El poder de la verdad para rehabilitar
“Un ladrón que fue puesto en libertad antes de finalizar su condena cometió 500 robos con allanamiento de morada en siete meses. Un violador que recibió la libertad cuatro años antes de cumplir su condena mínima de diez años, violó y asesinó a una mujer. Un asesino en libertad condicional forzó dos casas y mató a tres personas.” (Reader’s Digest, noviembre de 1990.)
“Casi el 63% de los reclusos libertados de las prisiones estatales fueron arrestados por un delito grave en el transcurso de tres años, dijo el Departamento de Justicia en un estudio hecho público hoy.” (The New York Times, 3 de abril de 1989.)
“El concepto de que la prisión es el lugar donde se rehabilita al delincuente no se apega a la realidad. Las prisiones son una especie de ‘almacén’ y ‘escuela de delincuencia’ combinados.” (Sunday Star de Toronto [Canadá], 20 de marzo de 1988.)
El alcaide de Rikers Island, una cárcel de la ciudad de Nueva York, dice: “Aquí llega un chico con diecinueve años y su deber había sido el de vigilar mientras se cometía un robo. Cuando salga de aquí, no seguirá simplemente vigilando, será el que apriete el gatillo”. (Revista New York, 23 de abril de 1990.)
“Las puertas de las prisiones parecen puertas giratorias: A casi dos terceras partes de todos los convictos se les vuelve a arrestar en el plazo de tres años desde que se les pone en libertad.” (Revista Time, 29 de mayo de 1989.)
NINGUNA de estas noticias es nueva. Hace mucho tiempo que suceden estas cosas: Las cárceles no rehabilitan. La verdad sí lo hace. Veamos un ejemplo que lo demuestra: el caso de Ron Pryor.
Ron comienza cada día leyendo un texto de la Biblia con su familia. En su matrimonio reinan la paz y el amor. La casa está ordenada y limpia. Sus dos hijos eran buenos estudiantes, no tomaban drogas ni bebidas alcohólicas y no les causaban problemas. Ahora ya se han independizado y participan en actividades cristianas. Ron y Arlynn (su esposa) están ocupados en su comunidad participando de forma voluntaria en la obra cristiana. Llevan una vida útil al servicio de su prójimo.
Pero en 1970 Ron Pryor estaba en la cárcel a la espera de ser juzgado por homicidio. Fue declarado culpable, sentenciado y empezó a cumplir su condena en una penitenciaría estatal. Aquello era la culminación de una larga carrera delictiva que le había llevado repetidas veces a la cárcel. Dejemos que sea el propio Ron quien nos cuente su historia.
“La primera ‘reclusión’ que recuerdo eran los andadores con los que me sujetaban a la cuerda para tender la ropa. A los tres o cuatro años, parecía que en mi interior tenía programado un instinto de nómada: me alejaba, me perdía, me recogía la policía y me devolvían a casa. Mi madre terminó por decirme que si no dejaba de hacerlo, llamaría a un orfanato para que viniesen a recogerme y me encerrasen. Me quedé sentado en el jardín, llorando, a la espera de que vinieran a buscarme de un momento a otro, pero no vinieron. En lugar de eso, mi madre me sujetó con los andadores al tendedero.
”A medida que crecía, siempre me metía en problemas, y mi forma de solucionarlos era recurriendo a la violencia. Me sentía confuso, frustrado y rechazado. No tenía ninguna noción de lo que era correcto e incorrecto. Me guiaba por mis sentimientos, no por una conciencia. En la escuela, aprobaba los cursos porque los profesores querían librarse de mí. Abandoné los estudios a los doce años y me escapé de casa. Caí con malas compañías y, tal como advierte la Biblia, estas contribuyeron a que me metiese en problemas más serios. (1 Corintios 15:33.)
”Pronto los reformatorios tomaron el lugar de los andadores con los que me sujetaban al tendedero. Pero esos centros no lograron reformarme. Me escapaba y volvían a capturarme. Al escaparme de un reformatorio de Virginia, robé una furgoneta y me arrestaron. Cuando, acusado de robo, comparecí ante un juez llamado Jenkins, ¡descubrí que la furgoneta que había robado era precisamente la del juez Jenkins! Aunque solo tenía dieciséis años, me declararon incorregible y me juzgaron como a un adulto. Estuve en prisión dos años.
”Poco después de salir de prisión, cuando tenía unos veinte años, conseguí una motocicleta. Me fascinaba la sensación de poder que me daba, pero aquello no me bastaba. Así que me uní a los Pagans —una pandilla de motociclistas que siempre se metía en problemas y buscaba pelea—. Encajaba con ellos a la perfección.
