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  • g91 8/8 págs. 18-20
  • Logré cambiar una trayectoria de violencia

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  • Logré cambiar una trayectoria de violencia
  • ¡Despertad! 1991
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  • Más violento cuando salí de la cárcel
  • La violencia aumenta
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¡Despertad! 1991
g91 8/8 págs. 18-20

Logré cambiar una trayectoria de violencia

MI AMIGO y yo corrimos lo más deprisa que pudimos y cuando llegamos al río que pasaba cerca de mi ciudad natal, nos lanzamos a él. Al salir a la superficie, empezamos a nadar con todas las fuerzas hacia la otra orilla.

¿Se trataba de algún juego de niños? ¡En absoluto! Era más bien cuestión de vida o muerte. Cuando miré hacia atrás, vi que unos policías armados nos apuntaban. Me sumergí para escapar de las balas y continué nadando hasta la otra orilla. Incluso debajo del agua podía oír los disparos.

Cuando llegamos a la otra orilla habíamos conseguido fugarnos de la cárcel, donde nos habían encerrado por robo con escalo y robo de automóviles.

Esta fue una de las muchas veces que la policía me había buscado o literalmente perseguido por una acción criminal. Aunque para entonces solo tenía diecisiete años, las autoridades ya me habían detenido muchas veces. Finalmente nos atraparon a los dos y nos volvieron a sentenciar a prisión, esta vez por un período de dos años y medio.

Incluso en prisión mi comportamiento era violento. Como siempre me peleaba con otros reclusos, me dieron un uniforme blanco. Con ese atuendo los guardias podían distinguirnos con facilidad, tanto a mí como a los demás alborotadores.

Más violento cuando salí de la cárcel

Me pusieron en libertad, pero no había mejorado, sino que por el contrario, era más violento que nunca. En seguida me constituí en jefe de varias calles. Todo el que me desafiara me encontraba siempre dispuesto a pelear.

En cierta ocasión un grupo de jóvenes me puso nervioso. Les ataqué y aunque la semana anterior me había roto la mano derecha en otra pelea, lastimé a varios de ellos antes de que la policía pusiese fin a la reyerta.

En otra ocasión dos amigos y yo desafiamos a un grupo de hombres de una ciudad vecina. Su jefe salió a mi encuentro con una barra de hierro. Lo desarmé, pero se me escapó y corrió. La única manera de conseguir que siguiese peleando conmigo era devolviéndole su barra de hierro, cosa que hice. Volvió, y le desarmé de nuevo, esta vez asegurándome de que no se me escapaba sin recibir una buena paliza.

Una noche, solo por “diversión”, me aposté en una esquina del barrio del Harlem (ciudad de Nueva York) y reté a todos los que pasaban a pelear conmigo. Varios aceptaron la oferta y tuvimos muchas refriegas. Como resultado, mi reputación como persona violenta y peligrosa aumentó. En diversas refriegas, me golpearon con botellas, herramientas y palos y me atacaron con navajas y otras armas. Pero todo eso no me desvió de mi trayectoria violenta.

La violencia aumenta

Pronto descubrí que en el negocio de la droga se podía ganar mucho dinero. Como yo consumía drogas, conocía bien ese mundo, y no pasó mucho tiempo antes de que tuviera a otros vendiendo drogas para mí, y eso me hizo aún más violento.

En cierta ocasión decidimos robar droga a otro traficante. Armados con una pistola y una navaja entramos por la fuerza en su casa y tomamos como rehenes a tres hombres y una mujer mientras registrábamos toda la vivienda en busca de droga.

Otra vez, un amigo y yo —armados con escopetas y con el rostro cubierto por un pasamontañas— decidimos robar a un hombre rico para conseguir dinero para la droga. Vigilamos su casa, pero no vino, así que tuvimos que marcharnos. Seguro que en caso de que hubiese venido habríamos llevado a cabo nuestras intenciones.

Así, con solo veinte años, me encontré metido hasta el cuello en la violencia, las drogas y delitos graves. En el mejor de los casos, me esperaba cadena perpetua. Me sentía muy desgraciado.

Muchas veces me preguntaba quién debería decidir lo que está bien y lo que está mal y llegué a la conclusión que sería quien más poder tuviese en la sociedad. También razonaba que en vista de que otras personas decidían lo que estaba bien y lo que estaba mal, y yo no sentía ningún respeto por autoridad humana alguna, tenía el mismo derecho que los demás de decidir por mí mismo en ese respecto. Pero pronto iba a encontrar una respuesta mejor.

