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  • g92 22/5 págs. 24-27
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  • La verdad me ha libertado
  • ¡Despertad! 1992
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  • La tartamudez no me frenó
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¡Despertad! 1992
g92 22/5 págs. 24-27

La verdad me ha libertado

MI PADRE falleció cuando yo tenía siete años, dejando a mi pobre madre al cuidado de seis hijos. Nos criamos en la ciudad de Johannesburgo (África del Sur). De joven no me gustaba relacionarme con la gente, pues tenía una tartamudez muy pronunciada que me daba mucha vergüenza.

Sin embargo, esta desventaja contribuyó a que potenciara otras aptitudes. Mis redacciones eran, por lo general, las mejores de la clase, y a veces hasta se leían en otras aulas. Además, como la tartamudez no afecta mis dotes para el canto, me pasaba la mayor parte del tiempo libre tocando la guitarra y cantando.

La música acabó por convertirse en mi único interés. Me moría de ganas por tocar en un conjunto de música rock, lo que repercutió de lleno en mis estudios. De hecho, dejé la escuela sin haber completado la educación fundamental. Formé un conjunto, con el que tocaba casi todos los fines de semana en las poblaciones de la periferia de Johannesburgo. No tardé en dejarme melena ni en excederme con el alcohol.

Recuerdo que toqué varias semanas en una sala de fiestas de Johannesburgo donde trabajaba una “mujer” muy guapa que solía invitarme a tomar una copa porque le caí en gracia. ¡Qué asco me dio al enterarme de que era un travestido! Resulta que la sala era un club nocturno para homosexuales. Para poder cumplir con el horario del club, de nueve de la noche a cinco de la madrugada, seis noches por semana, empezamos a tomar alucinógenos, lo que nos creó adicción.

Después de tocar durante cinco años en un conjunto, ocurrió algo que hizo que me planteara en serio el tema religioso. Un cura invitó al grupo a tocar en el salón de actos de la iglesia para una organización juvenil. Había más de quinientos adolescentes y el cura cobraba las entradas. La música que tocábamos era frenética y un buen número de jóvenes se hallaba bajo los efectos del alcohol. Me llamó la atención un grupo de jóvenes sentados en corro que estaban pasándose drogas, lo que me hizo pensar si de veras existía Dios.

¿Existe Dios?

Examiné varias religiones, entre ellas la adventista del séptimo día, la metodista y la católica, pero pronto vi que no tenían nada que ofrecer, así que dejé de asistir a sus oficios. Me acabé de desilusionar por lo que ocurrió un domingo por la noche en una discoteca. Las luces eran tenues y la música estaba alta. Me fijé en el que atendía la barra: Era el cura de la parroquia, vestido con pantalones vaqueros y chaleco, pero sin camisa debajo, y una gran cruz al cuello. Como no veíamos que fuera mejor que nosotros, lo llamábamos el cura hippy.

Me interesé en el budismo, de modo que compré una imagen de Buda y la puse en mi habitación al lado de la cama. Todos los días me arrodillaba ante ella y decía: “¡Oh, Buda! Te ruego que me ayudes”. También creía que los seres humanos tienen un alma astral que va unida al cuerpo físico por un cordón plateado y gracias a la cual se puede viajar al lugar del universo que se desee.

La creencia falsa en la inmortalidad del alma dejaba huella en nuestra música. (Compárese con Eclesiastés 9:5, 10 y Ezequiel 18:⁠4.) Empecé a escribir las canciones bajo el influjo de las drogas. El grupo aprendió a tocar mi música y editamos una grabación de dos horas sobre la vida de un viajero astral. Uno de los temas trataba de Satanás y difundía la idea blasfema de que tenía más poder que Dios.

Mi obsesión por el ocultismo y los alucinógenos me estaba haciendo mucho daño. Me despertaba de noche y veía figuras tétricas moviéndose por la habitación. Una noche me entró tanto miedo que me quedé sin fuerzas en los brazos, sin apenas poderme mover mientras se acercaba un objeto espantoso. En otra ocasión, estaba tumbado en la cama y aparecieron de súbito en la habitación objetos extraños. Nació en mí el deseo de liberarme de aquella esclavitud.

