TRIBUNAL JUDICIAL
Jehová Dios, como Creador del universo, tiene la soberanía suprema. Jehová es para el universo lo que fue para la antigua nación de Israel, a saber: Juez, Dador de Estatutos y Rey. (Isa. 33:22.) El cabeza de familia Abrahán lo reconoció como “Juez de toda la tierra”. (Gén. 18:25.) Jehová se describe a sí mismo como Juez Supremo en una causa judicial en contra de Israel (Miq. 6:2), y también en una causa judicial a favor de su pueblo en contra de las naciones. (Isa. 34:8.) Invoca a los de su pueblo como testigos en una causa relacionada con un desafío a su divinidad por parte de los adoradores de dioses falsos. (Isa. 43:9-12.)
SOCIEDAD PATRIARCAL
El cabeza de familia era juez de la familia, la cual incluía los esclavos y todos los que constituían la casa del cabeza de familia, tal como Jehová Dios es el gran Cabeza de familia y Juez. (Gén. 38:24.) Cuando surgían disputas entre familias y estas podían zanjarse pacíficamente, se encargaban de ello los cabezas de familia.
BAJO LA LEY
Al tiempo del éxodo de los israelitas de Egipto, Moisés, como representante de Jehová, llegó a ser juez. Al principio trató de manejar todas las causas judiciales, aunque por ser tantas le ocupaban desde la mañana hasta la tarde. Aconsejado por Jetró nombró hombres capaces como jefes de millares, de centenas, de cincuentenas y de decenas. (Éxo. 18:13-26.) Así Moisés estableció un sistema judicial eficaz para administrar justicia a los aproximadamente tres millones de personas que tenía bajo su cargo. Los jefes tenían que tratar los casos más comunes, pero cualquier caso complicado o difícil, o bien de importancia nacional, tenía que ser presentado a Moisés o al santuario, delante de los sacerdotes.
Los hombres seleccionados como jueces tenían que ser capaces, hombres dignos de confianza, temerosos de Jehová, que odiasen la ganancia injusta. (Éxo. 18:21.) Por lo general eran cabezas de familia y jefes de tribu, hombres de mayor edad de la ciudad en la cual actuaban como jueces. Los levitas, que habían sido apartados por Jehová como instructores especiales de la Ley, también se distinguieron como jueces. (Deu. 1:15.)
Puesto que los jueces tenían que ser hombres rectos que juzgasen según la ley de Jehová, representaban a Jehová. Por lo tanto, el estar de pie delante de los jueces era como estar de pie delante de Jehová. (Deu. 1:17; 19:17; Jos. 7:19; 2 Cró. 19:6.) La expresión “asamblea” o “congregación” en muchos casos significa el pueblo en general, pero cuando la Biblia habla de llevar causas judiciales delante de la asamblea o congregación se refiere a los que representaban el pueblo, es decir, a los jueces, como se muestra en Números 35:12, 24, 25 y Mateo 18:17.
El tribunal local estaba situado en la puerta de la ciudad. (Deu. 16:18; 21:19; 22:15, 24; 25:7; Rut 4:1.) Por “puerta” se quiere decir el espacio abierto que solía haber dentro de la ciudad cerca de la puerta propiamente dicha. Las puertas eran los lugares donde se leía la Ley al pueblo congregado y donde se proclamaban los decretos. En la puerta era fácil conseguir testigos para un asunto civil, como la venta de una propiedad, etc., puesto que la mayoría de las personas entraban y salían por la puerta durante el día. También, el carácter público que tenía cualquier juicio llevado a cabo en la puerta contribuía a influir en los jueces para que fueran cuidadosos y justos durante el proceso del juicio y en sus decisiones. Por lo visto a los jueces se les proveía un lugar cerca de la puerta desde el cual podían presidir cómodamente. (Job 29:7.)
Los jueces tenían que ser tratados con respeto, puesto que ocupaban una posición que representaba a Jehová. (Éxo. 22:28; Hech. 23:3-5.) Cuando los sacerdotes, los levitas en el santuario o el juez que estaba en funciones en aquellos días (por ejemplo, Moisés o Samuel) comunicaban una decisión judicial, esta era obligatoria, y a cualquiera que rehusase acatarla tenía que dársele muerte. (Deu. 17:8-13.)
