ASÁ
(quizá: “Médico”, o contracción de: “Jehová Ha Curado”).
El tercer rey de Judá después de la división de la nación en dos reinos. Asá fue hijo de Abiyam y nieto de Rehoboam. Puesto que la gobernación de su padre —que duró tres años— comenzó en el año decimoctavo (980 a. E.C.) del reinado de Jeroboán, rey de Israel, y la de Asá comenzó en el vigésimo año de ese mismo rey, aparentemente Abiyam murió antes de acabar su tercer año y Asá lo completó como parte de su período de ascenso, tras lo cual vinieron sus cuarenta y un años de gobernación, 977-936 a. E.C. (1 Rey. 15:1, 2, 9, 10.)
EL CELO DE ASÁ POR LA ADORACIÓN PURA
Los veinte años transcurridos desde la división nacional habían saturado a Judá y a Benjamín de apostasía. Asá demostró tener un celo por la adoración pura “como David su antepasado” y valerosamente se dispuso a limpiar la tierra de los ídolos y de los prostitutos de templo. Quitó a su abuela Maacá de la posición que ocupaba a modo de ‘primera dama’ del país por haberle hecho al poste sagrado o aserá un “ídolo horrible” que él más tarde pulverizó. (1 Rey. 15:11-13.)
En 2 Crónicas 14:2-5 se dice que Asá “quitó los altares extranjeros y los lugares altos y quebró las columnas sagradas y cortó los postes sagrados”. No obstante, 2 Crónicas 15:17 y 1 Reyes 15:14 mencionan que ‘los lugares altos no los quitó’. Por consiguiente, parece que los lugares altos citados en el registro anterior de Crónicas eran los de la adoración pagana adoptada que infectó a Judá, mientras que el libro de Reyes se refiere a lugares altos en los que la gente participaba en la adoración a Jehová. Aun después de haberse erigido el tabernáculo y tras el posterior establecimiento del templo, ocasionalmente se ofrecían sacrificios a Jehová en lugares altos, sacrificios que le eran aceptables bajo circunstancias especiales, como sucedió en los casos de Samuel, David y Elías. (1 Sam. 9:11-19; 1 Cró. 21:26-30; 1 Rey. 18:30-39.) No obstante, el lugar habitual aprobado para los sacrificios era aquel autorizado por Jehová. (Núm. 33:52; Deu. 12:2-14; Jos. 22:29.) En los lugares altos también se llevaban a cabo maneras impropias de adoración en el nombre de Jehová (compárese con Éxodo 32:5), y estas bien pueden haber continuado a pesar de que se quitaran los lugares altos paganos, tal vez debido a que el rey no persiguió su eliminación con el mismo vigor con que quitó los lugares paganos. O también es posible que Asá efectivamente hubiera quitado por completo todos los lugares altos, pero que estos brotaran de nuevo con el tiempo y no hubieran sido eliminados para cuando concluyó su reinado, lo cual hizo posible que fueran aplastados por su sucesor Jehosafat.
El celo de Asá por la adoración correcta resultó en bendiciones y paz procedentes de Jehová durante los diez primeros años de su reinado. (2 Cró. 14:1, 6.) Más tarde, Judá se vio atacado por Zérah el etíope con un ejército de un millón de guerreros. Asá salió para hacer frente a la invasión en Maresah (ciudad situada al SO. de Jerusalén, en las tierras bajas de Judá), a pesar de que las fuerzas enemigas eran muy superiores en efectivos. Su oración ferviente previa a que se trabara el combate demostró su reconocimiento del poder librador de Jehová, además de suplicar su ayuda diciendo: “Nos apoyamos en ti, y en tu nombre hemos venido contra esta muchedumbre. Oh Jehová, tú eres nuestro Dios. No permitas que el hombre mortal retenga fuerza contra ti”. El resultado fue una victoria completa. (2 Cró. 14:8-15.)
Después de esto, el profeta Azarías se encontró con Asá quien le recordó: “Jehová está con ustedes mientras ustedes resulten estar con él” y “si lo dejan, él los dejará a ustedes”. Llamó su atención a las contiendas sangrientas internas que experimentó la nación cuando se apartó de Jehová e instó a Asá a continuar valerosamente su actividad a favor de la adoración pura. (2 Cró. 15:1-7.) Asá reaccionó favorablemente y fortaleció a la nación en el servicio verdadero a Jehová, lo cual resultó en que una importante cantidad de personas del reino septentrional abandonaran esa región para unirse en una gran asamblea en Jerusalén en el decimoquinto año de la gobernación de Asá (963 a. E.C.), asamblea en la cual entraron en un pacto declarando su determinación de buscar a Jehová y estipulando la pena de muerte para aquellos que no guardaran ese pacto. (2 Cró. 15:8-15.)
