Si esa figurita pudiese hablar
“TEN cuidado.
No me gustaría que se rompiera.” Eso es lo que Jane suele decir cuando me enseña a sus amistades, en especial si alguien trata de tocarme. Claro, es que soy una pieza muy estimada. Y estoy convencida de que tanto John como Jane me consideran valiosa, pues me tratan con mucho cuidado. Pero a decir verdad, no me rompo tan fácilmente.
Cuando a través de mis ojos, pintados con mucha delicadeza, contemplo a las personas que me admiran, me resulta gracioso pensar en todos los pasos que hay que seguir para fabricarme. Ningún ser humano podría resistir tanto rigor. Es un proceso muy interesante.
Todo empieza con una masa pegajosa
El caolín, mi principal ingrediente, se muele junto con granito blanco y huesos calcinados de animales, y se mezcla con agua. Las proporciones tienen que ser exactas. Unos electroimanes extraen cualquier partícula de hierro que pueda haber en el líquido cremoso, o barbotina —como se llama a esta mezcla en el argot cerámico—, tras lo cual se elimina cierta cantidad de agua hasta que queda una masa de textura parecida a la de la plastilina.
A continuación la barbotina se introduce en una amasadora, que es como una gigantesca mezcladora, donde se presiona y se amasa. Con la ayuda de una bomba de vacío se extraen todas las burbujas de aire, pues estas podrían hacer que la arcilla se agrietase cuando más tarde se me caliente en el horno.
El diseñador ha hecho un modelo de mí que es aproximadamente un 13% mayor de lo que seré cuando esté terminada. Y no es de extrañar, pues tras pasar tres o cuatro veces por un horno a temperaturas que oscilan entre los 800 y los 1.200 °C, experimento una contracción importante. Pero ahí no acaba todo. Todavía quedan meses de trabajo antes de que pueda sonreír a alguien como solo yo sé hacer. Permítame que siga explicándole.
El montaje de las piezas
¿Pensaba que estaba hecha de una sola pieza? Eso cree casi todo el mundo, pero la realidad es muy diferente. La barbotina se echa en muchos moldes de escayola, o yeso, que absorben la humedad para que la masa se endurezca. Cuando el moldeador abre por fin los moldes, allí estoy yo, pero desmontada: la cabeza por aquí, una pierna por allí, la falda depositada cuidadosamente en otra parte. ¡Cuánto ansío que unan todas las piezas!
Llegado el momento, el montador toma cada una de mis piezas con sumo cuidado. Me alegro de que se diera cuenta de los rebordes ásperos que me han dejado los moldes. Los elimina con gran esmero, sin olvidar esa juntura tan fea que quedó alrededor de la cabeza. ¡Ya me siento mejor! Con gran habilidad acopla los brazos al cuerpo, asegurándose de que el manguito quede en la posición correcta. Con la destreza de un cirujano, une cada una de las piezas de manera que nadie jamás sospecharía que había estado tan fragmentada.
A continuación me deja secar. Como no aparece ninguna grieta delatora, se considera que ya estoy lista para soportar las pruebas de fuego. Se calienta el horno y me introducen cuidadosamente dentro junto con muchas otras figuritas.
La decoración
Una voz autorizada dice de mí: “Perfecta”. He pasado la prueba, y ahora espero mi turno para que me lleven al departamento de decoración. Mediante inmersión en un líquido especial me van a recubrir con una película vítrea, denominada comúnmente vidriado. Luego me volverán a meter en el horno, del que saldré brillante y reluciente, lista para recibir las capas de color que se aplicarán sobre el vidriado.
Me van a pintar a mano, y esa es la razón por la que no hay dos figuritas exactamente iguales. Se requieren años de preparación para hacer este tipo de trabajo, y la joven que me pintará dice que las pinceladas han de ser uniformes, pero rápidas. De otra forma pueden formarse rayas donde se seca la pintura.
¿Le gustan mis ojos? Son muy difíciles de pintar. Un día oí a un pintor confiarle a un amigo que tiene que apoyarme firmemente contra el banco de trabajo, aspirar hondo y contener la respiración hasta haber dado todas las finísimas pinceladas de los ojos, las pupilas y las cejas. Le oí decir que respirar o hacer el más mínimo movimiento puede estropear una pincelada en una fracción de segundo.
Así que ya estoy vestida, y me llamo “Brisa otoñal”. En mi base se imprime cuidadosamente mi nombre y el de mi fabricante. Pudiera decirse que es un sello de aprobación. Con una última cocción se fijarán los colores y aparecerá mi aspecto definitivo. Ya estoy lista para ir a cualquier parte del mundo.
Bueno, a mí me destinaron al mercado nacional, y me quedé en Inglaterra, que es donde John me vio. Me alegro de que sucediera así. Jane, su esposa, se puso muy contenta cuando me recibió como regalo de su marido para celebrar sus bodas de plata (aniversario vigésimo quinto). Aquella fue la primera vez que oí a Jane decir: “Hemos de tener mucho cuidado. No me gustaría que se rompiera”. Resulta agradable saber que estoy segura en sus manos. Y es tan bonito proporcionar satisfacción a otros y saber que te aprecian.
[Fotografías en la página 26]
El montador acopla las diversas piezas de la figurita para introducirla en el horno
La barbotina que sale de la amasadora se vierte en un molde de escayola
Apertura de los moldes de escayola
Después del vidriado, se pinta la figurita a mano con múltiples capas de color
Los detalles faciales se dibujan con gran habilidad
[Reconocimiento]
Todas las fotos son cortesía de Royal Doulton
[Reconocimiento en la página 25]
“Brisa otoñal”, por cortesía de Royal Doulton