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SANGRE

“Humor rojo que circula por las venas y arterias, transportando el oxígeno, alimentos y hormonas a los tejidos, y los productos inútiles a los órganos de secreción.” (Diccionario de uso del español de María Moliner.) De modo que la sangre alimenta y purifica el cuerpo. Su composición química es tan sumamente compleja que aún hay cosas respecto a la sangre que los científicos desconocen.

La sangre está tan profundamente enlazada con los procesos de la vida que en la Biblia se dice que el alma está en la sangre: “Porque el alma de la carne está en la sangre, y yo mismo la he puesto sobre el altar para ustedes para hacer expiación por sus almas, porque la sangre es lo que hace expiación en virtud del alma en ella”. (Lev. 17:11.) Por una razón semejante, pero haciendo que la relación sea aún más directa, la Biblia dice: “El alma de toda clase de carne es su sangre”. (Lev. 17:14.)

La vida es sagrada. Por consiguiente, como la vida de las criaturas reside en la sangre, esta también es sagrada y no debe ser manipulada indebidamente. Después del Diluvio, Jehová autorizó a Noé, de quien desciende la humanidad actual, a usar carne en su alimentación, pero le mandó estrictamente que no comiese sangre. Al mismo tiempo le mandó que mostrase respeto por la vida, la sangre, de su prójimo. (Gén. 9:3-6.)

QUITAR LA VIDA

Jehová es la fuente de la vida. (Sal. 36:9.) El hombre no puede devolver una vida que haya quitado. “Todas las almas... a mí me pertenecen”, dice Jehová. (Eze. 18:4.) Por lo tanto, quitar una vida es quitar la propiedad de Jehová. Toda cosa viviente tiene un propósito y un lugar en la creación de Dios. Ningún hombre tiene el derecho de quitar una vida excepto cuando Dios lo permite y según la manera que Él dice. Cuando Dios bondadosamente permitió después del Diluvio que el hombre añadiese carne a su dieta, Dios exigió que el hombre derramase en el suelo la sangre de cualquier animal salvaje que cazase y la cubriese con polvo, mostrando así que reconocía que la vida de la criatura le pertenecía a Dios. Era como devolvérsela a Dios, pues no se usaba para ningún propósito personal. (Lev. 17:13.) En el caso de los animales que se llevaban al santuario como ofrendas de comunión, de cuya carne comían tanto el sacerdote como el que llevaba el sacrificio (y su familia), la sangre se derramaba en el suelo. Al establecerse Israel en Palestina y quedarles demasiado lejos el santuario, un hombre podía sacrificar un animal para comer en casa pero tenía que derramar la sangre en el suelo. (Deu. 12:15, 16.)

El hombre tenía el derecho de disfrutar de la vida que Dios le había concedido y cualquiera que le privara de esa vida sería responsable ante Dios. Esto se mostró cuando Dios dijo al asesino Caín: “La sangre de tu hermano está clamando a mí desde el suelo”. (Gén. 4:10.) Incluso si alguien odiaba a su hermano hasta el grado de desear verlo muerto, o lo calumniaba o daba un falso testimonio contra él para poner en peligro su vida, se acarreaba la culpabilidad por la sangre de su prójimo. (Lev. 19:16; Deu. 19:18-21; 1 Juan 3:15.)

Dios considera la vida como algo tan sagrado que conceptúa la sangre de una persona asesinada como una profanación para la Tierra, y tal profanación solo puede ser limpiada mediante derramar la sangre del asesino. Tomando esto como base, la Biblia autoriza la aplicación de la pena capital en el caso de un asesino, la cual se llevaba a cabo a través de la autoridad debidamente constituida. (Núm. 35:33; Gén. 9:5, 6.) En el Israel antiguo no se podía aceptar ningún rescate para librar a un asesino deliberado de la pena de muerte. (Núm. 35:19-21, 31.)

En los casos en que a pesar de las investigaciones no se podía descubrir al homicida, se consideraba culpable de derramamiento de sangre a la ciudad más cercana del lugar donde se había encontrado el cadáver. Para eliminar dicha culpabilidad, los ancianos de esa ciudad tenían que llevar a cabo el procedimiento requerido por Dios y negar rotundamente cualquier culpa o conocimiento del asesinato y orar a Dios por su misericordia. (Deu. 21:1-9.) Si un homicida involuntario no estaba seriamente preocupado por haber quitado una vida y no seguía el procedimiento establecido por Dios para protegerse huyendo a la ciudad de refugio y permaneciendo allí, el pariente más cercano del muerto era el vengador autorizado y estaba bajo la obligación de matarle para eliminar del país la culpa de sangre. (Núm. 35:26, 27.)

COMER SANGRE

Algunas naciones paganas antiguas bebían sangre animal y, entre ciertos pueblos, los guerreros bebían la sangre de los enemigos vencidos, creyendo que así se apropiarían de las cualidades de valor y fuerza que poseía el enemigo. Había un significado religioso enlazado con ese acto, tal como el canibalismo es un rito religioso.

