Mantuve mi promesa
NACÍ en Río de Janeiro (Brasil) durante una fiesta de Domingo de Carnaval del año 1930. Había presentes miembros de la alta sociedad de Río: médicos, coroneles del ejército y prósperos hombres de negocios. Siguiendo una superstición, todos echaron anillos de oro y diamantes en el agua de mi primer baño, pues creían que aquello me ayudaría a hacerme rico y famoso. Aproximadamente un año y medio después, en un concurso promocionado por una revista, fui galardonado como el bebé más hermoso de Río.
Poco después mi madre enfermó de gravedad. Los médicos no dieron esperanzas de que se recuperase y, como consecuencia, mi padre la abandonó tanto a ella como a los hijos. A mí me entregó en pago por una deuda, y así fue como llegué a vivir con una familia rica de Guarujá, en la isla de Santo Amaro, perteneciente al estado de São Paulo. Allí me crié sin guardar recuerdo de mi verdadera familia. Sin embargo, durante unas vacaciones escolares en Río de Janeiro —a unos 450 kilómetros de Guarujá, donde yo vivía— sucedió algo que le dio un viraje a mi vida.
Un encuentro casual
Yo jugaba con muchachos de mi edad en una sección de Río llamada Jardim da Glória. Como mis padres adoptivos me daban bastante dinero, solía comprar helado para todo el grupo, lo que me hacía muy popular. Alberto, uno de los muchachos, me preguntó de dónde era. Cuando se lo dije, me contestó: “Yo tengo un hermano que también vive en el estado de São Paulo, pero nunca llegué a conocerlo. Se llama Cézar. Mi padre se lo entregó a una familia que vive allí, y ahora mamá llora todos los días porque ha perdido la esperanza de volver a verlo”.
Y añadió: “Si alguna vez encuentras en São Paulo a un muchacho de unos diez años que se llame Cézar, dile que conociste a su hermano y que a su madre le gustaría verle”.
“No lo olvidaré —le prometí—. Al fin y al cabo, se llama igual que yo.”
Mis circunstancias cambian
Alberto le explicó a su madre la conversación que habíamos tenido, y ella quiso conocerme. Cuando Alberto y yo nos volvimos a ver en Jardim da Glória al siguiente domingo, me dijo: “Mamá quiere verte. Creo que quiere enviar contigo un mensaje para mi hermano de São Paulo”.
En seguida me llevó a donde su madre, que estaba sentada en un banco del parque. Ella me miró de arriba abajo con mucha atención. Entonces me abrazó y se puso a llorar. “¿Quiénes son tus padres?”, me preguntó.
“Garibaldi Benzi y Nair —le respondí—. Y yo me llamo Cézar Benzi.”
Me dijo que quería conocer a mi madre. Cuando le conté a ella lo sucedido, casi se desmayó. Más adelante las dos madres se reunieron y hablaron de mí mucho tiempo. Después Alberto me dijo: “¡Mi madre es tu verdadera madre y tú eres mi hermano!”.
Mamá se había recuperado de su enfermedad y estaba criando sola a mi hermano y hermana mayores. Cuando supe con certeza que había encontrado a mi verdadera familia, pedí que me dejaran ir a vivir con ellos. Mi madrastra se decepcionó mucho, pero yo anhelaba estar con mis propios hermanos. También me compadecía de mi madre, que había sufrido por mí sin saber si me encontraba vivo o muerto. Así que me mantuve firme en mi decisión, aunque aquello suponía pasar de un hogar lujoso en Guarujá a una casa situada en una sección pobre de Río de Janeiro. ¡Qué cambio! Tuve que ponerme a trabajar duro cada día al salir de la escuela, pues mi familia necesitaba mi sueldo para vivir.
Hice una promesa
Con el paso de los años aprendí el oficio de joyero y posteriormente el de diseñador de joyas. La agrupación con la que trabajaba se dedicaba también a la importación de objetos —en su mayoría de contrabando—, la cual resultaba muy lucrativa. Como ganaba mucho dinero con tanta facilidad, siempre estaba de fiestas, de mujeres y de orgías. Cuando apenas contaba con veintidós años, me casé con Dalva, una amiga de la escuela. La verdad es que no me la merecía. Ella era una esposa y madre ideal, educada, atenta y de buenos modales.
Una noche, después de siete años de matrimonio, me encontraba de regreso a casa tras otra fiesta desenfrenada cuando empecé a meditar seriamente. Razoné que con la vida que llevaba nunca podría enseñar normas adecuadas de moralidad a nuestros tres hijos. Por consiguiente, me resolví a cambiar. Al llegar a casa desperté a Dalva para decirle lo que había decidido.
