesos” y como también dice la Biblia, “un espíritu que está herido seca los huesos”. Una consecuencia es la disminución de la capacidad del sistema inmunológico, ya que se necesita una médula ósea sana para producir la gran cantidad de leucocitos necesarios para combatir una infección. (Proverbios 14:30; 17:22.)

Sin embargo, la muerte será reemplazada por vida, y un sistema inmunológico que funcione adecuadamente será un factor importante que contribuirá a ello. El propósito de Jehová de tener un paraíso terrestre lleno de humanidad justa y obediente se logrará mediante el sacrificio de rescate de Cristo Jesús. Entonces nadie enfermará, la muerte será eliminada y toda carne ‘se hará más fresca que en la juventud’. (Job 33:25; Isaías 33:24; Mateo 20:28; Juan 17:3; Revelación 21:4.) Entonces, el asombroso sistema inmunológico diseñado por Jehová nunca perderá la batalla contra los agentes invasores.

Incluso ahora, nuestro sistema inmunológico, con sus defectos, es un milagro de la creación. Cuanto más aprendemos sobre él, más nos asombra su maravilloso creador, Jehová Dios. Por eso, nos unimos al salmista David en su expresión inspirada: “Te elogiaré porque de manera que inspira temor estoy maravillosamente hecho. Tus obras son maravillosas, como muy bien percibe mi alma”. (Salmo 139:14.)

[Recuadro en la página 10]

El conocimiento aumenta, pero el enigma persiste

Desde que apareció el virus del sida y dirigió sus ataques principalmente contra el sistema inmunológico, se han multiplicado las investigaciones y el conocimiento se ha incrementado muchísimo. No obstante, el sistema inmunológico es tan maravillosamente complejo que gran parte de su funcionamiento sigue siendo un misterio, como muestran los siguientes comentarios hechos por inmunólogos.

El inmunólogo John Kappler afirma: “Este campo está progresando con tanta rapidez que cuando los artículos de investigación salen en prensa, la información ya está desfasada”. (Time, 23 de mayo de 1988, página 56.)

El inmunólogo Leroy Hood, del Instituto California de Tecnología, declara: “Hemos llegado a comprender bien cuáles son los componentes del sistema inmunológico, pero no sabemos casi nada sobre la programación que hace que el sistema funcione, es decir, los genes que dicen a las células lo que tienen que hacer”. Respecto a las señales químicas semejantes a hormonas que desencadenan la reacción, las linfocinas, Hood dice que las que han sido descubiertas hasta ahora “son solo la punta del iceberg”. (National Geographic, junio de 1986, página 732; Time, 23 de mayo de 1988, página 64.)

El investigador Edward Bradley declara: “Probablemente sabemos del sistema inmunológico tan poco como Colón sabía sobre América después de su primer viaje”. (National Geographic, junio de 1986, página 732.)

[Recuadro en la página 11]

Cuando surge la guerra civil

“La capacidad de distinguir lo perteneciente al individuo de lo extraño a él es el sello característico del sistema inmunológico.” (Immunology, página 368.) Pero cuando el sistema se descontrola —como sucede a veces— no consigue hacer la distinción y acaba por librarse una guerra civil, una lucha contra sí mismo. Las enfermedades que entonces se producen se denominan enfermedades autoinmunes. Se cree que la fiebre reumática, la artritis reumatoide, la esclerosis múltiple, la diabetes del tipo 1, la miastenia gravis y el lupus sistémico eritematoso tienen este origen.

Además, el sistema inmunológico a veces se equivoca al considerar a invasores inofensivos como enemigos peligrosos. La reacción alérgica puede provocarla un grano de polen, una partícula de polvo, pelo de animal o tan solo un poco de cangrejo. Se producen cantidades excesivas de agentes químicos potentes, como la histamina, para repeler sustancias que son inofensivas en sí mismas, por lo que las reacciones alérgicas pueden ser muy molestas: asma, estornudos, respiración forzada, goteo nasal y lacrimeo. En casos extremos, pueden provocar el llamado “shock anafiláctico”, condición que puede llegar a producir la muerte.