Si a un hombre se le sentenciaba a recibir azotes con una vara, tenían que ponerlo postrado delante del juez y darle los azotes en su presencia. (Deu. 25:2.) La justicia se administraba sin demora. La única ocasión en la cual se retenía a una persona durante un tiempo era cuando se trataba de un asunto difícil y tenía que esperarse el fallo de Jehová. En estos casos el acusado era mantenido bajo custodia hasta que se recibía la decisión. (Lev. 24:12; Núm. 15:34.) La Ley no estipulaba que se recluyese a alguien en prisión. Fue solo más tarde, a medida que la nación fue deteriorándose, y también durante el tiempo de dominación gentil, cuando se practicó ese tipo de castigo. (2 Cró. 18:25, 26; Jer. 20:2; 29:26; Esd. 7:26; Hech. 5:19; 12:3, 4.)
DURANTE EL PERÍODO DE LOS REYES
Después que se estableció el reino de Israel los casos de naturaleza más difícil se llevaban al rey o al santuario. Según Deuteronomio 17:18, 19, la Ley requería que el rey, al empezar a reinar, copiase personalmente la Ley y la leyera diariamente a fin de que pudiese estar adecuadamente capacitado para juzgar las causas judiciales difíciles. Antes de su muerte, David nombró a 6.000 levitas capacitados para actuar como oficiales y jueces en Israel. (1 Cró. 23:4.) Salomón era famoso por su sabiduría al juzgar. Un caso que hizo que su fama se extendiese tuvo que ver con dos prostitutas que reclamaban la maternidad de un niño. (1 Rey. 3:16-28.) Jehosafat dirigió una reforma religiosa en Judá y fortaleció el sistema judicial. (2 Cró. 19:5-11.)
EL SANEDRÍN
El Sanedrín era el tribunal supremo judío. Estaba ubicado en Jerusalén. Este tribunal supremo, llamado El Gran Sanedrín, lo componían setenta y un miembros. Durante el tiempo del ministerio terrestre de Jesús, entre los setenta y un miembros estaba el sumo sacerdote y otros que habían ocupado dicho puesto (era posible que varios de ellos vivieran en el mismo tiempo, puesto que bajo la gobernación romana ese puesto había llegado a ocuparse por nombramiento). En el Sanedrín también había miembros de las familias de los sumo sacerdotes, hombres de mayor edad, cabezas de las tribus y de las familias así como escribas, los cuales eran hombres versados en la Ley. (Hech. 4:5, 6.) Estos hombres eran miembros de las sectas de los fariseos y de los saduceos. (Hech. 23:6.) El cabeza y presidente del Sanedrín era el sumo sacerdote, y él era quien convocaba a la asamblea.
El Sanedrín parece que llegó a existir durante el tiempo de la gobernación griega sobre Palestina. Bajo la gobernación romana el Sanedrín ejerció gran poder sobre los judíos, y su autoridad religiosa fue reconocida incluso entre los judíos de la Diáspora. (Véase Hechos 9:1, 2.) Bajo la gobernación romana puede que el Sanedrín perdiera con el tiempo la autoridad legal para ejecutar la pena de muerte, a menos que tuviesen la autorización del gobernador romano (procurador). (Juan 18:31.) Después de la destrucción de Jerusalén en el año 70 E.C. el Sanedrín fue abolido.
LA CONGREGACIÓN CRISTIANA
La congregación cristiana, aunque no tiene autoridad seglar como tribunal, puede tomar acción en contra de los miembros cuya conducta requiera disciplina espiritual, y puede incluso expulsarlos de la congregación. Por lo tanto, el apóstol Pablo dice a la congregación que ellos, es decir, los miembros representativos de la misma, los que tienen la superintendencia, deben juzgar a los que están dentro de la organización. (1 Cor. 5:12, 13.) Al escribir a las congregaciones y a los superintendentes, tanto Pablo como Pedro recalcan que los ancianos deben vigilar mucho la condición espiritual de la congregación y deben ayudar y amonestar a cualquiera que dé un paso imprudente o en falso. (2 Tim. 4:2; 1 Ped. 5:1, 2.) Los que causan divisiones o sectas tienen que recibir una primera y una segunda admonición antes de que la congregación tome acción. (Tito 3:10, 11.) Los que persistentemente practican el pecado tienen que ser quitados, expulsados de la congregación. A los hombres que tienen la responsabilidad de actuar como jueces en las congregaciones Pablo les manda (1 Cor. 6:1-5) que se reúnan para oír tales asuntos. (1 Cor. 5:4.) Solo deben aceptar la acusación como verídica cuando haya dos o tres testigos, sopesando la evidencia sin prejuicio y no haciendo nada movidos por parcialidad. (1 Tim. 5:19, 21; véase EXPULSIÓN.)