“¿Y me has despertado a los dos de la madrugada solo para decirme esa tontería?” Le sobraban razones para desconfiar de mí. Pero le prometí: “Esta vez va en serio. Y para empezar, voy a trasladar mi taller a algún lugar cerca de casa a fin de que tengamos más tiempo para estar juntos en familia”. Decidimos acostarnos, pero Dalva todavía estaba un tanto escéptica.
Al día siguiente encontré un edificio de dos plantas y pensé en la posibilidad de vivir en la planta superior y tener el taller abajo. Entonces fui a ver a mis antiguos compañeros de trabajo y me despedí de ellos. Estaba decidido a mantener mi promesa. Por primera vez, Dalva y yo empezamos a disfrutar de nuestra vida de familia con los niños.
Ayuda para mantener mi promesa
Unos tres meses después me visitó Fabiano Lisowski. Hacía mucho tiempo que me conocía, así que cuando le dije que quería presentarle a mi esposa, me preguntó: “¿Tu esposa legal?”.
Cuando entró Dalva, se lo presenté como “un sacerdote de una religión de la Biblia”. Él se rió y explicó que era testigo de Jehová. Yo no sentía ningún interés por la religión, pero a Dalva le gustaba la Biblia. Él y Dalva empezaron a hablar y yo me mantuve al margen porque no entendía nada de lo que decían.
Fabiano nos invitó a asistir aquel mismo domingo a una reunión. Para su sorpresa, prometí ir. Dalva estaba que no cabía en sí de gozo. Sabía que yo era un hombre de palabra y que si decía que iba a ir a la reunión, podía contar con ello. Mis tratos con contrabandistas me habían enseñado dos cosas: a mantener la palabra y a no llegar nunca tarde a una cita.
Siempre había llevado un revólver en el cinturón, pero cuando fui a la reunión, dejé el arma en casa. Nos acogieron muy bien y nos trataron con mucha cortesía, de modo que prometí volver al siguiente domingo. Desde entonces hemos asistido regularmente a las reuniones en el Salón del Reino y no he vuelto a llevar encima un arma.
Fabiano concretó visitarnos cada miércoles por la noche acompañado de su esposa y su suegra. Él sabía que yo era ateo; por lo tanto, hablaba principalmente con Dalva. Como me sentía excluido, empecé a hablarle de otras cosas y él cortésmente comenzó a prestarme más atención. Vi que tenía un libro —“Sea Dios veraz”—, pero que vacilaba en ofrecérmelo. Finalmente le pregunté: “¿Para qué es este libro?”.
Desconcertado, me respondió: “Para estudiarlo”.
“Si es para estudiarlo —contesté—, veamos lo que dice.”
A todos les sorprendió mi reacción y no sabían qué pensar. No obstante, el estudio se empezó y yo escuchaba con atención. Dalva estaba radiante de alegría; hasta nuestros tres hijos gustaban de escuchar las explicaciones de Fabiano.
Durante el estudio, la esposa de Fabiano se dio cuenta de que yo fumaba sin parar y me dijo: “Parece que fuma mucho”.
“He fumado desde que iba a la escuela —comenté—. Y cuando estudio los diseños para joyas, fumo sin parar.”
Con tacto, me dijo: “Muchas personas tratan de dejar de fumar pero no pueden”.
“Yo puedo dejarlo en cuanto me lo proponga”, repliqué.
“Eso es lo que se figura”, respondió.
“Para demostrárselo, hoy mismo dejo el tabaco”, le dije. Lo hice, y desde entonces jamás he vuelto a fumar.
Durante los primeros meses de nuestro estudio las cosas no fueron fáciles. Algunos amigos de antes venían a buscarme para proponerme negocios sospechosos. También venían a buscarme a casa mujeres con las que antes iba a fiestas. Pero yo estaba determinado a cambiar mi vida y, gracias a la bondad inmerecida de Jehová, pude hacerlo. Al principio mi negocio declinó y tuvimos que reducir nuestro nivel de vida. Pero afortunadamente Dalva era una constante fuente de ánimo.
A los cinco meses de estudiar la Biblia, se aclararon todas mis dudas. Estaba convencido de que Jehová es el Dios verdadero y de que la Biblia es su Palabra escrita. De modo que el 12 de enero de 1962 Dalva y yo estuvimos entre las 1.269 personas que se bautizaron en la primera asamblea grande de São Paulo, celebrada en el parque de Ibirapuera. ¡Qué emocionante fue ver una concurrencia de unas 48.000 personas!
