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Ayuda para entender la Biblia
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ARQUEOLOGÍA

(gr. ar·kjai·o·lo·guí·a, “tratado de cosas antiguas”).

La arqueología bíblica es el estudio de los pueblos y acontecimientos que se mencionan en la Biblia, a través del fascinante registro sepultado en la tierra. El arqueólogo escarba y analiza la roca, las paredes, los edificios en ruinas y las ciudades desmoronadas; descubre alfarería, tablillas de arcilla, inscripciones, tumbas y otros restos antiguos de los cuales va recogiendo información. A menudo tales estudios mejoran el entendimiento de las circunstancias en las que fue escrita la Biblia y las condiciones en que vivieron los hombres de fe de la antigüedad, así como de los idiomas que ellos y los pueblos circunvecinos usaron. La arqueología, asimismo, ha ampliado nuestro conocimiento de todas las regiones mencionadas en la Biblia: Palestina, Egipto, Persia, Asiria, Babilonia, Asia Menor, Grecia y Roma.

Se ha obtenido considerable información circunstancial que ayuda a entender las referencias bíblicas a muchas facetas de la vida: la familia, los hijos, la vestimenta, el hogar, el clima, la vegetación, los animales, las cosechas, las relaciones comerciales, los grupos nacionales y las costumbres religiosas. El haber identificado el emplazamiento geográfico de ciudades, poblados y lugares que se mencionan en la historia bíblica ha resultado sumamente útil. La arqueología revela mucho acerca de la religión depravada de los pueblos cananeos, ilustra claramente su creencia en la inmortalidad del alma humana, confirma el cuadro que da la Biblia de la antigua Palestina gobernada por numerosos reyes locales que guerreaban constantemente entre sí. También ha sacado a la luz relieves asirios que muestran cómo se vestían los semitas. Todo ello contribuye a que nos hagamos una idea de cómo se vivía, por ejemplo, en los días de Jacob, en el tiempo de Eliseo y durante el ministerio terrestre de Cristo.

Los descubrimientos arqueológicos han refutado muchas de las alegaciones de los críticos de la Biblia, como, por ejemplo, el afirmar que Moisés desconociese la escritura, el negar la historicidad de Belsasar (Dan., cap. 5) o argumentar que el registro bíblico de los patriarcas hebreos fuese ‘una ficción basada en la vida beduina de Israel de los siglos octavo o noveno’. Mientras que en un tiempo, los críticos mantenían que la adoración de Israel era meramente un desarrollo de las ideas de los pueblos vecinos, la arqueología ha venido a demostrar cuán sorprendente era la diferencia entre su adoración, divinamente inspirada, y la de las naciones circundantes.

MÉTODOS DE EXCAVACIÓN

Los hallazgos arqueológicos son el resultado de pacientes trabajos de excavación. Algunas veces las ruinas de antiguos reinos y naciones yacen sepultadas a menos de un metro debajo de la superficie de la tierra. Las antiguas ciudades del Oriente Medio fueron reedificadas muchas veces. Se colocaron nuevos suelos sobre muros derruidos, restos primitivos y fundamentos de antiguos edificios, hasta que estas ciudades se transformaron en grandes montículos. En tales montículos o tells, bajo cada nuevo nivel quedaba sepultada la historia de épocas anteriores. En consecuencia, los arqueólogos modernos con frecuencia no tienen más que comenzar en la cima de un montículo y cavar para ir de ciudad en ciudad a través del tiempo hasta llegar a la ciudad más antigua, edificada hace miles de años.

Una vez elegido un tell o montículo, el arqueólogo excava una zanja preliminar para identificar las capas existentes. Cada uno de esos estratos claramente visibles corresponde a un período concreto. Cada superficie sobre la que se anduvo en algún tiempo determinado —así como cada capa de detritos— se diferencia por la consistencia, color y textura del suelo, y cuando se observa en sección se ve como una línea bien definida en la tierra. (Véase la ilustración.) Los niveles sucesivos son, en cierto modo, como las páginas de un libro: en la medida que puedan entenderse nos cuentan el paso de la historia de la ciudad a través de cientos y, tal vez, miles de años. También, como sucede con un libro, los estratos deben ser estudiados en orden apropiado. De este modo, el arqueólogo comienza por extraer, en una zona determinada, las capas de una en una, para evitar mezclar los diferentes períodos. Analiza cuidadosamente cada hallazgo y lo registra, llegando algunas veces hasta a cribar la tierra con cedazos para descubrir pequeños objetos. Lo que es más importante, anota las circunstancias exactas bajo las cuales se encontró cada uno de estos, en su esfuerzo por encuadrarlo en la época que le corresponde.

INTERPRETACIÓN

Depende, en gran parte, de la observación del arqueólogo. Por el grosor de una columna, él puede tratar de deducir la altura original de una habitación. Por la forma de un edificio, tal vez se le haga bastante evidente el uso que se le daba. Los fragmentos de alfarería hallados pueden indicar la etapa de civilización de los habitantes del lugar. El arqueólogo considera la aparición súbita de herramientas de cobre bien acabadas —pertenecientes a un tipo que se encuentra en otro país— como una fuerte evidencia de que hubo intercambio comercial. Un cambio repentino en el estilo de la alfarería (al ser esta mayormente una industria local) puede ser señal de una conquista extranjera. Si el nuevo estilo de alfarería es conocido, acaso permita identificar a los antiguos conquistadores. Las cenizas diseminadas sobre algún lugar donde haya muros marcados por el fuego tal vez den cuenta de la destrucción de la ciudad. Una capa de arena llevada por el viento, probablemente indique un abandono temporal. En Palestina, tales cambios se encuentran en las épocas en que se estima que acontecieron las conquistas egipcias e israelita.

El alcance del comercio de tiempos antiguos puede venir indicado por el hallazgo, lejos de su lugar de origen, de adornos hechos con piedras preciosas. Los huesos hallados en las ruinas indican los animales domésticos que se poseían, así como los animales salvajes que se cazaban y comían. El contenido seco de antiguas tinajas muestra qué granos y frutas comía la gente. No obstante, ha de decirse que, en cuanto a tales métodos de investigación, las conclusiones varían entre los arqueólogos y los puntos de vista mantenidos en un momento pueden más tarde ser rechazados.