En el pacto de la Ley que Jehová hizo con la nación de Israel, Él incorporó la ley dada a Noé. Dejó bien sentado que la “culpa de sangre” estaba vinculada a cualquiera que no prestase atención al procedimiento estipulado por la ley de Dios incluso al matar un animal. (Lev. 17:3, 4.) La sangre de un animal que tuviera que ser usado como alimento había de derramarse en el suelo y cubrirse con polvo. (Lev. 17:13, 14.) Cualquiera que comiese sangre de cualquier clase de carne tenía que ser ‘cortado de entre su pueblo’. El que violara deliberadamente esta ley concerniente a la santidad de la sangre debía ser cortado, tenía que dársele muerte. (Lev. 17:10; 7:26, 27; Núm. 15:30, 31.)

Comentando sobre Levítico 17:11, 12, la Cyclopædia de M’Clintock y Strong, vol. I, pág. 834, col. 1, dice: “Este mandato estricto no solo aplicaba a los israelitas, sino también a los extranjeros que residían entre ellos. El castigo señalado para los que lo transgredían era el de ser ‘cortados del pueblo’, con lo que parece que se quiere dar a entender la pena de muerte (compárese con Heb. x, 28), aunque es difícil determinar si se infligía a espada o por lapidación”.

Jehová hizo que Israel fuese sumamente cuidadoso en cuanto a las cosas que tenían que ver con la sangre. Una mujer era considerada “inmunda” durante su menstruación y no debía ser tocada, además cualquier cosa sobre la que ella se sentase o acostase era inmunda. La mujer seguía inmunda durante todo su período menstrual. (Lev. 15:19-27.) Si una pareja deliberadamente tenía relaciones durante el período de menstruación, ambos eran sentenciados a la pena de muerte. (Lev. 18:19, 29.)

EL ÚNICO USO APROPIADO BAJO LA LEY MOSAICA

Bajo la Ley solo había un uso apropiado y legal de la sangre: en sacrificio. Ya que la vida pertenece a Dios, la sangre era suya y se ofrecía como expiación de pecados. (Lev. 17:11.) El derramar la sangre de los animales que se usaban como alimento evitaba que se le diera un uso incorrecto, como comerla u ofrecerla a otros dioses. Por lo tanto, el hombre que derramaba la sangre en el suelo reconocía que Dios era el Dador de la vida y que se necesitaba expiar los pecados por medio de ofrecer una vida. (Lev. 16:6, 11.)

SU USO BAJO LA LEY CRISTIANA

La aplicación salvavidas de la sangre de Cristo fue prefigurada constantemente en las Escrituras Hebreas, ya que toda la Ley dada a través de Moisés prefiguró y señaló al Mesías. (Heb. 10:1; Gál. 3:24.) Al tiempo de la primera Pascua en Egipto, la sangre que se salpicó sobre la parte superior de la entrada y sobre los postes de la puerta de los hogares israelitas protegió al primogénito que había dentro de morir a manos del ángel de Dios. (Éxo. 12:7, 22, 23.) El pacto de la Ley, el cual tenía un rasgo típico para la remoción de pecados, fue validado por medio de la sangre de animales. (Éxo. 24:5-8.) Los numerosos sacrificios cruentos, particularmente los que se ofrecían en el Día de Expiación, eran para una expiación de pecados típica, y señalaban a la verdadera remoción de pecados por medio del sacrificio de Cristo. (Lev. 16:11, 15-18.)

El poder legal que tiene la sangre a la vista de Dios, como algo que Él acepta para propósitos expiatorios, se ilustraba por medio de derramar la sangre al pie o “fundamento” del altar y de ponerla sobre los cuernos del altar. El sistema de expiación tenía su base o fundamento en la sangre, y su poder (representado por los cuernos) sacrificatorio radicaba también en la sangre. (Lev. 9:9; Heb. 9:22; 1 Cor. 1:18.)

En las Escrituras Griegas Cristianas aún se enfatizaba con más fuerza la santidad de la sangre. Ya no se tenía que ofrecer más sangre animal, pues aquellas ofrendas animales eran solo una sombra de la realidad: Jesucristo. (Col. 2:17; Heb. 10:2-4, 8-10.) En Israel, el sumo sacerdote introducía una parte representativa de la sangre en el Santísimo del santuario terrestre. (Lev. 16:14.) Jesucristo, como el verdadero sumo sacerdote, entró en el cielo mismo, no con su sangre, la cual había sido derramada en el suelo (Juan 19:34), sino con el valor de su vida humana perfecta representada por su sangre. Él nunca perdió este derecho a la vida por causa del pecado, sino que lo retuvo para poderlo usar como expiación de pecados. (Heb. 7:26; 8:3; 9:11, 12.) Por estas razones la sangre de Cristo clama por mejores cosas que la sangre del justo Abel. Solo la sangre del sacrificio perfecto del Hijo de Dios puede clamar por misericordia, mientras que la sangre de Abel, así como la de los seguidores de Cristo que han muerto como mártires, clama por venganza. (Heb. 12:24; Rev. 6:9-11.)

