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  • g93 22/12 págs. 20-24
  • El fiel ejemplo de mi padre

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  • El fiel ejemplo de mi padre
  • ¡Despertad! 1993
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  • Antecedentes orientales y occidentales
  • Los traumáticos años de la guerra
  • Alivio espiritual
  • Una ruptura familiar trágica
  • Una conversación bíblica memorable
  • Un ministerio más amplio
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¡Despertad! 1993
g93 22/12 págs. 20-24

El fiel ejemplo de mi padre

ERA el 6 de julio de 1947, y nuestra familia asistía a una asamblea de distrito de los testigos de Jehová en Londres (Inglaterra). Mi padre lloraba de gozo mientras sostenía mi mano para ayudarme a salir de la piscina de bautismo. Los dos acabábamos de bautizarnos en símbolo de nuestra dedicación a Jehová, el Creador y Soberano Universal. Mi madre y mis tres hermanos también estuvieron presentes en esta feliz ocasión.

Lamentablemente, la unidad de nuestra familia en la adoración cristiana pronto se vería sacudida. Pero antes de hablar de esto y de cómo influyó en mí la fidelidad de mi padre, permítanme contarles un poco de su juventud.

Antecedentes orientales y occidentales

Mi padre, Lester, nació en Hong Kong en marzo de 1908. Su padre era el ayudante del capitán del puerto, y cuando papá era niño lo llevaba en barco para inspeccionar las actividades que se realizaban en Hong Kong y las islas cercanas. Murió cuando mi padre apenas tenía ocho años. Más tarde, mi abuela volvió a casarse, y la familia se trasladó a Shanghai. En 1920 mi abuela llevó a mi padre y a Phyl, su hermana de 10 años, a Inglaterra para que cursaran estudios.

Papá vivió los siguientes años cerca de la catedral de Canterbury, sede de la Iglesia Anglicana. La asistencia a aquella iglesia constituyó su primera experiencia con la religión. Aunque mi tía Phyl iba a una escuela al norte de Londres, llegó a estar muy unida a papá, pues durante aquellos años pasaban sus vacaciones escolares juntos. Cinco años después, en 1925, cuando papá terminó sus estudios, mi abuela volvió a Inglaterra y se encargó de que encontrara un trabajo. Al año siguiente, ella regresó a Shanghai llevando consigo a Phyl.

Antes de marcharse, le dio a papá un libro que había escrito el abuelo de ella. Era una historia en verso de la vida de Buda titulada “The Light of Asia” (La luz de Asia), que despertó su interés por conocer el verdadero significado de la vida. La grandeza de la catedral de Canterbury y la solemnidad de los ritos religiosos lo habían impresionado, pero la falta de instrucción espiritual le habían dejado una sensación de vacío que hizo que se preguntara: ‘¿Tendrán las religiones orientales la respuesta?’. Decidió investigar. Durante los siguientes años examinó el budismo, el sintoísmo, el hinduismo, el confucianismo y el islam. Pero ninguna de estas religiones respondió a sus preguntas.

Papá vivía en un club deportivo que dirigía la compañía para la cual trabajaba, y disfrutaba de remar, jugar al rugby y otros deportes. No tardó en enamorarse de Edna, una muchacha atractiva que sentía la misma afición por los deportes. Se casaron en 1929, y fueron bendecidos con cuatro hijos durante la siguiente década.

Los traumáticos años de la guerra

En los años treinta se fueron cerrando las nubes que presagiaban la tormenta de la II Guerra Mundial, así que papá decidió trasladarse de Londres a una zona rural, lo que hicimos en septiembre de 1939, justo unos meses antes del estallido de la guerra.

Empezaron a reclutar gente para el ejército, y el límite máximo de edad fue subiendo a medida que avanzaba la guerra. En vez de esperar a que lo llamaran, papá se presentó voluntariamente para servir en las fuerzas aéreas británicas, y fue llamado a filas en mayo de 1941. Aunque se le dio permiso para ir a casa en algunas ocasiones, pasaron seis años antes de que la vida familiar volviera a la normalidad. La carga de atender a los niños, dos de los cuales estaban en la adolescencia, recayó por entero sobre nuestra madre.