DATACIÓN

Los edificios se fechan por lo que se encuentra en sus muros o inmediatamente debajo del suelo. A partir del quinto siglo, y especialmente del siglo tercero antes de la era común, abundan las monedas, lo cual supone una gran ayuda para fechar los edificios en los que fueron halladas. Los templos mesopotámicos pueden fecharse debido a que los ladrillos llevan con frecuencia el nombre del templo y del dios al cual fueron dedicados, así como del rey al cual honran. Las piedras angulares y otros fundamentos egipcios tal vez registren el nombre del faraón en cuyo reinado se construyó el edificio.

Un método más ingenioso para determinar fechas relativas fue descubierto en 1890 por el famoso arqueólogo Flinders Petrie. En la antigua ciudad bíblica de Lakís estudió cuidadosamente los objetos que se usaban en la vida diaria y que se desechaban rápidamente al romperse: copas, tazones, jarras y tinajas que habían sido usados por generaciones para comer y beber. Descubrió que los estilos de esta alfarería cambiaban en los niveles sucesivos y elaboró una tabla en la cual encuadró cada tipo de vasija en un período histórico determinado. En cualquier excavación se encuentran gran cantidad de tiestos ordinarios (fragmentos de alfarería), a veces entre cincuenta y cien cestos en un solo día. Cuando uno de los tipos indicados en la tabla de Petrie aparece también en una ciudad vecina, se presume que pertenece aproximadamente a la misma época.

ALGUNOS LUGARES Y HALLAZGOS MÁS IMPORTANTES

La arqueología ha servido para confirmar muchos aspectos históricos del relato bíblico en relación con estas tierras y para apoyar puntos que en algún tiempo fueron puestos en duda por los críticos modernos.

Babilonia

Las excavaciones que se hicieron en la antigua ciudad de Babilonia y en sus alrededores han sacado a la luz la ubicación de varios zigurats o templos en forma de torres escalonadas parecidas a pirámides, como el templo en ruinas de Etemenanki dentro de las murallas de Babilonia. Los registros e inscripciones que se hallaron concernientes a tales templos contienen a menudo las palabras: “Su cima llegará a los cielos”. Hay registro de que el rey Nabucodonosor dijo: “Elevé la cúspide de la Torre escalonada de Etemenanki de modo que su cúspide rivalizara con los cielos”. Un fragmento hallado al norte del templo de Marduk, en Babilonia, relata la caída de un zigurat tal en estas palabras: “La edificación de este templo ofendió a los dioses. En una noche derribaron lo que había sido edificado. Los esparcieron a otros países e hicieron extraña su habla. Impidieron el progreso”. Se descubrió que el zigurat ubicado en Uruk (la Erec bíblica) estaba construido con arcilla, ladrillos y asfalto. (Compárese con Génesis 11:1-9.)

Cerca de la puerta de Istar de Babilonia se desenterraron alrededor de trescientas tablillas cuneiformes que se remontan al período del reinado del rey Nabucodonosor. Entre las listas de los nombres de trabajadores y cautivos que entonces vivían en Babilonia y a los que se daban provisiones, aparece el de “Yaukin, rey de la tierra de Yahud”, es decir, “Joaquín el rey de Judá”, que fue llevado a Babilonia cuando Nabucodonosor tomó Jerusalén en 618-617 a. E.C., pero que fue liberado de la casa de detención por Evilmerodac, sucesor de Nabucodonosor, prescribiéndosele una porción designada de alimento para el resto de su vida. (2 Rey. 25:27-30.) En estas tablillas también se hace mención de cinco de sus hijos. (1 Cró. 3:17, 18.)

Las excavaciones que se hicieron cerca de la moderna Bagdad en la segunda mitad del siglo diecinueve aportaron muchas tablillas y cilindros de arcilla, como la ahora famosa Crónica de Nabonido. Todas las objeciones levantadas en contra del capítulo cinco del libro de Daniel en cuanto a que Belsasar estuviera gobernando en Babilonia al tiempo de la caída de esta ciudad se desvanecieron gracias a este documento que probó que Belsasar —el mayor de los hijos de Nabonido— era corregente con su padre y que este último, en la parte final de su reinado, confió el gobierno de Babilonia a su hijo.

Ur, el que fuera antiguo hogar de Abrahán (Gén. 11:28-31), dio prueba de haber sido una metrópoli prominente con una civilización altamente desarrollada. Esta ciudad sumeria se encontraba situada sobre el Éufrates, cerca del golfo Pérsico. Las excavaciones hechas por Sir Leonard Woolley indican que la citada ciudad estaba en la cúspide de su poder y prestigio cuando Abrahán partió de allí hacia Canaán, antes de 1943 a. E.C. De todos los que han sido encontrados, su templo en forma de zigurat es el que mejor se ha conservado. Las tumbas reales de Ur proveyeron gran abundancia de objetos de oro y joyas de un gran valor artístico, así como instrumentos musicales, entre ellos el arpa. (Compárese con Génesis 4:21.) Además, se encontró un hacha pequeña de acero, no meramente hierro. (Compárese con Génesis 4:22.) Aquí, también, miles de tablillas de arcilla revelaron muchos detalles en cuanto a cómo se vivía hace aproximadamente cuatro mil años. Como resultado de estos descubrimientos, Woolley se expresó de la siguiente manera: “Tenemos que modificar radicalmente nuestro punto de vista del patriarca hebreo [Abrahán] cuando vemos que pasó la primera parte de su vida en un medio tan desarrollado”.

En el lugar donde estaba ubicada la antigua Sippar, en el Éufrates, a unos 32 Km. de Bagdad, se encontró un cilindro de arcilla del rey Ciro, el conquistador de Babilonia. Este cilindro relata la facilidad con que Ciro capturó la ciudad y también da cuenta de su política de restaurar a sus tierras de origen a los pueblos cautivos que residían en Babilonia, armonizando así con el registro bíblico que había profetizado que Ciro sería el conquistador de Babilonia y aquel que restauraría a los judíos a Palestina durante su reinado. (Isa. 44:28; 45:1; 2 Cró. 36:23.)

