¿Repudia los buenos modales la “nueva moralidad”?
‘¡Ay de los que ponen malo por bueno, oscuridad por luz, amargo por dulce!’ (Isaías 5:20.)
EL SIGLO XX ha presenciado cambios radicales en los modales y la moralidad. En las décadas que siguieron a las dos guerras mundiales, los antiguos sistemas de valores llegaron a verse gradualmente como anticuados. Las condiciones cambiantes y las nuevas teorías en los campos del comportamiento humano y la ciencia convencieron a muchos de que aquellos ya no eran válidos. Los modales que en un tiempo se apreciaron mucho, ahora se consideran estorbos. Los principios bíblicos que antes se respetaban ahora se rechazan por anticuados. Eran demasiado restrictivos para la sociedad liberada e irresponsable de los individuos ultramodernos del siglo XX.
El año que contempló este punto de viraje en la historia humana fue 1914. Los escritos de los historiadores respecto a ese año y a la I Guerra Mundial están repletos de comentarios sobre el cambio trascendental que supuso 1914, una verdadera señal divisoria entre dos épocas de la historia humana. Inmediatamente después de la guerra vinieron los locos años veinte, durante los cuales la gente trató de compensar la diversión que se perdió durante aquellos años bélicos. Se dejaron de lado los antiguos valores y las inconvenientes restricciones morales para dar paso a la diversión desenfrenada. Arraigó oficiosamente una nueva moralidad, que consentía la búsqueda de placeres carnales, que esencialmente consideraba que todo era válido. El nuevo código moral cambió inevitablemente los modales.
El historiador Frederick Lewis Allen comenta lo siguiente al respecto: “Otro resultado de la revolución fue que las costumbres se tornaron, no simplemente diferentes, sino, durante unos pocos años, groseras. [...] durante esta década la anfitriona [...] [descubría] que los invitados no se molestaban en dirigirle la palabra al llegar o al irse; que el cambio de parejas durante los bailes se convertía en una práctica aceptada; que [...] hombres y mujeres se esforzaban por no llegar a la cena con menos de media hora de atraso [...]; que [en] las fiestas [...] dejaban cigarrillos encendidos sobre las mesas de caoba, cenizas alegremente salpicadas sobre las alfombras [...] sin disculparse [...]. Las antiguas barreras habían quedado destruidas, no se habían construido otras nuevas, y entre tanto los cerdos habían salido al pastizal. Quizás algún día, los diez años que siguieron a la guerra puedan ser justicieramente recordados con la denominación de ‘Década de los Malos Modales’. [...] Si la década era grosera, era también desdichada. Junto con el antiguo orden de cosas había desaparecido una tabla de valores que proporcionó riqueza y sentido a la vida, y los valores para sustituirlos no eran fáciles de encontrar” (traducción de Floreal Mazía).
Jamás se encontraron otros valores que devolvieran riqueza y sentido a la vida. Tampoco se buscaron. El emocionante estilo de vida de “todo vale”, característico de los locos años veinte, liberó a la gente de las restricciones morales, precisamente lo que todos querían. No ponían la moralidad a un lado; solo la revisaban, relajándola un poco. Con el tiempo la llamaron nueva moralidad. Esta consiste en que cada uno haga lo que es recto a sus propios ojos. Cada individuo se considera el número uno, se comporta como le place, se traza su propio camino.
O al menos eso cree. En realidad, el sabio rey Salomón dijo hace tres mil años: “No hay nada nuevo bajo el sol”. (Eclesiastés 1:9.) Antes, durante la época de los Jueces, los israelitas tenían bastante libertad para decidir si obedecerían la Ley de Dios o no: “En aquellos días no había rey en Israel. Lo que era recto a sus propios ojos era lo que cada uno acostumbraba hacer”. (Jueces 21:25.) Pero la mayoría optó por no acatar la Ley. Como eso fue lo que Israel sembró, cosechó siglos de desastres nacionales. Las naciones de la actualidad también han cosechado siglos de sufrimiento, y aún les espera lo peor.
