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  • ‘Hasta la lengua de los tartamudos hablará’

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  • ‘Hasta la lengua de los tartamudos hablará’
  • ¡Despertad! 1996
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¡Despertad! 1996
g96 22/8 págs. 21-23

‘Hasta la lengua de los tartamudos hablará’

ERA la sesión vespertina de un día especial de asamblea que celebrábamos los testigos de Jehová en una localidad checa. Nos habíamos congregado cientos de personas para recibir instrucción bíblica. Yo estaba detrás de la plataforma, dando un último repaso a la intervención. No era una de las principales; solo tenía que presentar a dos jóvenes Testigos que relatarían experiencias. El nerviosismo, que empezó por la mañana, iba en aumento. Literalmente quedé paralizado, dominado por la inquietud y sin poder hablar.

Quizás opine que la generalidad de las personas estaría nerviosa en un caso así, pero no eran solo nervios. Me explicaré.

Mi defecto del habla

A los 12 años, me lastimé la cabeza, el cuello y la columna en una caída. Desde entonces tuve episodios de tartamudez y problemas al pronunciar las palabras, sobre todo si empezaban por las consonantes p, k, t, d, m. A veces ni podía hablar.

En aquel tiempo no me inquietaba el trastorno; lo veía tan solo como una incomodidad. Pero con los años, me entró pánico a hablar en público. Hasta tuve un desvanecimiento presentando un informe escolar. En las tiendas no podía responder cuando preguntaban qué quería. Y si luchaba por hablar, los vendedores se irritaban por momentos y decían: “¡Vamos! ¡No tengo todo el día, y hay más clientes!”. Así que me quedaba sin comprar lo que necesitaba.

Los años de escuela fueron penosos. Cuando presentaba un informe oral, se reían de la tartamudez. Con todo, me gradué y en 1979 fui a cursar estudios universitarios a Praga (Checoslovaquia). Como era aficionado al deporte, estudié para profesor de Educación Física. Pero ¿lograría mi meta? A pesar de las dudas, seguí adelante.

Busco ayuda

Tenía que haber algún modo de superar el trastorno del habla, de modo que cuando obtuve el título decidí buscar ayuda profesional. Fui a una clínica de logopedia de Praga. En la primera consulta, una enfermera me espetó: “¡Menuda neurosis tiene usted!”. Me dolió ser considerado neurótico, y eso que los especialistas rechazan unánimemente que la tartamudez se deba a neurosis. Pronto comprendí que me encaraba al reto singular de ser el único paciente de 24 años, pues los demás eran niños.

No tardé en tener a todo el personal, incluido el psicólogo, brindándome su apoyo. Probaron de todo. Una vez me prohibieron hablar durante cinco semanas. Otra, solo me dejaron hablar de forma monótona y su-ma-men-te len-ta. El método funcionó, aunque me ganó el apodo “Encantador de serpientes”, pues muchos se dormían cuando presentaba informes orales.

Conozco a los testigos de Jehová

Un día de verano de 1984 iba caminando al centro de la ciudad cuando se me acercaron dos hombres jóvenes. No me asombró su apariencia, sino lo que dijeron. Mencionaron que Dios tenía un gobierno, un Reino que pondría fin a todos los problemas del hombre. Como me dieron su número telefónico, los llamé más tarde.

En aquel entonces, los testigos de Jehová no eran una organización religiosa reconocida en Checoslovaquia. Pese a ello, no tardé en interesarme; tanto que empecé a ir a sus reuniones. Pude percibir el amor e interés que se tenían.

La vía para ganar confianza

La Escuela del Ministerio Teocrático, el curso semanal que se imparte en las congregaciones de los testigos de Jehová, me ayudó a corregir mi problema. Me animaron a matricularme, y así lo hice. Basándome en los consejos que ofrece uno de los libros de texto, Guía para la Escuela del Ministerio Teocrático, hice todo lo posible por mejorar cualidades tales como la afluencia, la pronunciación, el énfasis que comunica sentido y la modulación.a

Mi primer discurso estudiantil, una lectura bíblica, fue un fracaso. Hecho un manojo de nervios, regresé a duras penas a casa. ¡Cuánto agradecí una tranquilizadora ducha caliente!

