CANAÁN, CANANEOS
(probablemente del hebreo ka·náʽ, “ser humilde”; por lo tanto: “Bajo; Humillado”).
1. El cuarto en la lista de los hijos de Cam, y nieto de Noé. (Gén. 9:18; 10:6; 1 Cró. 1:8.) Fue el progenitor de once tribus que con el tiempo poblaron la región situada a lo largo del Mediterráneo oriental, entre Egipto y Siria, por lo que esta se llegó a llamar “la tierra de Canaán”. (Gén. 10:15-19; 1 Cró. 16:18; véase NÚM. 2.)
Después del incidente relacionado con la embriaguez de Noé, Canaán llegó a estar bajo la maldición profética de Noé, que predecía que él llegaría a ser esclavo tanto de Sem como de Jafet. (Gén. 9:20-27.) Ya que el registro solo menciona que “Cam el padre de Canaán vio la desnudez de su padre y se puso a informarlo a sus dos hermanos afuera”, surge la pregunta de por qué fue Canaán y no Cam el objeto de la maldición. Una nota al pie de la página de la traducción Nácar Colunga, edición de 1947, hace el siguiente comentario sobre el versículo 24: “La bendición de Sem es indudable y directamente mesiánica; la de Jafet lo es indirectamente. La maldición recae no sobre Cam, sino sobre Canán, su hijo. La razón de esto podría ser que fuera Canán el autor del desacato a que parece referirse el hagiógrafo al decir: ‘Despierto Noé, supo lo que con él había hecho el más pequeño de sus hijos’, que ciertamente no era Cam, el segundo de los tres”. De manera similar, una publicación judía, The Pentateuch and Haftorahs, editada por J. H. Hertz, dice que la breve narración “se refiere a algún acto abominable en el que Canaán parece haber estado implicado”. Y, después de indicar que la palabra hebrea que se traduce “hijo” en el versículo 24 puede significar “nieto”, esta fuente expone: “La referencia evidentemente es a Canaán”. The Soncino Chumash, editado por A. Cohen, también señala que hay quien cree que Canaán “gratificó un deseo perverso en él [Noé]”, y que la expresión “hijo menor” se refiere a Canaán, que era el hijo menor de Cam.
Estos puntos de vista no pueden asegurarse ya que el registro bíblico no da los detalles del incidente. Sin embargo, el que antes de relatar la embriaguez de Noé se introduzca súbitamente a Canaán en la narración (vs. 18), y al hablar de Cam el registro se refiera a él como “Cam el padre de Canaán” (vs. 22), parece una clara indicación de que Canaán estuvo de algún modo implicado. Es razonable concluir que la expresión “vio la desnudez de su padre” indique algún abuso o perversión por parte de Canaán, pues la mayoría de las veces que la Biblia habla de ‘poner al descubierto’ o ‘ver la desnudez’ de otra persona se refiere al incesto u otros pecados sexuales. (Lev. 18:6-19; 20:17.) Así, es posible que Canaán cometiera, o intentara cometer, algún acto deshonesto con Noé mientras este estaba inconsciente y que Cam, teniendo conocimiento de ello, no lo impidiera o bien no disciplinara a su hijo. Tampoco hizo nada Cam para cubrir la desnudez de su padre, limitándose sólo a darlo a conocer a sus hermanos.
También debe considerarse el elemento profético de la maldición. No hay evidencia que indique que Canaán mismo llegara a ser esclavo de Sem o Jafet en el transcurso de su vida. Pero como la maldición que Noé pronunció era inspirada por Dios, y Dios nunca expresa desaprobación sin causa justificada, es probable que ya se hubiera visto en Canaán algún rasgo claramente corrupto, quizá de naturaleza lasciva, y que Jehová, con su presciencia, hubiera previsto el mal efecto que esta característica tendría con el tiempo en los descendientes de Canaán.
2. El nombre Canaán también aplica a la raza que descendió del hijo de Cam y a la tierra donde residían. Canaán es el nombre antiguo de aquella parte de Palestina situada al oeste del río Jordán (Núm. 33:51; 35:10, 14), aunque algún tiempo antes de la conquista israelita los amorreos de Canaán invadieron la tierra al este del Jordán. (Núm. 21:13, 26.)