”Con el tiempo trabajé de camionero transportando fruta y verdura desde Florida. A pesar de que ya no formaba parte activa de los Pagans, cuando en cierta ocasión pasé por Virginia en 1969, encontré a algunos de mis antiguos amigos de esa pandilla. Nos fuimos de parranda, bebimos vino y nos ‘colocamos’ con drogas. Se formó un alboroto, se agravó y en la subsiguiente refriega fomentada por el licor y las drogas, disparé y maté a un hombre. ¡Más resultados de las malas compañías! Con el tiempo, dos detectives me interrogaron y confesé haberlo matado. Era el año 1970.
”Mientras estaba en la cárcel a la espera del juicio, seguía rebelde y alborotador. Cierta mañana pasó un preso de confianza con el café. Solíamos recibir una taza más para después, pero aquella mañana en particular, cuando coloqué otra taza bajo la cafetera él dijo: ‘No hay más’. Yo interpreté que había decidido dar el café de sobra a otro preso, así que le dije: ‘Parece que andas escaso de café esta mañana ¿verdad?’. Él respondió: ‘Sí’. ‘Bueno, entonces te devuelvo mi taza’, le dije, y le eché el café en la cara. Terminé incomunicado.
”Me encontraba andando en círculos en aquel agujero de 2,5 metros por 3 metros y sin ventanas. Por primera vez en mi vida, realmente empecé a pensar. Me surgieron un sinfín de preguntas. ‘¿Por qué ando siempre metido en líos? ¿Por qué estoy continuamente entrando y saliendo de la cárcel? ¿Por qué me encuentro en este agujero? ¿Por qué estoy vivo? ¿Por qué...? ¿Por qué...? ¿Por qué...?’ Me seguían surgiendo preguntas pero no encontraba una respuesta. Entonces me dije: ‘Estoy acabado. No tengo dónde ir. A menos..., a menos que haya un Dios, un Dios que me vea, que sepa que existo, que me comprenda, sí, pues ni yo mismo me comprendo. Dios, si existes, si te percatas de mí, si hay algo que pueda hacer... solo tienes que decirme algo, ¡cualquier cosa!’.
”Como allí había una Biblia, pensé: ‘Esa es una forma de empezar’, y empecé a leerla. No recuerdo lo que leí, solo recuerdo que la leía y no entendía nada. Al cabo de una semana me devolvieron a una celda normal. La puerta estaba abierta y las dos camas vacías. Me metieron allí y al cabo de dos días pusieron a otro preso conmigo. Yo estaba leyendo la Biblia, luchando por entenderla. Al verme leer, me preguntó: ‘¿Te gustaría entender la Biblia?’. Le dije que sí, y él añadió: ‘Te conseguiré un libro que te ayudará’. Se puso en comunicación con un testigo de Jehová —en el pasado habían estudiado con él— y al poco tiempo me dio un libro titulado La verdad que lleva a vida eterna. Eso sucedía en julio de 1970.
”Comencé a leerlo, y lo terminé. Aunque no lo comprendí todo, por lo menos vi que lo que decía tenía sentido. Los testigos de Jehová empezaron a visitarme y a estudiar conmigo y poco a poco todas las preguntas que me habían surgido mientras estuve incomunicado empezaron a aclararse. Por primera vez en mi vida pude discernir un poco lo que era correcto e incorrecto. Cuanto más alimento espiritual de esta clase absorbía, más me aproximaba a ser como ‘los que mediante el uso tienen sus facultades perceptivas entrenadas para distinguir tanto lo correcto como lo incorrecto’. (Hebreos 5:14.) Mi conciencia estaba despertando, cobrando vida.
”Esta repentina adquisición de la verdad bíblica me cambió por completo. Había leído el libro en 24 horas. De la noche a la mañana me fui de un extremo a otro. Estaba decidido a hacer ver a los demás presos las verdades que aprendía. Pensaba que todos se entusiasmarían por aquello tanto como yo, pero no fue así. Hasta entonces, yo había sido un problema para los demás reclusos; ahora me había convertido en una fuente de irritación aún mayor, ¡aunque todos pensasen que eso era imposible! Pero a medida que los Testigos continuaron viniendo a la prisión del condado para estudiar conmigo, fui desarrollando más tacto en mi predicación.
”Hice muchos cambios y en dos meses me nombraron preso de confianza. Hasta me dejaban salir fuera de la prisión, algo inconcebible en vista de mis antecedentes y de la razón por la que me encontraba allí. Los principios que estaba aprendiendo de la Biblia surgían efecto y las aguas de la verdad de la Palabra de Dios efectuaban su labor limpiadora, tal como habían hecho en los días de los apóstoles. En 1 Corintios 6:9-11 se habla de sus poderes de rehabilitación:
”‘¡Qué! ¿No saben que los injustos no heredarán el reino de Dios? No se extravíen. Ni fornicadores, ni idólatras, ni adúlteros, ni hombres que se tienen para propósitos contranaturales, ni hombres que se acuestan con hombres, ni ladrones, ni personas dominadas por la avidez, ni borrachos, ni injuriadores, ni los que practican extorsión heredarán el reino de Dios. Y, sin embargo, eso era lo que algunos de ustedes eran. Pero ustedes han sido lavados.’