Hay otro término que identifica a la nueva moralidad de manera más específica: “relativismo”. La Enciclopedia universal ilustrada europeo americana, de Espasa-Calpe, dice sobre el relativismo que “las normas morales [...] sólo valen para el sujeto o a lo más para un grupo de sujetos”. En resumidas cuentas, los relativistas sostienen que lo que es bueno para ellos, es ético. Un escritor se extendió en el tema del relativismo diciendo: “El relativismo, subyacente por mucho tiempo, emergió como la filosofía predominante de la ‘década del yo’ de los setenta; todavía impera en el movimiento yuppy de los ochenta. Quizás aún finjamos estar de acuerdo con los valores tradicionales, pero, en la práctica, lo correcto es todo lo que nos conviene”.
Y ahí entran también los modales: ‘Si me conviene, lo hago; de lo contrario, no. No sería apropiado para mí ni aunque fuera lo más cortés para ti. Echaría abajo mi individualismo radical, me haría parecer débil, me convertiría en un pusilánime’. Al parecer, esas personas opinan así no solo con respecto a los actos groseros, sino también con respecto a delicadezas sencillas y cotidianas, como decir ‘por favor, lo siento, perdón, gracias, permítame que le abra la puerta, le cedo mi asiento, permítame ayudarle con ese paquete’. Estas y otras frases son excelentes lubricantes que suavizan las relaciones humanas y las hacen agradables. ‘Pero tratar a otros con buenos modales —quizás objete el yoísta— dañaría mi modelo de vida como número uno y no podría seguir dando esa imagen.’
El sociólogo James Q. Wilson atribuye el aumento de las desavenencias y la conducta criminal al desplome de lo que hoy día “se ha dado en llamar despectivamente ‘valores de la clase media’”, el informe sigue diciendo: “La desaparición de estos valores y la intensificación del relativismo moral parecen tener correlación con una mayor criminalidad”. Desde luego, tiene correlación con la tendencia moderna de rechazar todo aquello que restrinja la expresión de la propia personalidad, prescindiendo de lo descortés u ofensiva que esta pueda ser. Así lo explicó Jared Taylor, otro sociólogo: “Nuestra sociedad ha ido pasando poco a poco del autodominio a la expresión de la propia personalidad, y muchas personas descartan los valores antiguos por considerarlos represivos”.
La práctica del relativismo convierte a la persona en juez de su propia conducta, dejando a un lado la opinión de los demás, incluso la de Dios. Esta decide por sí misma lo que está bien y lo que está mal para ella, tal como hizo la primera pareja humana en Edén, cuando rechazó el edicto de Dios y decidió por sí misma lo que estaba bien y lo que estaba mal. La Serpiente hizo creer a Eva que si desobedecía a Dios y comía del fruto prohibido ocurriría tal como él le decía: “Tendrán que abrírseles los ojos y tendrán que ser como Dios, conociendo lo bueno y lo malo”. Entonces, Eva tomó del fruto, y comió; y dio también a Adán, y él comió. (Génesis 3:5, 6.) Su decisión de tomar del fruto fue desastrosa para ellos y calamitosa para sus descendientes.
Tras un largo resumen de corrupción descubierta entre políticos, hombres de negocios, deportistas, científicos, un premio Nobel y un clérigo, un observador dijo lo siguiente en una conferencia ante la Escuela de Comercio de Harvard: “Creo que en estos momentos el país atraviesa por lo que yo opto por llamar una crisis de carácter, una pérdida de lo que por toda la civilización occidental tradicionalmente se habían considerado restricciones y virtudes internas que nos impiden complacer nuestros instintos más bajos”. Habló de “palabras que casi sonarían extrañas al pronunciarlas en este ambiente —como valor, honor, deber, responsabilidad, compasión, civismo—, palabras que casi han caído en desuso”.
En la década de los sesenta estallaron una serie de cuestiones en los campus universitarios. Muchos afirmaban: ‘No hay Dios, Dios está muerto, no hay nada, no existe ningún valor trascendente, la vida no tiene sentido alguno, solo se puede superar la insignificancia de la vida mediante un individualismo heroico’. Los hippies se dejaron guiar por estas ideas y trataron de superar la insignificancia de la vida ‘esnifando cocaína, fumando hierba, haciendo el amor y buscando la paz mental’, algo que nunca encontraron.