LÍMITES E HISTORIA PRIMITIVA
La descripción más antigua de los límites de Canaán indica que esta tierra se extendía desde Sidón, al norte, hasta Guerar, cerca de Gaza, al SO., y hasta Sodoma y las ciudades vecinas al SE. (Gén. 10:19.) Sin embargo, en el tiempo de Abrahán, parece que Sodoma y las otras “ciudades del Distrito” no se consideraban parte de la tierra de Canaán propiamente dicha (Gén. 13:12), como tampoco los territorios posteriores de Edom y Moab, habitados por descendientes de Abrahán y Lot. (Gén. 36:6-8; Éxo. 15:15.) El territorio de Canaán, tal y como se prometió a la nación de Israel, se delimita con mayor detalle en Números 34:2-12. Empezaba al norte de Sidón, extendiéndose hacia el sur hasta “el valle torrencial de Egipto” y Qadés-barnea. Los filisteos, que no eran cananeos (Gén. 10:13, 14), habían ocupado la región costera al sur de la llanura de Sarón, pero esta anteriormente también se había ‘considerado’ tierra cananea. (Jos. 13:3.)
La relativa facilidad con la que Abrahán y, más tarde, Isaac y Jacob pudieron viajar por esta región con sus grandes manadas y rebaños muestra que aún no estaba densamente poblada. (Compárese con Génesis 34:21.) Las investigaciones arqueológicas también dan evidencia de que en aquel tiempo la población era bastante escasa y la mayoría de las ciudades estaban situadas a lo largo de la costa, en la región del mar Muerto, el valle del Jordán y la llanura de Esdrelón.
Durante la intensa hambre que resultó en que Jacob se trasladara a Egipto con su familia, la tierra de Canaán se empobreció, llegando a depender de Egipto para alimento. (Gén. 47:4, 13-16.) La historia indica que Canaán estuvo sometida a Egipto por unos dos siglos, tiempo antes de la conquista israelita. Durante este período, unos mensajes (conocidos como las Cartas de el-Amarna) enviados por ciertos gobernantes vasallos de Siria y Palestina a los faraones Amenhotep III y Akhenatón presentan un cuadro de considerable disensión entre las ciudades y de intriga política. Para cuando Israel llegó a su frontera (1473 a. E.C.), Canaán era una tierra de numerosas ciudades-estados o pequeños reinos, de algún modo relacionados por lazos tribuales. Los espías que habían explorado la tierra casi cuarenta años antes hallaron que era una tierra muy productiva y que sus ciudades estaban bien fortificadas. (Núm. 13:21-29; compárese con Deuteronomio 9:1; Nehemías 9:25.)
DISTRIBUCIÓN DE LAS TRIBUS DE CANAÁN
De las once tribus cananeas, parece que los amorreos componían la tribu principal. (Véase AMORREO.) Además de haber conquistado Basán y Galaad, al este del Jordán, las referencias a los amorreos muestran que eran poderosos tanto en el norte como en el sur del país montañoso de Canaán. (Jos. 10:5; 11:3; 13:4.) Los que quizás seguían a los amorreos en poder eran los hititas. Esta tribu se hallaba en tiempos de Abrahán muy al sur, en Hebrón (Gén. 23:19, 20), pero parece que más tarde se ubicaron principalmente en la parte norte, en dirección a Siria. (Jos. 1:4; Jue. 1:23-26; 1 Rey. 10:29.)
De las otras tribus, los que se mencionan con más frecuencia durante la conquista son los jebuseos, los heveas y los guirgaseos. Los jebuseos habitaban la región montañosa de los alrededores de Jerusalén. (Núm. 13:29; Jos. 18:16, 28.) Los heveos estaban diseminados desde Siquem, al sur (Gén. 33:18; 34:2), hasta la base del monte Hermón, al norte. (Jos. 11:3.) El territorio que ocupaban los guirgaseos no se especifica.
Las seis tribus restantes: los sidonios, los arvadeos, los hamateos, los arqueos, los sineos y los zemareos bien pueden incluirse en el término global “cananeos”, usado frecuentemente con los nombres específicos de otras tribus; también es posible que la expresión “cananeos” se use sencillamente para referirse a ciudades o grupos de población cananea mixta. (Éxo. 23:23; 34:11; Deu. 7:1; Núm. 13:29.) Esas seis tribus parece que estaban situadas básicamente al norte de la región que los israelitas conquistaron al principio y no se mencionan específicamente en el relato de la conquista.