Alivio espiritual

Unos dos años antes de que papá se licenciara de las fuerzas aéreas, dos testigos de Jehová visitaron a mamá y comenzaron un estudio bíblico con ella. Algún tiempo después escribió a papá contándole cuánto estaba disfrutando de lo que aprendía. Un día que él estaba de permiso, lo llevó a un estudio bíblico de la congregación que se celebraba en un hogar particular.

Papá se licenció en diciembre de 1946, y comenzó a asistir a los estudios bíblicos que mamá recibía de las dos mujeres Testigos. Estas observaron su interés y hablaron con Ernie Beavor, el superintendente presidente de la congregación, para que lo visitara. En una sola tarde, el hermano Beavor respondió con la Biblia a todas sus objeciones. Le dio tres libros, que papá leyó en dos semanas en el tren que tomaba a diario para ir a Londres a trabajar. Cuando el hermano Beavor volvió a visitarlo, papá lo saludó diciendo: “Esta es la verdad que buscaba. ¿Qué debo hacer?”.

A partir de entonces comenzó a llevarnos a las reuniones. Pero mamá no siempre quería venir con nosotros. Había empezado a perder el interés. Aun así, todos asistimos a la asamblea que se llevó a cabo en Londres en julio de 1947, donde papá y yo nos bautizamos. Posteriormente mamá solo asistió a las reuniones en contadas ocasiones.

Poco después del bautismo, mi tía Phyl visitó Inglaterra y, para gran alegría de mi padre, aceptó rápidamente la verdad bíblica y se bautizó. Cuando volvió a Shanghai, se puso en contacto con Stanley Jones y Harold King, dos misioneros de los testigos de Jehová que poco antes habían sido enviados allí. Más adelante, el gobierno comunista en el poder metió a estos misioneros en la cárcel, donde permanecieron durante siete y cinco años respectivamente. Ellos ayudaron a mí tía en sentido espiritual hasta que su esposo terminó su trabajo en China. Después, ella y su esposo regresaron a Inglaterra y se establecieron cerca de nosotros.

Una ruptura familiar trágica

Mientras tanto, habían surgido problemas de comunicación entre mis padres. Mamá creía que el fervor con el que papá seguía su nueva fe suponía una amenaza para la seguridad material de la familia, de modo que comenzó a oponerse a su actividad cristiana. Por fin, en septiembre de 1947, le dio un ultimátum: o dejaba su fe cristiana, o ella se iría.

Papá razonó con ella a la luz de la Biblia, mostrándole que no tenía por qué temer nada, y pensó que había calmado sus temores. Sin embargo, el 1 de octubre de 1947 la crisis llegó a su clímax inesperadamente. Cuando papá volvió del trabajo aquel día, la casa estaba vacía. Solo me encontró a mí sentado en la puerta con las maletas. Mamá se había marchado, llevándose todas las cosas y también a mis tres hermanos. Le dije a papá que yo había preferido quedarme con él. Mamá ni siquiera había dejado una nota. (Mateo 10:35-39.)

Ernie Beavor habló con un matrimonio de edad avanzada para que nos permitieran vivir con ellos hasta que papá encontrara alojamiento. Fueron muy amables con nosotros y nos consolaron con las palabras del apóstol Pablo en 1 Corintios 7:15: “Si el incrédulo procede a irse, que se vaya; el hermano o la hermana no está en servidumbre en tales circunstancias; antes bien, Dios los ha llamado a ustedes a la paz”.