Asiria

En 1843 se descubrió el palacio del rey asirio Sargón II en Jorsabad, sobre un afluente septentrional del río Tigris, ocupando una superficie de 10 Ha. Los trabajos arqueológicos que allí se efectuaron, sacaron a este rey mencionado en Isaías 20:1 de la oscuridad en la que se encontraba a una posición de importancia histórica. En uno de sus anales, describe la captura de Samaria (740 a. E.C.) como un acontecimiento sobresaliente de su reinado. También registra la captura de Asdod, descrita en Isaías 20:1. Sargón II, en un tiempo considerado inexistente por muchos doctos prominentes, es ahora uno de los reyes de Asiria más conocidos.

Nínive, la capital de Asiria, fue el lugar donde se hicieron las excavaciones que desenterraron el inmenso palacio de Senaquerib, que, al parecer, constaba de 71 habitaciones con 3.000 m. de paredes cubiertas de losas esculpidas. En una de ellas se representa a prisioneros judaítas llevados al cautiverio después de la caída de Lakís en 732 a. E.C. (2 Rey. 18:13-17; 2 Cró. 32:9.) De mayor interés aún: en Nínive (la moderna Quyunjiq) se encontraron los anales de Senaquerib registrados en prismas de arcilla. En uno de ellos Senaquerib describe la campaña asiria contra Palestina durante el reinado de Ezequías (732 a. E.C.), pero —lo que es muy notable— el jactancioso monarca no alardea de haber tomado la ciudad de Jerusalén, apoyando de esta manera el registro bíblico. (Véase SENAQUERIB.) El informe del asesinato de Senaquerib a manos de sus hijos también se registra en una inscripción de Esar-hadón, sucesor de Senaquerib, y, de igual manera, se alude a este suceso en una inscripción del siguiente rey, Asurbanipal. (2 Rey. 19:37.) Además de la mención que Senaquerib hace del rey Ezequías, también aparecen en los registros cuneiformes de diversos emperadores asirios los nombres de Acaz y Manasés, reyes de Judá, y los de Omrí, Jehú, Menahem y Hosea, reyes de Israel, así como el de Hazael, rey de Damasco.

Persia

Cerca de Behistún, en Irán (la antigua Persia), el rey Darío I (521-485 a. E.C.; Esd. 6:1-15) hizo grabar una inscripción monumental en lo alto de un despeñadero de caliza, que describía la unificación del imperio persa lograda por él y atribuía el éxito a su dios Ahura Mazda. Es de valor primordial el que la inscripción fuera registrada en tres idiomas: babilonio (acadio), “elamita” y persa antiguo, pues esta fue la clave para descifrar la escritura cuneiforme asirobabilonia, que hasta entonces no se había podido comprender. Como resultado de este trabajo, ahora pueden leerse miles de tablillas de arcilla e inscripciones en lenguaje babilonio.

Susa, el escenario de los acontecimientos registrados en el libro de Ester, fue excavada por arqueólogos franceses entre 1880 y 1890. Una vez desenterrado el palacio real de Jerjes, que abarcaba una superficie de una hectárea aproximadamente, se descubrió el esplendor y la magnificencia de los reyes persas. Los hallazgos confirmaron la exactitud de los detalles mencionados por el escritor del libro de Ester en lo concerniente a la administración del reino persa y la construcción del palacio. El libro The Monuments and the Old Testament, 1925, de Ira Price, pág. 408, comenta: “No hay nada descrito en el Antiguo Testamento que pueda recomponerse tan vívida y exactamente por medio de las excavaciones actuales como ‘Susa el palacio’”.

Egipto

La descripción más detallada que la Biblia da de Egipto es la relativa a la venida de José a dicho país, seguida por la llegada de toda la familia de Jacob y su estancia en esa tierra. Los hallazgos arqueológicos manifiestan que este cuadro es muy exacto, tanto que no podría haber sido presentado de esa manera por un escritor que hubiera vivido mucho tiempo después (como algunos críticos han afirmado). Garrow Duncan dice en cuanto al escritor del relato de José en su libro New Light on Hebrew Origins, pág. 174: “Él utiliza el título correcto y tal como se usaba en la época de la que se habla, y en los casos en que no hay equivalencia en hebreo, sencillamente adopta la palabra egipcia y la translitera al hebreo”. Los nombres egipcios, la posición que ocupaba José como administrador de la casa de Potifar, las casas de encierro, los títulos “jefe de los coperos” y “jefe de los panaderos”, la importancia que los egipcios daban a los sueños, la costumbre de los panaderos egipcios de llevar las canastas de pan sobre su cabeza (Gén. 40:1, 2, 16, 17), la posición como primer ministro y administrador de alimentos que el faraón otorgó a José, la manera en la que fue investido de tal poder, el aborrecimiento que sentían los egipcios por los pastores de ovejas, la notable influencia de los magos en la corte egipcia, el asentamiento de los israelitas como residentes temporales en la tierra de Gosén, las costumbres funerarias egipcias: todos estos puntos y otros muchos descritos en el registro bíblico, son verificados claramente por la evidencia arqueológica que se desenterró en Egipto. (Gén. 39:1-47:27; 50:1-3.)