ISRAEL CONQUISTA CANAÁN
En el segundo año después del éxodo, los israelitas intentaron entrar en Canaán por el sur, pero al no tener el apoyo divino fueron derrotados por los cananeos y sus aliados amalequitas. (Núm. 14:42-45.) Hacia el fin de los cuarenta años de vagar por el desierto, Israel de nuevo avanzó hacia la tierra de Canaán y fue atacado en el Négueb por el rey de Arad, pero esta vez las fuerzas cananeas fueron derrotadas y sus ciudades destruidas. (Núm. 21:1-3.) Ante esta victoria, los israelitas no iniciaron la invasión por el sur sino que dieron un rodeo para penetrar por el este. Esto los puso en conflicto con los reinos amorreos de Sehón y Og, y la derrota de estos reyes dejó a todo Basán y Galaad bajo control israelita. Solamente en Basán había sesenta ciudades “con muro alto, puertas y barras”. (Núm. 21:21-35; Deu. 2:26-3:10.) La derrota de estos reyes poderosos tuvo un efecto debilitador en los reinos cananeos del oeste del Jordán, y el que posteriormente la nación israelita cruzara milagrosamente a pie enjuto el Jordán hizo que los corazones de los cananeos ‘empezaran a derretirse’. De manera que los cananeos no atacaron el campamento israelita en Guilgal durante el período en que muchos de los varones israelitas se recuperaban de la circuncisión ni tampoco durante la posterior celebración de la Pascua. (Jos. 2:9-11; 5:1-11.)
Al disponer ahora de suficiente agua en el Jordán y conseguir suministros de alimento de la región conquistada al este del río, los israelitas tenían en Guilgal una buena base desde la cual continuar la conquista de la tierra. Su primer objetivo fue la cercana ciudad fronteriza de Jericó, bien cerrada a causa de los israelitas, pero cuyos poderosos muros cayeron por el poder de Jehová. (Jos. 6:1-21.) Entonces las fuerzas invasoras subieron unos novecientos metros, hasta la región montañosa del norte de Jerusalén y, después de sufrir una derrota, capturaron Hai y la quemaron. (Jos. 7:1-5; 8:18-28.) Mientras que los reinos cananeos de todo el país empezaron a formar una coalición masiva para repeler el ataque de los israelitas, ciertas ciudades heveas buscaron la paz con Israel por medio de un subterfugio. Esta secesión de Gabaón y otras tres ciudades vecinas fue considerado por los otros reinos cananeos como un acto de traición que ponía en peligro la unidad de toda la ‘liga cananea’. De manera que cinco reyes cananeos se aliaron para luchar contra Gabaón, pero las tropas israelitas bajo el mando de Josué emprendieron una marcha que duró toda la noche para salvar a la ciudad asediada. La derrota de los cinco reyes agresores estuvo acompañada de una precipitación milagrosa de enormes piedras de granizo y fue en esa ocasión que Dios hizo que se retrasara la puesta del Sol. (Jos. 9:17, 24, 25; 10:1-27.)
Entonces las fuerzas victoriosas israelitas invadieron toda la mitad meridional de Canaán (con excepción de las llanuras de Filistea), conquistando ciudades de la Sefelá, la región montañosa y el Négueb, y luego volvieron a su campamento base de Guilgal, junto al Jordán. (Jos. 10:28-43.) A continuación, los cananeos de la mitad septentrional, bajo el mando del rey de Hazor, empezaron a concentrar sus tropas y carros de guerra, reuniendo sus fuerzas en las aguas de Merom, al norte del mar de Galilea. Sin embargo, el ejército de Josué atacó por sorpresa a la confederación cananea y los puso en fuga, pasando entonces a capturar sus ciudades hasta Baal-gad, al norte, al pie del monte Hermón. (Jos. 11:1-20.) Parece ser que la campaña duró bastante tiempo y fue seguida por otra acción ofensiva en la región montañosa del sur, esta vez contra los gigantescos anaquim y sus ciudades. (Jos. 11:21, 22.)
