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  • El equilibrio le endulzará la vida
  • ¡Despertad! 1997
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¡Despertad! 1997
g97 22/1 págs. 5-7

El equilibrio le endulzará la vida

LA TOLERANCIA es como el azúcar del café: la dosis justa añade un toque de dulzura a la vida. Pero aunque seamos pródigos con el edulcorante, muchas veces escatimamos la tolerancia. ¿Por qué?

“El ser humano no quiere ser tolerante —escribió Arthur M. Melzer, profesor adjunto de la Universidad Estatal de Michigan—. La tendencia natural es [...] al prejuicio.” La intolerancia, por lo tanto, no es solo el defecto de una minoría; la cerrazón se da naturalmente en todos nosotros, pues la humanidad entera es imperfecta. (Compárese con Romanos 5:12.)

Entrometidos en potencia

En 1991, un reportaje de la revista Time habló del auge de la estrechez de miras en Estados Unidos. Mencionó que hay “entrometidos en el modo de vida” que tratan de imponer a todo el mundo sus normas de conducta. Quien no se las acepta, sale mal parado. Por ejemplo, a cierta señora de Boston la destituyeron de su cargo por rehusar maquillarse. Un empleado de Los Ángeles fue despedido por obeso. ¿A qué viene tanto afán por hacer que todos sigan el mismo patrón?

Las personas de mente estrecha son irrazonables, egoístas, tercas y dogmáticas. Pero ¿no encaja la mayoría de la gente hasta cierto punto en esta descripción? La persona de mentalidad estrecha es la que deja que estos defectos se arraiguen en su personalidad.

¿Qué hay de usted? ¿Hace un mohín de disgusto ante las preferencias gastronómicas ajenas? ¿Quiere tener siempre la última palabra en las conversaciones? Al trabajar en grupo, ¿espera que los demás se acoplen a su modo de pensar? Si así es, no le vendría mal echar un poco de “azúcar” a su “café”.

Como se mencionó en el artículo anterior, el prejuicio hostil es una de las formas que adopta la intolerancia, cualidad que puede empeorar con la ansiedad aguda.

“Una honda sensación de incertidumbre”

Algunos etnólogos han escrutado la historia humana para ver cuándo y dónde ha habido racismo manifiesto. Hallaron que ese tipo de intolerancia no surge siempre, ni en la misma medida, en todo país. Según la revista alemana de ciencias naturales GEO, la tensión racial aflora en tiempos de crisis cuando “la gente vive con una honda sensación de incertidumbre y cree amenazada su identidad”.

¿Está muy difundida en la actualidad “una honda sensación de incertidumbre”? Decididamente. Como nunca antes, la humanidad se ve acosada por una crisis tras otra. El desempleo, el vertiginoso encarecimiento de la vida, la superpoblación, la reducción de la capa de ozono, la delincuencia urbana, la contaminación del agua potable, el calentamiento de la Tierra..., el temor acuciante a cualquiera de estas crisis agrava la angustia. Las crisis provocan ansiedad, y la ansiedad indebida abre paso a la intolerancia.

Tal intolerancia estalla, por ejemplo, en zonas donde coexisten varios grupos étnicos y culturales, como ocurre en algunas naciones europeas. Según un reportaje que publicó en 1993 la revista National Geographic, Europa Occidental albergaba a más de veintidós millones de inmigrantes. Muchos europeos “se sentían abrumados por la avalancha de advenedizos” de distinta lengua, cultura o religión. La xenofobia está en alza en Alemania, Austria, Bélgica, España, Francia, Gran Bretaña, Italia y Suecia.

¿Y qué puede decirse de los dirigentes del mundo? En los años treinta y cuarenta, Hitler hizo de la intolerancia parte de su política de estado. Lamentablemente, algunos líderes políticos y religiosos de la actualidad se valen de la intolerancia para sus propios fines. Así ha ocurrido en lugares como Austria, Estados Unidos, Francia, Irlanda, Ruanda y Rusia.

No caiga en la trampa del indiferentismo

Si echamos muy poco azúcar al café, nos falta algo; si nos excedemos, nos empalaga. Igual ocurre con la tolerancia. Veamos qué le sucedió a un profesor universitario de Estados Unidos.

Hace años, David R. Carlin, hijo, halló una forma sencilla y eficaz de iniciar debates en clase. Formulaba críticas contra las opiniones de sus alumnos, pues sabía que estos iban a protestar, y así suscitaba un animado debate. Sin embargo, en 1989 escribió que el método ya no funcionaba. ¿Por qué? Aunque los estudiantes seguían discrepando, ya no se molestaban en discutir. Carlin explicó que habían adoptado la “tolerancia fácil del escéptico”, una actitud de despreocupación, de “no-me-importa-lo-más-mínimo”.

Pero ¿es eso tolerancia? Si a nadie le importan las ideas o acciones ajenas, ya no hay normas, lo que genera indiferentismo, el más absoluto desinterés. ¿Cómo se llega a ese punto?

Según el profesor Melzer, el indiferentismo se difunde en las sociedades que admiten conductas muy diversas. La gente asume que todo comportamiento es aceptable, simplemente cuestión de gusto. En vez de aprender a pensar y plantearse si algo es correcto o no, “suele limitarse a no pensar”. No tiene la fuerza moral precisa para oponerse a la intolerancia ajena.

¿Qué hay de usted? ¿Descubre a veces que ha adoptado la actitud de “no-me-importa-lo-más-mínimo”? ¿Se ríe de chistes lascivos o racistas? ¿Aprueba que su hijo o hija adolescente vea vídeos que exaltan la codicia o la inmoralidad? ¿Le parece bien que sus hijos se entretengan con videojuegos violentos?

La tolerancia excesiva ocasiona angustia a las familias y las sociedades, pues ya no hay nadie que sepa qué está bien y qué está mal, o por lo menos que se preocupe por ello. El senador estadounidense Dan Coats advirtió de la “trampa en que se cae al confundir la tolerancia con el indiferentismo”. La tolerancia abre la mente; el exceso de tolerancia —el indiferentismo—, la vacía.

Por consiguiente, ¿qué hemos de tolerar, y qué debemos rechazar? ¿En qué estriba el debido equilibrio? Estas cuestiones se analizan en el artículo siguiente.

[Ilustración de la página 5]

Procure reaccionar equilibradamente en toda ocasión

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