Con el tiempo nos comunicamos con nuestra familia y les visitamos, pero enseguida nos dimos cuenta de que la única solución aceptable para mamá habría sido que hubiéramos transigido en cuanto a nuestra fe. Sabíamos que si hacíamos concesiones Jehová no nos bendeciría. Así que papá continuó trabajando y suministrando a mamá los medios materiales necesarios para mantener a mis hermanos. Una vez terminados mis estudios en 1947, conseguí un empleo de media jornada, y en enero de 1948 me aceptaron en el ministerio de tiempo completo.

Una conversación bíblica memorable

En una ocasión, cuando solo tenía 17 años, estaba en el ministerio del campo y comencé a hablar con un hombre en una granja. Estando allí, llegó Winston Churchill, primer ministro británico durante la II Guerra Mundial. Mi conversación se vio interrumpida, pero el señor Churchill se fijó en La Atalaya y me felicitó por mi labor.

Varios días después, toqué el timbre de una mansión mientras predicaba. Un mayordomo abrió la puerta. Cuando solicité hablar con el dueño de la casa, me preguntó si sabía quién era. Yo no tenía ni idea. “Esto es Chartwell —me dijo—, el hogar de Winston Churchill.” En ese momento apareció él; aún recordaba nuestro encuentro previo, y me invitó a pasar. Hablamos durante un rato, aceptó tres libros y me dijo que regresara.

Una tarde cálida, algún tiempo después, volví y me invitaron a entrar. El señor Churchill me ofreció limonada y, tras una breve introducción, me dijo: “Te doy media hora para que me expliques lo que opinas que es el Reino de Dios, pero después tendrás que dejar que yo te diga lo que creo que es”. Así lo hicimos.

El señor Churchill pensaba que el Reino de Dios sería establecido por medio de estadistas piadosos, y que mientras los hombres no aprendieran a vivir en paz, jamás llegaría. Le expliqué el punto de vista bíblico sobre el Reino de Dios y las bendiciones que traería. El señor Churchill fue muy cortés e indicó que respetaba nuestro trabajo.

Por desgracia, no pude volver a contactar con él. Pero estoy agradecido de que aunque todavía era un adolescente, con la preparación y estímulo que había recibido de mi padre, pude dar un buen testimonio a un estadista tan prominente. (Salmo 119:46.)

Un ministerio más amplio

En mayo de 1950, mamá nos escribió para decirnos que emigraba a Canadá y se llevaba con ella a John, mi hermano menor. Para entonces mis hermanos Peter y David ya vivían por su cuenta. Por lo tanto, después de estar trabajando en la misma compañía por dieciocho años (incluidos los años de la guerra durante los cuales había seguido figurando en la nómina de empleados), papá entregó su renuncia y solicitó el servicio de precursor regular. Inició el ministerio de tiempo completo en agosto de 1950, después de asistir a una gran asamblea internacional de los testigos de Jehová en Nueva York. En noviembre de 1951 fue nombrado superintendente viajante y comenzó a visitar las congregaciones para estimularlas. Poco antes, en el otoño de 1949, a mí se me había invitado a servir en la sucursal de los testigos de Jehová en Londres.

Más adelante recibimos otra gran bendición: ambos fuimos invitados a la clase 20 de la escuela misional de Galaad, en Nueva York. Comenzamos en septiembre de 1952, y nos graduamos en febrero del año siguiente. Después serví en la central mundial de los testigos de Jehová de Brooklyn (Nueva York), y papá fue enviado como superintendente viajante al estado de Indiana.

Se pospusieron nuestras asignaciones misionales con el fin de que la clase entera pudiera asistir a la asamblea internacional que se celebraría en julio en Nueva York. Yo me había enamorado de una de mis compañeras de clase, Kae Whitson, y decidimos casarnos. Nos asignaron al servicio viajante en Michigan, y dos años después, recibimos una asignación misional en Irlanda del Norte.

Sin embargo, justo antes de embarcar, Kae se dio cuenta de que estaba embarazada. Así que comenzamos otra asignación: la crianza de un hijo y tres hijas para que llegaran a ser ministros de tiempo completo, tal como mi padre había hecho conmigo. En noviembre de 1953 papá partió con rumbo a África, y el 4 de enero de 1954 llegó a su asignación misional en Rhodesia del Sur (ahora Zimbabue).