Para entonces habían pasado unos seis años desde que empezó la lucha. Se había realizado la mayor parte de la conquista de Canaán y se había doblegado la fuerza de las tribus cananeas, lo cual hacía posible empezar a distribuir la tierra entre las tribus israelitas. Sin embargo, todavía quedaron por subyugar varias regiones, algunas importantes, como el territorio de los filisteos, quienes, aunque no eran cananeos, habían usurpado parte de la tierra prometida a los israelitas, el territorio de los guesuritas (compárese con 1 Samuel 27:8), el territorio que iba desde los alrededores de Sidón hasta Guebal (Biblos) y toda la región del Líbano. (Jos. 13:2-6.) Por otra parte, había focos de resistencia diseminados por todo el país, algunos de los cuales fueron más tarde sofocados por las tribus de Israel que heredaron aquella tierra. Otros no fueron conquistados y a algunos se les hizo realizar trabajos forzados para los israelitas. (Jos. 15:13-17; 16:10; 17:11-13, 16-18; Jue 1:17-21, 27-36.)
BASE PARA EL EXTERMINIO
El registro histórico muestra que las poblaciones de las ciudades cananeas conquistadas por los israelitas fueron destruidas completamente. (Núm. 21:1-3, 34, 35; Jos. 6:20, 21; 8:21-27; 10:26-40; 11:10-14.) Por este motivo algunos críticos han acusado a las Escrituras Hebreas o “Antiguo Testamento” de estar imbuidas de un espíritu de crueldad y matanza desenfrenada. No obstante, la cuestión es si se reconoce o no la soberanía de Dios sobre toda la tierra y sus habitantes. Él había entregado el derecho de tenencia de la tierra de Canaán a la ‘descendencia de Abrahán’, haciéndolo por medio de un pacto juramentado. (Gén. 12:5-7; 15:17-21; compárese con Deuteronomio 32:8; Hechos 17:26.) Pero Dios se proponía más que solo desauciar o desposeer a los habitantes de aquella tierra. Dios tiene el derecho de actuar como “Juez de toda la tierra” (Gén. 18:25) y decretar la sentencia de pena capital sobre los que según Él lo merezcan, como también de hacer cumplir la ejecución de tal sentencia por los medios que Él desee emplear.
Las condiciones que habían llegado a existir entre los cananeos para el tiempo de la conquista israelita prueban fuera de toda duda la justicia de la maldición profética de Dios sobre Canaán. Jehová había permitido cuatrocientos años desde el tiempo de Abrahán para que ‘quedase completo el error de los amorreos’. (Gén. 15:16.) El hecho de que las esposas hititas de Esaú fuesen una “fuente de amargura de espíritu para Isaac y Rebeca” hasta el grado que Rebeca había ‘llegado a aborrecer su vida a causa de ellas’, ciertamente es una indicación de la maldad que ya se manifestaba entre los cananeos. (Gén. 26:34, 35; 27:46.) En los siglos que siguieron, la tierra de Canaán llegó a estar saturada de prácticas idolátricas detestables, inmoralidad y derramamiento de sangre. La religión cananea era extremadamente degradada, sus “columnas sagradas” parece que eran emblemas fálicos y en muchos de los ritos que se practicaban en sus “lugares altos” se entregaban a crasos excesos sexuales y otras formas de depravación. (Éxo. 23:24; 34:12, 13; Núm. 33:52; Deu. 7:5.) El incesto, la sodomía y la bestialidad eran parte de ‘la manera de obrar de la tierra de Canaán’; estas prácticas hicieron inmunda la tierra, por cuyo error era inevitable que se ‘vomitara a sus habitantes’. (Lev. 18:2-25.) La magia, el hechizo, el espiritismo y el sacrificar a sus hijos en el fuego estaban entre las prácticas detestables cananeas. (Deu. 18:9-12.)
