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  • Asesino acorralado
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¡Despertad! 1991
g91 22/3 págs. 21-24

Asesino acorralado

EL FARAÓN Ramsés V de Egipto murió hace tres mil años. Nadie sabía con certeza la causa de su muerte, pero hasta el día de hoy pueden observarse en su cadáver momificado las reveladoras huellas de un extraño asesino. En la antigüedad, este mismo desalmado también dejó su huella devastadora en la India, China, Grecia así como en casi toda otra nación.

Fue un asesino tan eficaz que cambió el curso de la historia. Según cierta fuente, asestó un duro golpe al poderoso ejército de Alejandro Magno en el valle del curso inferior del río Indo. Acompañó a Hernán Cortés a México y diezmó a tal grado la población nativa que casi garantizó al conquistador una fácil victoria. En la Europa del siglo XVIII hubo años en los que hasta seiscientas mil personas perdieron la vida en las garras de ese asesino. Todas ellas cayeron víctimas de un enemigo al que no podían ver, un minúsculo virus poliédrico: el virus de la viruela.

Hasta en tiempos modernos su sola mención ha causado temor en muchas personas. Por ejemplo, en 1947, debido a que se informaron doce casos de viruela en la ciudad de Nueva York, se vacunaron más de seis millones de habitantes. Asimismo, se ha calculado que en 1967, una fecha relativamente reciente, se cobró dos millones de vidas. ¿Por qué es tan temible esta enfermedad? ¿Sigue siendo una amenaza en nuestros días?

Un asesino que merece ser temido

Para la mayoría de nosotros, la única relación que hemos tenido con esa enfermedad ha sido el ver las características cicatrices que deja, esos rostros picados que delatan que la persona ha sobrevivido al ataque de este asesino. Pero muchos no sobrevivieron, y en algunas localidades murió hasta una de cada dos personas infectadas.

Sin embargo, para muchos, igual de temible que el elevado índice de mortalidad son los desagradables síntomas. Por lo general, en el plazo de dos semanas desde que la persona contrae el virus, este se multiplica lo suficiente como para empezar a causar verdaderos problemas. Se empieza con fiebres muy altas, dolores de cabeza y escalofríos, seguidos en breve por convulsiones y unos dolores punzantes en la espina dorsal. Unos días después, pueden verse unos pequeños puntos rojos, primero en el rostro, luego en los brazos, pecho y espalda, y finalmente en las piernas. Estos en seguida se agrandan hasta convertirse en ampollas llenas de pus, o pústulas, que confieren al paciente un aspecto espantoso. Pero lo que reviste más gravedad es el ataque a los órganos vitales del cuerpo. Si el sistema inmunológico del organismo no puede reunir suficientes defensas, uno o más de estos órganos dejan de funcionar, con la consecuente muerte del paciente.

Aunque no se consideraba sumamente contagiosa, la capacidad que tiene la viruela de sobrevivir por un período de tiempo prolongado fuera de su huésped humano mostraba que podía propagarse con facilidad entre quienes estuvieran en estrecho contacto con el paciente o entre los que tocasen ropa de cama y prendas contaminadas. El virus asesino, procedente de las ampollas reventadas de su última víctima, se pegaba a las partículas de polvo o gotitas de humedad, con lo que podía entrar con facilidad en la garganta o sistema respiratorio de otra víctima y así volvía a comenzar el ciclo infeccioso.

No se conocía ninguna sustancia química ni fármaco —y siguen sin conocerse— que pudiese detener su propagación. Los médicos y las enfermeras tan solo trataban de acomodar al paciente lo mejor posible y le medicaban para reducir el riesgo de que se propagase la infección. La única esperanza de curación radicaba en el maravilloso sistema inmunológico del propio cuerpo humano. Y fue con relación a este que se hizo uno de los mayores descubrimientos de la medicina moderna, y que suministró el arma para frenar a este asesino implacable.