Tras aquel discurso, el superintendente de la escuela tuvo la bondad de darme atención individual. Además de hacerme críticas constructivas, me felicitaba. Así, cobré valor para seguir en la lucha. Poco después, en 1987, recibí el bautismo como Testigo. Unos meses más tarde, me mudé de Praga a la apacible aldea de Žďár nad Sázavou. El pequeño grupo de Testigos me acogió con cariño, aceptándome con mi habla entrecortada, lo que me elevó el amor propio.

Llegué a dirigir un grupito de estudio bíblico y a dar mi primer discurso público. Más adelante, cuando cambió el gobierno en Checoslovaquia, empecé a pronunciar conferencias en las congregaciones cercanas. Al hallarme en ambientes desconocidos, resurgió el trastorno del habla, pero no cedí al desánimo.

Hago frente a desafíos especiales

Un anciano cristiano me invitó un día a su trabajo y dijo: “Petr, voy a darte buenas noticias. Me gustaría que intervinieras en la próxima asamblea de circuito”. Casi me desmayé y tuve que sentarme. Decepcionando a mi amigo, decliné su oferta.

La negativa que había dado me obsesionaba y no podía borrarla de mi mente. Siempre que se hablaba en las reuniones de confiar en Dios, tenía remordimientos de conciencia. A veces se mencionaba a Gedeón, quien obedeció las instrucciones divinas de enfrentarse con solo 300 hombres al entero ejército madianita. (Jueces 7:1-25.) Aquel hombre confió de verdad en su Dios Jehová. ¿Había imitado yo a Gedeón al rechazar la asignación? Siendo honrado conmigo mismo, no, y aquello me avergonzaba.

Aun así, mis hermanos cristianos no creyeron que fuera un caso perdido. Recibí una segunda oportunidad: me invitaron a participar en el día especial de asamblea, y aquella vez acepté. Aunque agradecía mucho el privilegio, me aterraba la idea de hablar en una sala repleta de gente. Sin duda, tenía que esforzarme por fortalecer mi confianza en Jehová. Pero ¿de qué manera?

Meditando en la fe y la confianza en Dios de otros Testigos. Así me fortalecí. Vi buenos ejemplos hasta en la carta de Verunka, la hija de seis años de un amigo mío. Decía: “En septiembre voy a la escuela. No sé cómo me irá con el himno nacional. Creo que Jehová luchará por mí, como hizo con Israel”.

Estos fueron solo algunos de los sucesos que antecedieron a la sesión vespertina del día especial de asamblea que mencioné al principio. Como había orado con fervor, ya no me inquietaba tanto tener afluencia como alabar el excelso nombre de Dios ante aquel gran auditorio.

Allí estaba yo, detrás de un micrófono, frente a centenares de asistentes. Entendiendo que el mensaje es más importante que el mensajero, inhalé profundamente y comencé a hablar. Luego pude evaluar los resultados. ¿Había estado nervioso? Sin duda, y hasta tartamudeé varias veces. Pero estaba convencido: de no haber sido por Dios, ni siquiera hubiera podido hablar. Más adelante, medité en lo que me dijo un hermano cristiano en cierta ocasión: “Alégrate de ser tartamudo”. Cuando lo dijo, quedé atónito. ¿Cómo se atrevía a decir algo así? Pero ahora entiendo lo que quiso decir. El trastorno del habla me ha ayudado a no confiar en mí mismo, sino en Dios.

Ya han pasado varios años desde aquel día especial de asamblea. Entretanto, he vuelto a tener varias veces el privilegio de hablar ante un público numeroso. Fui nombrado anciano cristiano en Žďár nad Sázavou, y precursor, designación que reciben los evangelizadores de tiempo completo de los testigos de Jehová. ¡Imagínese! Hablaba del Reino de Dios durante más de cien horas cada mes, sin contar el tiempo que dedicaba semanalmente a la enseñanza en las reuniones cristianas. Ahora soy superintendente de circuito, así que cada semana doy discursos en una congregación diferente.

Mi corazón rebosa de gratitud cuando leo en el libro bíblico de Isaías la siguiente profecía: “Hasta la lengua de los tartamudos será rápida en hablar cosas claras”. (Isaías 32:4; Éxodo 4:12.) Sin duda alguna, Jehová ha estado a mi lado, ayudándome a “hablar cosas claras” que lo honran, alaban y glorifican. Me siento muy satisfecho y feliz de poder loar a nuestro Dios de misericordia infinita.—Relatado por Petr Kunc.

[Nota]

a Editado por Watchtower Bible and Tract Society of New York, Inc.

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