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  • El “hombre de Orce” sale a la luz pública
  • Errores en la identificación
  • ¿Por qué se equivocaron?
  • “La ciencia se encarga de descubrir la verdad”
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¡Despertad! 1994
g94 8/1 págs. 24-25

El fósil que engañó a científicos y profanos

Por el corresponsal de ¡Despertad! en España

TOMÁS SERRANO, campesino español ya entrado en años y con la piel curtida por el sol, creía desde hacía mucho que su cortijo de Andalucía ocultaba algo único. A menudo desenterraba con su arado huesos y dientes extraños que con toda seguridad no pertenecían a ninguno de los animales de la zona. Pero cuando hablaba de sus hallazgos en el pueblo, nadie parecía hacerle mucho caso, al menos hasta 1980.

En aquel año llegó un equipo de paleontólogos para realizar una serie de investigaciones en la región. En poco tiempo descubrieron un verdadero tesoro de fósiles: huesos de osos, elefantes, hipopótamos y otros animales, todos ellos depositados en una pequeña zona que aparentemente era una antigua marisma ahora seca. Sin embargo, fue en 1983 cuando este prolífico yacimiento saltó a los titulares de todo el mundo.

En ese año se descubrió un pequeño e interesante fragmento de cráneo. Se le anunció como “el vestigio humano más antiguo encontrado en Eurasia”. Algunos científicos calcularon que su edad oscilaba entre 900.000 y 1.600.000 años, por lo que esperaban que su descubrimiento significara “una revolución en el estudio de la especie humana”.

El fósil que provocó tanto entusiasmo fue bautizado con el nombre de “hombre de Orce”, por el pueblo de la provincia española de Granada donde fue descubierto.

El “hombre de Orce” sale a la luz pública

El 11 de junio de 1983 fue la fecha elegida en España para la presentación pública del fósil. Científicos prominentes del país, así como de Francia y de Gran Bretaña, habían comprobado su autenticidad, y se contó de inmediato con el apoyo político. Una revista mensual española informó con gran entusiasmo: “España, y en particular Granada, se ponen a la cabeza de la antigüedad del macrocontinente Euroasiático”.

¿Cómo era en realidad el “hombre de Orce”? Los científicos lo describieron como originario de África. Se pensó que este fósil pertenecía a un joven de unos 17 años de edad y un metro y medio de estatura. Probablemente era un cazador y recolector de frutos que todavía no había aprendido a utilizar el fuego. Es posible que hubiera desarrollado alguna forma rudimentaria de religión y lenguaje. Se alimentaba de frutas, cereales, bayas, insectos y, en ocasiones, de los restos de animales muertos por las hienas.

Errores en la identificación

El 12 de mayo de 1984, a solo dos semanas de la celebración de un simposio científico internacional sobre el tema, surgieron serias dudas acerca del origen del fragmento de cráneo. Tras una cuidadosa limpieza de la capa de caliza fosilizada depositada en la cara interna del cráneo, los paleontólogos hallaron una desconcertante “cresta”. Los cráneos humanos no poseen ninguna cresta de esas características. El simposio fue aplazado.

El periódico madrileño El País publicó en titulares: “Serios indicios de que el cráneo del ‘hombre de Orce’ pertenece a un asno”. Finalmente, en 1987, un estudio científico redactado por Jordi Agustí y Salvador Moyà, dos de los paleontólogos que hallaron el fósil, declararon que los análisis efectuados con rayos X habían confirmado que este pertenecía a una clase de équido.

¿Por qué se equivocaron?

Las razones de este infortunio son diversas y ninguna de ellas tiene mucho que ver con los métodos científicos. Es difícil que un descubrimiento tan espectacular de restos de antepasados del hombre se quede por mucho tiempo en el campo de lo exclusivamente científico. Los políticos intentaron enseguida sacar partido de la situación y así el fervor nacionalista eclipsó al rigor científico.

El consejero de Cultura de la Junta de Andalucía declaró que era un orgullo para la región “ser el escenario de un descubrimiento tan importante”. Cuando en algunos círculos se expresaron dudas acerca del hallazgo, el gobierno regional de Andalucía mantuvo con firmeza que “los restos eran auténticos”.

Si un fósil tan insignificante (de siete centímetros y medio de diámetro) adquiere tanta importancia, se debe en parte a la falta de pruebas que apoyen la teoría de la evolución humana. A pesar de sus diminutas proporciones, el fósil del “hombre de Orce” fue aclamado como “el mayor acontecimiento de la ciencia Paleontológica de los últimos tiempos, así como el eslabón que faltaba entre el hombre típicamente africano (homo hábilis), y el hombre más antiguo de todo el continente euroasiático (homo erectus)”. Una imaginación fecunda y unas conjeturas muy poco científicas bastaron para suplir los detalles de la apariencia y el modo de vida del “hombre de Orce”.

Aproximadamente un año antes del descubrimiento, el paleontólogo Josep Gibert, director del equipo científico que realizó el hallazgo, había especulado con las sorpresas que la zona encerraba. “Se trata de una de las concentraciones más importantes del Cuaternario inferior de Europa”, había declarado . Incluso cuando se dio a conocer la verdadera identidad del fósil, el profesor Gibert insistió: “En toda la comunidad científica internacional se tiene claro que en la zona de Guadix-Baza [donde se halló el fósil], tarde o temprano, se encontrará un hombre fósil de más de un millón de años, y desde luego será un descubrimiento sin ningún género de dudas”. Una expectativa en verdad muy ilusoria.

“La ciencia se encarga de descubrir la verdad”

El paleontólogo Salvador Moyà, uno de los descubridores del “hombre de Orce”, admitió a ¡Despertad! con toda honradez: “Tanto al profesor Jordi Agustí como a mí nos costó admitir que el fósil no pertenecía a un humanoide. Sin embargo, la ciencia se encarga de descubrir la verdad, aunque esta no nos guste”.

La controversia que rodeó al “hombre de Orce” bien ilustra lo difícil que le resulta a los paleontólogos descubrir la verdad acerca de la supuesta evolución humana. A pesar de que llevan décadas realizando excavaciones, los verdaderos restos de los hipotéticos antepasados simiescos del hombre no se han descubierto. Aunque no sea del gusto de algunos científicos, ¿es posible que la ausencia de pruebas contundentes indique, después de todo, que no somos producto de la evolución?

Un observador imparcial debería preguntarse si otros “hombres mono” conocidos tienen mayor respaldo del que ha resultado tener el “hombre de Orce”.a Como ha quedado ampliamente demostrado a lo largo de la historia, la ciencia puede conducir al hombre a la verdad, pero los científicos no son en absoluto infalibles. Esto se pone de manifiesto especialmente cuando los prejuicios políticos, filosóficos y personales oscurecen los hechos, y cuando se quiere explicar tanto con tan poco.

[Nota a pie de página]

a En el capítulo 7 del libro La vida... ¿cómo se presentó aquí? ¿Por evolución, o por creación?, publicado por la Watchtower Bible and Tract Society of New York, Inc., encontrará un estudio detallado de otros casos de los considerados “hombres mono”.

[Ilustraciones en las páginas 24, 25]

Arriba: Reproducción del fragmento de siete centímetros y medio del cráneo del supuesto “hombre de Orce”

Derecha: Dibujo de un hipotético hombre primitivo tal y como se lo imaginan los evolucionistas

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