En Karnak (la antigua Tebas), situada a varios cientos de kilómetros de la desembocadura del Nilo, un enorme templo egipcio tiene una inscripción en la pared sur que confirma la campaña del rey egipcio Sisaq (Sesonc I) en Palestina, descrita en 1 Reyes 14:25, 26 y 2 Crónicas 12:1-9. El relieve gigantesco que describe sus victorias muestra a 156 prisioneros de Palestina maniatados, y cada uno de ellos representa a una ciudad o aldea cuyo nombre se da en caracteres jeroglíficos. Entre los nombres identificables se cuentan los de Rabit (Jos. 19:20), Taanac, Bet-seán y Meguidó (donde se ha desenterrado una porción de una estela o pilar inscrito de Sisaq) (Jos. 17:11), Sunem (Jos. 19:18), Rehob (Jos. 19:28), Hafaraim (Jos. 19:19), Gabaón (Jos. 18:25), Bet-horón (Jos. 21:22), Ayalón (Jos. 21:24), Socoh (Jos. 15:35) y Arad. (Jos. 12:14.) En esta relación, incluso se alista el “campo de Abrán” como una de sus capturas, lo que constituye la referencia más antigua a Abrahán en los registros egipcios. También en esta zona se encontró un monumento de Merneptah, hijo de Ramsés II, que contiene un himno en el cual aparece la única mención del nombre “Israel” en textos egipcios.

En Tell el-Amarna, situada a orillas del Nilo, aproximadamente a 480 Km. al N. de Karnak, una campesina descubrió accidentalmente tablillas de arcilla que llevaron a que se desenterraran alrededor de 377 documentos en acadio pertenecientes a los archivos reales de Amenhotep III y su hijo Akhenatón. Las tablillas contienen correspondencia enviada al faraón por los príncipes vasallos de las numerosas ciudades-reinos de Siria y Palestina, incluso alguna del gobernador de Urusalim (Jerusalén), y revelan un cuadro de luchas e intrigas que concuerda completamente con la descripción bíblica de aquellos tiempos. Algunos han relacionado a los “habiru”, contra quienes se presentan muchas quejas en estas cartas, con los hebreos, pero la evidencia tiende a indicar que eran, simplemente, diversos pueblos nómadas que ocupaban un nivel social muy bajo en la sociedad de aquel tiempo.

En Elefantina, una isla del Nilo de nombre griego situada en el extremo sur de Egipto (cerca de Asuán), se estableció una colonia judía después de la caída de Jerusalén en 607 a. E.C. Allí, en 1903, se encontraron gran cantidad de documentos, en su mayor parte en papiro, que databan del quinto siglo antes de la era común, y de la época del imperio medopersa. Los documentos, escritos en arameo, hacen mención de Sanbalat, el gobernador de Samaria. (Neh. 4:1.) Sin embargo, su interés se ha debido principalmente al hecho de ser casi contemporáneos con las cartas que aparecen en el capítulo cuatro de Esdras, cartas intercambiadas entre el rey persa y los opositores de los judíos alrededor del año 522 a. E.C. Con anterioridad, doctos eminentes habían criticado que estas cartas pertenecientes al registro bíblico fuesen auténticas o representativas de aquella época. No obstante, los papiros de Elefantina confirman el registro bíblico al mostrar que el arameo que se usó en el libro de Esdras es característico de ese período y que las cartas registradas están escritas en un estilo y un lenguaje similares a los de estos papiros.

Indudablemente, los hallazgos más valiosos que se desenterraron en Egipto son los fragmentos y porciones en papiro de los libros bíblicos, tanto de las Escrituras Hebreas como de las Griegas, algunos de los cuales se remontan al primer siglo antes de la era común. El clima seco de Egipto y su suelo arenoso lo convirtieron en un almacén idóneo para la preservación de tales documentos en papiro.

Palestina y Siria

En este territorio se han excavado unos seiscientos lugares cuyos restos pueden fecharse. Muchos de los datos obtenidos son de naturaleza general y apoyan el registro bíblico en un sentido amplio, más bien que referirse a ciertos detalles o acontecimientos determinados. Por ejemplo, en el pasado se hicieron esfuerzos por desacreditar el relato bíblico de la desolación completa de Judá durante el cautiverio babilónico. No obstante, las excavaciones verifican en su conjunto el relato bíblico. Como expresa W. F. Albright: “No conocemos ni un solo caso de que una ciudad de la Judea [Judá] propiamente dicha estuviera ocupada sin interrupción durante todo el período exílico. Para subrayar el contraste, señalaremos que Betel, que en los tiempos preexílicos se hallaba precisamente al otro lado de la frontera norte de Judea [Judá], no fue destruida en esa época, sino que prosiguió ocupada hasta finales del siglo VI [a. E.C.]”. (Arqueología de Palestina, pág. 144.)

Bet-san (Bet-seán), antigua ciudad fortificada que guardaba el acceso al valle de Esdrelón por el este, fue el lugar donde se hicieron excavaciones de gran importancia que revelaron la existencia de dieciocho niveles, lo que exigió que se cavara hasta una profundidad de más de 21 m. El registro bíblico muestra que Bet-san no se contaba entre las ciudades ocupadas originalmente por los israelitas, y que, para el tiempo de Saúl, estaba habitada por los filisteos. (Jos. 17:11; Jue. 1:27; 1 Sam. 31:8-12.) Las excavaciones apoyan en general este registro e indican que Bet-san fue destruida algún tiempo después de la derrota de los israelitas cerca de Siló. (Jer. 7:12.) De particular interés fue el descubrimiento de ciertos templos cananeos en Bet-san. En 1 Samuel 31:10 se dice que los filisteos pusieron la armadura del rey Saúl “en la casa de las imágenes de Astoret, y su cadáver lo fijaron en el muro de Bet-san”, mientras que 1 Crónicas 10:10 lee: “Pusieron su armadura en la casa del dios de ellos, y su cráneo lo fijaron en la casa de Dagón”. Dos de los templos descubiertos pertenecían a la misma época, y uno de ellos da evidencia de haber sido el templo de Astoret, mientras que se considera que el otro correspondía a Dagón, lo cual armonizaría con los textos anteriormente citados que hablan de la existencia de dos templos en Bet-san.

