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  • ¡Despertad! 1991
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¡Despertad! 1991
g91 22/5 págs. 6-9

¿Ha llegado a cambiarle la televisión?

‘UNA ventana al mundo.’ Así es como se ha descrito la televisión. En el libro Tube of Plenty—The Evolution of American Television, el autor Erik Barnouw indica que a principios de los años sesenta, “para la mayoría de las personas [la televisión] se había convertido en su ventana al mundo y la vista que ofrecía les parecía que era el mundo; un cuadro real y completo”.

Sin embargo, una simple ventana no puede seleccionar la vista que le ofrece, no puede determinar la luz o el ángulo de visión ni cambiar de golpe lo que se ve para mantener su interés. En cambio, la televisión sí lo hace. Tales factores influyen mucho en sus sentimientos y conclusiones con respecto a lo que ve, y están controlados por los realizadores de los programas. Hasta los noticiarios y documentales más imparciales son objeto de manipulación, por involuntaria que sea.a

Una seductora magistral

No obstante, la mayoría de las veces, los que controlan la televisión tratan abiertamente de influir en los telespectadores. Por ejemplo, en el campo de la publicidad tienen casi total libertad para utilizar todo artilugio seductor a su alcance y despertar el deseo de comprar. Utilizan colores, música, personas atractivas, erotismo, escenas hermosas..., disponen de un vasto repertorio que utilizan con maestría.

Un ex director de publicidad escribió sobre sus quince años en la profesión: “Aprendí que a través de los medios informativos [tales como la televisión] es posible hablar directamente a la mente de las personas y después, como si de un mago de otro mundo se tratase, afianzar imágenes que las puede motivar a hacer lo que de otra forma quizás nunca se les hubiese ocurrido”.

Ya en los años cincuenta se hizo evidente que la televisión tiene ese enorme poder. Una empresa de barras de labios que recaudaba 50.000 dólares (E.U.A.) al año empezó a anunciarse en la televisión de Estados Unidos. En dos años las ventas se dispararon a 4.500.000 dólares (E.U.A.) al año. Cierto banco, tras anunciar sus servicios en un programa televisivo de gran popularidad entre el público femenino, se vio de repente inundado con 15 millones de dólares (E.U.A.) en depósitos.

En la actualidad, el estadounidense medio ve por la televisión más de 32.000 anuncios al año. Estos ejercen un papel seductor en las emociones. Como escribió Mark Crispin Miller en Boxed In—The Culture of TV (Atrapados: La cultura de la televisión), “es cierto que somos manipulados por lo que vemos. Los anuncios televisivos que impregnan la vida cotidiana influyen en nosotros sin cesar” y añade que esta manipulación “es peligrosa precisamente porque muchas veces resulta difícil de discernir, y por eso no acabará hasta que aprendamos a percatarnos de ella”.

Pero la televisión no solo anuncia barras de labios, opiniones políticas y cultura, también propugna normas morales, o amorales.

La televisión y las normas morales

A pocas personas les sorprendería oír que en la televisión americana cada vez aparece con más frecuencia el tema del sexo. Un estudio publicado en 1989 en la revista Journalism Quarterly halló que en 66 horas de programación durante el tiempo de mayor audiencia, aparecieron 722 escenas relacionadas con el sexo, bien implícito, bien se aludía a él o bien representado explícitamente. Los ejemplos iban desde caricias eróticas hasta coito, masturbación, homosexualidad e incesto en un promedio de 10,94 cada hora.

Sin embargo, Estados Unidos no es ni mucho menos el único país que lo hace. Las películas de la televisión francesa tienen escenas de sadismo sexual explícito. En la televisión italiana aparecen escenas de striptease. La televisión española emite a altas horas de la noche películas violentas y eróticas. Y la lista continúa.

La violencia es otro tipo de inmoralidad televisiva. En Estados Unidos un crítico de televisión de la revista Time alabó no hace mucho el “espeluznante buen humor” de una serie de terror, donde se representaban escenas de decapitación, mutilación, empalamiento y posesión demoniaca. Por supuesto, gran parte de la violencia en televisión no es tan espantosa, por lo que es más fácil darla por sentado. Cuando hace poco se emitieron unas películas del Oeste en una aldea remota de Côte d’Ivoire (Costa de Marfil), en África occidental, un hombre mayor, perplejo, solo pudo preguntar: “¿Por qué los blancos siempre se están apuñalando, disparando y dándose puñetazos?”.

Sin duda, la respuesta es que los productores y patrocinadores de televisión dan a los telespectadores lo que estos desean ver. Como la violencia y el sexo atraen a muchos, la televisión ofrece buenas raciones de ambas cosas, aunque no demasiadas escenas ni demasiado seguidas, pues desagradaría a los telespectadores. Como lo expresó Donna McCrohan en Prime Time, Our Time (El tiempo de mayor audiencia, nuestro tiempo), “la mayoría de los programas populares van lo más lejos que pueden con el lenguaje que utilizan, el sexo, la violencia o el contenido; cuando llegan al límite, lo suavizan y de esa forma el público está listo para un nuevo límite”.

