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  • La recuperación de una isla
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¡Despertad! 1992
g92 22/11 pág. 31

La recuperación de una isla

“NINGÚN hombre es una isla”, escribió el poeta John Donne en el siglo XVII. Y es muy cierto; de hecho, hasta hay islas que dejan de serlo. Un ejemplo de ello lo tenemos en la antigua ciudad insular de Tiro. En cumplimiento de una notable profecía bíblica, Alejandro Magno construyó un terraplén hasta esa isla y destruyó su orgullosa ciudad. Con el paso de los siglos, el continuo depósito de sedimentos fue agrandando el terraplén hasta que la isla se convirtió en una península.

En Francia la isla de Mont-Saint-Michel también corre el peligro de dejar de ser una isla. Situado frente al límite entre las dos regiones francesas de Bretaña y Normandía, Mont-Saint-Michel es un pequeño promontorio rocoso con un pueblecito al pie y una abadía fortificada sobre su cima. Alzándose como una pirámide sobre una amplia bahía llena de arena que la marea pone al descubierto, Mont-Saint-Michel ha atraído durante siglos a muchos visitantes. Desde que a principios del siglo VIII E.C. cierto obispo dijo haber tenido allí una visión de “San” Miguel, un sinfín de peregrinos ha acudido a la iglesia y posteriormente al monasterio que se construyó en ese lugar. A la abadía de Mont-Saint-Michel no siempre le ha ido bien. Con el transcurso de los siglos ha sufrido devastadores incendios, se ha visto sitiada en guerra, fue cerrada durante la Revolución Francesa, utilizada como prisión y finalmente restaurada durante el siglo pasado, cuando se le añadió su torre y aguja.

Por mucho tiempo, su peor enemigo había sido el mar. Tanto es así que a veces recibió el nombre de Saint-Michel-a-Merced-del-Mar. Durante siglos, los peregrinos podían llegar a pie a la abadía aprovechando la marea baja, aunque muy pendientes de no caer en las traicioneras arenas movedizas. La rápida subida de la marea presentaba otro peligro, llegándose incluso a decir que esta podía subir a la velocidad de un caballo al galope.

Sin embargo, el mayor enemigo de Mont-Saint-Michel no ha resultado ser el mar, sino la tierra. En los años setenta del siglo pasado se construyó un terraplén de unos 900 metros que por fin unió la isla al continente. Desde entonces las mareas ya no bañan por completo la bahía como antes, por lo que se está acumulando arena alrededor del montículo. Hoy día, el rocoso zócalo de la isla solo se ve rodeado totalmente de agua cuando las mareas son muy altas. En vista de la situación, se está tratando por todos los medios de contrarrestar este fenómeno, pues no se desea que el famoso Mont-Saint-Michel termine convirtiéndose en una península como sucedió con Tiro, ni tampoco en un simple promontorio de granito en medio de una vasta playa seca.

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