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BEL

(“Señor”).

Título que en un principio probablemente aplicaba al dios Enlil (“Demonio Principal”). Adorado como el dios de la tierra, el aire y la tormenta, Bel o Enlil junto con Anu, el “dios del cielo”, y Ea, el “dios de las aguas”, constituían una tríada. Cuando Hammurabi llegó a ser rey e hizo de Babilonia la ciudad principal de la región que tiene el mismo nombre, Marduk (Merodac), el dios local de aquella ciudad, naturalmente cobró mucha más importancia. Finalmente, a Marduk se le dieron los atributos de los dioses primitivos e incluso llegó a reemplazarlos en los mitos babilonios. Por ejemplo, el triunfo sobre Tiamat, que un antiguo relato mítico (ya desaparecido) lo imputaba a Enlil, más tarde se atribuyó a Marduk. De igual manera, Marduk recibió el título “Bel”, que en otro tiempo ostentaba el dios Enlil. En períodos posteriores su nombre propio “Marduk” fue reemplazado por el título Belu (“Señor”), de modo que al fin normalmente se le llamó Bel. A su consorte se le llamó Belit (“Señora”, por excelencia).

Las siguientes porciones de una oración dirigida a Bel dan una idea de cómo consideraban los babilonios a este dios:

“Oh Bel, sin igual cuando se enfurece,

Oh Bel, rey excelente, señor de los países,

Que hace que los grandes dioses sean bondadosos,

Oh Bel, que derriba a los poderosos con su mirada,

Señor de los reyes, luz de la humanidad, que reparte los destinos.”

“¿Quién (no habla) de ti, no habla de tu valor?

¿Quién no habla de tu gloria, no glorifica tu soberanía?” (Ancient Near Eastern Texts, de James B. Pritchard, pág. 331.)

Cuando uno considera la alta estima en que se tenía a Bel, se entiende mejor por qué los profetas inspirados de Jehová se refirieron a él como una de las deidades que sería humillada en la caída de Babilonia. Casi doscientos años antes de que cayera Babilonia ante los medos y los persas, Isaías predijo que Bel tendría que doblarse y Nebo agacharse en derrota vergonzosa. Sus ídolos resultarían ser para las bestias salvajes y serían cargados por los animales domésticos como simples bultos de equipaje, “una carga pesada para los animales cansados”. Pero Bel y Nebo no habrían de escapar. Su “propia alma”, es decir, ellos mismos, irían al cautiverio. (Isa. 46:1, 2; véase también Jeremías 50:2.) Jehová obligaría a Bel a devolver lo que se había tragado por medio de sus adoradores, los cuales le atribuían a él sus victorias. Especialmente, Bel tendría que devolver tanto el pueblo exiliado de Jehová como los utensilios sagrados de Su templo. La gente de las naciones que Babilonia había conquistado nunca más tendría que adorar a Bel o rendirse ante sus adoradores como si se tratase del dios principal del mundo. (Jer. 51:44.)

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