DISCÍPULO
(gr. ma·the·tés, “aquel que es enseñado; aquel que aprende”).
En las Escrituras Griegas leemos de los discípulos de Jesús, de Juan el Bautista, de los fariseos y de Moisés. (Mat. 9:14; Luc. 5:33; Juan 9:28.) El término se aplica principalmente a todos aquellos que no solo creen, sino que siguen atentamente la enseñanza de Cristo. Se les debe enseñar a “observar todas las cosas” que Jesús ha mandado. (Mat. 28:19, 20; véase CRISTIANO.)
El propósito de Jesús al enseñar a sus discípulos era que llegasen a ser como él, predicadores y maestros de las buenas nuevas del Reino. El propio Jesús dijo: “El alumno no es superior a su maestro, pero todo el que esté perfectamente instruido será como su maestro”. (Luc. 6:40.) La historia posterior probó la eficacia de la enseñanza de Cristo, pues sus discípulos continuaron en la obra que él les había enseñado e hicieron discípulos por todo el imperio romano (Asia, Europa y África) antes del final del primer siglo. Esta fue su obra principal, en armonía con el mandato de Jesucristo en Mateo 28:19, 20.
El hecho de que los cristianos están obligados a hacer discípulos de gente de todas las naciones hasta este mismo día, se hace patente por las palabras de cierre del mandato de Jesús: “Y, ¡miren!, estoy con ustedes todos los días hasta la conclusión del sistema de cosas”. No están haciéndose discípulos para ellos mismos, sino que los enseñados son realmente discípulos de Jesucristo, pues siguen la enseñanza de Cristo, no de hombres. Por esta razón, a los discípulos se les llamó cristianos por providencia divina. (Hech. 11: 26.)