El día que cambió mi vida

Para aquel entonces, mi hermano Charles y su mujer, Lorraine, se habían hecho testigos de Jehová. Los sábados por la mañana era habitual despertarme con resaca y encontrar una nota de Charles en la que había escrito textos bíblicos relacionados con mi modo de vivir licencioso.

Un domingo Charles y Lorraine me invitaron a un drama bíblico interpretado por testigos de Jehová en su asamblea de distrito anual de Pretoria. Sentía curiosidad y decidí ir. Fue una grata sorpresa ver a tanta gente limpia. Lo pasé muy bien, aunque no entendí el 90% de lo que escuché. Cuando Charles me presentó a sus amistades, me impresionó que me saludaran de manera tan cordial, y eso que llevaba melena y no iba vestido para la ocasión. Al final quedé en estudiar la Biblia con un Testigo.

A la semana siguiente, en vez de ir a practicar con el conjunto, me fui a las reuniones que celebraban los testigos de Jehová en el Salón del Reino. Al final de la semana ya había decidido salirme del grupo y vender el equipo de música. Una vez disuelta la banda, decidimos que yo me quedaría con la cinta maestra de las grabaciones, dado que yo había compuesto la música y la letra de todos los temas. No podía resistir la tentación de quedármela. También conservé la guitarra acústica y continué interpretando la música ocultista que había compuesto bajo el influjo de las drogas.

Al estudiar la Biblia y asistir a las reuniones, adquiría cada vez más comprensión de los preceptos divinos, de modo que no tardé en entender que debía participar en las reuniones y en la difusión de las buenas nuevas de casa en casa como testigo de Jehová. (Hechos 5:42; Romanos 10:10.) Me aterraba la idea, pues mi tartamudez era tan acusada que me había vuelto introvertido y esperaba que los demás hablaran por mí.

La tartamudez no me frenó

Al ir a las reuniones, me decía: “A ver si logro comentar como los demás”. Finalmente lo logré, pero ¡hay que ver cuánto me costó decir cuatro palabras! Al acabar la reunión, muchos fueron a felicitarme. Me hicieron sentir como un futbolista que acabara de marcar un tanto. Empezaba a percibir el amor auténtico, característico del cristianismo verdadero. (Juan 13:⁠35.)

El siguiente obstáculo vino al matricularme en la Escuela del Ministerio Teocrático, cuando tuve que hacer una breve lectura bíblica ante un pequeño auditorio. Tartamudeé tanto que no pude acabar la asignación a tiempo. Al terminar la reunión, el superintendente de la escuela tuvo la amabilidad de darme consejo práctico, sugiriéndome que practicara la lectura en voz alta. Seguí su consejo y, día tras día, leía la Biblia y la revista La Atalaya. La confianza que generó en mí la Escuela del Ministerio Teocrático me ayudó a afrontar el reto de visitar a desconocidos en el ministerio de casa en casa. En octubre de 1973 me bauticé en símbolo de mi dedicación a Jehová Dios.

La ruptura definitiva

Sin embargo, todavía era un cristiano nuevo e inmaduro. Si un domingo hacía frío, me subía al automóvil después de predicar de casa en casa, cerraba las ventanillas y disfrutaba del sol mientras escuchaba un casete de la cinta maestra de mi música. En aquel tiempo había empezado a cortejar a Debbie, una joven extraordinaria que participaba en el ministerio de tiempo completo. Un día Debbie se acercó al automóvil cuando estaba escuchando la cinta. La paré inmediatamente. En mi interior me daba cuenta de que no era música para un cristiano.

Poco después de casarnos, Debbie y yo empezamos a tener problemas. A menudo me despertaba a media noche tembloroso y empapado en sudor. Tenía unas pesadillas espantosas en las que vadeaba ríos de sangre perseguido por demonios. Durante muchos meses mi pobre esposa pasó por una mala racha a cuenta de los ataques demoniacos. Aunque no sabía todo lo referente a mi música, Debbie sospechaba que ejercía mala influencia en mí y me lo decía. Pero yo le respondía tercamente: “Siempre guardaré esta cinta por razones sentimentales”.

