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¡Despertad! 1995
g95 22/4 págs. 15-17

Matrioska. ¡Vaya muñeca!

POR EL CORRESPONSAL DE ¡DESPERTAD! EN RUSIA

CASI todos los turistas que me ven se resuelven de inmediato a llevarme consigo sin reparar mucho en el costo. No entiendo por qué les atraigo tanto. Después de todo, apenas me conocen. Tal vez sea porque estoy de moda. Pero, permítanme presentarme. Me llamo Matrioska y vengo de... no, mejor comienzo por el principio.

En realidad, no se sabe a ciencia cierta ni de dónde procedo ni quiénes fueron mis verdaderos padres. Hay dos versiones. Algunos sitúan mi origen en la isla japonesa de Honshu, donde, según afirman, era un juguete peculiar formado por varias piezas acoplables. Dicen que a finales del siglo XIX la esposa de un mecenas ruso llamado Savva I. Mamontov (1841-1918) me trajo a Rusia. Por otro lado, de acuerdo con algunos japoneses, fue un monje ruso el que llevó a Japón la idea de convertirme en una muñeca excepcional. Prescindiendo de dónde se haya originado la idea, hizo fortuna entre los artesanos rusos, de cuyas manos nacería Matrioska.

A finales de la penúltima década del siglo pasado, paralelamente al desarrollo económico y cultural que tenía lugar en el país, creció el interés por conservar las tradiciones. Con objeto de revivir la cultura popular, los intelectuales fueron aglutinándose en torno a Mamontov. Entre ellos figuraban ilustres pintores rusos como Iliá Repin, Viktor Vasnetsov y Mijail Vrubel. Se construyeron algunos estudios de arte cerca de Moscú a fin de preservar el recuerdo del campesinado ruso. De todas partes del país trajeron artículos folclóricos, juguetes y muñecas.

Un pintor llamado Serguéi Malyutin hizo los primeros diseños de mi persona, en los que me dio un aspecto algo diferente del actual. Era yo una joven campesina de rostro redondo y ojos radiantes, ataviada con un sarafan (vestido de tirantes largo) y un colorido pañuelo que dejaba entrever mi lacio cabello repeinado. En mi interior colocaban otra figura más pequeña, y en esta otra, y así sucesivamente. Las demás muñecas llevaban diferentes prendas, como kosovorotkas (blusas abotonadas a un lado), camisas, poddyovkas (abrigos de hombre) y delantales. Los diseños de Malyutin muestran la apariencia que se me dio originalmente en Moscú alrededor de 1891.

Muchas veces me preguntaba de dónde provenía mi nombre. Aprendí que a finales del siglo XIX, uno de los nombres de mujer más populares en Rusia era Matriona (cuyo diminutivo es Matrioska). El nombre se deriva de la palabra latina matrona, que ha pasado al español conservando el significado de “dama respetable” o “madre de familia”. Colocar una figura dentro de otra era también un símbolo claro de fertilidad y perpetuación.

No soy fácil de hacer

Algunas personas que han intentado hacerme han acabado desistiendo después de estropear mucho material. No es de extrañar, pues hasta hace poco el proceso de mi elaboración era confidencial, así que solo unos cuantos podían poseerme. Pero yo les voy a revelar el secreto.

Se requiere mucha pericia para fabricarme. En primer lugar, es importante escoger el tipo adecuado de madera. Normalmente se elige la de tilo por su textura blanda, y, con menor frecuencia, la de aliso o abedul. Una vez cortados los árboles, por lo general a principios de la primavera, se les quita casi toda la corteza. Solo se les deja la necesaria para que no se agrieten durante los años que permanecerán apilados con una buena ventilación a fin de que se sequen.

La madera que se utilice no debe estar ni muy seca ni muy verde. Solo un experto puede determinar cuándo es el momento idóneo de cortarla. Cada pieza tiene que pasar por un proceso que puede constar de hasta quince pasos. El artesano comienza por la muñeca más pequeña de la serie, que es indivisible. A veces tiene un tamaño tan reducido que hay que aguzar la vista o incluso usar una lupa para verla claramente.