En Debir (Tell Beit Mirsim), al sur de Judá, los arqueólogos cavaron en una superficie de aproximadamente tres hectáreas, profundizando a través de diez estratos. El lugar daba muestras de haber sufrido una gran destrucción, seguida de lo que se toma como prueba de una ocupación israelita. Los niveles posteriores indican que hubo una destrucción parcial en el tiempo de Senaquerib. También se han encontrado vestigios de dos invasiones de Nabucodonosor —la segunda de las cuales muestra señales de haber causado una destrucción completa—, después de lo cual el lugar permaneció deshabitado. (2 Rey., caps. 24, 25.) Asimismo, se descubrió que Debir fue un centro importante de la industria del tejido y el teñido, que contaba con veinte plantas de tintorería o más. En un pilar con inscripciones que se desenterró, se halló una representación de una diosa cananea con forma de serpiente.

Ezión-guéber, la ciudad portuaria de Salomón situada en el golfo de Aqaba que fue desenterrada entre los años 1937-1940, sacó a la luz evidencia de haber sido la ubicación de una fundición de cobre, puesto que en un montículo poco elevado de esa región se encontró escoria de cobre y restos de ese mismo mineral. Sin embargo, el arqueólogo Nelson Glueck modificó radicalmente sus conclusiones originales concernientes al lugar en un artículo publicado en The Biblical Archaeologist (vol. XXVIII, septiembre de 1965). Su opinión de que allí había un sistema de “altos hornos” de fundición se basó en el descubrimiento de lo que —según él pensaba— eran “agujeros de chimeneas” en el más importante de los edificios excavados. Él, más tarde, llegó a la conclusión de que estas aberturas en los muros del edificio eran el resultado del “deterioro y/o la quema de vigas de madera colocadas a lo ancho de los muros, las cuales servían de soportes”. Ahora se cree que el edificio que previamente se había pensado que era una fundición, era una estructura que servía como almacén y granero. Si bien todavía se sostiene que en esa ciudad se llevaban a cabo operaciones metalúrgicas, no se considera hoy día que hayan sido de la envergadura que anteriormente se creyó. Esto subraya el hecho de que los datos arqueológicos dependen primariamente de la interpretación individual del arqueólogo; interpretación, por otra parte, que en ningún caso es infalible. La Biblia misma no habla de industrias de cobre en Ezión-guéber, en tanto que describe la fundición de artículos de cobre en una localidad del valle del Jordán. (1 Rey. 7:45, 46.)

En 1867 se descubrió en Jerusalén un viejo túnel de agua que salía de la fuente de Guihón y penetraba en la colina situada a sus espaldas. (Véase GUIHÓN NÚM. 2.) Este descubrimiento puede arrojar luz sobre el relato de la captura de la ciudad por David que se registra en 2 Samuel 5:6-10. Entre 1909-1911 se despejó el entero sistema de túneles conectados con la fuente de Guihón. Uno de los túneles, conocido como el túnel de Siloam, tenía un promedio de unos 2 m. de altura, y estaba labrado en la roca sólida a lo largo de 533 m. aproximadamente, desde Guihón hasta el estanque de Siloam, en el valle de Tiropeón (dentro de la ciudad). De manera que parece tratarse del proyecto del rey Ezequías descrito en 2 Reyes 20:20 y 2 Crónicas 32:30. De gran interés fue la antigua inscripción que se halló en la pared del túnel, escrita en hebreo primitivo, y que describe la perforación de dicho túnel y su longitud. Esta inscripción se usa como punto de comparación para fechar otras inscripciones hebreas que se han encontrado.

En Lakís se encontró la impresión en arcilla de un sello con la inscripción: “Guedalías, que está sobre la casa”. Guedalías es el nombre del gobernador de Judá nombrado por Nabucodonosor después de la caída de Jerusalén, y muchos consideran que es probable que la inscripción del sello se refiera a él. (2 Rey. 25:22; compárese con Isaías 22:15; 36:3.)

Meguidó era una ciudad fortificada que estaba emplazada estratégicamente y que dominaba un paso importante al valle de Esdrelón. Fue reedificada por Salomón y es mencionada junto con las ciudades de depósitos y las ciudades de los carros de su reino. (1 Rey. 9:15-19.) Excavaciones que se hicieron en el lugar conocido como Tell el-Muteselim, un montículo de algo más de 5 Ha., pusieron al descubierto lo que parece haber sido un grupo de establos con postes de piedra para amarrar a los caballos, y pesebres capaces de albergar unos 450 caballos y alrededor de 150 carros. El nivel en el cual aparecieron algunos de estos hallazgos se remonta al tiempo de Salomón.

Samaria, la capital sumamente fortificada del reino norteño de Israel, fue edificada sobre una colina que se elevaba a más de 90 m. desde el fondo del valle. Los restos de sus macizas murallas dobles, que en algunos puntos formaban un baluarte de casi 10 m. de ancho, dan prueba de su fortaleza para resistir sitios prolongados, como los descritos en 2 Reyes 6:24-30 (en el caso de Siria) y en 2 Reyes 17:5 (en el caso del poderoso ejército asirio). La mampostería de piedra encontrada en el lugar, y que se considera perteneciente al tiempo de los reyes Omrí, Acab y Jehú, es de una artesanía espléndida. Lo que parece ser el embasamiento del palacio mide alrededor de 96 m. de N. a S. En la zona del palacio se han encontrado gran cantidad de fragmentos, placas y paneles de marfil que podrían tener relación con la casa de marfil de Acab que se menciona en 1 Reyes 22:39. (Compárese con Amós 6:4.) En la cima de la colina, en el extremo NO., se descubrió un gran estanque revestido de cemento de aproximadamente 10 m. de largo por 5 de ancho, que bien pudiera tratarse del “estanque de Samaria” en el que se lavó la sangre del carro de Acab. (1 Rey. 22:38.)

Han resultado de gran interés los cerca de sesenta fragmentos de vasijas con inscripciones en tinta (ostraca) que datan probablemente del siglo octavo antes de la era común. El sistema israelita de escribir los números mediante el uso de trazos verticales, horizontales e inclinados, se nos muestra en los recibos de embarques de vino y aceite a Samaria desde otras ciudades. En un recibo típico podemos leer lo siguiente: “En el decimo año. A Gaddiyau [probablemente el administrador del tesoro] de Azzo [quizás la aldea o el distrito que envía el vino o el aceite]. Abibáal, 2; Ahaz, 2; Sheba, 1; Merib-báal, 1”. (La Sabiduría del Antiguo Oriente, de James B. Pritchard, pág. 250.) Estos recibos también revelan el uso frecuente de la palabra “Baal” como parte de los nombres, ya que por cada once nombres que contienen alguna forma del nombre Jehová, unos siete incluyen el de Baal, lo que probablemente indica la infiltración de la adoración de Baal, como se describe en el registro bíblico.

