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  • Victoriosos ante la muerte
  • ¡Despertad! 1993
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  • La historia de Ananii Grogul, de Ucrania
  • Mi hermana sufre una tortura despiadada
  • Regreso a Ucrania y sufro más persecución
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  • “Ya huelen a muerto”
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  • “Sigan su camino, sirvan a su Dios”
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¡Despertad! 1993
g93 8/5 págs. 5-12

Victoriosos ante la muerte

“Para sorpresa de los nazis, [los Testigos] no podían ser eliminados. Cuanto más se les oprimía, más se endurecían, y su resistencia se hacía inquebrantable, como el diamante. Hitler los condujo a una batalla a vida o muerte, y mantuvieron su fe. [...] Su experiencia es una fuente de investigación valiosa para todos los que estudian la supervivencia bajo tensión extrema, pues, efectivamente, sobrevivieron.” (Cita publicada en la revista Together y atribuida a la Dra. Christine King, historiadora.)

LOS TESTIGOS DE JEHOVÁ deberían figurar en la historia del siglo XX como el grupo religioso más difamado y perseguido en todo el mundo. Se les ha malinterpretado y, con frecuencia, se les ha maltratado tan solo por su neutralidad cristiana y su negativa a prepararse para la guerra o participar en ella. Mantenerse separados de todo vínculo político les ha hecho objeto de la ira de gobernantes totalitarios en muchos países. Sin embargo, una de sus contribuciones a la historia moderna ha sido su reputación de estricta neutralidad y firme integridad.a

El historiador británico Arnold Toynbee escribió en 1966: “En nuestros tiempos ha habido en Alemania mártires cristianos que han preferido dar su vida antes que rendir homenaje al violento nacionalismo que representaba el deificado Adolf Hitler”. Los hechos indican que los testigos de Jehová se destacaron entre esos mártires. Algunas experiencias deberían bastar para ilustrar cómo hicieron frente a la persecución y hasta a la muerte por causa de su integridad, y no solo durante el nazismo. Los Testigos tienen en muchas partes del mundo una reputación coherente e incomparable de victoria ante la muerte.

La historia de Ananii Grogul, de Ucrania

“Mis padres se hicieron testigos de Jehová durante la II Guerra Mundial, en 1942, cuando yo tenía 13 años. Poco después mi padre fue detenido, encarcelado y luego trasladado a los campos soviéticos de los montes Urales. En 1944, cuando yo solo tenía 15 años, las autoridades militares me llamaron para el servicio militar. Como mi fe en Jehová ya era firme, me negué a adiestrarme para la guerra. Por esa razón, aun siendo muy joven, me sentenciaron a cinco años de prisión.

”Luego llegó el difícil año de 1950. Me volvieron a detener y me sentenciaron a veinticinco años de confinamiento por mis actividades como Testigo. Tenía 21 años. Sobreviví siete años y cuatro meses en los campos de trabajos forzados. Vi morir a muchas personas, hinchadas por el hambre y agotadas por la dureza de los trabajos.

”Tras la muerte de Stalin, en 1953, las condiciones empezaron a cambiar, y en 1957 las autoridades me dejaron libre. Por fin me encontraba de nuevo en ‘libertad’. Pero esta vez me desterraron a Siberia por diez años.”

Mi hermana sufre una tortura despiadada

“En Siberia me reuní con mi hermana, quien para entonces ya se había quedado inválida. La habían detenido en 1950, exactamente dos semanas después que a mí. Condujeron los interrogatorios con métodos totalmente ilegales. La encerraron sola en una celda y luego soltaron dentro ratas, que le roían los pies y corrían por todo su cuerpo. Finalmente, los torturadores la hicieron estar de pie sumergida en agua fría hasta el pecho mientras ellos contemplaban su agonía. La sentenciaron a veinticinco años de prisión debido a su actividad de predicar. Se le paralizaron las dos piernas, pero aún podía utilizar las manos y los brazos. La mantuvieron cinco años en el hospital de un campo de trabajos forzados, hasta que finalmente decidieron olvidarse de ella como si estuviese muerta. La trasladaron junto a nuestros padres, que en 1951 habían sido exiliados a Siberia de por vida.”

