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  • Una explosión de divorcios
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¡Despertad! 1992
g92 8/2 págs. 3-4

Una explosión de divorcios

“JOYAS DE DIVORCIO.” Este extraño titular apareció hace poco en una popular revista femenina. El artículo decía: “De modo que su matrimonio ha estallado y usted se siente quemada. ¿Por qué no funde todos los recuerdos que todavía tiene en el joyero?”. En una joyería de la zona se cobra cierta cantidad de dinero por dejar el soplete a los divorciados para que fundan sus anillos de compromiso y de boda. Luego el joyero los transforma en joyas que no les recuerdan sus fracasos matrimoniales.

Parece ser que a los matrimonios estos días les ocurre lo que a los bolígrafos, los pañales y las maquinillas de afeitar: la gente los prefiere desechables. La actitud que prevalece es: “Cuando se canse de él, no tiene más que desecharlo”.

“El matrimonio como tal ya no existe”, dijo Lorenz Wachinger, un conocido autor, psicólogo y terapeuta de Múnich (Alemania). ¿Una aseveración exagerada? Quizás, pero no resulta difícil comprender por qué opina así. Según el periódico Stuttgarter Zeitung, todos los años se producen en Alemania unas ciento treinta mil rupturas matrimoniales. No obstante, Alemania no es el único lugar donde el divorcio es común.

Un fenómeno mundial

Se observa una tendencia similar por todo el mundo. A Estados Unidos, por ejemplo, muy bien se le pudiera denominar la capital mundial del divorcio. Todos los años se producen en ese país más de un millón ciento sesenta mil divorcios, lo que quiere decir que casi la mitad de todos los matrimonios que se contraen termina en divorcio; esto equivale a un promedio diario de más de dos divorcios por minuto.

Cuando estas cifras se comparan con las del pasado, se comprende que se hable de una explosión de divorcios. En el siglo pasado, sin ir más lejos, había un solo divorcio por cada dieciocho matrimonios que se celebraban en Estados Unidos. El aumento fue gradual hasta la década de los sesenta, si se exceptúa una repentina oleada después de la II Guerra Mundial, pero a partir de dicha década la cifra se triplicó en tan solo veinticinco años.

A mediados de los ochenta (estos son los años más recientes de los que se disponen datos confiables), el número de divorcios fue muy elevado en algunos países. Por ejemplo, en la Unión Soviética hubo 940.000 divorcios al año; en Japón, 178.000; en el Reino Unido, 159.000; en Francia, 107.000; en Canadá, 61.000, y en Australia, 43.000. Incluso soplan vientos de cambio en lugares donde la religión y las leyes han mantenido baja la cantidad de divorcios. Por ejemplo, en Hong Kong solo se divorcia uno de cada diecisiete matrimonios, pero entre 1981 y 1987 la cantidad de divorcios se duplicó. La revista India Today informó que el estigma vinculado al divorcio está desapareciendo entre las personas de clase media de la India. Allí se han creado nuevos tribunales en diversos estados para poder atender el creciente número de casos de divorcio, un aumento que oscila entre un 100 y un 328% en una sola década.

Por supuesto, estas enormes cifras no pueden transmitir el sufrimiento que hay detrás de ellas. Lamentablemente, el divorcio nos afecta a casi todos, pues el matrimonio es una institución universal. Es probable que estemos casados o que nuestros padres estén casados, y puede que seamos amigos íntimos de personas que están casadas. Por eso, aunque el divorcio todavía no nos haya hecho sufrir personalmente, la amenaza de que lo haga tal vez nos inquiete.

¿Qué hay detrás de todos estos divorcios? Parte de la respuesta puede estar en los cambios políticos. Las leyes de muchos países antes no permitían el divorcio —una postura que por mucho tiempo defendieron los grupos religiosos influyentes⁠—, pero la situación ha cambiado últimamente. Por ejemplo, en la década de los ochenta Argentina declaró inconstitucional una ley que no permitía ningún divorcio legal. España e Italia adoptaron leyes que autorizaban el divorcio. No obstante, tales cambios legales no siempre van acompañados de un rápido aumento en el número de divorcios.

De manera que tiene que haber mucho más tras la epidemia mundial de divorcios. El autor Joseph Epstein aludió a ello cuando escribió que no hace mucho “haber estado divorciado era como haber recibido un certificado legal de que se carecía de integridad moral. [Pero hoy día] —continuó⁠— en algunos círculos parece más excepcional no haberse divorciado que haberlo hecho; el que una persona acabe sus días dentro de los límites de un solo matrimonio incluso pudiera interpretarse como una falta de imaginación”. (Divorced in America [Divorciados en América].)

En otras palabras, las actitudes fundamentales de las personas hacia el matrimonio han cambiado. El respeto y la reverencia hacia una institución que por mucho tiempo se consideró sagrada está disminuyendo. El divorcio se hace cada vez más aceptable en todo el mundo. ¿Por qué? ¿Qué ha podido llevar a las personas a aceptar algo que antes tantos desaprobaban? ¿Pudiera ser que el divorcio no sea tan malo al fin y al cabo?

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