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  • ¿Le agrada a Dios vernos sufrir?
  • ¡Despertad! 1995
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¡Despertad! 1995
g95 8/3 págs. 10-11

El punto de vista bíblico

¿Le agrada a Dios vernos sufrir?

AGOBIADO por el peso de la enorme cruz de madera que lleva a cuestas, un hombre avanza penosamente entre la multitud, mientras le brotan hilos de sangre de la cabeza coronada de espinas. Al llegar al lugar de “ejecución”, lo tienden sobre la cruz y lo fijan en ella con grandes clavos que le atraviesan las manos. El hombre se retuerce de dolor al penetrar los clavos en la carne. Cuando levantan la cruz, el dolor se vuelve intolerable. Según la revista filipina Panorama, rituales dolorosos como este forman parte integrante de las celebraciones de Semana Santa en Filipinas.

Esta escena es una interpretación moderna de los padecimientos que sufrió Jesús. Sin embargo, no se trata de un actor que esté representando una obra dramática: los clavos, la sangre y el dolor son muy reales.

En otros lugares se puede ver a católicos devotos autoflagelarse en público con el deseo de experimentar los tormentos de Cristo. ¿Para qué? Algunos creen que sus sufrimientos obrarán milagros, como la curación de seres amados que están enfermos. Otros lo hacen con la intención de expiar culpas que temen no les sean perdonadas si no derraman su propia sangre. El libro The Filipinos explica: “El dolor sirve para purificar la mente y el alma. [...] Se supone que el pecador sale del dolor limpio de pecados y aliviado de cargas”.

No obstante, la mortificación corporal no es una práctica exclusiva de los católicos filipinos. Fieles de otras religiones en diversos países están persuadidos de que el sufrimiento autoimpuesto es meritorio para Dios.

Un ejemplo de ello es Siddharta Gautama, el Buda. En su búsqueda de la verdad, abandonó a su esposa e hijo y huyó al desierto, donde abrazó la vida ascética por seis años. Permaneció en posiciones molestas y dolorosas durante muchas horas, y posteriormente afirmó haber subsistido largas temporadas a base de un grano de arroz al día, hasta enflaquecer tanto que dijo: “La piel del vientre se me adhería a la columna vertebral”. Con todo y con eso, ninguna de las torturas que se aplicó le ayudó a conseguir la iluminación que buscaba.

Algo parecido hacían los faquires hindúes de la India, que en ocasiones se imponían las más severas penitencias, como acostarse en medio de fogatas, mirar fijamente al Sol hasta enceguecer, sostenerse en una sola pierna o conservar una posición incómoda durante mucho tiempo. Se creía que la virtud de ciertos ascetas era tan grande que podría proteger a una ciudad de los ataques enemigos.

Asimismo la Biblia cuenta de los adoradores de Baal que se cortaron “según su costumbre con dagas y con lancetas, hasta que hicieron chorrear la sangre sobre sí” en un intento vano de llamar la atención de su dios. (1 Reyes 18:28.)

“Tienen que afligir sus almas”

Si bien es cierto que Jehová ordenó a su nación escogida “afligir sus almas”, por lo general se entiende que se refería a ayunar. (Levítico 16:31.) El ayuno era un medio de reflejar el dolor o el arrepentimiento por haber pecado; también se recurría a él por hallarse en circunstancias angustiosas. En lugar de ser una forma de castigo autoimpuesta, representaba una manera de humillarse delante de Dios. (Esdras 8:21.)

Pero algunos judíos pensaron erróneamente que el dolor causado por la aflicción del alma era virtuoso y que Dios tenía la obligación de darles algo a cambio. Como no recibieron el premio que creían merecer, interrogaron a Dios con osadía: “¿Por qué razón ayunamos y tú no viste, y nos afligimos el alma y tú no notabas?”. (Isaías 58:3.)

No obstante, estaban equivocados. El ayuno religioso apropiado no tenía ninguna relación con el ascetismo, como si el dolor o la molestia corporal causada por el hambre tuvieran algún valor intrínseco. De hecho, las emociones intensas pudieran conllevar la pérdida del apetito, pues cuando la mente se ve sometida a problemas acuciantes, el cuerpo quizás no desee ingerir alimento. De este modo Dios puede percibir la intensidad de los sentimientos del que ayuna.

¿Le agrada a Dios el que nos causemos dolor?

¿Encuentra placer el Creador amoroso en ver a la gente torturarse a sí misma? Cierto es que en ocasiones los cristianos se ven forzados a hacerse “partícipes de los sufrimientos del Cristo”; mas esto no significa que anden buscando problemas o que quieran ser mártires. (1 Pedro 4:13.)

Desde luego, Jesús distó mucho de ser un asceta. Los jefes religiosos se quejaron de que sus discípulos no ayunaban, e incluso lo acusaron de ser un “un hombre glotón y dado a beber vino”. (Mateo 9:14; 11:19.) Él fue moderado en todas las cosas y no exigió de sí mismo ni de otros más de lo que era razonable. (Marcos 6:31; Juan 4:6.)

En ninguna parte de las Escrituras se da base para el ascetismo, como si la negación de nuestras necesidades o la renuncia a las comodidades de la vida nos congraciara con Dios. Tocante a las penitencias dolorosas, observe lo que dijo el apóstol Pablo: “Esas mismísimas cosas, en verdad, tienen una apariencia de sabiduría en una forma autoimpuesta de adoración y humildad ficticia, un tratamiento severo del cuerpo; pero no son de valor alguno en combatir la satisfacción de la carne”. (Colosenses 2:23.)

En sus años de monje, Martín Lutero se torturaba literalmente. Más tarde, sin embargo, se volvió contra dichas prácticas aduciendo que fomentaban la idea de dos caminos conducentes a Dios, uno más noble que el otro; en tanto que las Escrituras enseñaban un único camino a la salvación, a saber, el ejercicio de la fe en Jesucristo y en su Padre, Jehová. (Juan 17:3.) Tampoco faltaban aquellos que veían en los rituales dolorosos una forma de obtener salvación por méritos propios.

El libro Church History in Plain Language (La historia de la Iglesia sin rodeos) dice del ascetismo: “La concepción de [la vida monástica] se derivó de una visión errónea acerca del hombre. El alma, sostenía el monje, está encadenada a la carne como un prisionero a un cadáver. Tal no es el punto de vista bíblico sobre la vida humana”. Eso es cierto. La idea de que el dolor provocado agrada a Dios es ajena a las Escrituras; se funda en la falacia gnóstica de que todo lo que está vinculado a la carne es malo y que a esta se la debe mortificar al mayor grado posible a fin de ganar la salvación.

Puesto que Jehová desea que seamos felices, en el servicio a un Dios tan amoroso no cabe el ascetismo. (Eclesiastés 7:16.) En ninguna parte dicen las Escrituras que los castigos autoimpuestos sean el camino a la salvación. Por el contrario, la Palabra de Dios muestra claramente que lo que nos limpia de todo pecado es la sangre de Cristo y la fe que ejercemos en ella. (Romanos 5:1; 1 Juan 1:7.)

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