La década de los sesenta se caracterizó por los movimientos de protesta. Más que tratarse solo de un furor pasajero, esos movimientos recibieron el apoyo de la corriente cultural estadounidense que estaba entonces en boga y condujeron a la década del yo de los años setenta. Entramos entonces en la década que el crítico social Tom Wolfe denominó “la década del yo”. Progresivamente pasamos a los años ochenta, que algunos denominaron sarcásticamente “la edad de oro de la avaricia”.
¿Qué relación tiene todo esto con los modales? Está relacionado con ponerse uno mismo en primer lugar, y si se hace esto, no resulta fácil ceder ante los demás, ponerlos en primer lugar, tener buenos modales con ellos. Poniéndose a sí mismo en primer lugar, puede que usted en realidad esté entregándose a una forma de egolatría o adoración del yo. ¿Qué dice la Biblia sobre el que hace esto? Que es una “persona dominada por la avidez —lo que significa ser idólatra—”, que manifiesta “codicia, que es idolatría”. (Efesios 5:5; Colosenses 3:5.) ¿A quién sirven esas personas realmente? “Su dios es su vientre.” (Filipenses 3:19.) Los sórdidos estilos de vida alternativos que muchas personas han escogido como moralmente correctos para ellas y las consecuencias calamitosas y mortíferas de dichos estilos de vida, solo prueban la veracidad de lo que dice Jeremías 10:23: “Bien sé yo, oh Jehová, que al hombre terrestre no le pertenece su camino. No pertenece al hombre que está andando siquiera dirigir su paso”.
La Biblia previó todo esto y lo predijo como parte de la señal de “los últimos días” en 2 Timoteo 3:1-5, Versión Popular: “Debes saber que en los tiempos últimos vendrán días difíciles. Los hombres serán egoístas, amantes del dinero, orgullosos y vanidosos. Hablarán en contra de Dios, desobedecerán a sus padres, serán ingratos y no respetarán la religión. No tendrán cariño ni compasión, serán chismosos, no podrán dominar sus pasiones, serán crueles y enemigos de todo lo bueno. Serán traidores y atrevidos, estarán llenos de vanidad y buscarán sus propios placeres en vez de buscar a Dios. Aparentarán ser muy religiosos, pero con sus hechos negarán el verdadero poder de la religión. No tengas nada que ver con esa clase de gente”.
Fuimos creados a la imagen y semejanza de Dios, pero nos hemos alejado mucho de ese estado. Los atributos potenciales de amor, sabiduría, justicia y poder todavía forman parte de nosotros, pero desequilibrados y distorsionados. El primer paso para regresar al estado inicial se revela en la última frase del texto bíblico acabado de citar: “No tengas nada que ver con esa clase de gente”. Busque un nuevo ambiente, uno que le haga cambiar incluso sus sentimientos recónditos. Las atinadas palabras de Dorothy Thompson en The Ladies’ Home Journal son muy esclarecedoras en este campo. Su cita empieza diciendo que para vencer la delincuencia juvenil, es necesario educar las emociones del joven más bien que su intelecto:
“Sus acciones y actitudes de niño determinarán en gran manera sus acciones y actitudes de adulto. Estas no proceden de su cerebro, sino de sus sentimientos. Lo que llegará a ser de adulto vendrá determinado por lo que se le haya animado y enseñado a amar, admirar, adorar y apreciar, así como por aquellas cosas por las cuales se le haya animado y enseñado a sacrificarse. [...] En todo esto los modales desempeñan un papel importante, pues los buenos modales no son ni más ni menos que una muestra de consideración a los demás. [...] Los sentimientos recónditos se reflejan en la conducta externa, pero esta también contribuye a cultivar sentimientos recónditos. Es difícil sentirse agresivo cuando se obra con consideración. Puede que al principio los buenos modales solo sean algo superficial, pero raras veces continúan siéndolo siempre.”