Regreso a Ucrania y sufro más persecución

“En Siberia conocí a Nadia, nos casamos y tuvimos hijos. Incluso en Siberia continuamos con nuestra obra de predicar. Se me confió la labor de producir publicaciones bíblicas. Todas las noches mi hermano Jacob y yo hacíamos copias de La Atalaya en un escondrijo del sótano. Teníamos dos máquinas de escribir y una multicopista de fabricación casera. Aunque la policía registraba nuestra vivienda con regularidad, siempre se iba con las manos vacías.

”Cuando terminó mi exilio, me fui con toda mi familia a Ucrania, pero la persecución continuó. Se me asignó a servir de superintendente viajante, y tuve que buscar un empleo para mantener a mi familia. Varias veces al mes se presentaban en mi lugar de trabajo agentes del Comité de Seguridad del Estado y trataban de persuadirme para que transigiera en cuanto a mi fe. En cierta ocasión percibí la ayuda de Jehová de manera muy especial. Me detuvieron y me condujeron a las oficinas de la Seguridad del Estado, en Kiev, donde me retuvieron seis días. Durante todo aquel tiempo trataron de confundirme con propaganda atea. Con su aire de ateísmo hacían comentarios sobre La Atalaya y otras publicaciones de la Sociedad Watch Tower. La presión se hizo casi insoportable. Cuando estaba en el cuarto de baño, me hincaba de rodillas y rompía a llorar, clamando a Jehová. No, no pedía que me pusiese en libertad; le rogaba que me diera fuerzas para aguantar y no traicionar a mis hermanos.

”Después fue a verme el jefe de policía. Se sentó frente a mí y me preguntó si estaba realmente convencido de lo que defendía. Le di un breve testimonio y le dije que estaba dispuesto a morir por la verdad. Su respuesta fue: ‘Usted es feliz. Si yo estuviera convencido de que esto es la verdad, no solo estaría dispuesto a que me encarcelaran tres o cinco años, sino a permanecer en la cárcel sesenta años de pie sobre una sola pierna’. Se quedó unos instantes pensativo, sentado en silencio, y añadió: ‘Es una cuestión de vida eterna. ¿Puede imaginarse lo que realmente significa vida eterna?’. Después de una breve pausa, dijo: ‘Váyase a casa’. Aquellas palabras me dieron una fuerza inesperada. Ya no sentía hambre. Lo único que quería era marcharme. Estaba seguro de que Jehová me había dado fuerzas.

”En los últimos años las cosas han cambiado en la anterior Unión Soviética. Actualmente hay muchas publicaciones bíblicas. Podemos asistir a asambleas de circuito y distrito, y participamos en todas las facetas de la predicación, incluido el ministerio de casa en casa. Jehová verdaderamente nos ha dado la victoria ante muchas pruebas.”

Pruebas de integridad en África

Durante los últimos años de la década de los sesenta, rabió en Nigeria una devastadora guerra civil. En vista de que cada vez había más bajas, los soldados de la región que trataba de independizarse con el nombre de Biafra reclutaban a la fuerza a los jóvenes. Como los testigos de Jehová son neutrales en cuestiones políticas y se niegan a participar en la guerra, a muchos Testigos de Biafra se les persiguió, trató brutalmente y asesinó. Un testigo de Jehová dijo: “Éramos como ratas. Teníamos que escondernos cada vez que oíamos a los soldados acercarse”. Pero muchas veces no había tiempo de esconderse.

La mañana de un viernes de 1968, Philip, ministro de tiempo completo de 32 años de edad, se encontraba predicando a un hombre de edad avanzada en la aldea de Umuimo cuando unos soldados biafreños que efectuaban una campaña de reclutamiento irrumpieron en el cercado.

“¿Qué está haciendo usted?”, inquirió el jefe del grupo. Philip contestó que estaba hablando del venidero Reino de Jehová.

Otro soldado gritó: “¡No es tiempo de predicar! Estamos en guerra y no queremos ver a hombres sanos paseando sin hacer nada”. Los soldados desnudaron a Philip, le ataron las manos y se lo llevaron. Israel, un cristiano de 43 años que servía de anciano de congregación, tampoco tuvo tiempo de esconderse. Fue capturado mientras preparaba la comida para sus hijos. Hacia las dos de la tarde los soldados habían reunido a más de cien hombres. Obligaron a los cautivos a correr los 25 kilómetros de distancia que los separaban del campamento militar de Umuacha Mgbedeala. Todo aquel que se quedaba rezagado recibía latigazos.

