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  • De héroe bélico a soldado de Cristo

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¡Despertad! 1998
g98 22/12 págs. 12-15

De héroe bélico a soldado de Cristo

Relatado por Louis Lolliot

El 16 de agosto de 1944 formé parte del desembarco aliado en las playas del sur de Francia durante la segunda guerra mundial. Tras una semana de combates en la costa mediterránea, la división acorazada a la que pertenecía entró por el puerto de Marsella y se abrió paso colina arriba hacia la basílica de Notre-Dame-de-la-Garde, con el objeto de tomar las fortificaciones alemanas de aquel lugar.

EL COMBATE fue reñido. Tres de mis compañeros murieron cuando uno de nuestros tanques fue blanco de un proyectil; luego, la explosión de una mina arrancó una de las orugas de mi tanque, inutilizándolo. Resueltos a no ceder terreno, seguimos luchando varias horas más.

Con una metralleta en una mano y la bandera de Francia en la otra, aproveché un momento de calma para avanzar junto con un combatiente de los “franceses libres”. Exhausto y tiznado por la pólvora, planté la bandera francesa a la entrada de la basílica.

La liberación

Durante las semanas siguientes nos lanzamos hacia el norte tras las tropas alemanas, que se batían en retirada. Los francotiradores y los cables que cruzaban la carretera a la altura de la cabeza nos obligaron a avanzar con las escotillas de los tanques cerradas.

Nuestro destacamento llegó en octubre a Ramonchamp, un pequeño pueblo situado en la cordillera de los Vosgos, en el noreste de Francia. Parecía abandonado. Cuando me puse de pie en la torreta para inspeccionar el lugar, un cohete disparado desde una ventana penetró en el tanque y explotó, matando en el acto a tres de mis hombres. Otro soldado y yo sufrimos graves heridas, y el tanque quedó inmovilizado. A pesar de los diecisiete trozos de metralla que tenía en la pierna, tomé los mandos del vehículo mientras otro nos remolcaba.

Aquel acto me valió una mención de honor. Días más tarde, mientras el general de Lattre de Tassigny, comandante del I Ejército Francés, me condecoraba por mi actuación en Marsella, me dijo: “Nos veremos pronto”.

Poco después me nombraron agregado personal del general, y posteriormente lo acompañé a Berlín, donde representó a Francia en la capitulación alemana el 8 de mayo de 1945. Los siguientes cuatro años estuve a su entera disposición.

Ahora bien, ¿cómo llegué a intervenir de forma tan directa en los sucesos de la segunda guerra mundial?

Formación religiosa y militar

Fui criado católico ferviente, y deseaba servir a Dios y a la patria. El 29 de agosto de 1939, pocos días antes de que Francia entrara en la segunda guerra mundial, me alisté en la caballería motorizada, con apenas 18 años. Al cabo de cinco meses de adiestramiento en la École Militaire (Academia Militar) de París, me destinaron como joven suboficial al frente oriental francés.

Aquel período fue bautizado con el nombre de “falsa guerra”, pues lo único que hacíamos era aguardar la ofensiva del ejército alemán, que estaba ocupado en otros frentes. Cuando este por fin atacó, caí prisionero en junio de 1940. Logré evadirme dos meses después, y más tarde me incorporé al ejército francés en África del Norte.

En la campaña de Túnez contra las tropas alemanas comandadas por el general Erwin Rommel, apodado El zorro del desierto, sufrí quemaduras en más del setenta por ciento del cuerpo y estuve nueve días en estado de coma. Permanecí tres meses hospitalizado en Sidi-bel-Abbès, ciudad del noroeste de Argelia y cuna de la Legión Extranjera Francesa. Durante mi estancia en África del Norte, recibí la Croix de Guerre (cruz de Guerra).