También comentó que, salvo raras excepciones, la bondad y la maldad “no están condicionadas por el cerebro, sino por las emociones”, y que “los delincuentes no llegan a ser lo que son debido a un endurecimiento de las arterias, sino a un endurecimiento del corazón”. Recalcó que nuestra conducta está regida más veces por las emociones que por la mente, y que la educación que recibimos y nuestra forma de actuar, incluso si es forzada al principio, influye en los sentimientos recónditos y produce cambios en el corazón.
No obstante, es en la Biblia donde se halla la mejor fórmula para cambiar la persona secreta del corazón.
Primero: Efesios 4:22-24: “Deben desechar la vieja personalidad que se conforma a su manera de proceder anterior y que va corrompiéndose conforme a sus deseos engañosos; [...] Deben ser hechos nuevos en la fuerza que impulsa su mente, y deben vestirse de la nueva personalidad que fue creada conforme a la voluntad de Dios en verdadera justicia y lealtad”.
Segundo: Colosenses 3:9, 10, 12-14: “Desnúdense de la vieja personalidad con sus prácticas, y vístanse de la nueva personalidad, que mediante conocimiento exacto va haciéndose nueva según la imagen de Aquel que la ha creado. De consiguiente, como escogidos de Dios, santos y amados, vístanse de los tiernos cariños de la compasión, la bondad, la humildad mental, la apacibilidad y la gran paciencia. Continúen soportándose unos a otros y perdonándose liberalmente unos a otros si alguno tiene causa de queja contra otro. Como Jehová los perdonó liberalmente a ustedes, así también háganlo ustedes. Pero, además de todas estas cosas, vístanse de amor, porque es un vínculo perfecto de unión”.
El historiador Will Durant dijo: “La cuestión más importante de nuestro tiempo no es el enfrentamiento de comunismo contra individualismo, ni de Europa contra América, ni siquiera de Oriente contra Occidente; consiste en si el hombre puede vivir sin Dios”.
Para tener éxito en la vida, hemos de prestar atención a los consejos de Dios. “Hijo mío, no olvides mi ley, y observe tu corazón mis mandamientos, porque largura de días y años de vida y paz te serán añadidos. Que la bondad amorosa y el apego a la verdad mismos no te dejen. Átalos alrededor de tu garganta. Escríbelos sobre la tabla de tu corazón, y así halla favor y buena perspicacia a los ojos de Dios y del hombre terrestre. Confía en Jehová con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento. En todos tus caminos tómalo en cuenta, y él mismo hará derechas tus sendas.” (Proverbios 3:1-6.)
Los modales buenos, amables y considerados aprendidos tras siglos de vida no son estorbos después de todo, y las pautas que la Biblia da para regir nuestra vida no están en absoluto anticuadas, sino que resultarán en la salvación eterna de la humanidad. En efecto, el ser humano no puede seguir viviendo sin Jehová, pues ‘con él está la fuente de la vida’. (Salmo 36:9.)
[Comentario en la página 11]
Nuestra forma de actuar, incluso si es forzada al principio, influye en los sentimientos recónditos y produce cambios en el corazón
[Fotografía en la página 8]
Hay quienes dicen: ‘Descartemos la Biblia y los valores morales’
[Fotografía en la página 9]
“Dios está muerto”
“La vida no tiene sentido”
“Fuma hierba, esnifa cocaína”
[Reconocimiento en la página 7]
Izquierda: Life; derecha: Grandville
[Recuadro/Fotografía en la página 10]
Modales impecables a la mesa que algunos harían bien en imitar
Fíjese en esas hermosas, correctas y sociables picoteras de los cedros, que banquetean juntas en un gran matorral cargado de bayas maduras. Se ponen en fila a lo largo de una rama y todas comen, pero sin glotonería. Se pasan de pico en pico las bayas unas a otras, hasta que finalmente una se la come con toda delicadeza. Nunca olvidan a sus “hijos”, a los que alimentan incansablemente uno a uno, hasta que todos se han saciado.
[Reconocimiento]
H. Armstrong Roberts