“La Era de los Descubrimientos.” ¿Cuál ha sido su precio?
Por el corresponsal de ¡Despertad! en España
“¡MIRA lo que he encontrado!”, dice entusiasmada la niña, mostrando una bella mariposa que sujeta con las manos. También a los mayores les gusta exhibir sus descubrimientos más recientes.
¿Qué otro lugar pudiera ser el más indicado para exponerlos que una feria mundial o una exposición universal? Desde el 20 de abril hasta el 12 de octubre de 1992 la ciudad meridional española de Sevilla acogió la última y más grande feria mundial de este siglo: Expo ’92.
El lema de la Expo ’92 fue “La Era de los Descubrimientos”, de modo que los países participantes procuraron presentar en la feria una muestra de su papel en los descubrimientos pasados y presentes de la humanidad. El visitante tenía a su alcance la oportunidad de descubrir la cocina, el folclor, la arquitectura y la tecnología de 111 países del mundo.
Sin embargo, en años recientes se ha mostrado a la luz la cara oculta de los descubrimientos. Una consecuencia desagradable de muchos descubrimientos ha sido la devastación del frágil ambiente de la Tierra. Tal como una niña puede dañar las delicadas alas de una mariposa, el empleo irresponsable de la tecnología puede ocasionarle daños irreparables al planeta.
A este respecto, la Guía Oficial Expo ’92 explicó que el objetivo de la muestra, o exposición, no consistía únicamente en ofrecer “un homenaje a la capacidad descubridora del ser humano”, sino en promover la solidaridad internacional necesaria para la protección de nuestro frágil planeta.
“El mundo en una isla”
La ciudad de Sevilla, sede de la muestra, enriqueció sus arcas durante la edad de oro del descubrimiento. De allí partió Cristóbal Colón en su segunda gran expedición al nuevo mundo. Gran parte del oro y de la plata que se sacó de América durante el siglo XVI se llevó a Sevilla en galeones españoles. Este preciado botín —principal incentivo de muchos de los primeros exploradores— se descargaba en la Torre del Oro, uno de los símbolos históricos más conocidos de la ciudad.
Sin embargo, últimamente no se ha recibido dinero, sino que se ha sacado. En los últimos cinco años se han gastado 10.000 millones de dólares (E.U.A.) en la preparación de la capital andaluza para la Expo ’92. ¿Y qué se ha generado con todo ese dinero?
Hacia un extremo de la ciudad de Sevilla se encuentra la isla de La Cartuja, islote de terreno aluvial arrastrado por el río Guadalquivir y emplazamiento de un viejo monasterio y de una fábrica de porcelana que estaba en ruinas. Este recinto insular fue transformado en un inmenso parque temático —con avenidas arboladas, jardines, canales de agua, paseos cubiertos y relucientes pabellones— unido a la ciudad por varios puentes de línea estilizada. El rey de España, Juan Carlos I, describió el nuevo recinto de La Cartuja como una “Isla de todos y para todos, realmente ya universal”. Pero ¿qué visión universal descubrirían los visitantes de la Expo ’92?
Parece que en la Expo ’92 la cultura, la gastronomía y el entretenimiento merecieron tanta atención como el ingenio tecnológico. El escritor César Alonso comentó: “De la idea optimista del Progreso hemos pasado en Expo ’92 a una cuidadosa desconfianza en las meras conquistas de la ciencia y de la técnica”. Además, la intervención en la muestra de una cantidad récord de países pequeños le ha dado un carácter más humano que tecnológico.
Los diversos pabellones ofrecieron una vista de la belleza, la gente y la historia de países lejanos a aquellos que tal vez nunca tengan ocasión de visitarlos. Las impresionantes danzas folclóricas de Nueva Zelanda y de Papuasia Nueva Guinea rivalizaban con las alegres danzas regionales rusas, las sevillanas y los acompasados ritmos indonesios. Representaciones musicales, fuegos artificiales y otros números al aire libre contribuyeron a crear un ambiente animado.
