Las causas del habla injuriosa
“De la abundancia del corazón habla la boca.” (MATEO 12:34.)
ESTA es una declaración de Jesucristo pronunciada hace unos dos mil años. Y es muy cierta, las palabras de una persona suelen reflejar sus sentimientos y motivos más profundos. Hay palabras loables (Proverbios 16:23), pero también las hay traicioneras. (Mateo 15:19.)
Una mujer dijo lo siguiente respecto a su marido: “Parece que se enfada por nada; vivir con él es como atravesar un campo de minas: nunca sabes lo que provocará una explosión”. Richard describe una situación similar con su esposa. “Lydia está siempre presta para la riña —dice—. No se limita a hablar; ataca con agresividad, señalándome con el dedo como si yo fuera un niño.”
Hay que reconocer que hasta en los matrimonios mejor avenidos a veces surgen discusiones, y todo cónyuge dice cosas que después lamenta. (Santiago 3:2.) Pero el habla injuriosa entre marido y mujer va más allá: entraña comentarios críticos y degradantes hechos con la intención de dominar, o controlar, a la otra persona. A veces esta habla dañina se esconde tras una fachada de dulzura. Por ejemplo, el salmista David describió así a un hombre de habla melosa, pero de corazón siniestro: “Más suaves que mantequilla son las palabras de su boca, pero su corazón está dispuesto a pelear. Sus palabras son más blandas que aceite, pero son espadas desenvainadas”. (Salmo 55:21; Proverbios 26:24, 25.) El habla hiriente, tanto si es claramente maliciosa como si se profiere de forma camuflada, puede arruinar un matrimonio.
Cómo empieza
¿Por qué recurren algunas personas al habla injuriosa? Generalmente influye mucho lo que uno ve y oye. En muchos países, el sarcasmo, los insultos y los desaires se consideran aceptables y hasta graciosos.a En particular los maridos tal vez se dejen influenciar por los medios de comunicación, que transmiten la idea de que para ser un hombre “de verdad” hay que tener un carácter dominante y agresivo.
Además, muchos de los que hoy utilizan lenguaje denigrante se criaron en familias donde uno de los padres manifestaba continuamente ira, resentimiento y desdén. Por eso, desde temprana edad, creían que este tipo de comportamiento era normal.
Un niño criado en ese ambiente no asimilará tan solo un modo de hablar, es posible que también se forme una opinión torcida de sí mismo y de los demás. Por ejemplo, si se le habla con dureza, pudiera crecer sintiéndose despreciable o convertirse en una persona iracunda. ¿Y si el niño simplemente oye a su padre maltratar verbalmente a su madre? Aun siendo de tierna edad, el niño puede captar el desprecio que su padre siente por las mujeres. Al observar la conducta de su padre, tal vez llegue a la conclusión de que el hombre debe tener a las mujeres bajo su dominio, y que la manera de conseguir el dominio es atemorizándolas o golpeándolas.
Un padre colérico quizás críe a un hijo colérico, que tal vez se convierta en un “amo de la furia” que comete “muchas transgresiones”. (Proverbios 29:22, nota.) De modo que el legado del habla injuriosa puede pasar de una generación a otra. Por eso Pablo, con razón, aconsejó a los padres: “No estén exasperando a sus hijos”. (Colosenses 3:21.) Un detalle significativo es que, según el Theological Lexicon of the New Testament, la palabra griega que se traduce “exasperando” puede tener el sentido de “preparar e incitar para el combate”.
Por supuesto, la influencia de los padres no es excusa para arremeter contra nadie, ni verbalmente ni de ninguna otra manera; pero ayuda a explicar cómo es posible que la tendencia al habla hiriente llegue a estar tan arraigada. Es posible que un joven no maltrate físicamente a su esposa, pero ¿la maltrata con sus palabras y sus cambios de humor? Un autoexamen le indicará al hombre si se ha imbuido del desprecio de su padre por las mujeres.
Obviamente, los principios citados también son aplicables a las mujeres. Si una madre maltrata verbalmente a su esposo, puede que la hija haga lo mismo con su cónyuge cuando se case. Un proverbio bíblico dice: “Mejor, habitar en el desierto que con mujer rencillosa y deslenguada e iracunda”. (Proverbios 21:19, Jüneman.) Ahora bien, es particularmente el hombre quien debe tener cuidado en este asunto. ¿Por qué?
El poder de los opresores
Por lo general, el marido tiene más poder en la relación matrimonial que la esposa. Como él es casi siempre el más fuerte en sentido físico, cuando amenaza con golpear a su esposa, la perspectiva resulta más aterradora.b Además, el hombre suele tener mejor preparación laboral, más dotes para llevar una vida independiente y mayores ventajas económicas. Debido a ello, una mujer que sufre maltrato verbal tal vez se sienta atrapada y sola. Probablemente se identifique con estas palabras del sabio rey Salomón: “Yo mismo regresé para poder ver todos los actos de opresión que se están haciendo bajo el sol, y, ¡mira!, las lágrimas de aquellos a quienes se oprimía, pero no tenían consolador; y de parte de sus opresores había poder, de modo que no tenían consolador”. (Eclesiastés 4:1.)
A una esposa posiblemente la desconcierte que su marido se vaya a los extremos: que tan pronto se muestre cortés como crítico. (Compárese con Santiago 3:10.) Además, si el marido que maltrata verbalmente a su esposa mantiene bien a la familia, puede que la mujer sienta remordimientos por pensar que algo va mal en su matrimonio. Hasta puede que se culpe a sí misma de la conducta de su esposo. “Igual que le ocurre a la esposa que sufre maltrato físico —confiesa una mujer—, yo siempre pensaba que la culpa era mía.” Otra esposa dice: “Llegué a creer que si tan solo me esforzaba más por entenderle y ‘ser paciente’ con él, encontraría paz”. Lamentablemente, el maltrato suele continuar.
Es muy trágico que muchos maridos abusen de su poder dominando a la mujer que prometieron amar y respetar. (Génesis 3:16.) Pero ¿qué puede hacerse en una situación así? “No quiero marcharme —dice una esposa—, solo quiero que deje de maltratarme.” Después de nueve años de matrimonio, un marido admite: “Reconozco que nuestra relación está saturada de abuso verbal, y que yo soy quien lo perpetra. Francamente, quiero cambiar, no marcharme”.
Como podrá verse en el siguiente artículo, existe ayuda para las personas cuyo matrimonio se ha visto atormentado por el habla hiriente.
[Notas]
a Parece ser que en el siglo primero sucedía lo mismo. El Diccionario Teológico del Nuevo Testamento dice que “para el griego el insultar y el soportar los insultos es considerado como un arte de saber vivir”.
b La agresión verbal puede ser un escalón hacia la violencia doméstica. (Compárese con Éxodo 21:18.) Una consejera de mujeres maltratadas dice: “Toda mujer que viene a pedir una orden judicial de protección porque teme morir golpeada, apuñalada o estrangulada, ha tenido, además, una larga y dolorosa historia de maltrato emocional”.
[Comentario de la página 6]
Es trágico, pero muchos maridos abusan de su poder dominando a la mujer que prometieron amar y respetar
[Ilustración de la página 7]
La manera de tratarse los padres influye en la personalidad de los hijos