La cibernética. Una antigua idea que ha madurado
¿LE GUSTA ir al zoológico? Seguramente le hace gracia ver cómo la madre mandril acicala a su cría, quitándole las garrapatas que tiene en el pelaje. O quizás prefiera visitar una fábrica de montaje de automóviles. ¿Esperaría ver en ella algo parecido?
“Difícilmente”, responderá usted. Sin embargo, en las fábricas modernas de automóviles es muy posible que usted vea brazos mecánicos que recogen y transportan piezas y materiales para su montaje. En realidad, tales fábricas utilizan los mismos principios que los mandriles han venido utilizando por siglos para acicalarse unos a otros. El estudio de tales principios se denomina cibernética.
Puede que esta ciencia sea nueva, pero la palabra no lo es. Hace casi tres mil años, Homero utilizó en sus escritos la palabra ky·ber·nḗ·tēs para referirse al timonel de un barco. Y siglos más tarde Platón aplicó ese término al hombre que lleva el timón del gobierno. Pero ¿qué es exactamente la cibernética? La Nueva Enciclopedia Larousse dice que es la “ciencia del control y de la comunicación en los animales y en las máquinas”. El medio utilizado para el control interno en el caso de un animal —su sistema nervioso— es similar al que llevan incorporado ciertas máquinas modernas. El funcionamiento del sistema interno consiste en dar órdenes (información de entrada), aportar datos sobre el curso de la operación (realimentación o feedback) y hacer los ajustes necesarios (control) para ejecutar las órdenes.
Si analizamos lo que hace la madre mandril al acicalar a su cría veremos que tiene mucho en común con ciertas máquinas modernas. Primero localiza con el ojo la garrapata. Entonces su cerebro ordena a la mano que extraiga el parásito del pelaje. El cerebro controla constantemente el curso de la operación, asegurándose cuidadosamente de que su mano agarre la garrapata y no un mechón de pelo. Pero ¿y si en ese lapso de tiempo el chiquitín se mueve? No pasa nada, pues el cerebro de la madre puede emitir nuevas órdenes para compensar los movimientos de su cría. De modo que el mandril tiene un avanzado sistema interno de información de entrada, realimentación y control. Los cibernéticos se dedican al estudio de estos sistemas automáticos de control en los organismos vivos y en las máquinas. Pero ¿qué clase de máquinas?
Las fábricas modernas de automóviles están prácticamente automatizadas. No utilizan simples máquinas, sino máquinas autorregulables, llamadas también robots.
Los robots constituyen una aplicación práctica de la cibernética en el sentido de que utilizan los mismos principios de información de entrada, realimentación y control que están presentes en la madre mandril. Estos principios permiten que un robot regule su propia actividad y así tenga cierta ventaja sobre otros aparatos mecánicos. No obstante, ¿cómo se robotizó la cibernética, convirtiéndose en un nuevo campo de investigación?
De poleas a robots
A lo largo de la historia el hombre ha intentado fabricar máquinas que le liberasen un poco de ocupaciones penosas y rutinarias. Los primeros artefactos todavía necesitaban, por supuesto, una persona que los hiciese funcionar y los controlase, que pensase por ellos. La rueda, la palanca o la polea multiplicaron la fuerza muscular, pero precisaban el control minucioso de un ser humano. Gradualmente se inventaron máquinas impulsadas por agua, viento o vapor. Aun así, se requería una persona para medir la potencia del aparato, ajustarlo y regularlo. De modo que se necesitaba un sistema para controlar la actividad de la máquina. ¿Se podrían fabricar máquinas que se autocontrolasen, al menos en parte?
El cerebro de la madre mandril no solo da instrucciones a la mano, sino que también compila un informe del curso de la operación basado en los datos que le suministran los ojos. Nuestro diligente primate no necesita que nadie le diga dónde está la siguiente garrapata y cómo eliminarla. Ella tiene un sistema interno de información de entrada, realimentación y control que le permiten autorregularse. Una máquina que controle su propia actividad también tiene que tener incorporados en su sistema automático estos elementos.
La revolución industrial que empezó a finales del siglo XVIII fue un incentivo para el desarrollo de máquinas automáticas. Por ejemplo, la locomotora de vapor se perfeccionó con el regulador centrífugo de velocidad, invento de James Watt. Mediante detectar la velocidad de la locomotora (realimentación) y ajustar una válvula de admisión de vapor (control), la potencia (información de salida) de su locomotora se mantenía a un nivel dado (información de entrada). De modo que la velocidad de esta máquina se controlaba automáticamente, se autorregulaba.
Pero la madre mandril puede hacer más que acicalar a su cría; puede alimentarla y también llevarla de paseo. Su sistema automático de control es tan adaptable que el pequeñuelo puede confiar en su mamá en cualquier situación. ¿Podría diseñarse una máquina con semejante flexibilidad? Necesitaría un sistema de control que le permitiera realizar diversas tareas sin ninguna relación entre sí. Desde la década de los cincuenta la ciencia de la cibernética ha estado tratando de satisfacer esta necesidad, y uno de los resultados de tales esfuerzos es el robot moderno.
