Un mundo de jugadores
A LAS máquinas tragaperras se las conoce también en inglés por el nombre de one-armed bandits (bandoleros mancos). Pero a diferencia de los bandoleros de carne y hueso, no quitan el dinero por la fuerza a nadie, sino que la gente acude a ellas para que la desplumen.
Antes de la unificación, se contabilizaron en la República Federal de Alemania unas 420.000 tragaperras que cada año despojan afanosamente al pueblo alemán de unos 900 millones de dólares (E.U.A.). Cinco millones de germano occidentales se pasan una hora a la semana echando dinero en las máquinas, y 80.000 invierten en ello más de cinco horas a la semana.
En España, donde el juego está legalizado desde 1977, hay en la actualidad 750.000 máquinas tragaperras, mientras que 200.000 españoles son jugadores compulsivos. No obstante, para 1988, los españoles ya gastaban 25.000 millones de dólares al año en diferentes tipos de juegos de azar. En cuanto a los italianos, en 1989 se jugaron unos 12.000 millones de dólares, lo que equivale a unos 210 dólares por persona, incluidos los niños. Asimismo, en una sola semana de principios de 1990 gastaron 70 millones de dólares en las quinielas de fútbol.
En Estados Unidos, los jugadores gastaron más de 200.000 millones de dólares anuales tan solo en juegos de azar legales, por lo que el presidente de una cadena de casinos de dicho país dijo recientemente: “El juego es la industria que más deprisa crece en este país, y es tan grande como el presupuesto [militar] anual [de Estados Unidos]”. También atribuyó la afición de los estadounidenses por el juego al mismo “impulso filosófico” y carácter aventurero que impulsó a los descubridores y los colonizadores en el pasado de esa nación. Pero media un gran abismo entre el sueño del jugador de hacerse rico al instante y los años de sudores y trabajos que los exploradores y los colonizadores dedicaron a su arriesgado cometido.
La socióloga Vicki Abt dijo: “Las loterías juegan con la idea de que los premios no guardan relación con el esfuerzo”, modo de pensar que puede perjudicar mucho la calidad de vida. Deudas, pobreza, malos hábitos de trabajo, familias destrozadas... son los lamentables dividendos del juego. Para millones de personas, de los que una porción cada vez mayor son adolescentes, el juego se convierte en un impulso incontrolable. Sin la menor duda, la Biblia tiene razón cuando dice que “el amor al dinero es raíz de toda suerte de cosas perjudiciales”. (1 Timoteo 6:10.)