”Finalmente me juzgaron. Recibí una sentencia de veinte años por homicidio y en 1971 me trasladaron a una prisión de máxima seguridad, donde reanudé mi estudio de la Biblia con los Testigos. Mi conducta había experimentado un cambio drástico. Al poco tiempo me nombraron preso de confianza en esa nueva prisión y empezaron a concederme permisos. En uno de aquellos permisos, le pregunté al Testigo con el que estaba alojado: ‘¿Qué impide que me bautice?’. Él consultó con la congregación local y la respuesta que recibimos fue: ‘Nada’. Así que en 1973, un día al caer la tarde, me bautizaron en una charca que servía de abrevadero para el ganado en una hacienda cercana. Al entrar en el agua hice una oración a Dios, pues eso fue lo que hizo Jesús cuando Juan el Bautizante le sumergió en el río Jordán.
”A partir de mi bautismo, mi progreso espiritual fue rápido. Me matriculé en la Escuela del Ministerio Teocrático que se celebraba en la congregación local —aunque por supuesto nunca asistía personalmente—. Cuando recibía una asignación, grababa el discurso en cinta y la escuchaban en la congregación. El instructor de la escuela me enviaba su consejo para ayudarme a mejorar en oratoria. En la prisión celebrábamos reuniones semanales a las que invitábamos a otros reclusos.
”Continuamente añadía textos bíblicos nuevos a los que ya sabía. Eran como pasaderas que me conducían fuera de la confusión moral en la que había estado viviendo la mayor parte de mi vida, hasta que comprendí la transformación de la que habló el apóstol Pablo en Colosenses 3:9, 10: ‘Desnúdense de la vieja personalidad con sus prácticas, y vístanse de la nueva personalidad, que mediante conocimiento exacto va haciéndose nueva según la imagen de Aquel que la ha creado’.
”En 1978 se acercaba la celebración de una tercera vista ante la junta de libertad condicional. Debido a la grave naturaleza de mis delitos, me la habían denegado ya dos veces, pero en esta ocasión, la junta recibió unas trescientas cartas redactadas por Testigos y otras personas en las que daban testimonio de mis cambios.
”Cuando vi que aumentaban las perspectivas de que me pusieran en libertad, pensé en la posibilidad de contraer matrimonio. Arlynn, una Testigo viuda y con dos hijos que me estuvo escribiendo durante mi estancia en prisión, me visitó con sus dos hijos. Nos enamoramos. Me dieron la libertad el 1 de febrero de 1978 y el día 25 de ese mismo mes, nos casamos. Ahora, trece años después, seguimos siendo un matrimonio feliz. Uno de nuestros hijos está casado y continúa activo como testigo de Jehová, y el otro hijo trabaja a tiempo completo en la central mundial de los testigos de Jehová en Brooklyn (Nueva York, E.U.A.).
”Mis oraciones han sido contestadas y estoy agradecido a los hermanos y hermanas que me han ayudado tanto. Pero toda mi felicidad se la debo a Jehová, el Dios feliz. (1 Timoteo 1:11.)
”No obstante, no puedo evitar sentir remordimiento por mis pecados del pasado. Me repugna pensar en mi anterior conducta degradada. He orado muchas veces para que Jehová me perdone, y creo que lo ha hecho. También espero que todas aquellas personas a las que he perjudicado a lo largo de mi vida lleguen a perdonarme, y en especial, espero con anhelo que Jehová restaure a la vida al hombre que maté y que él tenga la oportunidad de vivir para siempre en la Tierra paradisiaca de Dios. Eso hará que mi gozo sea completo.”
Lo que los barrotes de una cárcel y la incomunicación no pudieron hacer, lo consiguió la verdad de la Biblia. Esta ayudó a Ron Pryor a desvestirse de una vieja personalidad criminal y a vestirse de una nueva personalidad cristiana. ¿Por qué? “Porque la palabra de Dios es viva, y ejerce poder”, incluso el poder de rehabilitar. (Hebreos 4:12.)
[Comentario en la página 11]
¡La furgoneta que había robado era precisamente la del juez Jenkins!
[Comentarios en la página 12]
En la celda de incomunicación había una Biblia y empecé a leerla
Recibí una sentencia de veinte años por homicidio
[Fotografía en la página 13]
Ron Pryor y su esposa Arlynn en la actualidad