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¡Despertad! 1992
g92 8/9 págs. 3-4

Una nueva era de descubrimientos

Por un redactor de ¡Despertad!

¿HA VISTO alguna vez en televisión el lanzamiento de un transbordador espacial? ¿Se ha preguntado qué tamaño tienen los cohetes de impulsión? ¿Y cuánto espacio tienen los astronautas en el interior de uno de esos transbordadores? Tuve la oportunidad de verlo con mis propios ojos cuando fui a Spaceport USA, en Cabo Cañaveral —conocido también como Centro Espacial Kennedy (Florida, E.U.A.).

Como había visto todo tipo de despegues espaciales en televisión y también había observado con emoción el primer vuelo Apolo de ida y vuelta a la Luna en 1969, encontrarme en el mismo centro de toda esa actividad —a solo una hora por carretera al este de Orlando⁠— fue para mí una experiencia muy especial. Al entrar en el estacionamiento, vi a lo lejos una exposición de cohetes que habían sido utilizados para enviar hombres e instrumentos al espacio. Y al lado del Rocket Garden había una réplica en tamaño natural del tipo de orbitadores utilizados en las operaciones de vuelo orbital alrededor de la Tierra. Se llama Ambassador, y aunque no es más que una réplica, impresiona verlo, visitarlo y fotografiarlo. Tiene 37 metros de longitud, una envergadura de 24 metros y su cola mide 17 metros de altura.

Era el viernes 22 de noviembre del año pasado, y estaba ansioso por acercarme a una plataforma de lanzamiento, especialmente a aquella en la que se lanzaría el transbordador Atlantis dos días después, el domingo 24 de noviembre. Hay varias plataformas como esa, pero se encuentran a unos kilómetros de distancia de la zona de exposición. Así que opté por hacer la gira oficial en autocar por las principales instalaciones relacionadas con la fabricación de cohetes y su lanzamiento.

La primera parada fue en el Flight Crew Training Building, donde vimos copias idénticas del módulo de servicio y el módulo lunar utilizados en el histórico viaje a la Luna de 1969. El módulo lunar era un artefacto realmente feo; no tenía ni el perfil ni la forma aerodinámica del típico vehículo espacial. A primera vista parecía más bien un conglomerado de cubos y pirámides con cuatro patas largas y delgadas. Sin embargo, el módulo original había servido para que dos hombres pisaran la superficie de la Luna.

En julio de 1971 se produjo el alunizaje del Apolo 15, y los astronautas Scott e Irwin descargaron el “jeep lunar” o “lunar rover”. Su costo de 15 millones de dólares (E.U.A.) probablemente lo convirtió en el vehículo más caro que jamás se ha fabricado. Si usted quiere conducirlo, solo tiene que ir a la Luna, pues allí se dejó junto con el módulo de descenso del módulo lunar. Pero no se olvide de llevar baterías nuevas; las originales hace mucho que se agotaron.

La siguiente parada de la gira fue en el VAB (Vehicle Assembly Building). Cuando uno visita el centro espacial, tiene que acostumbrarse a los acrónimos, pues se utilizan para todo. Chris, un ingeniero que había trabajado en el proyecto Apolo y a quien conocí más tarde, me dijo: “Me trasladaron a otra sección, y durante meses no pude entender muchas de las cosas que se decían porque los acrónimos que utilizaban eran diferentes de los que yo conocía”. ¿Qué tiene de especial el VAB? Con sus más de 160 metros de altura (como un rascacielos de 52 pisos), 158 de anchura y 218 de longitud, posiblemente sea el edificio de mayor volumen del mundo. Abarca una superficie de tres hectáreas. Es necesario que tenga tales dimensiones porque allí se montan los vehículos de lanzamiento antes de ser transportados lenta y laboriosamente a la plataforma de lanzamiento. Pero luego hablaremos más de esto.

Se nos dijo que el VAB es tan grande que en su interior se podrían montar simultáneamente cuatro cohetes Saturno V (que medían 111 metros de altura y fueron construidos para propulsar la nave espacial Apolo). El libro The Illustrated History of NASA explica: “El extraordinario peso total en el despegue era de 2.900 toneladas. Sin embargo, los motores del Saturno V desarrollaban una fuerza propulsiva de casi 3.500 toneladas, por lo que podían levantar aquella enorme carga con facilidad”.

Cuando miré hacia la parte superior de este enorme edificio, divisé unos buitres aura que volaban en círculo sobre el techo aprovechando las corrientes ascendentes de aire. Eso me recordó que el centro espacial está situado en medio de un extenso refugio nacional de fauna que alberga a docenas de especies de aves, mamíferos y reptiles. En uno de los trayectos de autocar vimos un enorme nido de águila (de unos dos metros de profundidad) situado en lo alto de un árbol. Por alguna razón me pareció muy apropiado que estas aves volaran por la misma zona en la que el hombre ha obtenido algunos de sus mayores logros en el campo del vuelo espacial.

Nuestra siguiente parada sería una zona de observación desde la que podríamos ver a lo lejos un par de plataformas de lanzamiento. Sin embargo, seguía en pie una importante pregunta: ¿Cómo se transportan esos enormes cohetes a las plataformas de lanzamiento, situadas a 5,5 kilómetros de distancia? Para ello utilizan los mayores tractores oruga que jamás había visto. Pueden transportar 6.600 toneladas. Cada uno de estos tractores oruga es del tamaño de medio campo de fútbol y pesa 2.700 toneladas. Pero no espere que estos monstruos batan ningún récord de velocidad. Cargados, su velocidad máxima es de 1,6 kilómetros por hora, y descargados, de 3,2 kilómetros por hora. La carga se transporta sobre una plataforma cuyas cuatro esquinas se apoyan a su vez en cuatro enormes orugas de dos bandas de cadena sin fin. Cada banda tiene 57 estrías, y cada estría pesa una tonelada.

Ahora imagínese qué pista tan especial tuvo que construirse para llegar a cada plataforma de lanzamiento, pues debe poder soportar el enorme peso de la plataforma móvil y del cohete y de la nave espacial.

¿Y qué ocurre cuando el transbordador espacial regresa a la Tierra? El orbitador tiene que aterrizar en algún sitio, y en Cabo Cañaveral ese “algún sitio” no es una pista de aterrizaje cualquiera: tiene una longitud y una anchura doble de la de una pista normal de aeropuerto. Mide 4.600 metros de longitud y tiene en cada extremo 300 metros de prolongación para casos de necesidad. Si las condiciones para aterrizar no son idóneas, el transbordador se desvía a la base aérea de Edwards, en el desierto de California, a más de 3.200 kilómetros al oeste.

La inmensidad del entero proyecto era abrumadora, e hizo surgir ciertas preguntas: ¿Qué ha logrado el hombre en el campo de la exploración del espacio? ¿Qué beneficios se han conseguido? ¿Y qué perspectivas hay de que se realicen vuelos interplanetarios? ¿Llegará el hombre algún día a Marte?

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