Una trayectoria mucho mejor

Mi hermana —que se había casado con uno de mis amigos que habían estado en la cárcel conmigo— había accedido a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová. Ella compartía las cosas que estaba aprendiendo de la Biblia con todos los miembros de nuestra familia, menos conmigo. Mi familia me decía que evitase a mi hermana. ¿Por qué? Según ellos, porque no sabía hablar de otra cosa que no fuese de esa “religión disparatada”.

Yo sentía curiosidad. ¿Qué cosas diría mi hermana que molestaban tanto a los demás? Quería saberlo, pero mi hermana no me hablaba de ello. ¿Por qué? Pensaba que yo era demasiado malo hasta para escuchar algo de la Biblia.

Por fin, una noche me invité yo mismo a cenar a su casa. Estaba allí sentado con mi hermana y su marido y dije: “Háblenme un poco de esta nueva religión”. Por supuesto que lo hicieron... ¡durante seis horas! Lo que oí tenía tanto sentido que la noche siguiente volví para que me explicaran más.

Aquella segunda visita me convenció de que había encontrado algo por lo cual vivir, un verdadero propósito en la vida. En seguida empecé a asistir a las reuniones del Salón del Reino de los testigos de Jehová y a hablar a mis amigos de lo que aprendía.

Mi estilo de vida siguió igual por un tiempo. Pero seguí estudiando y aprendiendo acerca de lo que Jehová Dios esperaba y procuré no faltar a ninguna reunión del Salón del Reino, donde se consideraba la Biblia. De esta forma conseguí la fuerza espiritual para cambiar poco a poco mi vida.

Primero dejé de vender droga, cosa que enfureció a algunos de mis antiguos compañeros, pero como todavía tenía la reputación de ser violento, no me hicieron daño. Después dejé de consumir drogas duras y también abandoné mi estilo de vida inmoral. Lo último que abandoné fue el hábito del tabaco. En ocho meses progresé hasta el grado de reunir los requisitos para el bautismo y en 1970 me bauticé.

Por fin había encontrado la respuesta a mi pregunta sobre quién debe decidir lo que está bien y lo que está mal. El que tiene ese derecho es Jehová, quien nos ha dado la vida, y quien también tiene el derecho de esperar que sus criaturas vivan en conformidad con ello.

Muchas veces he pensado en la ilustración de Isaías 65:25 y en cómo me ha aplicado personalmente en sentido figurado. Esa profecía señala que en el futuro la disposición violenta del león cambiará a una pacífica hasta el punto de que comerá paja como el toro. Yo experimenté algo parecido, había dejado de ser una persona sumamente violenta para convertirme en una de disposición mansa y con un punto de vista pacífico de la vida.

Aun así, tenía que seguir venciendo mi mala reputación. Por ejemplo, iba con regularidad de casa en casa para considerar la Biblia con la gente. En una casa, el joven que abrió la puerta me reconoció y se aterrorizó porque pensaba que estaba allí para hacerle daño. En seguida le expliqué mi mensaje bíblico de paz y lo dejé atónito pero muy aliviado.

Poco después de mi bautismo me casé con una testigo de Jehová. Lamentablemente, en 1974 mi esposa decidió que ya no quería seguir haciendo la voluntad de Dios y me dio un ultimátum: o renunciaba a mi adoración o me abandonaba y se llevaba a nuestros dos hijos pequeños. Aquella fue la decisión más difícil de mi vida. Pero no podía abandonar mi adoración a Dios, así que opté por continuar haciendo Su voluntad.

Una nueva forma de vivir

No obstante, por continuar fiel, Jehová me recompensó. En 1977 conocí a una Testigo encantadora y nos casamos. Ella tenía un hijo de cinco años. Pronto mi esposa y yo empezamos el ministerio a tiempo completo y nos dedicamos a enseñar a otros acerca de Dios y sus propósitos. Cuando nuestro hijo creció, también emprendió el ministerio a tiempo completo y ahora colabora en diversas responsabilidades en la congregación local.

Mi esposa y yo hemos tenido el privilegio de viajar a muchas partes del mundo como voluntarios en la obra de construcción. Ayudamos a construir nuevas sucursales en diversos países para apoyar la obra educativa mundial de los testigos de Jehová.

Cuando estamos en casa nos mantenemos ocupados en la congregación local, ayudando a otros a aprender acerca de la Biblia y ayudando a construir nuevos salones del Reino. También sirvo en un Comité Regional de Construcción del sur de Estados Unidos. Además, mi anterior compañero de prisión —el marido de mi hermana— y yo servimos de ancianos en la misma congregación de los testigos de Jehová.

Doy gracias a Jehová por ayudarme a asumir el control de mi vida y darle un enfoque totalmente nuevo. A medida que dejo que Dios me muestre lo que está bien y lo que está mal, mi vida mejora por momentos.—Contribuido.

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