A Israel le dijeron que manejaría una ametralladora pesada; a Philip le iban a enseñar cómo utilizar una ametralladora ligera. Cuando explicaron que no podían incorporarse al ejército porque Jehová lo prohíbe, el comandante ordenó que los encerraran. A las cuatro de la tarde todos los reclutas, incluso los que estaban encerrados, recibieron la orden de ponerse en fila. Los soldados les ordenaron a todos que firmasen un papel en el que decían que habían concordado en alistarse en el ejército. Cuando le llegó el turno de firmar a Philip, hizo referencia a las palabras que se encuentran en 2 Timoteo 2:3, 4 y dijo al comandante: “Yo ya soy ‘un excelente soldado de Cristo’. No puedo luchar por Cristo y por otra persona a la vez. Si lo hago, Cristo me considerará un traidor”. El comandante le dio un golpe en la cabeza y le dijo: “Su nombramiento como soldado de Cristo ha expirado. Ahora es un soldado biafreño”.

Philip respondió: “Jesús todavía no me ha notificado que mi nombramiento haya expirado, y este seguirá en pie hasta que reciba dicha notificación”. Tras eso, unos soldados alzaron a Philip e Israel y los estrellaron contra el suelo. Mientras estaban aturdidos y sangrando por los ojos, la nariz y la boca, se los llevaron a rastras.

Ante un pelotón de fusilamiento

Aquel mismo día, Israel y Philip se encontraron ante un pelotón de fusilamiento. Sin embargo, los soldados no les dispararon, sino que les dieron puñetazos y culatazos. Luego el comandante del campamento decidió matarlos de una paliza. Para ello asignó a veinticuatro soldados. Seis tenían que azotar a Philip y otros seis a Israel. Los restantes doce tenían que proporcionarles palos de repuesto y sustituirlos a medida que se fueran cansando.

Ataron a Philip e Israel de manos y pies. Israel explica: “No puedo decir cuántos golpes recibimos aquella noche. Cuando un soldado se cansaba, otro ocupaba su lugar. Siguieron azotándonos durante mucho tiempo después de dejarnos inconscientes”. Philip dice: “Durante la tortura me vinieron a la mente las palabras de Mateo 24:13, donde se habla de aguantar hasta el fin, y esto me dio fuerzas. Solo sentí el dolor de la paliza unos segundos. Parecía que Jehová hubiese enviado a uno de sus ángeles para ayudarnos, como hizo en el tiempo de Daniel. De lo contrario, no habríamos sobrevivido a aquella terrible noche”.

Cuando los soldados dejaron de pegarles, los dieron por muertos. Estaba lloviendo, y los dos cristianos recuperaron el conocimiento la mañana siguiente. Al ver los soldados que todavía estaban vivos, los volvieron a llevar al calabozo a rastras.

“Ya huelen a muerto”

La paliza les había dejado el cuerpo en carne viva, con heridas por todas partes. Israel recuerda: “No nos permitieron lavarnos las heridas. A los pocos días teníamos el cuerpo lleno de moscas. Por causa de la tortura, no podíamos comer. Durante una semana, lo único que podía pasar por nuestra boca era agua”.

Todas las mañanas los soldados les daban latigazos —veinticuatro a cada uno—, y decían sádicamente que era el “desayuno” o el “té caliente de la mañana”. Al mediodía los sacaban al campo bajo el sol tropical hasta la una de la tarde. Después de tratarles así por unos días, el comandante los llamó y les preguntó si habían abandonado ya su posición. Ellos contestaron que no.

“Morirán en su celda —aseguró el comandante—. De hecho, ya huelen a muerto.”

Philip respondió: “Aunque muramos, sabemos que Cristo, por quien luchamos, nos resucitará”.

¿Cómo lograron sobrevivir durante todo ese horrible período? Israel dice: “Philip y yo nos animamos el uno al otro durante nuestras pruebas. Al principio le dije: ‘No tengas miedo. Pase lo que pase, Jehová nos ayudará. En lo que a mí respecta, nada va a hacer que me enrole en el ejército. Aunque tenga que morir, no empuñaré ningún arma’”. Philip dijo que se había propuesto lo mismo. Entre los dos recordaban diversos textos bíblicos y hablaban de ellos.