En algunas ocasiones Jehová ha ejercido su derecho soberano de ejecutar la sentencia de muerte sobre gente inicua: en el diluvio global tal sentencia abarcó casi a toda la población humana; aniquiló el entero distrito de las ciudades de Sodoma y Gomorra debido al ‘clamor de queja acerca de ellas y su gravísimo pecado’ (Gén. 18:20; 19:13); destruyó a las fuerzas militares del faraón en el mar Rojo; y exterminó las casas de Coré y otros rebeldes de entre los mismos israelitas. Sin embargo, en estos casos, Dios había utilizado fuerzas naturales para llevar a cabo la destrucción. En cambio, Jehová ahora asignó a los israelitas el deber sagrado de ser los ejecutores principales de su decreto divino, guiados por su mensajero angélico y respaldados por su fuerza todopoderosa. (Éxo. 23:20-23, 27, 28; Deu. 9:3, 4; 20:15-18; Jos. 10:42.) Por otra parte, los resultados para los cananeos fueron exactamente los mismos que si Dios hubiera escogido para destruirlos algún fenómeno natural, como un diluvio, un fuego o un terremoto, y el hecho de que fuesen agentes humanos los que dieran muerte a los pueblos condenados, por muy desagradable que pudiera parecer su misión, no altera lo justo de esa acción ordenada por Dios. (Jer. 48:10.) Al usar este instrumento humano para luchar contra “siete naciones más populosas y más fuertes” que ellos, se magnificó el poder de Jehová y se demostró su divinidad. (Deu. 7:1; Lev. 25:38.)
Los cananeos no ignoraban la evidencia poderosa de que Israel era el pueblo de Dios y el instrumento que Él había escogido. (Jos. 2:9-21, 24; 9:24-27.) Sin embargo, con la excepción de Rahab, su familia y las ciudades de los gabaonitas, todos los que fueron destruidos ni buscaron misericordia ni se valieron de la oportunidad de huir, sino que, por el contrario, decidieron endurecerse rebeldemente contra Jehová. Él no los obligó a someterse y rendirse ante su voluntad expresada sino, más bien, “[dejó] que se les pusiera terco el corazón, para que declararan guerra contra Israel, a fin de que él los diera por entero a la destrucción, para que no llegaran a recibir consideración favorable, sino para que los aniquilara” en ejecución de su juicio contra ellos. (Jos. 11:19, 20.)
Sabiamente Josué “no quitó una palabra de todo lo que Jehová había mandado a Moisés” en cuanto a la destrucción de los cananeos. (Jos. 11:15.) Pero la nación israelita no siguió su buena dirección en lo que respecta a eliminar por completo lo que contaminaba la tierra. Se toleró la presencia de los cananeos, presencia que afectó a Israel y que con el transcurso del tiempo sin duda redundó en más muertes (sin mencionar la violencia, inmoralidad e idolatría) que las que se hubieran producido si la decretada exterminación de todos los cananeos se hubiera completado fielmente. (Núm. 33:55, 56; Jue. 2:1-3, 11-23; Sal. 106:34-43.) Jehová había advertido a los israelitas que Su justicia y Sus juicios no serían parciales, de modo que si los israelitas se relacionaban con los cananeos, se casaban con ellos, aceptaban su religión y adoptaban costumbres religiosas y prácticas degeneradas, inevitablemente recibirían la misma sentencia de aniquilación y también serían ‘vomitados de la tierra’. (Éxo. 23:32, 33; 34:12-17; Lev. 18:26-30; Deu. 7:2-5, 25, 26.)
Jueces 3:1, 2 dice que Jehová permitió que algunas de las naciones cananeas permaneciesen “para probar a Israel mediante ellas, es decir, a cuantos no habían tenido la experiencia de pasar por ninguna de las guerras de Canaán; fue solamente para que las generaciones de los hijos de Israel tuvieran la experiencia, para enseñarles la guerra, es decir, solo a aquellos que antes de eso no habían experimentado tales cosas”. Esta declaración no está en contradicción con los versículos anteriores (Jue. 2:20-22) que dicen que Jehová no echó a estas naciones debido a la infidelidad de Israel para “probar a Israel mediante ellas, para ver si serán personas que guarden el camino de Jehová”. Por el contrario, muestra que debido a la permanencia de algunas naciones cananeas, las generaciones posteriores de israelitas tendrían la oportunidad de demostrar obediencia a los mandamientos de Dios con respecto a los cananeos, poniendo a prueba su fe hasta el punto de arriesgar sus vidas en guerra.
En vista de lo antedicho, se hace patente que el punto de vista de algunos críticos sobre la incompatibilidad de la destrucción de los cananeos con el ‘espíritu’ de las Escrituras Griegas Cristianas no armoniza con los hechos, como además demuestra un examen de los siguientes textos: Mateo 3:7-12; 22:1-7; 23:33; 25:41-46; Marcos 12:1-9; Lucas 19:14, 27; Romanos 1:18-32; 2 Tesalonicenses 1:6-9; 2:3; Revelación 19:11-21.