Además, discutíamos por muchos asuntos, y casi siempre acababa gritándole. Como teníamos muchas riñas, Debbie tuvo el acierto de pedir la ayuda de los ancianos de la congregación. A veces venía un anciano a casa para ayudarnos, pero cuando se marchaba volvía a enfadarme con ella. Como era demasiado orgulloso para aceptar ayuda, le decía: “¿Qué derecho tienes a ir a hablar con los ancianos? Esa es responsabilidad mía, que soy el cabeza de familia”. Está claro que tenía una opinión desequilibrada sobre la jefatura. Luego me enfurruñaba y no le hablaba durante días. Hoy me doy cuenta de todo el esfuerzo que hacía por salvar a su esposo y el matrimonio.

Una noche, Debbie habló con un anciano sobre el tipo de música que yo escuchaba y tocaba con la guitarra. Un anciano vino a verme y charlamos largo y tendido. Recuerdo que me preguntó: “¿Tienes algo en casa que pudiera ser la causa de tus problemas?”. Por fin me abrí, le conté lo de la cinta y admití que me remordía la conciencia. (1 Timoteo 1:5, 19.)

Aquella misma noche, después de irse el anciano, decidí destruirla. Debbie y yo la llevamos al patio trasero con idea de quemarla, pero como no prendía, la enterramos. Además, vendí la guitarra. Decía para mis adentros: “Si quiero romper con la música degradante, he de hacerlo del todo”. Para mi asombro, no tuve más pesadillas. Desde entonces las cosas han ido mejorando en el matrimonio.

El reto de hablar en público

Aunque había ganado confianza gracias a la Escuela del Ministerio Teocrático, aún tenía muy pronunciada la tartamudez. Deseaba muchísimo pronunciar un discurso en la congregación sin tartamudeos. Debbie me aconsejó ir a un logoterapeuta. Le hice caso y durante unos cuatro meses recibí la ayuda de un profesional una vez por semana. Gracias a la terapia y al buen consejo de la organización de Jehová, he logrado progresar en la oratoria.

En 1976, tuve el privilegio de ser nombrado anciano de la congregación; dos meses después di mi primer discurso de cuarenta y cinco minutos, y, unos años más tarde, pronuncié mi primer discurso en una asamblea de circuito. Con el tiempo me asignaron discursos en casi todas las asambleas de circuito. En diciembre de 1990, alcancé la cumbre en lo que a mi experiencia de orador se refiere: Tuve el privilegio de presentar un discurso de veinte minutos acerca de la vida de familia cristiana, ante los más de cuatro mil asistentes a la sesión en inglés de la asamblea de distrito de los testigos de Jehová en Johannesburgo.

Tengo que luchar continuamente con mi tartamudez para no recaer, porque si recaigo, me cuesta salir del problema. Aunque a veces todavía tengo algún que otro problemilla, me ayuda mucho la confianza en Jehová. Cuando me dirijo a la plataforma para discursar, le imploro que me ayude a estar tranquilo y a presentar bien la información. De hecho, nunca me he olvidado de darle mis más humildes gracias por haber podido presentar el discurso con su ayuda.

Debbie y yo contamos además con la bendición de tener dos hijos, Pendray, de quince años, y Kyle, de once. Como familia disfrutamos mucho del ministerio de casa en casa. A Debbie y a mí nos anima sobremanera el entusiasmo que tienen Pendray y Kyle por la obra.

Cuando miro al pasado, siento pena y alegría: pena por la mala influencia que mi música ha tenido en la gente, y alegría por haber hallado la verdad, haber abandonado la música denigrante y haber vencido la traba de la tartamudez. Me suelo acordar de lo que dijo Jesús a sus discípulos: “Conocerán la verdad, y la verdad los libertará”. (Juan 8:32.) Por bondad inmerecida de Jehová, esa ha sido mi experiencia dichosa.⁠—Relatado por William Jordaan.

[Fotografías en la página 26]

Debbie y William Jordaan en la actualidad

Tengo que luchar continuamente con mi tartamudez

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