En cuanto termina la muñeca más pequeña, el artífice sigue con la figura en la que esta encajará. Corta un trozo de madera y lo secciona transversalmente en dos partes. Primero trabaja la pieza inferior de la muñeca y luego la superior. A continuación ahueca ambas partes de la segunda muñeca de manera que la primera encaje bien en su interior. El artesano diestro, por cierto, no se molesta en tomar medidas; se guía únicamente por su experiencia. Una vez terminada la segunda figura, repite el proceso haciendo otra ligeramente mayor en la que encaje aquella.

El juego de muñecas puede contener de dos a sesenta unidades. La más grande alcanza a veces la altura de su hacedor. Al acabar cada muñeca, se la cubre con una cola feculenta que rellena cualquier hueco de la superficie. Tras el secado final, se pule el exterior para que la pintura se extienda mejor. La última fase, la decoración, dará a la muñeca su estilo inimitable.

Cambios producidos con el tiempo

La gente cambia con el paso de los años, y lo mismo me ocurre a mí. La elaboración de este tipo de figuras se fue extendiendo de Moscú a otras ciudades y pueblos, como Semenov, Poljovskii Maidan, Vyatka y Tver.a Cada localidad desarrolló su propio estilo decorativo. Mi pérdida de identidad fue inquietante, pero no me quejé. Durante la celebración del centenario de la guerra de 1812, alguien encargó dos matrioskas cuyas figuras mayores representaran, respectivamente, al comandante ruso Mijail Kutuzov y a su homólogo francés, Napoleón Bonaparte. Cada uno de estos tenía en su interior a los generales de su bando.

Por mucho tiempo, la manufactura y venta de esta clase de muñecas estuvo bajo control estricto. Pero los cambios políticos de finales de la década pasada brindaron nuevas posibilidades y libertades a los artesanos. Al fin pudieron elaborar y vender sus productos sin temor.

Un pintor llamado Sikorskii fue uno de los primeros en alcanzar fama decorando matrioskas. Sus muñecas son las más cotizadas; un juego suyo puede llegar a costar 3.000 dólares (E.U.A.). Su éxito animó a otros artistas, de modo que durante los últimos seis años la fabricación de matrioskas ha cobrado un gran ímpetu.

Mi nombre, Matrioska, se aplica ahora a todas las figuras que encajan una dentro de otra. Los temas elegidos para ornamentarme son variados: flores, iglesias, iconos, cuentos populares, grupos de familia, y aun dirigentes religiosos y políticos. El amplio surtido que existe hoy en el mercado hace que mi precio se mantenga bastante moderado.

En el verano de 1993 me hallaba como de costumbre en el escaparate de una tienda moscovita, cuando oí de repente a un grupo de turistas extranjeros que se aproximaba. Los escuché decir que estaban asistiendo a una asamblea de los testigos de Jehová y que querían llevarme de recuerdo de un acontecimiento tan destacado. Los miré con ojos como platos, preguntándome por qué. Una mujer del grupo dijo, como si estuviera respondiéndome: “Es más que un recuerdo. Quiero que mis amigos le vean los ojos. Así miraban los rusos a quienes hablé del mensaje bíblico acerca del Reino y el nombre de Dios”.

¿Testigos de Jehová? ¿El Reino? ¿El nombre de Dios? ¿La Biblia? Los ojos se me abrieron aún más mientras los escuchaba, y el corazón empezó a latirme más rápido ante la perspectiva de que estas personas tan agradables me llevaran con ellas a lugares lejanos. Quizá podría aprender más sobre la razón principal por la que habían venido a Rusia. Estoy segura de que no fue solo para conocerme a mí, la muñeca de nombre Matrioska.

[Nota a pie de página]

a Durante los años treinta, Vyatka pasó a llamarse Kirov, y Tver, Kalinin. Desde la disolución de la Unión Soviética, ambas poblaciones han recuperado sus nombres originales.

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