INTRIGA Y GUERRA CONTRA BAASÁ
El rey Baasá de Israel se dispuso a bloquear el paso de cualquiera que se sintiera inclinado a regresar a Judá, por medio de fortificar la ciudad fronteriza de Ramá, situada en el camino principal a Jerusalén y próxima al norte de dicha ciudad. Asá, al seguir un razonamiento humano o debido a prestar atención a algún mal consejo, falló ahora en cuanto a apoyarse solamente en Jehová, y recurrió a la diplomacia y a la conspiración para quitar de en medio esta amenaza. Tomó los tesoros del templo y los de la casa real, y los envió como soborno al rey Ben-hadad de Siria para inducirlo a distraer la atención de Baasá atacando la frontera norteña de Israel. Benhadad aceptó y su incursión en las ciudades norteñas israelitas interrumpió la obra de construcción de Baasá y forzó la retirada de sus fuerzas de Ramá. Asá entonces reclutó toda la mano de obra disponible en el reino de Judá y se llevó la totalidad del abastecimiento de materiales de construcción de Baasá, haciendo uso de ellos para edificar las ciudades de Gueba y Mizpá. (1 Rey. 15:16-22; 2 Cró. 16:1-6.)
Por esta razón, Hananí el vidente se enfrentó a Asá, le señaló su inconsecuencia al no apoyarse en el Dios que le había librado de la enorme fuerza etíope, y le recordó que “en cuanto a Jehová, sus ojos están discurriendo por toda la tierra para mostrar su fuerza a favor de aquellos cuyo corazón es completo para con él”. Por su necedad, Asá habría de enfrentarse a un guerrear continuo. Resentido por la corrección, Asá encarceló injustamente a Hananí y se mostró opresivo para con otros del pueblo. (2 Cró. 16:7-11.)
La declaración que se encuentra en 2 Crónicas 16:1 en cuanto a que Baasá subió contra Judá en “el año treinta y seis del reinado de Asá” ha dado origen a cierta controversia, puesto que la gobernación de Baasá, que comenzó en el tercer año de Asá y duró solamente veinticuatro años, había terminado diez años antes del año trigésimo sexto de la gobernación de Asá. (1 Rey. 15:33.) Si bien algunos opinan que se trata de un error del escriba y creen que la referencia es al año decimosexto o vigésimo sexto del reinado de Asá, no es necesario concluir que hubo tal error para armonizar el relato. Los comentadores judíos citan el Seder Olam, en el que se indica que el año trigésimo sexto se calcula a partir de la existencia del reino separado de Judá (997 a. E.C.) y corresponde con el decimosexto año de Asá: Rehoboam había reinado diecisiete años; Abías, tres; y Asá, para ese entonces, se encontraba en su año decimosexto. (Soncino Books of the Bible, nota al pie de la página sobre 2 Crónicas 16:1.) Este también fue el punto de vista del arzobispo Ussher. Además, así puede explicarse la aparente diferencia entre la declaración de 2 Crónicas 15:19 en el sentido de que la “guerra, no ocurrió sino hasta el año treinta y cinco [de hecho, el año quince] del reinado de Asá”, y la declaración de 1 Reyes 15:16 con referencia a que “hubo guerra misma entre Asá y Baasá el rey de Israel todos los días de ellos”, por cuanto una vez que comenzaron los conflictos entre los dos reyes, continuaron sin cesar de allí en adelante, como había predicho Hananí. (2 Cró. 16:9.)
ENFERMEDAD Y MUERTE
Los tres años finales de Asá fueron dolorosos debido a una enfermedad de los pies (quizá gota), pero él, imprudentemente, procuró obtener curación física más bien que curación espiritual. A su muerte, se le dio un entierro honorable en la tumba que él mismo se había preparado en la ciudad de David. (1 Rey. 15:23, 24; 2 Cró. 16:12-14.)
A pesar de la insensatez que demostró y de la falta de discernimiento espiritual manifestada en algunas ocasiones, las buenas cualidades de Asá y el haber permanecido libre de apostasía evidentemente pesaron más que sus errores, y se le considera como uno de los seis reyes fieles de la línea de Judá. (2 Cró. 15:17.) Los cuarenta y un años del reinado de Asá coincidieron total o parcialmente con los reinados de ocho reyes de Israel: Jeroboán, Nadab, Baasá, Elah, Zimrí, Omrí, Tibní (que gobernó sobre una parte de Israel en oposición a Omrí) y Acab. (1 Rey. 15:9, 25, 33; 16:8, 15, 16, 21, 23, 29.) Al morir Asá, su hijo Jehosafat llegó a ser rey. (1 Rey. 15:24.)