Allí tuvo mucho que aprender: una nueva forma de vida, nuevas costumbres y cómo afrontar nuevas pruebas de fe. En 1954, Rhodesia del Sur aún no había recibido mucha influencia occidental. Tras un año en la sucursal, fue enviado al servicio de superintendente de distrito. En 1956 lo llamaron de nuevo a la sucursal, donde sirvió hasta su muerte, el 5 de julio de 1991. Durante ese tiempo, vio crecer el personal de la sucursal de cinco hermanos en 1954, a más de cuarenta, y el número de publicadores del Reino de nueve mil a más de dieciocho mil.

Los últimos años de mis padres

Papá y mamá nunca se divorciaron. Después de abandonar Inglaterra, mi madre se quedó una temporada en Canadá y luego se trasladó a Estados Unidos con John. Ninguno de mis hermanos es Testigo. Sin embargo, mamá se puso en contacto con los Testigos a mediados de los años sesenta. En 1966 se mudó a Mombasa (Kenia), donde comenzó a estudiar de nuevo. Pero al año siguiente sufrió una depresión nerviosa.

Mis hermanos Peter y David hicieron que volviera a Inglaterra para recibir tratamiento. Se recuperó y reanudó su estudio con los Testigos. Se pueden imaginar la alegría de mi padre cuando ella le escribió para comunicarle que se iba a bautizar en una asamblea de Londres, en 1972. Mi esposa y yo viajamos de Estados Unidos a la capital británica para presenciar su bautismo.

Al año siguiente, papá tomó vacaciones y fue a Inglaterra, donde tuvo el placer de predicar de casa en casa con mamá. Después de aquello, vino a Estados Unidos a visitarnos. Papá y mamá habían considerado la posibilidad de reconciliarse, pero ella le había dicho: “Llevamos demasiado tiempo separados. Sería difícil. Esperemos hasta el nuevo mundo, cuando todas las cosas sean perfectas”. Así que papá volvió a su asignación. La enfermedad de mamá en Kenia la había afectado, y con el tiempo tuvo que ser internada en un hospital, donde murió en 1985.

En 1986, papá se puso muy enfermo, de modo que mi hermano Peter y yo fuimos a verlo a su hogar en Zimbabue. Nuestra visita lo animó mucho, y pareció darle un nuevo aliciente en la vida. Los hermanos africanos se desvivieron por atenderme, pues era el hijo de Lester. Lo cierto es que el ejemplo de papá tuvo una influencia positiva sobre la vida de todos aquellos que le rodearon.

En la actualidad, estoy enfermo. Los médicos dicen que me queda poco tiempo de vida. Me han diagnosticado amiloidosis, una enfermedad rara y mortal. Sin embargo, me siento feliz de que mis hijos estén siguiendo mi ejemplo, tal como yo seguí el fiel ejemplo de mi padre. Todos ellos sirven lealmente a Jehová con nosotros. ¡Qué consuelo es saber que, sea que vivamos o muramos, tenemos la expectativa segura de disfrutar para siempre de las abundantes bendiciones de nuestro amoroso Padre debido a que hemos efectuado su voluntad fielmente! (Hebreos 6:10.)—Relatado por Michael Davey.a

[Nota a pie de página]

a El 22 de junio de 1993, mientras se redactaba esta experiencia, Michael Davey se durmió en la muerte.

[Fotografía en la página 20]

Izquierda: Mis padres con mi hermano mayor y conmigo

[Fotografía en la página 22]

Pude hablar detenidamente con Winston Churchill sobre el Reino de Dios

[Reconocimiento]

Foto: USAF

[Fotografía en la página 23]

Mi padre, Lester, poco antes de su muerte

[Fotografía en la página 24]

Con mi esposa, Kae

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