Antigua tradición amerindia
NO IMPORTA a qué lugar del mundo vaya, siempre verá que cada región tiene su propio arte tradicional. En las tiendas de regalos y decoración hallará cuadros, figurillas, tallas, cerámica y otros objetos. ¿Ha adquirido alguno de estos artículos para adornar su hogar? Si así es, ¿por qué no examina dónde se elaboró la pieza? No se extrañe si descubre que fue en otro país.
Por siglos, los artesanos grabaron sus iniciales en la base de sus obras para mostrar que eran creaciones suyas. En la actualidad, muy probablemente tengan allí una etiqueta adhesiva o un sello que señale que el objeto no es de fabricación artesanal, sino industrial. Puesto que estos artículos producidos en serie son cada día más comunes, la artesanía tradicional es cada vez más difícil de hallar. Pero ¿se consiguen todavía piezas artesanales autóctonas?
De visita en una reserva amerindia
Sí, como descubrimos al visitar a unos amigos amerindios que aún elaboran objetos de artesanía. Son de la tribu india del pueblo de Santa Clara, famoso por su cerámica negra pulimentada, una de las más bellas del mundo. Su artesanía es muy distinta de los artículos de fábrica que se venden en muchas tiendas de la zona sudoccidental de Estados Unidos.
Nuestros amigos, Joe y Anita, llevan muchos años dedicados a la alfarería. Cuando tenía seis años, Anita empezó a elaborar cerámica con su madre. Una de las vasijas de Anita se halla expuesta en la sección de Arte Amerindio de la Smithsonian Institution en Washington, D.C.
Llegamos a casa de Joe y Anita justo cuando se disponían a empezar una serie de vasijas, lo que nos permitiría presenciar la elaboración. Ya habíamos hecho algo de cerámica, pero con la técnica moderna, que usa moldes, pasta preparada y un horno de cocción; pero en aquel momento veríamos la elaboración artesanal, transmitida de una generación a otra, un proceso en el que no interviene la tecnología moderna y todo se prepara desde cero.
Se recogen los ingredientes
En primer lugar, Joe y Anita tenían que obtener las materias primas. Viajamos en su camioneta a la ladera de la que extraen la arcilla, que, al quedar dentro de la reserva, solo está al alcance de los 2.400 miembros de la tribu del pueblo de Santa Clara. La mayoría elabora la cerámica a la manera tradicional, que se remonta al siglo XVI. Al subir por la ladera, Joe tomó el pico y trató de hallar una veta de barro.
La veta se extendía horizontalmente al pie de la colina. Joe tuvo que recostarse para sacar con el pico trozos del tamaño de un ladrillo. Es arriesgado, pues cuanto más se profundiza, mayor es la posibilidad de derrumbes. Cuando Joe acabó de recoger unos 60 ó 70 kilos de arcilla, de muy buena calidad, según nos explicó, quedamos listos para irnos. Sin embargo, no pude menos que preguntarle por qué no recogían varios quintales de una vez a fin de ahorrarse algunos viajes. Anita respondió: “Ese no es el estilo indio”. Solo toman de la tierra lo que van a utilizar en el momento. Gran parte se echaría a perder si se asentara y endureciese.
A continuación, partimos hacia otra colina para recoger arena blanca. Era mucho más sencillo: solo había que sacar uno o dos cubos. Luego regresamos a su casa.
El proceso
En primer lugar, se deja el barro en remojo por varios días. Luego se tamiza tres o cuatro veces, al igual que la arena. Tras esto, Joe mezcla los dos materiales hasta lograr la consistencia precisa. La mezcla se realiza a ojo, pues lo importante es la experiencia. Se añade un poco de arena para que la arcilla conserve su forma al cocerse. Si la cantidad de arena no es la adecuada, tanto por exceso como por defecto, la vasija se quebraría o desportillaría. Anita nos contó que cuando empezó con la alfarería, llevaba el barro a su madre para que lo palpara y le dijera si tenía suficiente arena. Anita no tardó mucho en saberlo por sí misma.
Con los pies descalzos, Joe amasa el barro y la arena hasta que la mezcla alcanza la consistencia adecuada y queda lista para ser modelada. Como no se emplean moldes, cada pieza será un ejemplar único hecho a mano. Anita pasa muchas horas dándole forma a cada pieza antes de ponerla a secar. Cuando está medio seca y se endurece un poco, hasta tener la consistencia llamada dureza del cuero, puede grabarse a mano con dibujos o líneas. Luego se deja secar completamente, lo que puede tomar hasta una semana, según el grado de humedad del ambiente. Entonces queda lista para el lijado, que suaviza el barro y lo apresta para el pulimento.
Este se realiza a mano con una piedra de lecho de río. Tiene que ser idónea para la labor, pues tanto si se pule poco como demasiado, la pieza no quedará brillante al cocerla. No se emplea pintura; el bello lustre lo produce el pulimentado.
Singular proceso de cocción
Por fin llega el último paso: la cocción, para la que se hace un fuego en el patio; no se emplean hornos de cocción especiales. Este horno se prepara colocando trozos de leña verticalmente y, encima de estos, otros en sentido horizontal, formando así un horno abierto por un extremo, por el que se introducen las vasijas; luego se prende el fuego. La experiencia enseña el momento oportuno de meter la cerámica.
Si la cocción fuera la habitual, las piezas serían rojizas, pero, en el momento preciso, Joe da un paso nada común: amontona estiércol de caballo sobre el fuego, lo que logra ennegrecerlas, pues al reducirse el oxígeno, el óxido de hierro, de color rojo, sufre una reacción química y adquiere un color negro. Por el olor es fácil saber cuándo se cuece cerámica en la zona.
El artículo acabado, motivo justificado de orgullo, fascina por su belleza a personas de todo el mundo. Originalmente, las vasijas cumplían una función utilitaria, como recipientes para guardar ingredientes domésticos. En algunas partes del mundo aún reciben este uso. La vasija que llevamos, sin embargo, decorará nuestro hogar y anunciará con satisfacción que visitamos el pueblo de Santa Clara, donde todavía perduran las antiguas tradiciones amerindias.—Contribuido.
[Ilustraciones de la página 25]
Se sacan pedazos de barro del tamaño de un ladrillo
La arcilla se modela a mano
La cerámica se cuece en un horno tradicional