La arqueología y las Escrituras Griegas Cristianas

Muchos fueron los que, en un tiempo, consideraron inexacto el relato de Lucas (2:1-3) concerniente a la inscripción que motivó el que José y María viajaran a Belén. Estos cuestionaron el censo mismo, el puesto de Quirinio como gobernador de Siria en el tiempo indicado y el que tuvieran que viajar a sus lugares de origen todos aquellos que debían registrarse. No obstante, se han encontrado documentos en papiro que muestran que tales censos se llevaban a cabo periódicamente, que Quirinio fue gobernador de Siria no solo una sino dos veces y también un edicto del año 104 E.C. emitido por el gobernador romano de Egipto, en el que se prescribía que aquellos que se registraran deberían hacerlo en sus lugares de origen.

El hallazgo de un denario de plata con la imagen de Tiberio, y que había sido puesto en circulación alrededor del año 15 E.C., confirma el relato del uso que Jesús hizo de un denario que llevaba la efigie de ese césar. (Mar. 12:15-17; compárese con Lucas 3:1, 2.) Una losa encontrada en Cesarea con los nombres Pontius Pilatus y Tiberius corrobora el hecho de que Poncio Pilato era, por aquel entonces, gobernador romano de Judea.

El libro de Hechos de los Apóstoles, que da evidencia clara de haber sido escrito por Lucas, contiene numerosas referencias a ciudades y a sus provincias respectivas, así como a oficiales de distinto rango y con diversos títulos que estaban en funciones en un tiempo determinado (compárese con Lucas 3:1, 2), una exposición que se presta a la posibilidad de incurrir en muchos errores por parte del escritor. No obstante, la evidencia arqueológica disponible demuestra a un grado notable la exactitud de Lucas. Por ejemplo, en Hechos 14:1-6, Lucas sitúa Listra y Derbe dentro del territorio de Licaonia, pero da a entender que Iconio estaba en otro territorio. Varios escritores romanos, como Cicerón, se refirieron a Iconio como si estuviera en Licaonia. Sin embargo, un monumento descubierto en 1910 muestra que Iconio era considerada una ciudad de Frigia, más bien que de Licaonia.

Asimismo, en Soli, en la costa septentrional de la isla de Chipre, se encontró una inscripción en la que se menciona al “procónsul Paulo”. (Hech. 13:7.) Otra inscripción descubierta en Delfos confirma que Galión era procónsul de Acaya en 52 E.C. (Hech. 18:12.) Unas diecinueve inscripciones que datan del siglo II a. E.C. al siglo III E.C. confirman el uso apropiado que hace Lucas del título “gobernantes de la ciudad” (singular, po·li·tár·kjes), aplicado a los oficiales de Tesalónica (Hech. 17:6, 8), y en cinco de estas inscripciones se alude específicamente a esa ciudad. De manera similar, la referencia a Publio como el “hombre prominente” (pró·tos) de Malta (Hech. 28:7) es el título exacto que ha de usarse, como así lo atestiguan inscripciones aparecidas en Malta: una en latín y la otra en griego. En Éfeso se han descubierto los restos del templo de Ártemis así como algunos textos de magia. (Hech. 19:19, 27.) Las excavaciones que se hicieron allí también sacaron a la luz un teatro con capacidad para 25.000 personas aproximadamente e inscripciones que hacen alusión a los “comisionados de fiestas y juegos”, como los que intervinieron a favor de Pablo, y también a un “registrador”, como el que aquietó a la chusma en la citada ocasión. (Hech. 19:29-31, 35, 41.)

Algunos de estos hallazgos impulsaron a Charles Gore a escribir en el New Commentary on Holy Scripture lo siguiente en cuanto a la exactitud de Lucas: “Por supuesto, debe reconocerse que la arqueología moderna prácticamente ha obligado a los críticos de San Lucas a pronunciarse a favor de la exactitud extraordinaria de todas sus alusiones a hechos y sucesos históricos”.

VALOR RELATIVO DE LA ARQUEOLOGÍA

La arqueología ha sacado a la luz información provechosa que ha ayudado a la identificación (a menudo tentativa) de emplazamientos bíblicos. De igual manera, ha desenterrado documentos escritos que han contribuido a un mejor entendimiento de los idiomas originales en los que se escribió la Biblia; también ha esclarecido las condiciones de vida y las actividades de los pueblos antiguos, así como de los gobernantes a los que se hace referencia en las Escrituras. No obstante, en lo que respecta a la autenticidad y veracidad de la Biblia, así como a la fe en ella, en sus enseñanzas y en su revelación de los propósitos y promesas de Dios, es preciso decir que la arqueología no es un complemento esencial ni una confirmación necesaria de la veracidad de la Palabra de Dios. Como lo expresa el apóstol Pablo: “Fe es la expectativa segura de las cosas que se esperan, la demostración evidente de realidades aunque no se contemplen. Por fe percibimos que los sistemas de cosas fueron puestos en orden por la palabra de Dios, de modo que lo que se contempla ha llegado a ser de cosas que no aparecen”. (Heb. 11:1, 3.) “Andamos por fe, no por vista.” (2 Cor. 5:7.)