Un nuevo comandante decidió trasladar a unos cien reclutas hasta Ibema, un campo de instrucción de la región de Mbano, en lo que ahora es el estado de Imo. Israel explica lo que sucedió entonces: “El enorme camión ya estaba listo y todos los reclutas se encontraban en su interior. Mi esposa, June, corrió hacia los soldados y rogó valerosamente que no nos llevaran. Cuando vio que no la escuchaban, se arrodilló cerca del camión y se puso a orar, concluyendo con un audible ‘amén’. Al momento partió el camión”.

Nos topamos con un mercenario compasivo

El camión del ejército llegó al campamento de Ibema al día siguiente por la tarde. El hombre que parecía estar al cargo era un mercenario israelí. Cuando vio lo golpeados y débiles que estaban Philip e Israel, se acercó a ellos y les preguntó por qué se encontraban en aquel terrible estado. Ellos le explicaron que eran testigos de Jehová y que se habían negado a recibir la instrucción militar. Enfadado, se volvió hacia los otros oficiales militares allí presentes y dijo: “Seguro que Biafra pierde esta guerra. Cualquier país en guerra que hostiga a los testigos de Jehová tiene la derrota asegurada. No deben reclutar a los testigos de Jehová. Si un Testigo acepta ir a la guerra, está bien. Pero si se niega, déjenlo en paz”.

El médico del campamento preguntó si los dos Testigos habían sido vacunados y si habían recibido el certificado médico que los declaraba aptos para la guerra. Como la respuesta fue que no, el mercenario rechazó a todos los reclutas y ordenó que los devolviesen a Umuacha.

“Sigan su camino, sirvan a su Dios”

Poco después, la esposa de Israel y la madre de Philip decidieron ir al campamento de Umuacha esperando obtener alguna información. Al acercarse oyeron alboroto en el campamento, y cuando llegaron a la puerta, el guarda dijo: “¡Testigo de Jehová! Su oración ha sido contestada. El grupo que se llevaron hace tres días ha sido enviado de vuelta”.

Aquel mismo día Philip e Israel salieron en libertad del campamento. El comandante le dijo a June: “¿Sabe que por culpa de su oración nuestra maniobra fracasó?”. Luego dijo a Israel y a Philip: “Sigan su camino, sirvan a su Dios y continúen manteniendo integridad a su Jehová”.

Israel y Philip se recuperaron y continuaron su actividad cristiana. Después de la guerra, Israel efectuó la obra de predicar de tiempo completo durante dos años, y ha seguido sirviendo de anciano cristiano. Philip fue superintendente viajante durante diez años y actualmente continúa predicando de tiempo completo. Él también es un anciano de congregación.

Rehúsan contribuir para la compra de armas

Zebulan Nxumalo y Polite Mogane son dos jóvenes ministros de tiempo completo que viven en África del Sur. Zebulan explica: “Un domingo por la mañana llegaron a casa varios hombres exigiendo 20 rands (unos 7 dólares [E.U.A.]) para comprar armas. En tono respetuoso les pedimos que regresaran por la tarde, pues los domingos nos hallábamos muy ocupados y no podíamos hablar del asunto en aquel momento. Aunque parezca sorprendente, asintieron. Aquella tarde llegaron quince hombres. La expresión de sus rostros indicaba claramente que iban en serio. Primero nos presentamos cortésmente y luego les preguntamos qué querían. Nos explicaron que necesitaban dinero para comprar armas mejores y más potentes a fin de enfrentarse a la facción política contraria.

”Les pregunté: ‘¿Se puede apagar el fuego con gasolina?’.

”‘No, eso sería imposible’, respondieron.

”Les explicamos que, de igual modo, la violencia solo fomentaría más violencia y actos de venganza.

”Aquella respuesta pareció molestar a varios de los presentes. Su solicitud se convirtió entonces en una seria amenaza. ‘Este intercambio de opiniones es una pérdida de tiempo —refunfuñaron—. La contribución obligatoria no es negociable. ¡O pagan o tendrán que sufrir las consecuencias!’