[Recuadro en la página 11]

El consumo de marihuana “desempeña un papel importante en debilitar el sistema inmunológico, porque limita el desarrollo de ciertos leucocitos”. (Industrial Chemist, noviembre de 1987, página 14.)

[Recuadro en la página 12]

Aumenta el número de pruebas en apoyo de que las transfusiones de sangre son perjudiciales para el sistema inmunológico. Cientos de trabajos científicos en los últimos años las han relacionado con la inmunosupresión. En un informe se comentaba que “una unidad de sangre es suficiente para producir inmunosupresión”. (Medical World News, 11 de diciembre de 1989, página 28.)

[Recuadro/Ilustraciones en las páginas 8, 9]

Tropas de defensa en las filas del sistema inmunológico

1. Fagocitos Células que comen. Son de dos clases: neutrófilos y macrófagos. Son basureros que consumen desperdicios inanimados, células muertas y otros tipos de basura, así como grandes cantidades de microbios invasores. Los macrófagos son más grandes, fuertes y resistentes que los neutrófilos, viven más e ingieren más microorganismos. Sin embargo, son mucho más que unidades de eliminación de basura, pues fabrican diferentes tipos de enzimas y agentes antimicrobianos y funcionan como enlaces de comunicación con otras células del sistema inmunológico e incluso con el cerebro.

2. MHC (complejo mayor de histocompatibilidad) Moléculas que recubren las células y las identifican como pertenecientes al cuerpo. En los macrófagos, el MHC despliega una parte de los antígenos de las víctimas que el macrófago ha ingerido, lo que estimula tanto a la célula auxiliar T como al macrófago a multiplicarse prodigiosamente para aumentar su número y combatir la infección.

3. Células T auxiliares Son los jefes de operaciones del sistema inmunológico, que identifican a los enemigos y estimulan la producción de otros guerreros, reclutándolos para que se unan a la batalla contra los invasores. Piden refuerzos entre los macrófagos, otras células T y B y estimulan la producción de células plasmáticas.

4. Linfocinas Proteínas similares a las hormonas, que incluyen las interleucinas y el gamma interferon, y que sirven para que las células inmunológicas se comuniquen entre sí. Activan reacciones vitales en el sistema inmunológico, potenciando su respuesta frente a los gérmenes patógenos.

5. Células asesinas T Destruyen las células en las que parasitan virus y microbios por medio de dispararles proteínas letales, con lo que acribillan sus membranas y hacen que las células se rompan. También eliminan las células que se han vuelto cancerosas.

6. Células B Bajo el estímulo de las células auxiliares T se incrementa el número de células B y algunas se dividen y transforman en células plasmáticas.

7. Células plasmáticas Producen millones de anticuerpos que circulan por todo el cuerpo como si fueran misiles teledirigidos.

8. Anticuerpos Cuando los anticuerpos encuentran antígenos en su camino, sus receptores se pegan a ellos, los agarran, detienen y hacen que se agrupen de manera que se conviertan en bocados apetecibles para los fagocitos. También pueden hacer el trabajo ellos mismos, con la ayuda de los factores de complemento.

9. Proteínas de complemento Una vez que los anticuerpos se han colocado sobre la superficie del microorganismo, las proteínas de complemento fluyen hacia ellas y les inyectan líquido, haciendo que revienten y mueran.

10. Célula supresora T Cuando se ha contenido la infección y el sistema inmunológico ha ganado la batalla, las células supresoras T entran en acción y utilizan señales químicas para frenar toda la variedad de respuestas inmunológicas. La batalla está ganada.

11. Células con memoria Para entonces, las células T y las células B han generado células con memoria que circulan por la corriente sanguínea y el sistema linfático durante años, incluso durante toda la vida. Si se produce otra invasión por el mismo tipo de organismo que había sido derrotado previamente, estas células preparan un ataque arrollador y la nueva invasión se aplasta con rapidez. De esta forma, el cuerpo se inmuniza frente a ese microorganismo específico. Este es el mecanismo que hace que las vacunas sean efectivas para eliminar enfermedades que constituyeron una plaga años atrás, como el sarampión, la viruela, la fiebre tifoidea, la difteria y otras.

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