Esto no significa que la fe cristiana no tenga base alguna en lo que se puede ver, o que trate solamente de cosas intangibles. Lo cierto es que, en toda época, la gente ha tenido amplia evidencia en las circunstancias de su entorno, y en sus propias vidas y experiencias personales, para convencerse de que la Biblia es la verdadera fuente de revelación divina y que no contiene nada que no esté en armonía con los hechos demostrables. (Rom. 1:18-23.) El conocimiento del pasado, a la luz de los descubrimientos arqueológicos, es interesante y tiene su valor, pero no es indispensable. El conocimiento del pasado a la luz de la Biblia es, por sí solo, suficiente y absolutamente confiable. La Biblia, con la arqueología o sin ella, da verdadero significado al presente e ilumina el futuro. (Sal. 119:105; 2 Ped. 1:19-21.) Débil ciertamente ha de ser la fe que necesite de ladrillos desmoronados, vasijas rotas y muros derruidos para que la sustenten a modo de muleta.

Incertidumbre de las conclusiones arqueológicas

Los descubrimientos arqueológicos han provisto a veces una respuesta útil a los que han buscado fallos en los relatos bíblicos o han criticado la historicidad de ciertos sucesos, y también han ayudado a personas sinceras excesivamente impresionadas por los argumentos de tales críticos. Sin embargo, la arqueología no ha silenciado a los críticos bíblicos ni es tampoco un fundamento verdaderamente sólido del que depende la confianza en el registro bíblico. Las conclusiones que se extraen de la mayor parte de las excavaciones dependen principalmente del razonamiento deductivo e inductivo de los investigadores, quienes, al igual que los detectives, reúnen las pruebas en las que se basan para apoyar unas conclusiones. Aun hoy día, aunque los detectives descubran y reúnan una cantidad impresionante de evidencia circunstancial y material, cualquier caso que se funde únicamente en dicha evidencia pero que carezca de testigos presenciales dignos de crédito sería considerado muy débil si se presentara ante un tribunal. Cuando las sentencias han estado basadas únicamente en este tipo de evidencia, se han cometido injusticias y graves errores. ¡Con cuánta más razón ha de ser así, cuando han transcurrido dos o tres mil años entre la investigación y el tiempo del acontecimiento!

Como ejemplo de la amplia diferencia de opinión o interpretación que los eruditos pueden dar a la evidencia desenterrada están las ruinas de ciertos edificios con grandes columnas y patios pavimentados que se encontraron tanto en Meguidó como en Hazor. La mayoría de las obras de consulta los consideran restos de establos, probablemente para los caballos de los carros de Salomón. Sin embargo, D. J. Wiseman, profesor de asiriología en la Universidad de Londres, en un artículo aparecido en The New Bible Dictionary (J. D. Douglas, pág. 77) opina que “bien puede tratarse de edificios públicos y otras oficinas más bien que de establecimientos militares”.

El que los arqueólogos no puedan presentar el pasado antiguo más que con una exactitud aproximada, no es el único problema. A pesar de querer mantener un punto de vista puramente objetivo al considerar la evidencia que desentierran, están —como otros científicos— sujetos a las debilidades humanas, así como a las inclinaciones y ambiciones personales, lo cual les puede llevar a un razonamiento equivocado. El profesor W. F. Albright menciona este problema en el siguiente comentario: “Por otra parte, hay peligro en buscar nuevos descubrimientos y novedosos puntos de vista, hasta el grado de menospreciar unas obras más antiguas que tienen más valor. Esto es particularmente cierto en campos como el de la arqueología y la geografía bíblicas, en donde el dominio de los instrumentos y métodos de investigación es tan arduo que siempre existe la tentación de descuidar un método preciso, sustituyendo con hábiles combinaciones y brillantes suposiciones una obra más lenta y sistemática”. (Atlas Histórico Westminster de la Biblia, ed. rev. pág. 9.)

Diferencias al fechar

Al considerar las fechas que los arqueólogos asignan a sus hallazgos, es muy importante tener en cuenta lo citado anteriormente. H. H. Rowley, autoridad en la materia, expone: “No debería darse un valor indebido a las estimaciones que los arqueólogos hacen de las fechas, porque, en todo caso, dependen —al menos en parte— de factores subjetivos, como lo prueban suficientemente las notables diferencias que existen entre ellos”. (Archaeology and the Old Testament, Unger, pág. 152.) Ilustrando esto, Merrill F. Unger dice (nota 15, pág. 164): “Por ejemplo, Garstang fecha la caída de Jericó c. 1400 a. E.C. [...]; Albright apoya la fecha de c. 1290 a. E.C. [...]; Hugues Vincent, el acreditado arqueólogo de Palestina, defiende el 1250 a. E.C. [...]; mientras que H. H. Rowley considera que Ramsés II es el faraón de la opresión y que el éxodo aconteció bajo su sucesor, Marniptah [Merneptah] alrededor de 1225 a. E.C.”. A la vez que argumenta en favor de la fiabilidad del proceso y del análisis arqueológico moderno, el profesor Albright reconoce que “a los no especialistas todavía les es muy difícil abrirse camino entre los datos y las conclusiones contradictorias de los arqueólogos”. (Arqueología de Palestina, pág. 258.)

El “reloj de radiocarbono”, junto con otros métodos modernos, ha sido empleado para fechar los objetos descubiertos. No obstante, el que este método no sea completamente exacto se pone de manifiesto en la siguiente declaración de G. Ernest Wright en The Biblical Archaeologist (vol. XVIII, 1955, pág. 46): “Puede advertirse que el nuevo método de carbono 14 para fechar ruinas antiguas no ha resultado estar tan libre de error como se esperaba. [...] Algunas pruebas han dado resultados obviamente equivocados, probablemente por diversas razones. Por el momento, uno puede confiar en los resultados sin ponerlos en duda solamente cuando se han hecho varias pruebas que dan resultados casi idénticos y cuando la fecha parece correcta según otros métodos de cálculo [cursivas nuestras]”. Las constantes divergencias de opinión al respecto entre los arqueólogos muestran que este método no ha resuelto el problema de fechar.