Enseñamos a nuestros hijos
Aquella asamblea me ayudó a grabar en mí la responsabilidad de enseñar y educar a nuestros hijos. Decidimos celebrar un estudio bíblico de familia los miércoles por la noche. Hasta el día de hoy, esa sigue siendo nuestra noche para el estudio de familia. La única diferencia es que ahora Dalva y yo estudiamos solos, pues nuestros tres hijos ya están casados.
Algunos de los temas que estudiábamos con los niños tenían que ver con los problemas de los jóvenes de nuestros días, como los estilos en el vestir, el arreglo personal y la conducta apropiada con personas del sexo opuesto. También, si alguno de nuestros hijos tenía una asignación en la Escuela del Ministerio Teocrático, la ensayábamos el miércoles por la noche.
Además, les mostrábamos la belleza de la creación de Jehová llevándolos al zoológico y a otros lugares. Les ayudábamos a comprender que los animales fueron creados por Jehová para el disfrute del hombre y que pronto tendríamos el placer de verlos, no en jaulas ni detrás de barrotes, sino al aire libre, donde se los podría acariciar.
Siendo los niños todavía pequeños, colocamos en la pared de la despensa un horario para la lectura de las revistas La Atalaya y ¡Despertad!, así como otras publicaciones de la Sociedad Watch Tower. Los tres se esforzaban al máximo por mantenerse al día con el horario a fin de poder decirnos lo que habían aprendido. Verdaderamente podemos decir que esta manera de educar a nuestros hijos nos trajo grandes recompensas. Los tres se bautizaron antes de cumplir los trece años.
Cézar, el más pequeño, fue el primero en manifestar su deseo de servir en el ministerio de tiempo completo. A los nueve años, y sin previa notificación, un superintendente viajante le pidió que subiese a la plataforma y le preguntó qué quería ser de mayor. “Betelita, superintendente de circuito o misionero”, respondió Cézar.
A los diecisiete años inició su servicio como ministro precursor de tiempo completo y a la vez empezó un curso de imprenta con el fin de prepararse para trabajar en la sucursal brasileña de la Sociedad Watch Tower. Poco después lo invitaron a Betel, donde sirvió cuatro años. Luego se casó, y su esposa y él sirvieron de precursores especiales hasta que les nació su hijo. Actualmente Cézar sirve de anciano cristiano y su esposa es precursora regular. Su hijo se bautizó en 1990, a la edad de once años.
Sandra, una de nuestras hijas, emprendió el servicio de precursor en 1981. Al año siguiente se casó con Sílvio Chagas, miembro de la familia Betel, y juntos sirvieron de precursores especiales durante ocho años. Actualmente están ocupados en la obra de circuito, visitando congregaciones de testigos de Jehová. Solange, la hermana gemela de Sandra, y su marido sirvieron durante tres años de precursores especiales. Su hijo Hornan se bautizó hace poco. El marido de Solange es un anciano cristiano.
Dalva y yo opinamos que el progreso espiritual de nuestros hijos se ha debido en gran parte al estudio de familia que celebramos regularmente los miércoles por la noche desde hace unos treinta años. Otra ayuda para criarlos fue que con frecuencia invitábamos a nuestra casa a superintendentes viajantes y a otros ministros de tiempo completo. Estos hermanos cristianos les ayudaron a cultivar la meta del ministerio de tiempo completo.
Bendiciones personales
Dalva y yo hemos disfrutado de muchos privilegios desde el más importante de todos allá en 1962 cuando nos bautizamos. Durante un tiempo serví de superintendente de circuito sustituto, y gozamos del privilegio de visitar congregaciones de testigos de Jehová. También participé en la construcción de nuestro Salón de Asambleas en Duque de Caxias, una obra que duró cinco años. Y he comparecido muchas veces ante autoridades civiles, médicas y militares, incluso ante el vice gobernador del estado, con objeto de alquilar estadios para nuestras asambleas y explicar nuestra postura de neutralidad cristiana, así como el porqué de nuestra negativa a las transfusiones de sangre.
Cuando rememoro todas las maravillosas bendiciones que he recibido desde aquella noche crucial en la que desperté a Dalva para comunicarle la promesa que había hecho, puedo decir sin lugar a dudas que la mayor bendición de todas ha sido la de ser un publicador de las buenas nuevas del Reino de Dios. Dalva y yo estamos convencidos de que la forma en que Jehová Dios nos dirige por medio de su organización es verdaderamente el “Camino” que conduce a una vida feliz ahora y, con el tiempo, a una vida eterna en el nuevo mundo de Dios. (Hechos 9:2; 19:9.)—Relatado por Cézar A. Guimarães.
[Fotografía en la página 23]
Cézar Guimarães y su familia en la actualidad