”En aquel momento —recuerda Zebulan—, cuando la situación empezaba a ponerse difícil, entró el jefe. Quería saber qué pasaba. Explicamos nuestra posición, y él escuchó atentamente. Nos valimos de su propia lealtad a su ideología política para poner una ilustración. Les preguntamos qué reacción esperarían de un soldado disciplinado de su organización si lo capturaban e intentaban obligarlo a transigir en cuanto a su ideología. Dijeron que tal persona debería estar dispuesta a morir por sus convicciones. Les encomiamos por su respuesta, y ellos sonrieron; no se daban cuenta de que acababan de darnos una excelente oportunidad para ilustrar nuestra posición. Explicamos que somos diferentes de las religiones de la cristiandad. Como partidarios del Reino de Dios, nuestra ‘constitución’ se basa en la Biblia, que condena toda forma de homicidio. Por esta razón no estábamos dispuestos a contribuir ni un centavo para la compra de armas.

”Poco a poco, a medida que la discusión se intensificaba, iban entrando más y más personas en casa, hasta que al final nos encontramos hablando a un gran auditorio. Poco se imaginaban con cuánto fervor estábamos orando para que la discusión tuviese un desenlace favorable.

”Tras dejar clara nuestra posición, se produjo un largo silencio. Finalmente, el jefe se dirigió a sus hombres y dijo: ‘Caballeros, he entendido la postura de estos hombres. Si quisiéramos dinero para construir una residencia de ancianos, o si alguno de nuestros vecinos necesitara dinero para ir al hospital, ellos lo pondrían de su bolsillo. Pero no están dispuestos a darnos dinero para matar. Personalmente, no me opongo a sus creencias’.

”Con eso, todos se levantaron. Nos dimos la mano y les agradecimos su paciencia. Lo que había empezado siendo una situación amenazadora que podría habernos costado la vida, terminó en una magnífica victoria.”

Chusmas instigadas por sacerdotes

Este es el relato de Jerzy Kulesza, un Testigo polaco:

“Mi padre, Aleksander Kulesza, fue un ejemplo digno de imitar en lo que se refiere a celo y a poner los intereses del Reino en primer lugar. El servicio del campo, las reuniones cristianas y el estudio personal y de familia eran para él cosas realmente sagradas. Nada suponía un obstáculo: ni tormenta de nieve ni helada ni viento fuerte ni calor. En invierno se calzaba los esquís, tomaba una mochila con publicaciones bíblicas y se iba por algunos de los territorios aislados de Polonia durante un par de días. Solía tropezarse con diversos peligros, incluso con grupos guerrilleros violentos.

”A veces los sacerdotes fomentaban la oposición de la gente a los Testigos instigando a chusmas, que se mofaban de ellos y les arrojaban piedras o los golpeaban. Pero ellos regresaban a casa felices de haber aguantado insultos por Cristo.

”Durante los años que siguieron inmediatamente a la II Guerra Mundial, las autoridades no podían mantener la ley y el orden en el país. Había caos y ruina. La policía y las fuerzas de seguridad trataban de controlar la situación durante el día, mientras que los guerrilleros y las diversas bandas actuaban de noche. Se producían muchos robos y atracos, así como frecuentes linchamientos. Los indefensos testigos de Jehová eran presa fácil, sobre todo porque algunos de los grupos instigados por sacerdotes enfocaban su atención en los Testigos. Justificaban la invasión de nuestros hogares con el pretexto de defender la fe católica de sus padres. En tales ocasiones rompían las ventanas, nos robaban el ganado, estropeaban la comida y nos destrozaban la ropa y las publicaciones. Las Biblias las arrojaban al pozo.”

Martirio inesperado

“Cierto día del mes de junio de 1946, un hermano joven llamado Kazimierz Kądziela llegó a casa antes de reunirnos para ir en bicicleta a un territorio aislado, y le explicó algo a mi padre en voz baja. Mi padre nos mandó a predicar, pero él no fue, lo cual nos extrañó. Más tarde supimos la razón. Al regresar a casa nos enteramos de que la noche anterior la familia Kądziela había sido golpeada brutalmente, y mi padre fue a su casa para atender a los hermanos y hermanas heridos de gravedad.

”Poco después, cuando entré en la habitación en la que estaban acostados, vi un cuadro que me hizo llorar. Las paredes y el techo estaban salpicados de sangre. Todos se encontraban acostados, vendados, llenos de moratones, hinchados y con las costillas y otros huesos rotos. Apenas se les podía reconocer. La hermana Kądziela, la madre de la familia, había recibido una paliza terrible. Mi padre los atendió, y antes de partir pronunció una palabras significativas: ‘Oh, Dios mío, yo soy un hombre tan sano y capaz [entonces tenía 45 años y nunca había estado enfermo], y no he tenido el privilegio de sufrir por ti. ¿Por qué tuvo que tocarle a esta hermana mayor?’. No tenía idea de lo que le esperaba.