Los capellanes católicos nos instaban a cumplir con nuestro deber “cristiano”. En armonía con sus exhortaciones, yo estaba listo para sacrificar mi vida por Francia. Siempre que podía, comulgaba antes de combatir, y cuando estaba en lo más reñido de la batalla, oraba a Dios y a la Virgen María.

Respetaba a los soldados enemigos, muchos de los cuales también eran católicos fervorosos. Algunos llevaban un cinturón con la inscripción Gott mit uns (Dios con nosotros) en la hebilla. ¿No le parece extraño creer que Dios responde a las plegarias de correligionarios que luchan en bandos contrarios?

Cambios posbélicos

Después de la guerra, contraje matrimonio el 10 de abril de 1947 con Reine, una joven oriunda de Mouilleron-en-Pareds (Vendée), el pueblo natal del general de Lattre de Tassigny. El general fue el testigo de nuestra boda, y a su muerte, en enero de 1952, yo llevé su banderín durante los funerales de Estado.

Cierto domingo por la mañana, a finales de 1952, mientras mi esposa y yo nos preparábamos para ir a misa con nuestra pequeña hija, dos testigos de Jehová llamaron a la puerta. Lo que dijeron acerca de la Biblia despertó nuestra curiosidad. A pesar de que mi mujer y yo éramos muy religiosos, sabíamos poco de ella, pues la Iglesia nos había disuadido de leerla. El Testigo que se ofreció para darnos clases bíblicas fue Léopold Jontès, a la sazón, superintendente de la sucursal de los testigos de Jehová de Francia. Mediante el estudio de las Escrituras, hallé al fin las respuestas a las preguntas que me había hecho desde niño y que nadie me había contestado.

Por ejemplo, siempre me intrigó la oración del padrenuestro. Como católico, creía que todos los buenos iban al cielo al morir, de manera que no entendía por qué pedíamos a Dios: “Hágase tu voluntad [...] en la tierra” (Mateo 6:9, 10, Torres Amat; cursivas nuestras). Los sacerdotes con quienes hablaba evadían la pregunta o decían que la oración se contestaría cuando todo el mundo se hiciera católico, pero aquella respuesta no me satisfacía.

Otro tanto ocurría con mis preguntas sobre la Trinidad. Este dogma católico dice, según uno de los credos de la Iglesia, que “Dios es el Padre, Dios es el Hijo, Dios es también el Espíritu Santo; y, sin embargo, no son tres dioses, sino un solo Dios”. Descubrir la enseñanza clara de la Biblia de que Jesús es el Hijo de Dios, y no el Dios Altísimo, fue motivo de gran alegría para mi esposa y para mí (Marcos 12:30, 32; Lucas 22:42; Juan 14:28; Hechos 2:32; 1 Corintios 11:3).

Ambos sentimos que por primera vez se nos habían abierto los ojos y que habíamos hallado una perla de inestimable valor; cualquier sacrificio por poseerla merecía la pena (Mateo 13:46). Comprendimos que para adquirir dicho tesoro tendríamos que hacer una elección. Pronto adoptamos el criterio del apóstol Pablo, quien consideró “que todas las cosas [eran] pérdida a causa del sobresaliente valor del conocimiento de Cristo Jesús”. De modo que hicimos cambios en nuestra vida para servir a Dios (Filipenses 3:8).

Asumo mi postura

En abril de 1953, a los pocos meses de haber empezado a estudiar la Biblia con los Testigos, me ordenaron unirme al cuerpo expedicionario francés que combatiría en Indochina. Para aquella época yo era ayudante del comandante en jefe en el Senado, en París. Como ya entendía el principio bíblico de la neutralidad, vi que tenía que tomar una decisión (Juan 17:16). Informé a mis superiores de que no acataría la orden de pelear en Indochina y aduje que no quería participar más en la guerra (Isaías 2:4).