El cuerpo gobernante visible de la congregación cristiana del primer siglo, del que formaban parte los apóstoles, los fundamentos secundarios del templo de Dios, decidió sobre el asunto de la sangre. (Rev. 21:14.) Su decreto fue: “Porque al espíritu santo y a nosotros mismos nos ha parecido bien no añadirles ninguna otra carga, salvo estas cosas necesarias: que sigan absteniéndose de cosas sacrificadas a ídolos, y de sangre, y de cosas estranguladas, y de fornicación. Si se guardan cuidadosamente de estas cosas, prosperarán. ¡Buena salud a ustedes!”. (Hech. 15:6, 20, 28, 29; 21:25.) La prohibición incluía carne sin desangrar (“cosas estranguladas”). Ese decreto, a su vez, se apoya en el mandato que Dios dio a Noé, y por lo tanto a toda la humanidad, de no comer sangre. (Gén. 9:4.)

El espíritu santo actuó en armonía con lo que el Dios Todopoderoso había declarado siglos antes de que el pacto de la Ley llegase a existir, a saber, la ley que dio a Noé (Gén. 9:4), que es universal, y que aplica a la humanidad de todos los tiempos y lugares desde que fue promulgada. La ley mosaica fue cancelada (Col. 2:14), pero no la ley que le precedía, pues la ley mosaica simplemente había incorporado y detallado la ley universal promulgada siglos antes.

Muchos eruditos de la Biblia han reconocido que la prohibición que se expone en las Escrituras Griegas Cristianas en cuanto a la sangre no era una medida temporal. En cuanto a estos puntos la Cyclopædia de M’Clintock y Strong, vol. I, pág. 834, col. 2, observa: “En el Nuevo Testamento, en vez de haber la más mínima indicación que insinúe que se nos descarga de la obligación, merece particular consideración el hecho de que al mismo tiempo que el Espíritu Santo declara por medio de los apóstoles (Hechos xv) que los gentiles están libres del yugo de la circuncisión, se impone explícitamente la abstinencia de sangre, y dicha prohibición se clasifica junto con la idolatría y la fornicación”. Y el Commentary de Benson, vol. 1, señala: “Debe observarse que esta prohibición de comer sangre dada a Noé y a toda su posteridad, y repetida a los israelitas de manera muy solemne bajo la ley mosaica, nunca ha sido revocada, sino, al contrario, ha sido ratificada bajo el Nuevo Testamento, Hechos xv; y convertida de ese modo en una obligación perpetua”. En consonancia con esto el Dr. Franz Delitzsch, comentarista bíblico de renombre, dice que no se trata de un requisito de la ley judía que deba ser abolido con ella; es obligatorio para todas las razas humanas y nunca fue revocado; debería haber una reverencia sagrada por esa vida que fluye en la sangre.

PUNTO DE VISTA DE LOS CRISTIANOS PRIMITIVOS

Los cristianos primitivos respetaron este requisito bíblico aun cuando jueces de Roma procuraron obligarles a quebrantarlo. Tertuliano, escritor cristiano del segundo siglo, denunciando estos esfuerzos para hacer que los cristianos transigiesen, dijo: “Nosotros ni siquiera incluimos la sangre de animales en nuestra dieta natural. Por esa razón nos abstenemos de cosas estranguladas o que mueren una muerte natural, para que no seamos contaminados de ninguna manera por la sangre, aunque esta esté impregnada en la carne. Finalmente, cuando ustedes prueban a los cristianos, les ofrecen salchichas llenas de sangre; aunque bien saben ustedes que entre ellos está prohibido; pero ustedes quieren que ellos transgredan”. En el año 692 E.C., un concilio religioso celebrado en Constantinopla (el Concilio de Trullos) prohibió comer cualquier alimento hecho de sangre bajo pena de excomunión para el laico, y de exclaustración para el sacerdote.

La práctica de beber sangre humana, extendida en tiempos antiguos, era particularmente repugnante a los cristianos. La Cyclopædia de M’Clintock y Strong, vol. I, pág. 834, col. 2, observa: “Ellos estaban lejos de beber sangre humana, pues ni siquiera les era lícito beber la sangre de animales irracionales. Numerosos testimonios en el mismo sentido se hallan en épocas posteriores”.

CULPA DE SANGRE

Las Escrituras Griegas Cristianas indican tres maneras distintas según las cuales un cristiano incurriría en culpa de sangre ante Dios: 1) por asesinato; esto incluiría a los que activa o tácitamente apoyaran las actividades de una organización culpable de derramamiento de sangre (tal como Babilonia la Grande [Rev. 17:6; 18:2, 4], u otras organizaciones que han derramado mucha sangre inocente [Rev. 16:5, 6; Isa. 26:20, 21]); 2) por comer o beber sangre valiéndose de cualquier método (Hech. 15:20) y 3) por dejar de predicar las buenas nuevas del Reino, es decir, de impartir a otros la información salvavidas que contienen. (Hech. 18:6; 20:26, 27; compárese con Ezequiel 33:6-8; véase VENGADOR DE LA SANGRE.)

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