Un arma para matar al asesino

“En el futuro las naciones solo sabrán por la historia que ha existido la repugnante viruela”, escribió en 1806 Thomas Jefferson, entonces presidente de Estados Unidos. Escribía para felicitar a Edward Jenner —médico rural y naturalista británico— por haber descubierto un medio para erradicar la viruela. El tratamiento de Jenner, posteriormente llamado vacunación, es en esencia el mismo proceso que tan familiar resulta en este siglo para las personas que viajan.

Siglos antes de las investigaciones de Jenner ya se utilizaba un modo similar de tratar la viruela. Por ejemplo, en Bengala (India) había sido costumbre que los antiguos sacerdotes de Shitala Mata (la diosa de la viruela) recogieran supuración infectada de los casos más benignos de viruela y la introdujeran de forma controlada en personas sanas. Este tipo rudimentario de vacunación conducía a una forma de enfermedad menos grave y una vez que el sistema inmunológico del receptor vencía la enfermedad, la persona desarrollaba una total resistencia a posteriores ataques.

A pesar de los peligros implicados, esta forma de tratamiento se introdujo en Europa antes de la época de Jenner. En 1757, cuando era un niñito de ocho años, el propio Jenner descubrió estos peligros en su propia carne cuando sus tutores, para protegerle de aquella terrible enfermedad endémica, le llevaron a uno de los “establos de inoculación”, comunes en aquel entonces. Amarrado con una traílla de cuerda para que no se moviese, lo acostaron, al igual que a los demás internados, en una simple tarima cubierta de paja. Allí sufrió los angustiosos efectos de la viruela inoculada con la forma más primaria de asistencia médica.

Aunque Jenner sobrevivió, tardó muchos años en recuperarse por completo. Esta experiencia explica hasta cierto grado el celo que tuvo años después por encontrar un sistema de inmunización mejor. Se le presentó la ocasión cuando comenzó a ejercer de médico en la zona rural de Sodbury (Inglaterra). Allí corría el viejo adagio de que las lecheras que contraían una enfermedad llamada cow-pox, o vacuna, nunca enfermaban de viruela, y Jenner comprobó que era cierto. En 1796, después de años de estudio de casos reales, ensayó sus hallazgos mediante infectar deliberadamente a un niño, James Phipps, con el virus benigno de la viruela de los bóvidos, o cow-pox. Su teoría era que James se recuperaría tras pasar por unas molestias mínimas y quedaría inmune a la mortífera viruela.

Sin embargo, no todos compartían la convicción de Jenner. Los aldeanos se quejaban diciendo que iba a empezar una nueva y terrible plaga y que los niños tratados desarrollarían características bovinas. Jenner capeó el temporal y cuando James se recuperó sin ningún problema y, más importante aún, fue completamente inmune a la viruela, la oposición de los lugareños amainó. Las investigaciones continuaron hasta 1798, cuando Jenner publicó sus hallazgos al mundo. Su teoría había sido vindicada. Por fin se disponía del arma para matar al asesino.

Cierran el cerco para matarlo

Después de la labor pionera de Jenner, otros científicos continuaron las investigaciones. Se desarrollaron mejores métodos de producir y administrar la vacuna, lo que acentuó la eficacia de esta nueva arma para acabar con el virus. Pero a pesar del progreso, el virus de la viruela continuó cobrándose víctimas. Todavía en 1966 se informaban casos de viruela en 44 países y en naciones en vías de desarrollo era común oír de terribles epidemias.

En ese mismo año, con ocasión de la XIX Asamblea de Salud Mundial, las naciones finalmente decidieron unirse para atrapar y aniquilar al asesino. El éxito dependía del hecho de que el virus de la viruela no podía vivir fuera del cuerpo humano. En otras palabras, el ser humano era su único portador. Si se impedía que pasase de una persona a otra el virus desaparecería. De modo que se emprendió una campaña de diez años para la erradicación de la viruela y que estaba basada en la vigilancia para estar al acecho de cualquier epidemia, lo que incluía un llamamiento a la gente en general para que informasen sobre cualquier caso que llegase a su conocimiento, y la vacunación global para mantener a raya a ese malvado, sin que pudiese propagarse.