Por ejemplo, hace tiempo el tema de la homosexualidad se consideraba que sobrepasaba “el límite” del buen gusto en televisión. Pero cuando los telespectadores se acostumbraron, ya estaban listos para aceptar más. Un periodista francés afirmó: “Hoy día ningún productor se atrevería jamás a presentar la homosexualidad como un comportamiento desviado [...]. Es más bien la intolerancia de la sociedad lo que se presenta como anormal”. En 1990, la televisión americana por cable estrenó en once ciudades un ‘serial homosexual’, donde salían escenas de hombres juntos en la cama. El productor del programa declaró a la revista Newsweek que los homosexuales crearon esas escenas para “insensibilizar al público y que la gente se dé cuenta de que nosotros somos como los demás”.

La fantasía frente a la realidad

Los autores del estudio publicado en Journalism Quarterly comentaron que en vista de que la televisión casi nunca muestra las consecuencias de las relaciones sexuales ilícitas, su “bombardeo constante de excitantes imágenes sexuales” equivale a una campaña de desinformación. Citaron de otro estudio según el cual el mensaje principal que transmiten los seriales de la televisión es: Las relaciones sexuales son para parejas no casadas, y nadie contrae ninguna enfermedad mediante ellas.

¿Es este el mundo que usted conoce? ¿Relaciones sexuales prematrimoniales sin embarazos entre adolescentes ni enfermedades de transmisión sexual? ¿Homosexualidad y bisexualidad sin el temor de contraer el sida? ¿Violencia y crueldad que deja a los héroes victoriosos y a los malos humillados, pero muchas veces, por extraño que parezca, sin que ninguno sufra contusiones? La televisión crea un mundo donde las acciones están milagrosamente libres de consecuencias. La ley de la gratificación inmediata reemplaza las leyes de la conciencia, la moralidad y el autodominio.

Es obvio que la televisión no es una “ventana al mundo”, al menos no al mundo real. De hecho, uno de los últimos libros sobre este tema se titula The Unreality Industry (La industria de lo irreal). Sus autores afirman que la televisión se ha “convertido en una de las fuerzas más poderosas de nuestra vida. Como consecuencia, la televisión no solo define lo que es real, sino que, lo que es mucho más importante y preocupante, elimina la diferencia, la línea divisoria entre lo real y lo irreal”.

Estas palabras pueden sonar alarmistas a los que piensan que la televisión no les influye en absoluto. “Yo no me creo todo lo que veo”, sostienen algunos. Hay que reconocer que quizás tendamos a desconfiar de la televisión. Pero los expertos advierten que este acto reflejo de escepticismo posiblemente no nos proteja de los métodos sutiles con los que la televisión influye en nuestras emociones. Como lo expresó cierto escritor, “una de las mejores tretas de la televisión es la de nunca dejar saber exactamente cuánto afecta nuestros mecanismos psíquicos”.

Un mecanismo que influye

Según el 1990 Britannica Book of the Year, los estadounidenses ven un promedio de siete horas y dos minutos de televisión al día. Un cálculo más conservador da la cifra de unas dos horas diarias, pero si así fuese representaría ¡siete años de la vida de una persona! ¿Cómo es posible que esas dosis masivas de televisión no tengan ningún efecto en la gente?

No nos sorprendemos mucho cuando leemos casos de personas que tienen problemas en distinguir entre la televisión y la realidad. Un estudio publicado en la revista británica Media, Culture and Society descubrió que la televisión induce a algunas personas a establecer “una visión alternativa del mundo real”, haciéndoles pensar que lo que ellos desean que sea real, efectivamente lo es. Otros estudios, como los compilados por el Instituto de Salud Mental de E.U.A., parecen apoyar estos hallazgos.

Siendo que la televisión influye en el concepto popular de lo que es real, ¿cómo es posible que no influya en la misma vida y acciones de la gente? A este respecto, Donna McCrohan escribe en Prime Time, Our Time: “Cuando un programa popular de televisión rompe los tabúes o las barreras del lenguaje, sentimos una mayor libertad de romperlos también nosotros. De igual manera, cuando [...] la promiscuidad es normal, o un personaje varonil dice que usa preservativos, influye en nosotros. En cada caso, la televisión sirve —a la larga— de modelo de la persona con la que nos identificamos, y por lo tanto, de la persona que en términos generales nos convertimos”.