Valor relativo de las inscripciones

Se han encontrado miles y miles de inscripciones antiguas que están siendo interpretadas. Albright dice: “Los documentos escritos forman, y con mucho, el más importante cuerpo singular de material descubierto por los arqueólogos. De ahí que sea extremadamente importante lograr una clara idea de su carácter y de nuestra habilidad para interpretarlos”. (Atlas Histórico Westminster de la Biblia, ed. rev. pág. 11.) Estos pueden estar escritos en trozos de alfarería, tablillas de arcilla, papiros, o esculpidos en granito. Cualquiera que sea el material utilizado, la información que transmitan debe no obstante ser sopesada y probada en cuanto a valor y fiabilidad. El error o la falsedad intencional pueden ponerse por escrito —y frecuentemente así ha sucedido— tanto en piedra como en papel.

Por ejemplo, el registro bíblico declara que Adramélec y Sarézer, hijos de Senaquerib, mataron a su padre y que Esar-hadón, otro de sus hijos, le sucedió en el trono. (2 Rey. 19:36, 37.) No obstante, la Crónica de Babilonia encontrada por los arqueólogos decía que Senaquerib fue asesinado por su hijo en una revuelta el día vigésimo de Tebet. Tanto Beroso, sacerdote babilonio del siglo III a. E.C., como Nabonido, rey babilonio del siglo VI a. E.C., presentan la misma versión en sus escritos, a saber, que Senaquerib murió a manos de solo uno de sus hijos. Sin embargo, en un fragmento del Prisma de Esar-hadón descubierto posteriormente, este hijo de Senaquerib que le sucedió en el trono afirma claramente que sus hermanos (plural) se rebelaron y mataron a su padre, después de lo cual huyeron. Philip Biberfeld, al comentar sobre este asunto en Universal Jewish History (1948, pág. 27) dice: “La Crónica de Babilonia, Nabonido y Beroso estaban equivocados; solamente el registro bíblico demostró ser fidedigno. Fue confirmado hasta en los detalles menores por la inscripción de Esar-hadón y demostró ser más exacto en lo que respecta a este suceso de la historia asirobabilonia que las propias fuentes babilonias mismas. Este es un hecho de máxima importancia, incluso para la evaluación de fuentes contemporáneas que no estén en concordancia con la tradición bíblica”.

Problemas para descifrar y traducir

Asimismo, es necesario que el cristiano demuestre la debida cautela antes de aceptar sin reservas la interpretación que se da de las muchas inscripciones halladas en los diversos idiomas antiguos. En algunos casos, como el de la Piedra Rosetta y la inscripción de Behistún, los especialistas han obtenido considerable conocimiento de un lenguaje previamente desconocido gracias a comparar los relatos paralelos de ese lenguaje y otro conocido. Sin embargo, no debería esperarse que tales aportaciones resolvieran todos los problemas o permitieran obtener un entendimiento pleno del lenguaje con todos sus matices y expresiones idiomáticas. Incluso el entendimiento de los idiomas bíblicos básicos: hebreo, arameo y griego, ha progresado considerablemente en tiempos recientes y todavía son estos objeto de estudio. En lo que atañe a la Palabra inspirada de Dios, es lógico esperar que el Autor de la Biblia nos capacite para obtener el entendimiento correcto de su mensaje por medio de las traducciones que están disponibles en los lenguajes modernos.

Ilustrando esta necesidad de ser precavidos y también manifestando una vez más que el enfoque de los problemas que existen para descifrar las inscripciones antiguas a menudo no es tan objetivo como uno podría pensar, el libro El Misterio de los Hititas, de C. W. Ceram, dice lo siguiente sobre un prestigioso asiriólogo que trabajó para descifrar el idioma “hitita” (págs. 103, 107): “En cuya obra, que es un verdadero prodigio, las revelaciones de capital importancia se entrelazan con ingeniosos errores. [...] Contiene errores de bulto, pero como están apoyados por argumentaciones que a primera vista parecen irrebatibles, se ha tardado muchos años en poder descubrirlos y eliminarlos”. A continuación, el escritor pasa a describir la fuerte obstinación de este docto ante cualquier intento de modificar sus hallazgos. Después de muchos años, él finalmente consintió en hacer algunos cambios, ¡y como resultado cambió aquellos escritos que, más tarde, se demostraron ciertos! Al relatar la violenta disputa cargada de recriminaciones personales que surgió entre este docto y otro erudito de la escritura cuneiforme “hitita”, el autor escribe: “Quien tilde de impertinente el tono de esta polémica, olvida que un gran problema [...] exige un abandono total por parte del investigador, que a su solución debe consagrar toda una vida”. En consecuencia, a pesar de que el tiempo y el estudio han eliminado muchos errores en la interpretación de las inscripciones antiguas, hacemos bien en tener presente que las futuras investigaciones probablemente resulten en otros ajustes.

Estos hechos realzan la superioridad de la Biblia como fuente de conocimiento confiable, de información veraz y guía segura. Este conjunto de documentos escritos —llegado hasta nosotros no por excavación, sino preservados por su Autor, Jehová Dios— nos ha legado el cuadro más claro del pasado del hombre. La Biblia es “viva, y ejerce poder” (Heb. 4:12), y es la “palabra del Dios vivo y duradero”. “Toda carne es como hierba, y toda su gloria es como una flor de la hierba; la hierba se marchita, y la flor se cae, pero el dicho de Jehová dura para siempre.” (1 Ped. 1:23-25.)

[Diagrama de la página 131]

Estratigrafía de una excavación arqueológica. Los montículos sobre los cuales están ubicadas algunas ciudades fueron el resultado de sucesivas edificaciones sobre las ruinas de ciudades precedentes

PERÍODO CALCULADO

Macabeos

Exilio

EXCAVACIÓN POR ESTRATOS

Judá

El reino dividido

Saúl a Salomón

ZANJA ESCALONADA

Jueces

Patriarcas

SONDEO

Cananeos primitivos

DEPÓSITOS DE TIERRA

NIVEL DEL SUELO

TIERRA VIRGEN

[Ilustración de la página 133]

Crónica de Nabonido

[Ilustración de la página 134]

Prisma de Senaquerib

[Ilustración de la página 136]

La inscripción de Siloam, probablemente de los días del rey Ezequías

[Ilustración de la página 137]

Impresión en arcilla hallada en Lakís de un sello con la inscripción: “Guedalías, que está sobre la casa”

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