”Al ponerse el Sol regresamos a casa, que estaba a unos tres kilómetros de distancia. Un grupo de 50 hombres armados habían rodeado nuestra casa. También habían metido dentro a la familia Wincenciuk, de modo que éramos nueve en total. A cada uno nos hicieron la misma pregunta: ‘¿Eres testigo de Jehová?’. Cuando respondíamos que sí, nos golpeaban. Luego, por turnos, dos de aquellos carniceros golpearon a mi padre mientras le preguntaban si dejaría de leer y predicar la Biblia. Querían saber si mi padre iría a la iglesia y confesaría sus pecados. Lo provocaban con mofa diciendo: ‘Hoy te ordenaremos obispo’. Mi padre no pronunció ni una sola palabra, no soltó ni un solo gemido. Aguantó sus torturas en silencio, como una oveja. Al amanecer, unos quince minutos después de que aquellos salvajes religiosos se fueron, mi padre murió, totalmente destrozado por la paliza. Pero antes de marcharse, se ensañaron conmigo. Yo tenía entonces 17 años. Mientras me pegaban, perdí el conocimiento un par de veces. La paliza me dejó amoratado de cintura para arriba. Nos maltrataron durante seis horas. Y todo por ser testigos de Jehová.”

El apoyo de una esposa fiel

“Fui uno de los veintidós Testigos que estuvieron encerrados durante dos meses en una celda oscura de menos de 10 metros cuadrados. Al final de ese período nos redujeron la ración de comida. Nos daban un pedazo pequeño de pan y una jarrita de café amargo al día. Solo era posible acostarse a dormir sobre el frío suelo de hormigón cuando sacaban a alguien para interrogarle durante la noche.

”Me encarcelaron cinco veces por mi actividad cristiana, por un total de ocho años. Me trataron como un prisionero especial. En mi expediente había una nota que a ese fin decía: ‘Hostiguen a Kulesza todo lo posible para que no desee reanudar jamás su actividad’. Sin embargo, cada vez que me dejaban en libertad, me ofrecía para el servicio cristiano. Las autoridades también hicieron difícil la vida a mi esposa, Urszula, y a nuestras dos hijas pequeñas. Por ejemplo, el alguacil incautó durante diez años parte del salario que con mucho esfuerzo ganaba mi esposa. Decía que era un impuesto con el que se me gravaba por editar publicaciones bíblicas clandestinas. Confiscaron todo, salvo aquellas cosas que se consideraban indispensables para vivir. Doy gracias a Jehová por mi valiente esposa, que aguantó con paciencia a mi lado todos aquellos suplicios y que fue siempre un verdadero apoyo para mí.

”En Polonia hemos visto una victoria espiritual; ahora tenemos una sucursal de la Sociedad Watch Tower legal ubicada en Nadarzyn, cerca de Varsovia. Después de décadas de persecución, en la actualidad hay más de 108.000 Testigos que se reúnen en 1.348 congregaciones.”

¿Por qué tantos mártires?

La historia de integridad de los testigos de Jehová en este siglo XX llenaría volúmenes enteros: miles han muerto como mártires o han sido encarcelados y han sufrido indescriptible tortura, violación y saqueo en lugares como Malaui y Mozambique, en España bajo el fascismo, en Europa bajo el nazismo, en la Europa oriental bajo el comunismo y en Estados Unidos durante la II Guerra Mundial. Pero ¿por qué? Porque líderes políticos y religiosos inflexibles no han estado dispuestos a respetar la conciencia educada por la Biblia de cristianos sinceros que se niegan a aprender a matar y que se mantienen al margen de toda actividad política. Cristo dijo que eso sucedería, tal como se encuentra en Juan 15:17-19: “Estas cosas les mando: que se amen unos a otros. Si el mundo los odia, saben que me ha odiado a mí antes que los odiara a ustedes. Si ustedes fueran parte del mundo, el mundo le tendría afecto a lo que es suyo. Ahora bien, porque ustedes no son parte del mundo, sino que yo los he escogido del mundo, a causa de esto el mundo los odia”.

