Cómo utilizar el teléfono con educación
“Después del cariño de la familia, de la salud y del amor al trabajo, ¿hay algo que alegre más la vida y eleve el amor propio que el intercambio de palabras amables?”
AL PLANTEAR esta pregunta, la difunta escritora y maestra Lucy Elliot Keeler concedió gran valor al placer y sentido de logro que puede reportar la conversación, el amoroso don que Dios otorgó al hombre cuando lo creó. (Éxodo 4:11, 12.)
Durante los pasados ciento veinte años se ha potenciado grandemente el empleo del habla gracias a una invención de Alexander Graham Bell: el teléfono. En la actualidad hay en el mundo miles de millones de habitantes para los que el uso del teléfono, sea con fines laborales o por placer, constituye un medio esencial de comunicarse.
El teléfono y usted
¿A qué grado mejora el teléfono la calidad de su vida? ¿Verdad que la respuesta depende más de quienes se comunican que del instrumento que emplean? Por tanto, tenemos que plantearnos si utilizamos el teléfono con educación.
Los buenos modales en este campo abarcan varios aspectos, entre ellos la actitud, la calidad del habla y el arte de escuchar. También incluyen el manejo correcto de este aparato y qué hacer ante las llamadas molestas.
Sea considerado
Como en toda relación humana, la cortesía al hablar por teléfono brota del amor al prójimo. El apóstol Pablo escribió: “Cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás”. (Filipenses 2:4, Nueva Versión Internacional.)
Al preguntarle a una telefonista veterana cuáles eran los casos más comunes de malos modales por parte de quienes llaman, mencionó primero la frase ‘Soy María’ (¿A cuántas Marías conoce uno?), o peor aún, ‘Soy yo’, o ‘Adivina quién soy’. Aunque se digan con buena intención, son expresiones desconsideradas que pueden abochornar al interlocutor e impacientarlo. La telefonista agregó: “¿Por qué no empezar bien la llamada presentándose con claridad y preguntando con gentileza si es un momento oportuno para hablar?”.
Recuerde que aunque el semblante no se ve, la actitud se trasluce. ¿Cómo? Por el tono de la voz, que revela impaciencia, aburrimiento, enfado e indiferencia, o sinceridad, alegría, amabilidad y afecto. Es natural que sienta cierta molestia si le interrumpen, pero los buenos modales le harán pausar un momento para inyectar una “sonrisa” en la voz antes de responder. Puede discrepar de lo que oiga sin emplear un tono desagradable.
Si es considerado y usa un tono de voz agradable, sus palabras serán ‘buenas para edificación según haya necesidad’ e impartirán “lo que sea favorable a los oyentes”. (Efesios 4:29.)
Calidad del habla
En efecto, la manera de hablar es clave. ¿Acepta usted las siguientes pautas, y las aplica? No hable entre dientes sino con claridad, naturalidad y buena pronunciación. No grite, ni siquiera en las llamadas de larga distancia. No arrastre las palabras, ni se descuide acortando las sílabas o comiéndoselas; no emplee las confusas e irritantes muletillas y regresiones, ni emplee un tono monocorde. El habla gana sentido, color y gracia al enfatizar y modular bien las frases. Comprenda, asimismo, que se pierde calidad si uno come mientras habla, además de ser de mala educación.
Tenga presente la selección de palabras. Hay que ser juicioso y usar términos sencillos. Las palabras tienen sus connotaciones: pueden ser amables o crueles, tranquilizadoras o ásperas, animadoras o desalentadoras. Sea ocurrente, pero no cáustico; sincero, pero no cortante ni grosero, y diplomático, pero no evasivo. Siempre son bien recibidas las fórmulas de cortesía como “por favor” y “gracias”. El apóstol Pablo tenía presentes las palabras amables, consideradas y de buen gusto cuando escribió: “Que su habla siempre sea con gracia, sazonada con sal, para que sepan cómo deben dar una respuesta a cada uno”. (Colosenses 4:6.)
Sepa escuchar
Cuenta un relato que un joven preguntó a su padre el secreto del buen conversador. “Escucha, hijo”, le respondió. “Escucho —dijo el joven—. Dime.” “Ya está dicho todo”, repuso el padre. Sin duda, escuchar con interés y empatía es parte indispensable de la receta para utilizar el teléfono con educación.
Si desea que sus interlocutores no lo consideren aburrido, recuerde esta simple regla: No acapare la conversación. Por ejemplo, no se enrede relatando minuciosamente conversaciones triviales que tuvo ni mencionando el cuadro clínico de los achaques que padece. Una vez más, la Biblia contiene una pauta oportuna y concisa, esta vez del discípulo Santiago: “Sea veloz para escuchar, lento para hablar”. (Santiago 1:19, Biblia del Peregrino.)
Observaciones finales
Para concluir, analicemos dos preguntas sobre la educación al emplear el teléfono. ¿Qué puede decirse del manejo correcto de este aparato? ¿Qué se recomienda hacer con las llamadas molestas?
Cuando habla por teléfono, ¿recibe a veces intermitente la voz de su interlocutor, como si se perdiera en la distancia? Esto debe recordarle que tiene que hablar directamente al micrófono, a unos dos centímetros de distancia. Además, reducir los ruidos de fondo es muestra de cortesía. Cuando llame, marque con cuidado el número para no equivocarse; al terminar cuelgue el auricular con suavidad.
¿Ha recibido llamadas molestas? Lamentablemente, parecen estar en auge. Ante el lenguaje indecente, soez o insinuante solo cabe una respuesta: colgar. (Compárese con Efesios 5:3, 4.) Igual ocurre con quien se niega a identificarse. Cuando tenga razones para sospechar, siga el consejo del libro How to Write and Speak Better (Cómo escribir y hablar mejor): “No responda si una voz desconocida le pregunta ‘¿con quién hablo?’”, ni comente sus planes con extraños.
Felizmente, la cortesía al hablar por teléfono no exige la aplicación de una larga lista de reglas. Como en toda convivencia, las relaciones son gratificantes cuando se sigue la llamada Regla de Oro que expuso Jesucristo: “Por lo tanto, todas las cosas que quieren que los hombres les hagan, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos”. (Mateo 7:12.) Para el cristiano, también entra en juego el deseo de agradar al Dador de la facultad del habla. Como oró el salmista: “Que los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón lleguen a ser placenteros delante de ti, oh Jehová, mi Roca y mi Redentor”. (Salmo 19:14.)