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¡Despertad! 1991
g91 22/2 págs. 3-6

Esfuerzos en pro de la unidad

Por el corresponsal de ¡Despertad! en Francia

¡VERGÜENZA! Sí, por vergüenza dio comienzo el movimiento ecuménico. ¿Vergüenza de qué? Del lamentable espectáculo que la cristiandad ofrecía al mundo no cristiano de ser una casa dividida contra sí misma.

En la primera asamblea celebrada por el CEI (Consejo Ecuménico de las Iglesias) su secretario general, el doctor W. A. Visser ’t Hooft, explicó: “Somos un Consejo de Iglesias, no el Consejo de una Iglesia indivisa. Nuestro nombre señala nuestra debilidad y vergüenza ante Dios pues, en definitiva, en la Tierra únicamente puede haber, y hay, una sola Iglesia de Cristo”.

Una enciclopedia católica francesa publicada recientemente admite: “En el siglo XIX se era más consciente del escándalo provocado por la división de las iglesias, en particular entre los misioneros, cuyo antagonismo mutuo contradecía el Evangelio que habían venido a predicar a los no cristianos. [...] El golpe decisivo se produjo con el desarrollo de las misiones de África y Asia, que sacaron a relucir las divisiones entre cristianos que obstaculizaban la evangelización”.

Sus comienzos

La palabra “ecuménico” se deriva del término griego oi·kou·mé·ne ([tierra] habitada). El movimiento ecuménico, que comenzó a mediados del siglo XIX, aspira a la unidad mundial de las iglesias de la cristiandad. Conscientes de las desventajas de que existan divisiones entre las iglesias, durante el siglo XIX y principios del siglo XX los reformadores organizaron diversas asociaciones interconfesionales.

La desunión que reinaba en la cristiandad afectaba de forma especial a los misioneros que habían sido enviados a convertir a los no cristianos. Debido a que las páginas de la historia de la Iglesia estaban salpicadas de sangre, no podían señalarlas como prueba de la superioridad de su religión. ¿Cómo justificarían la existencia de tantas iglesias, todas pretendiendo ser cristianas y citando de Jesús o del apóstol Pablo, siendo que ambos recalcaron la necesidad de que hubiese unidad cristiana? (Juan 13:34, 35; 17:21; 1 Corintios 1:10-13.)

Sin duda esa situación contribuyó a la formación del moderno movimiento ecuménico, que en 1910 convocó la primera Conferencia Misionera Mundial en Edimburgo (Escocia). Posteriormente, en 1921, se formó el Consejo Internacional de Misiones. A este respecto, la New Catholic Encyclopedia explica: “El Consejo Internacional de Misiones no solo se formó para difundir información sobre métodos misionales efectivos, sino también para mitigar el escándalo de las divisiones cristianas mediante evitar la competencia en los países no cristianos”.

La Iglesia católica muestra sus reservas

Sin embargo, ¿qué hizo la Iglesia católica romana para mitigar el escándalo de la división cristiana? En 1919 se le invitó a participar en un congreso sobre fe y constitución celebrado por varias iglesias donde se considerarían diferencias de doctrina y ministerio. Sin embargo, el papa Benedicto XV rechazó la invitación. En 1927, de nuevo recibió una invitación para participar en la Primera Conferencia Mundial sobre Fe y Constitución, celebrada en Lausana (Suiza). Delegados de varias iglesias protestantes y ortodoxas se reunieron para discutir los obstáculos a la unidad, pero el papa Pío XI prohibió la participación de los católicos.

En su artículo sobre el papa Pío XI, la New Catholic Encyclopedia dice: “La Santa Sede adoptó una actitud negativa hacia el movimiento ecuménico de la cristiandad no católica”. Esta actitud evolucionó hacia una franca hostilidad cuando, en 1928, el Papa promulgó su encíclica Mortalium animos, donde condenó el movimiento ecuménico y prohibió a los católicos dar cualquier apoyo al ecumenismo.

En 1948 se formó el CEI, que al momento de su fundación constaba de casi ciento cincuenta iglesias miembros, en su mayoría protestantes. Se incluyeron algunas iglesias ortodoxas orientales y posteriormente se unieron otras iglesias ortodoxas. Todas aceptaron como base doctrinal para ser miembros del CEI la siguiente declaración: “El Consejo Ecuménico de las Iglesias es una asociación fraternal de iglesias que confiesan al Señor Jesucristo como Dios y Salvador”. A pesar de esta clara fórmula trinitaria, el papa Pío XII declinó la invitación para que la Iglesia católica se uniera a este consejo ecuménico.

¿Cambia el catolicismo?

Juan XXIII, elegido Papa en 1958 a la edad de casi setenta y siete años, fue considerado por muchos católicos como tan solo un papa di passaggio o provisional. Sin embargo, fue él quien abrió las ventanas del Vaticano para que soplasen vientos de cambio que hasta el día de hoy causan revuelo en los círculos católicos. Una de sus primeras decisiones a principios de 1959 fue la de convocar un concilio ecuménico, lo que, en términos católicos, significaba una reunión general de los obispos de toda la Iglesia católica.

El propósito de este concilio era, en primer lugar, “poner al día a la Iglesia” y, en segundo lugar, “abrir el camino hacia la reunión de los hermanos separados de Oriente y Occidente en el un solo rebaño de Cristo”. En consonancia con este segundo propósito, en el año 1960 el papa Juan XXIII estableció en el Vaticano el Secretariado para Fomento de la Unión entre los Cristianos, que fue aclamado como “el primer reconocimiento oficial que hace la Iglesia católica romana de la existencia del movimiento ecuménico”.

No cabe duda de que parecían soplar vientos de cambio. Sin embargo, ¿estaba la curia romana —el poderoso grupo de prelados que componen el gobierno administrativo de la Iglesia— a favor de estos cambios? Y en caso afirmativo, ¿qué concepto tenían de la unidad cristiana?

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