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¡Despertad! 1991
g91 8/5 págs. 22-25

Las peregrinaciones católicas. ¿Parten de un hecho real?

Por el corresponsal de ¡Despertad! en España

CADA verano Europa presencia una peregrinación multitudinaria. Millones de personas viajan hacia el sur en autocar, automóvil y avión, buscando el mar y el sol. ¿Cuál es su meca preferida? Las playas de España. Pero quizás sin saberlo, la mayoría de estos turistas que aman las playas siguen la misma ruta que hace siglos recorrieron sus antepasados católicos.

Por supuesto, los peregrinos medievales perseguían algo diferente. Su meta era un santuario, no el sol; su prometido galardón: el perdón divino, no un bronceado. Millares de campesinos, príncipes, soldados y villanos atravesaban por el interior el norte de España, una distancia de aproximadamente 1.000 kilómetros, con destino a Santiago de Compostela, pequeña y húmeda ciudad situada en el extremo noroccidental de la península ibérica.

¿Qué tenía esa ciudad para que tanta gente estuviese dispuesta a recorrer centenares de kilómetros, cruzar nevados puertos de montaña y abrasadoras llanuras, y hacer frente no solo a salteadores de caminos sino también al hambre, la enfermedad e incluso la muerte? Según creían, en ese lugar se encontraba el sepulcro de Santiago, el “santo” patrón de España. Sus “sagradas reliquias” ejercieron una extraordinaria atracción en los fieles de toda la Europa medieval. En ese lugar hoy se alza una inmensa catedral. ¿Cómo empezó todo?

Gracias a una visión se construye una ciudad

Empezó con una de esas visiones “milagrosas” que tantas veces aparecen en las páginas de la historia española. Cierta noche del año 813 E.C., un ermitaño llamado Payo vio un fenómeno celestial. Sin dudarlo, se lo comunicó a su obispo y con el tiempo se descubrió en el lugar un sepulcro de mármol. Los cadáveres que contenía fueron supuestamente identificados nada menos que con el apóstol Santiago y dos de sus discípulos. El rey del lugar Alfonso II el Casto, que visitó la zona, declaró que los restos eran auténticos y proclamó a Santiago el “Protector de España”.

Así nació el “santo” patrón de España. El descubrimiento había tenido lugar en un momento muy oportuno para los asediados enclaves “cristianos” del norte de España que en ese entonces estaban rodeados por los musulmanes. Era la reliquia que necesitaban para contrarrestar la influencia del ‘brazo del profeta Mahoma’, conservado en Córdoba, en el sur de España, y que, según decían, hacía invencibles a los moros. Santiago pronto se convirtió en el adalid que aglutinaba el espíritu combatiente contra los moros, que en ese tiempo ocupaban la mayor parte de la península.

En el siglo XI se construyó una catedral sobre el sepulcro, y del lugar donde Payo tuvo la visión de un fenómeno estelar surgió la ciudad de Santiago de Compostela (literalmente: “Santiago del campo de estrellas”). En poco tiempo, Santiago se convirtió en uno de los principales centros de peregrinaje de la cristiandad, superado tan solo por Jerusalén y Roma. Pero, ¿por qué adquirieron tanta importancia aquellos huesos, supuestamente del apóstol?

Se forja el mito

Una curiosa mezcla de leyenda, mito y tradición religiosa asigna a Santiago un lugar especial en la historia de España. Según ciertos historiadores católicos, fue el primer misionero cristiano que visitó España. Se dice que poco después de la muerte de Jesús predicó por varios años en Galicia (región noroccidental de España), pero que de aquella campaña solo salieron nueve conversos. Dicen que, desalentado por tan poca respuesta, se dirigió hacia el este y tuvo una aparición espectacular de María, la madre de Jesús (aunque todavía seguía viva en Palestina) que le infundió ánimo. Se le apareció sobre un pilar de mármol, y en “carne mortal”, en la ciudad romana llamada Cesaraugusta (conocida después como Zaragoza), al nordeste de la península. La leyenda dice que cuando ella partió, el pilar permaneció en su lugar y siglos más tarde se convirtió en un santuario para peregrinos.a