A pesar de toda esta persecución mundial, los testigos de Jehová han pasado de 126.000 en 54 países en el año 1943 a casi 4.500.000 en 229 países en este año de 1993. Han salido victoriosos incluso ante la muerte. Están determinados a continuar su incomparable obra educativa de anunciar las buenas nuevas del Reino hasta que Jehová determine su final. (Isaías 6:11, 12; Mateo 24:14; Marcos 13:10.)

[Notas a pie de página]

a Integridad es, según el Diccionario de uso del español, de María Moliner, la cualidad que “se aplica a la persona que cumple exactamente y con rectitud los deberes de su cargo o posición”. O, como se define en otra obra de consulta, la “adherencia inquebrantable a un estricto código moral o ético”.

[Fotografía en la página 7]

Ananii Grogul

[Fotografía en la página 10]

Jerzy Kulesza

[Recuadro/Fotografía en la página 6]

Martirio en Alemania

AUGUST DICKMANN tenía 23 años cuando Heinrich Himmler, jefe de las SS, ordenó que lo fusilaran delante de todos los demás Testigos recluidos en el campo de concentración de Sachsenhausen. Gustav Auschner, un testigo ocular, relató: “Fusilaron al hermano Dickmann, y nos dijeron que nos harían lo mismo a todos si no firmábamos la declaración de renuncia a nuestra fe. Nos llevarían a la cantera de arena en grupos de treinta o cuarenta y nos fusilarían a todos. Al día siguiente, las SS nos llevaron a cada uno un papel para que lo firmásemos si no queríamos ser fusilados. Deberían haber visto sus caras cuando salieron sin una sola firma. Habían esperado atemorizarnos con la ejecución pública, pero el temor a desagradar a Jehová era superior al temor que pudiésemos tener a sus balas. No volvieron a fusilar en público a ninguno más de nosotros”.

[Recuadro/Fotografía en la página 9]

Le costó la vida

ALGUNAS veces, conseguir la victoria ante la muerte cuesta la vida. Una carta de la Congregación de Nseleni, en el norte de la provincia sudafricana de Natal, narra una trágica historia: “Les escribimos esta carta para comunicarles la pérdida de nuestro querido hermano Moses Nyamussua. Trabajaba soldando y reparando automóviles. En cierta ocasión, un grupo político le pidió que soldara sus rifles de fabricación casera, pero se negó. Algún tiempo más tarde, el 16 de febrero de 1992, celebraron un mitin político que desencadenó un enfrentamiento con los partidarios del grupo opositor. Aquel mismo día por la tarde, cuando regresaban del enfrentamiento se encontraron con el hermano, que se dirigía a un centro comercial, y lo mataron allí mismo con sus lanzas. ¿Por qué? ‘No quisiste soldarnos los rifles y por tu culpa han perdido la vida nuestros compañeros.’

”Esta tragedia ha sido un gran golpe para los hermanos —dijo el hermano Dumakude, secretario de la congregación—, pero, a pesar de todo, continuaremos efectuando nuestro ministerio.”

[Recuadro/Fotografía en la página 11]

Martirio en Polonia

EN 1944, mientras las tropas alemanas se retiraban a toda prisa y el frente de batalla se aproximaba a una ciudad de la región oriental de Polonia, las autoridades de ocupación obligaban a los civiles a cavar trincheras antitanques. Los testigos de Jehová rehusaron hacerlo. A Stefan Kirył, un Testigo joven que solo llevaba dos meses bautizado, le obligaron a unirse a una brigada de trabajo, pero mantuvo con denuedo la misma posición neutral. Se adoptaron diversas medidas para quebrantar su integridad.

Le ataron desnudo a un árbol del pantano para convertirlo en pasto de los mosquitos y otros insectos. Tras aguantar esa y otras torturas, le dejaron en paz. Sin embargo, cuando un oficial de alta graduación pasó inspección a la brigada, alguien le dijo que un hombre no había querido obedecer su orden bajo ningún concepto. Se ordenó tres veces a Stefan que cavara la trinchera, pero él hasta rehusó tomar una pala. Lo mataron a tiros. Centenares de personas que presenciaron lo que ocurrió le conocían personalmente. Su martirio se convirtió en un testimonio de la enorme fuerza que Jehová puede suministrar.

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