El robot: producto de la cibernética
La palabra “robot” viene de un término checo que significa “trabajo forzoso”. En este siglo, “robot” ha llegado a significar “un manipulador reprogramable y de múltiples funciones diseñado [para] diversos trabajos”. Muchos robots industriales llevan un ordenador incorporado y están programados para efectuar varias tareas; en cuanto cambia el plan de trabajo, se vuelven a programar. Se ha dicho que cuando se cargan programas actualizados en el ordenador de un robot para que realice una nueva asignación de trabajo, se puede reutilizar hasta un 80% del robot.
¿Cómo funciona el robot industrial? Los cibernéticos utilizan en los robots el mismo tipo de sistema de control incorporado que observamos en la madre mandril, con los elementos de información de entrada, realimentación y control. Para empezar, se carga en la memoria del robot un programa con una serie de instrucciones. Después, cuando la máquina está en funcionamiento, la información almacenada en su memoria transmite instrucciones en forma de señales sobre lo que tiene que hacer. Estas máquinas poseen instrumentos sensores que remiten a la memoria un informe del curso de la operación. Dentro de la memoria se comparan estos datos con la información original, y el ordenador emite una orden para empezar la siguiente tarea. Tales máquinas pueden empujar objetos, tirar de ellos, retorcerlos, elevarlos, bajarlos, hacerlos girar, o incluso pintar con pistola, soldar, cargar, apilar y transportar.
La industria del automóvil es una de las muchas que utiliza la cibernética y, en concreto, la robótica. Gracias a ello se ha podido sacar a muchos trabajadores de entornos peligrosos debido al calor, los gases de escape o el ruido. Un mecánico de una fábrica de automóviles explicó las condiciones de trabajo que recordaba haber vivido treinta años atrás: “Tenía que montar cajas de cambios, y aquello me destrozó la espalda. Ese [trabajo] lo hace ahora un robot”.
El Cibernético Supremo
Sin embargo, no debemos olvidar que, pese al avance de la cibernética, hasta los más avanzados robots controlados por ordenador solo pueden hacer aquello para lo que han sido programados. Tanto la máquina como el programa son de diseño humano. Entonces, ¿a qué conclusión podemos llegar respecto al sistema nervioso del hombre? Este es, sin duda, un sistema sumamente superior.
Norbert Wiener, pionero en el campo de la cibernética, dijo: “Ninguna máquina computadora economiza energía como el cerebro. [...] [El hombre tiene] el sistema nervioso mejor desarrollado” de todos los seres vivientes que hay en la Tierra. El hombre constituye un magnífico ejemplo de lo que puede hacer un sistema de información de entrada, realimentación y control. “La transmisión de información dentro del sistema nervioso es más compleja que la mayor central telefónica del mundo”, explica The New Encyclopædia Britannica, y añade: “La capacidad que tiene el cerebro humano de solucionar problemas supera, con gran diferencia, a la de los ordenadores más potentes”.
Por consiguiente, todo el crédito debe darse al Diseñador del hombre, Jehová Dios, quien merece que se le considere el cibernético más brillante de todos los tiempos. “De manera que inspira temor estoy maravillosamente hecho”, escribió David en el Salmo 139:14. Todo ser humano sano cuenta desde su nacimiento con un sistema nervioso que le permite controlar sus propios actos. Ciertos talentos se adquieren en seguida. Recoger cosas y transportarlas, por ejemplo, son literalmente un juego de niños. Pero otras habilidades, como montar en bicicleta o tocar el piano, requieren práctica.
El sistema humano de control es sumamente flexible. Puede utilizarse incluso para proporcionar guía moral. En Efesios 6:4 la Biblia anima a los padres a inculcar valores morales rectos en el cerebro de sus hijos, y llama a ese proceso “regulación mental”. Un abundante caudal de principios morales puede ayudar al niño a tomar decisiones y a controlar sus propios actos.
En 1 Corintios 12:28 aparece la palabra ky·bér·nē·sis, que en ese contexto significa “capacidades directivas”. Según el Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento, de W. E. Vine, eso es lo que se dice de “los que actúan como conductores” dentro de la congregación. En efecto, hasta la congregación cristiana puede actuar como un sistema cibernético, con metas y normas teocráticas. Cada miembro individual tiene la oportunidad de controlar sus propios actos basándose en valores establecidos en la Biblia.
Por lo tanto, puede decirse que la cibernética es tan antigua como la creación misma. Por supuesto, la madre mandril no lo sabe ni le preocupa. Pero nosotros, como criaturas inteligentes de Dios, deberíamos agradecer esa maravillosa dádiva que tenemos incorporada: nuestro sistema de control. Si le damos un uso apropiado, podremos utilizar nuestros dones para la gloria del Cibernético Supremo: Jehová Dios.
[Reconocimiento en la página 21]
BMW Werkfoto núm. 88090