Dicen que poco después Santiago regresó a Jerusalén, donde murió mártir a manos del rey Herodes. (Hechos 12:1-3.) Según la leyenda, sus discípulos rescataron el cadáver, lo llevaron a la costa y desde Jope embarcaron en una nave milagrosa hecha de piedra. Al cabo de una semana de viaje (en el que recorrieron ¡más de 5.000 kilómetros!) llegaron a Galicia y enterraron a su maestro en una tumba sin lápida cuya ubicación con el tiempo se perdió.

Según la leyenda, ese fue el sepulcro que descubrió el ermitaño siglos más tarde. Para los soldados “cristianos”, la leyenda se convirtió en realidad, pues no mucho después se vio al propio Santiago combatiendo a su lado. Según la tradición, se apareció en la batalla decisiva de Clavijo y, montado en un caballo blanco, ayudó a vencer a los moros. Tras esa victoria se le llegó a conocer popularmente como Santiago Matamoros. (Compárese con Mateo 26:52.)

También se le atribuyeron otros poderes milagrosos menos beligerantes. Una leyenda explica que un joven cabalgaba por la orilla al encuentro de su novia para casarse cuando, de repente, una enorme ola se lo tragó. Su prometida apeló suplicante a Santiago, que benévolamente hizo salir del mar al joven con las prendas cubiertas de conchas blancas. A partir de ahí la concha de peregrino se convirtió en el símbolo del “santo” patrón de España y de los peregrinos que viajaban a su sepulcro.

El aspecto sobrenatural del mito

Durante casi todo el medievo, las reliquias de “santos” famosos fueron el incentivo tanto de hombres comunes como de monarcas. Se creía que protegían de todo daño a las personas piadosas —Guillermo I el Conquistador llevaba varias colgadas alrededor del cuello en la batalla de Hastings, en la que derrotó al rey Haroldo de Inglaterra—. A los peregrinos se les aseguraba que el contacto con venerables huesos “santos” les garantizaría el favor divino.

Las reliquias valían más que el oro y ninguna catedral de la cristiandad estaba completa sin ellas. Floreció el comercio de reliquias y hubo casos de fraude descarado. Un abad del siglo XII se quejó de la existencia de dos cabezas de Juan el Bautista, conservadas en dos iglesias diferentes, afirmando que eso significaba que, o bien Juan era bicéfalo o que una de las cabezas era obviamente falsa.

De todas formas, la gente común creía en las reliquias y luchaba por ellas. En el nombre del “Santo”, los ejércitos españoles guerrearon contra los moros y otras potencias europeas. Colonizaron el Nuevo Mundo en su nombre y por toda Latinoamérica surgieron ciudades con su nombre.

El “viaje programado” del medievo

Un historiador comenta que en la Edad Media, “las peregrinaciones a los lugares de reliquias importantes [...] se convirtieron en el principal motivo para viajar”. Por eso no es de extrañar que las supuestas reliquias de, nada menos, que Santiago, que tantos milagros hacía, atrajeran a fieles de todas partes. Durante el auge medieval de Santiago, España experimentó su primera época de apogeo turístico.

Medio millón de “reyes y plebeyos, obispos y monjes, santos y pecadores, caballeros y escuderos” procedentes de toda Europa acudían cada año a Santiago y convertían “El camino de Santiago” en una de las vías más concurridas de Europa. Si se tiene en cuenta que en el siglo XI la población total de Europa era de solo unos 30 millones de personas y que el viaje por España tomaba varios meses, medio millón era una cifra impresionante.