HISTORIA POSTERIOR
Después de la conquista, los cananeos y los israelitas entraron gradualmente en una relativa coexistencia pacífica, aunque en detrimento de Israel. (Jue. 3:5, 6; compárese con Jueces 19:11-14.) Unos tras otros, los gobernantes sirios, moabitas y filisteos consiguieron dominar temporalmente a los israelitas, pero no fue hasta el tiempo de Jabín, llamado “el rey de Canaán”, que los cananeos estuvieron en posición de subyugar a Israel durante veinte años. (Jue. 4:2, 3.) Después de que Barac derrotara definitivamente a Jabín, las amenazas sobre Israel durante el período de los jueces provenían principalmente de pueblos no cananeos, como los madianitas, los ammonitas y los filisteos. Del mismo modo, durante el tiempo de Samuel solo se menciona brevemente a los amorreos de entre las tribus cananeas. (1 Sam. 7:14.) El rey David expulsó a los jebuseos de Jerusalén (2 Sam. 5:6-9), pero sus mayores campañas fueron contra los filisteos, los ammonitas, los moabitas, los edomitas, los amalequitas y los sirios. Así se ve que los cananeos, aunque todavía poseían ciudades y ocupaban tierras en el territorio de Israel (2 Sam. 24:7, 16-18), dejaron de ser una amenaza militar. David incluso tuvo dos guerreros hititas en sus fuerzas de combate. (1 Sam. 26:6; 2 Sam. 23:39.)
Durante su gobernación, Salomón sometió a los que quedaron de las tribus cananeas a trabajos forzados (1 Rey. 9:20, 21), y llegó con sus obras de construcción incluso hasta la remota ciudad cananea de Hamat, al norte del país. (2 Cró. 8:4.) Sin embargo, las esposas cananeas contribuyeron más tarde a la caída de Salomón, a que su heredero perdiera gran parte del reino y a la corrupción religiosa de la nación. (1 Rey. 11:1, 13, 31-33.) Desde el reinado de Salomón (1037-997 a. E.C.) hasta el dominio de Jehoram de Israel (c. 917-905 a. E.C.), parece que solo la tribu de los hititas siguió siendo importante y fuerte militarmente, aunque esta tribu debió estar situada al norte de Israel, cerca de la frontera siria o ya dentro de territorio sirio. (1 Rey. 10:29; 2 Rey. 7:6.)
El casarse con cananeas siguió siendo un problema para los israelitas después del cautiverio babilonio (Esd. 9:1, 2), pero parece ser que los reinos cananeos, incluso los de los hititas, se habían desintegrado ante las agresiones de Siria, Asiria y Babilonia. El término “Canaán” llegó a referirse principalmente a Fenicia, como en la profecía de Isaías sobre Tiro (Isa. 23:1, 11, nota al pie de la página) y en el caso de la mujer “fenicia” (literalmente, cananea [gr. kja·na·nái·os]) de la región de Tiro y Sidón que se dirigió a Jesús. (Mat. 15:22; compárese con Marcos 7:26.)
IMPORTANCIA COMERCIAL Y GEOPOLÍTICA
El territorio de Canaán conectaba Egipto con Asia y, más específicamente, con Mesopotamia. Aunque la economía del país era básicamente agrícola, también se practicaba el comercio, y las ciudades portuarias de Tiro y Sidón se convirtieron en importantes centros comerciales con flotas que se hicieron famosas por todo el mundo conocido de aquel entonces. (Compárese con Ezequiel capítulo 27.) Por este motivo, ya en tiempo de Job, la palabra “cananeo” llegó a ser sinónima de ‘comerciante’ o ‘mercader’ y así es como se traduce. (Job 41:6 [NM]; Sof. 1:11 [NC]; obsérvese también la referencia a Babilonia como “la tierra de Canaán” en Ezequiel 17:4, 12.) Canaán ocupaba un lugar muy estratégico en la “Media Luna Fértil” y fue el objetivo de los grandes imperios de Mesopotamia, Asia Menor y África en un intento de controlar el paso militar y el tráfico comercial por sus confines. De este modo, era seguro que el que Dios situara a su pueblo escogido en esta tierra atraería la atención de las naciones y tendría efectos de largo alcance; en sentido geográfico, aunque principalmente en sentido religioso, se podía decir que los israelitas moraban “en el centro de la tierra”. (Eze. 38:12.)