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¡Despertad! 2004
g04 22/3 págs. 10-11

Mejor que las reformas

NADA se arregla podando un árbol que da malos frutos. Hay que cortarlo, arrancar las raíces y plantar otro que los dé buenos (Mateo 7:16-20).

De igual modo, hasta los reformadores inspirados por las metas más nobles solo pueden tratar los síntomas del mal que aflige a la sociedad actual, como la corrupción, la injusticia, la pobreza y el robo. Las raíces son mucho más profundas, lo que exige la sustitución del sistema entero. Y eso es precisamente lo que promete la Biblia.

El Reino de Dios es un gobierno celestial que hará mucho más que reestructurar, remodelar, reorganizar o reformar nuestra sociedad: esta nueva administración unirá a toda la humanidad y satisfará todas sus necesidades en materia de educación, trabajo, vivienda, salud y medio ambiente, entre otros campos.

Salmo 72:12-14 predice la intervención del Rey Mesiánico: “Librará al pobre que clama por ayuda, también al afligido y a cualquiera que no tiene ayudador. Le tendrá lástima al de condición humilde y al pobre, y las almas de los pobres salvará. De la opresión y de la violencia les redimirá el alma”.

Ahora bien, para que la sociedad quede sin rastro de corrupción, injusticia y pobreza, no solo será preciso que cambie el gobierno, sino también la gente. Por ello, el Reino enseñará a sus súbditos terrestres a llevar una vida alegre, gratificante y con sentido. Según se promete en la Biblia, los ayudará a enmendarse por ellos mismos. ¿De qué manera?

El Reino les enseñará a hacer la voluntad de Jehová y les permitirá cultivar la fe y el amor (Isaías 11:9). Ciertamente, el amor al Altísimo mueve a la gente a actuar. Pongamos un ejemplo del siglo primero. Jesús conoció a Zaqueo, jefe de recaudadores de impuestos, quien se había lucrado cobrando más de lo debido. Pero Cristo no abochornó a este corrupto funcionario ni lo coaccionó para que cambiara. Más bien, lo ayudó a admitir su error y a arrepentirse. Así pues, el conocimiento exacto de los principios divinos, así como el amor a Dios, impulsaron a Zaqueo a efectuar cambios extraordinarios (Lucas 19:1-10).

¿No es este el mejor remedio de los males de nuestra sociedad? Al tener un gobierno justo y perfecto —que cuidará de las necesidades del hombre— y al existir la motivación individual que se requiere para que las personas cambien, ¿harán falta reformas? Ya no, pues el Creador habrá hecho nuevas todas las cosas, y las circunstancias anteriores caerán en el olvido (Revelación [Apocalipsis] 21:4, 5).

[Ilustraciones de la página 10]

El Reino de Dios no implantará reformas, sino cambios totales

[Ilustración de la página 11]

Cuando estuvo en la Tierra, Jesús ayudó a las personas a cambiar por sí mismas

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