Casi de inmediato los resultados fueron alentadores hasta en países que contaban con un servicio sanitario limitado. Por ejemplo, en África occidental y central, cuando se dispuso de equipo, asesores y vacunas, hubo 20 naciones que la erradicaron en tan solo tres años y medio. Alentada por el éxito en África, Asia intensificó sus esfuerzos en pro de la erradicación y para el 16 de octubre de 1975 se aislaba en Bangladesh el último caso de viruela contraída por contagio.

Pero esto no era definitivo, pues en 1976 todavía se informó en Somalia una de las dos formas más benignas del virus. A eso siguió una lucha de trece meses durante los cuales expertos sanitarios rastrearon y cortaron el paso al asesino hasta que finalmente, en octubre de 1977, lo tuvieron acorralado. Su última víctima fue un nativo llamado Ali Maow Maalin. Cuando Ali se recuperó, el último caso de viruela contraída por contagio había pasado a la historia. Por fin, casi doscientos años después, se había realizado el sueño de Jenner: “Se había conseguido la aniquilación de la viruela, la plaga más temible de la raza humana”.

¿Pudiera volver a atacar?

En 1980 se confirmó oficialmente que se había erradicado la viruela en todo el mundo. La vacunación obligatoria ha cesado y ya hay una nueva generación que está creciendo sin la necesidad de protegerse contra el virus. No obstante, con tanta población sin vacunar, ¿qué sucedería si el asesino volviese a actuar? Los temores de que pudiera diezmar continentes enteros nos impulsan a preguntar si semejante reaparición cabe dentro de lo posible.

“Hay dos posibilidades —explicó un virólogo de la Escuela de Medicina Tropical de Calcuta (India)—. Una es que haya escapes de virus de los laboratorios; la otra es la maldad humana.”

La veracidad de la primera de estas amenazas quedó demostrada en 1978, cuando en una breve reaparición, la viruela volvió a ocupar los titulares, esta vez en Birmingham (Inglaterra). Una fotógrafa que trabajaba en el piso superior de un laboratorio donde se guardaba el virus para investigaciones, contrajo la enfermedad y más tarde murió como consecuencia, no sin antes infectar a su madre anciana. Afortunadamente, la rápida acción de las autoridades británicas logró atrapar de nuevo el virus y así impidió que hubiese más víctimas. Para reducir la posibilidad de que se produzcan más incidentes de ese tipo, actualmente el virus de la viruela ha sido confinado a solo dos laboratorios de alta seguridad, uno en Atlanta (Georgia, E.U.A.) y el otro en Moscú (U.R.S.S.).

“Pero, ¿por qué no se ejecuta a este asesino y así se evitan esos peligros?”, quizás se pregunte. La respuesta es: por temor a la maldad humana. Por espantoso que parezca, siempre hay la posibilidad de que la viruela se utilice en una guerra biológica, y la historia ha demostrado que el hombre es capaz de semejante acto. Durante el siglo XVII, para conseguir sus planes de establecerse en América del Norte, ciertos pobladores propagaron de forma deliberada la viruela entre los indios nativos. Muchas personas piensan con optimismo que ya hemos superado esa etapa y que por lo tanto la posibilidad de tal “guerra variólica” es remota. Esperemos que sea así. Esperemos también que la viruela haya sido verdaderamente erradicada y que no reaparezca en el futuro por alguna razón desconocida en la actualidad.

Gracias al descubrimiento del doctor Jenner, por primera vez en la historia parece que el hombre ha conseguido erradicar uno de sus mortíferos enemigos virales. La ciencia médica, equipada en la actualidad con instrumental avanzado y conocimientos muy superiores a los de Jenner, lucha por vencer otras enfermedades infecciosas. ¿Triunfará? Los científicos admiten que a pesar del tremendo progreso, la meta de vencerlas parece tan remota como siempre. Resulta obvio que se necesita una sabiduría muy superior a la humana para conseguir un mundo donde “ningún residente dirá: ‘Estoy enfermo’”. (Isaías 33:24.)

[Fotografías en la página 23]

La inmunización contra la viruela comenzó con la labor del doctor Edward Jenner

[Reconocimiento]

Fotografía OMS, de J. Abcede

[Reconocimiento en la página 21]

Fotografía OMS

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