Después de atravesar los Pirineos desde Francia, los peregrinos todavía tenían que caminar otros 1.000 kilómetros por las escarpadas montañas y polvorientas llanuras del norte de España. Los que aguantaban este maratón procuraban sacar fuerzas de flaqueza para un sprint final. El primero que veía las agujas de la catedral de Santiago gritaba: “¡Mi gozo!” y era elegido “rey” del grupo con el que viajaba. Así fue como se acuñó el apellido de muchas familias. Es muy posible que no pocos de los llamados King, König, Rey, Leroy, o Rex deban su apellido a algún antepasado lejano que después de llevar meses viajando a Santiago aún tuvo fuerzas para correr y gritar.

Hoy día quizás algunos admiren el espíritu de aquellos valientes viajeros que sacrificaron gran parte de su tiempo, salud y dinero en un viaje que para muchos supuso la muerte. Seguramente a la mayoría los impulsaba la creencia sincera en una reliquia que nunca vieron, pues los huesos estaban encerrados dentro de un ornamentado cofre, situado detrás de unas barras de metal. De hecho, los huesos faltaron del cofre durante trescientos años. Se escondieron por juzgar que corrían peligro y no fueron devueltos hasta 1879.

La base para una fe verdadera

Los apóstoles de Jesús viajaron bastante, no para establecer santuarios ni para visitarlos, sino para predicar el evangelio. Dedicaron mucho tiempo al estudio de la Palabra de Dios, algo que de verdad edificaría una fe duradera. Semejante fe, basada en conocimiento exacto, puede protegernos de sucumbir a los mitos y tradiciones humanos, que todavía hoy desvían a muchas personas. (Mateo 15:9; 1 Timoteo 2:3, 4.)

Por pintorescas que sean algunas tradiciones y leyendas religiosas, no pueden sustituir la fe verdadera. No hay base bíblica para creer que Santiago estuviese alguna vez en España. (Véase el recuadro.) Y aunque hubiese estado, y sus huesos enterrados en Santiago, no habría razón para venerarlos. Las Escrituras nos instan a cifrar nuestra fe en el Dios vivo e invisible y en Su Palabra, la Biblia, no en reliquias. (2 Corintios 5:7; 1 Tesalonicenses 1:9; compárese con Mateo 23:27, 28.)

[Nota a pie de página]

a A “Nuestra Señora del Pilar” se la sigue venerando en España y en diferentes países latinoamericanos. Pero algunas fuentes católicas admiten que hay una total ausencia de referencias a este santuario en los escritos de los primeros siete siglos de nuestra era.

[Fotografías en la página 23]

Catedral de Santiago de Compostela; (recuadro) Santiago en un caballo blanco

[Reconocimiento]

Godo-Foto

[Mapa en la página 24]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

París

Vézelay

Poitiers

Limoges

Arlés

Toulouse

Pamplona

Burgos

Astorga

Santiago de Compostela

Océano Atlántico

Mar Mediterráneo

ESPAÑA

[Recuadro en las páginas 24, 25]

¿Estuvo Santiago alguna vez en España?

1. Ningún registro bíblico indica que el apóstol Santiago haya predicado alguna vez fuera de Palestina. Fue a Pablo, cuyo servicio misional comenzó en el año 49 E.C., a quien llegó a conocerse como “apóstol a las naciones”, no Santiago. (Romanos 11:13; véase también Hechos 9:15; Gálatas 2:7.)

2. Cuando Pablo escribió a los cristianos de Roma en el año 55 E.C. expresó su “meta [de] no declarar las buenas nuevas donde Cristo ya hubiera sido nombrado”. Y sin embargo, en vista de que ya no tenía más “territorio sin tocar” en Asia Menor y Grecia, planeaba ir a España. Esto da a entender que para esa fecha el mensaje cristiano todavía no se había difundido en España. (Romanos 15:20, 23, 24.)

3. Respecto a la cuestión de si Santiago estuvo en España, el profesor jesuita Bernardino Llorca, admite en su Historia de la Iglesia Católica que para los entendidos católicos “resulta una gran dificultad contra su autenticidad el hecho de que no se hallan noticias ciertas sobre [su presencia] hasta seis siglos después de los acontecimientos”. (Páginas 122-3.)

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