Pasado y presente de los descubrimientos
Los visitantes pudieron contemplar cuánto ha cambiado el mundo en los pasados quinientos años. En el renovado monasterio cartujo se montó una exposición que mostraba cómo era la vida allá en 1492, no solo en Europa, sino en las Américas, en Oriente y el mundo islámico. Hubo un tiempo en el que estas cuatro zonas del mundo estuvieron aisladas entre sí, como cuatro enormes islas separadas por océanos, desiertos o mutuas desconfianzas.
Ante todo, se procuró crear en la Expo ’92 un ambiente amigable. Por primera vez en la historia de las exposiciones internacionales se dio mucho énfasis a la conservación de los recursos naturales. Un documental en tres dimensiones explicó que los descubrimientos más recientes —como el del agujero en la capa de ozono— han puesto de relieve las agresiones del hombre contra el planeta. En el Pabellón del Medioambiente se abordó el problema del difícil equilibrio entre el crecimiento económico y la conservación de la Tierra, mientras que en el Pabellón de la Naturaleza se escenificaba una pluviselva amazónica para insistir en la vulnerabilidad de esta inapreciable herencia.
En la isla de La Cartuja se llevó a cabo uno de los programas de jardinería más ambiciosos de Europa: se plantaron 30.000 árboles y 300.000 arbustos. Se pretendía con ello embellecer el recinto y transmitir la idea de que descubrir no debe presuponer la destrucción de nuestro ambiente. Había hermosos nenúfares rojos y amarillos justo al lado de un complejo satélite de telecomunicaciones, y debajo del omnipresente monorraíl las jacarandas en flor adornaban el trayecto. El avanzado sistema de comunicación por fibra óptica quedaba oculto bajo la extensa alfombra de césped del recinto.
Muchos pabellones evocaban la arquitectura regional y sorprendían tanto por su forma como por el tipo de material empleado. Del pabellón japonés se dijo que era la edificación en madera más grande del mundo. Suiza construyó una delicada torre de papel; Marruecos, un palacio moro, y los Emiratos Árabes Unidos, un pequeño castillo. La fachada del pabellón de Nueva Zelanda era una maqueta de acantilados marinos con una cascada y una colonia de aves acuáticas graznando, que parecía real. El pabellón de la India, realizado en madera, estaba coronado por una gigantesca cola de pavo real.
Mantenerse fresco durante el sofocante verano sevillano es un problema de difícil solución. Los organizadores de la Expo procuraron aliviar el problema empleando un recurso natural, el método clásico empleado por los moros que hace siglos habitaron Sevilla. Se valieron de fuentes de agua y sistemas de micronización del agua, combinados con árboles, arbustos y paseos sombreados para que el calor fuera más tolerable.
“El mayor de los descubrimientos modernos”
Antes de que Colón iniciara su primer viaje, permaneció en el viejo monasterio de La Cartuja. Su viaje introdujo la era de los descubrimientos, que en esta exposición fue motivo de homenaje. A pesar de que en estos cinco siglos el mundo ha progresado en muchos campos, hoy mira hacia el futuro con gran preocupación. El rey Juan Carlos I dijo que “la esperanza y el optimismo colectivos encuentran su base en [...] el diálogo de los pueblos [y] el conocimiento mutuo”.
Por esa razón, la Expo ’92 procuró comunicar ‘un mensaje de paz, convivencia y solidaridad a todos los habitantes del planeta Tierra’: objetivo nada fácil cuando se considera el estado de división crónica que padece este mundo. Como se reconoció en la Guía Oficial de la Expo, ‘el mayor de los descubrimientos modernos sería un nuevo orden mundial que partiese de estas bases’.
[Fotografía en la página 17]
La famosa Torre del Oro de Sevilla, siglo XIII
[Fotografías en la página 18]
Satélite de telecomunicaciones junto a hermosos nenúfares
El pabellón marroquí evoca el estilo de un palacio moro