“¿Se da cuenta de que quedará estigmatizado y que se le cerrarán todas las puertas?”, preguntaron mis superiores. Desde entonces me marginaron, lo que me sirvió de protección, pues no volvieron a llamarme para ninguna maniobra militar. Muchos de mis familiares y amigos no entendían cómo podía desperdiciar lo que ellos consideraban una posición privilegiada en la sociedad.

Mi hoja de servicios me hizo acreedor de un trato preferencial por parte de la cúpula militar, la cual me respetaba a pesar de mis creencias. Durante los siguientes dos años me concedieron una licencia extendida por motivos de salud y no tuve que volver a asumir ninguna de mis funciones. Mientras tanto, mi esposa y yo asistíamos a las reuniones de la congregación de los testigos de Jehová y hablábamos a otros de nuestra nueva fe.

Por fin soldado de Cristo

Finalmente, a principios de 1955, quedé exento de toda obligación militar. Quince días después, el 12 de marzo, mi esposa y yo simbolizamos nuestra dedicación a Jehová Dios mediante el bautismo en una asamblea celebrada en Versalles. El giro de mi situación profesional me obligó a buscar un nuevo empleo para sostener a mi familia. Los siguientes cuatro años trabajé de maletero en Les Halles, el mercado central de París. Aunque el cambio no fue fácil, Jehová bendijo mis esfuerzos.

A lo largo de los años, mi esposa y yo hemos ayudado a muchas personas a aceptar el mensaje bíblico. He tenido la oportunidad de explicar la enseñanza cristiana sobre la neutralidad a varias autoridades militares y civiles. Mi anterior carrera en el ejército me ha servido en numerosas ocasiones para vencer el prejuicio que muchos tienen contra los testigos de Jehová. He podido explicar nuestra posición cristiana de neutralidad en relación con las guerras que libran las naciones y mostrar que los primeros seguidores de Cristo adoptaron la misma postura. Por ejemplo, el profesor C. J. Cadoux escribió en su libro The Early Church and the World (La iglesia primitiva y el mundo): “Al menos hasta el reinado de Marco Aurelio [161-180 E.C.], ningún cristiano se hizo soldado después de su bautismo”.

Una de las pruebas más difíciles que he soportado fue la pérdida de mi esposa, en 1977. Falleció al cabo de un año de padecimientos, y hasta el día de su muerte habló valerosamente de su fe. Me sostuvo la maravillosa esperanza de la resurrección (Juan 5:28, 29). También me ayudó a sobreponerme el ingresar en 1982, después de mi jubilación, en las filas de los precursores regulares, nombre que reciben los ministros de tiempo completo de los testigos de Jehová. En 1988 tuve la alegría de ser instructor de la escuela a la que asisten los precursores.

Desde que mi esposa murió he pasado por varios períodos de depresión, pero he contado con la ayuda de amigos íntimos que están firmes en la fe y he podido recuperarme. A través de todas las pruebas he experimentado el poder y la bondad de Jehová, quien cuida de los que confían en él (Salmo 18:2). Creo también que las pruebas por las que pasamos nos preparan para continuar nuestro guerrear espiritual (1 Pedro 1:6, 7). Por otro lado, como anciano de congregación he podido ayudar a otros hermanos que han sido víctimas de la depresión (1 Tesalonicenses 5:14).

De niño soñaba con ser soldado, y en cierto sentido sigo siéndolo. Abandoné un ejército para unirme a otro, haciéndome “soldado de Cristo Jesús” (2 Timoteo 2:3). En la actualidad, hago todo lo que me permite mi precaria salud para seguir luchando como soldado de Cristo en “el guerrear excelente” que nos conducirá finalmente a la victoria, para la gloria y honra de nuestro Dios, Jehová (1 Timoteo 1:18).

Louis Lolliot falleció el 1 de marzo de 1998 mientras se preparaba esta biografía para su edición.

[Ilustración de la página 13]

Nuestra boda, a la que asistió el general de Lattre de Tassigny

[Ilustración de la página 15]

Louis Lolliot y su esposa, Reine, en 1976

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