Desde luego, con el paso de los años desde que se introdujo la televisión, han aumentado la inmoralidad y la violencia. ¿Ha sido pura coincidencia? Parece difícil. Un estudio indicó que, en tres países, el índice de delitos y violencia aumentó después de introducirse la televisión. En el país que la introdujo antes, también aumentó primero el índice delictivo.

Es sorprendente que la televisión ni siquiera se clasifica como el pasatiempo relajante que tantos piensan que es. Unos estudios llevados a cabo con 1.200 personas por un período de trece años hallaron que, de todos los pasatiempos, la televisión era el que menos relajaba. Al contrario, tendía a dejar a las personas pasivas y, al mismo tiempo, tensas e incapaces de concentrarse. Y en particular, cuando los períodos de ver televisión eran largos, las personas terminaban con peor estado de ánimo que al comienzo. En contraste, la lectura dejaba a las personas más relajadas, de mejor ánimo y con mayor capacidad de concentración.

Pero prescindiendo de lo constructiva que pueda ser la lectura de un buen libro, la televisión, esa ingeniosa ladrona de tiempo, puede fácilmente eliminar los libros de la vida de la gente. Cuando la televisión se introdujo por primera vez en la ciudad de Nueva York, las bibliotecas públicas informaron en seguida una menor circulación de libros. Por supuesto, esto no significa ni mucho menos que la humanidad esté a punto de abandonar la lectura. Sin embargo, se ha dicho que hoy día las personas leen con menos paciencia, y que si no se les bombardea con imágenes llamativas, su atención pronto decae. Las estadísticas y los estudios puede que no verifiquen esos vagos recelos. De todas formas, si dependemos de que se nos mime constantemente con un continuo caudal de entretenimiento televisivo que ha sido diseñado, minuto a minuto, para captar incluso la atención de quienes menos se pueden concentrar, ¿perdemos algo en términos de profundidad y disciplina personal?

Niños “teleadictos”

Pero es con relación a los niños que el tema de la televisión cobra verdadera urgencia. En general, todo lo que la televisión pueda hacerles a los adultos, seguro que también se lo hace a los niños, solo que a mayor grado. Al fin y al cabo, los niños son más propensos a creer en los mundos de fantasía que ven en la televisión. El periódico alemán Rheinischer Merkur/Christ und Welt citó un estudio reciente que descubrió que los niños muchas veces son “incapaces de distinguir entre la vida real y lo que ven en la pantalla, y transfieren a la realidad lo que han visto”.

Más de tres mil estudios científicos en décadas de investigación han respaldado la conclusión de que la violencia en televisión produce efectos negativos en niños y adolescentes. Organizaciones tan acreditadas como la Academia Estadounidense de Pediatría, el Instituto Nacional de Salud Mental y la Asociación Médica Estadounidense concuerdan en que la violencia televisiva provoca en los niños comportamientos agresivos y antisociales.

Los estudios también han descubierto otros resultados preocupantes. Por ejemplo, se ha vinculado la obesidad infantil con ver demasiada televisión. Parece ser que hay dos razones: 1) Horas pasivas delante del televisor reemplazan a horas activas de juego. 2) Los anuncios de la televisión cumplen muy bien su función de entusiasmar a los niños con “comida basura” rica en grasas y con escaso valor nutritivo. Otra investigación ha indicado que los niños que ven demasiada televisión rinden poco en la escuela. Aunque esta conclusión puede ser discutible, la revista Time informó recientemente que muchos psiquiatras y maestros culpan a la televisión de la disminución general que se observa en la habilidad de leer y rendimiento escolar de los niños.

De nuevo, el tiempo es un factor crucial. Para cuando el estadounidense medio se gradúa de la escuela secundaria, ha pasado 17.000 horas delante del televisor en contraste con las 11.000 horas que ha pasado en la escuela. Para muchos niños, ver la televisión es su principal actividad en los momentos de ocio, por no decir su principal actividad en la vida. El libro The National PTA Talks to Parents: How to Get the Best Education for Your Child (La Asociación Nacional de Padres y Maestros habla a los padres: Cómo conseguir la mejor educación para su hijo) indica que, cuando están en casa, la mitad de los alumnos de diez años dedican cuatro minutos diarios a leer pero ciento treinta minutos a ver la televisión.

En definitiva, es probable que muy pocas personas estén convencidas que la televisión no presenta peligros reales tanto para niños como para adultos. ¿Qué nos enseña esto? ¿Deberían los padres prohibir que se vea la televisión en casa? ¿Debería la gente en general protegerse de su influencia mediante deshacerse de su televisor o guardarlo en el trastero?

[Nota a pie de página]

a Véase “¿Se puede confiar en las noticias?” publicado en la revista ¡Despertad! del 22 de agosto de 1990.

[Comentario en la página 7]

“¿Por qué los blancos siempre se están apuñalando, disparando y dándose puñetazos?”

[Ilustración en la página 9]

Cierra el televisor, abre un libro

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