FE
“La expectativa segura de las cosas que se esperan, la demostración evidente de realidades aunque no se contemplen.” (Heb. 11:1.) La expresión “expectativa segura” traduce la palabra griega hy·pó·sta·sis. Este término, común en los antiguos documentos comerciales en papiro, transmite la idea de algo tangible y que garantiza una posesión futura. En vista de esto, Moulton y Milligan dan al mencionado pasaje la siguiente traducción: “Fe es la escritura de propiedad de las cosas que se esperan”. La palabra griega é·leg·kjos, que se traduce “demostración evidente”, comunica la idea de presentar evidencia que demuestre algo, particularmente algo contrario a lo que parece a simple vista. Por lo tanto, esta evidencia aclara lo que no se había discernido antes y descarta lo que parecía a simple vista. La “demostración evidente”, o la evidencia que lleva a la convicción, es tan clara y determinante que se dice que es la misma fe.
Por consiguiente, la fe es el fundamento para la esperanza y la evidencia convincente de las realidades que no se ven. La verdadera “fe” cristiana la componen todo el conjunto de verdades reveladas por medio de Jesucristo y sus discípulos inspirados. (Juan 18:37; Gál. 1:7-9; Hech. 6:7; 1 Tim. 5:8.) La fe cristiana se fundamenta en la entera Palabra de Dios, de la que forman parte las Escrituras Hebreas, referidas frecuentemente por Jesús y los escritores de las Escrituras Griegas Cristianas en apoyo de sus propias declaraciones.
La fe se basa en la evidencia concreta. La creación visible da testimonio de la existencia de un Creador invisible. (Rom. 1:20.) Los mismos acontecimientos que tuvieron lugar durante el ministerio y la vida terrestre de Jesucristo le identifican como el Hijo de Dios. (Mat. 27:54.) El que Dios siempre haya hecho provisiones materiales para la creación animal y vegetal sirve de base para creer que también proveerá lo necesario para sus siervos, y el que haya dado la vida, y también la haya restaurado, fundamenta la creencia en la esperanza de la resurrección. (Mat. 6:26, 30, 33; Hech. 17:31; 1 Cor. 15:3-8, 20, 21.) Lo que es más, la veracidad de la Palabra de Dios y el cumplimiento exacto de sus profecías inspiran confianza en la realización de todas sus promesas. (Jos. 23:14.) Así, de muchas maneras, “la fe sigue a lo oído”. (Rom. 10:17; compárese con Juan 4:7-30, 39-42; Hechos 14:8-10.)
Por lo tanto, la fe no es credulidad. El científico tiene fe en los principios de la rama de la ciencia en la que él se ocupa. Basa sus experimentos nuevos en descubrimientos pasados y busca nuevos descubrimientos sobre la base de esas cosas ya establecidas como verídicas. Del mismo modo, el granjero prepara su terreno y siembra la semilla, esperando, tal como ya lo ha hecho en los años anteriores, que la semilla brote y que las plantas crezcan a medida que reciben el agua y la luz necesarias. Por lo tanto, la fe en la estabilidad de las leyes naturales que gobiernan el universo constituye el fundamento para los planes y las actividades del hombre.
ANTIGUOS EJEMPLOS DE FE
Cada miembro de la “grande nube de testigos” mencionada por Pablo (Heb. 12:1) tuvo una base válida para su fe. Por ejemplo, Abel tuvo que saber acerca de la promesa de Dios concerniente a la “descendencia” que magullaría a “la serpiente” en la cabeza. Además, él vio evidencia tangible del cumplimiento de la sentencia que Jehová pronunció sobre sus padres en el Edén. Fuera de allí, Adán y su familia comieron el pan con el sudor de su rostro porque la tierra estaba maldita y, como consecuencia, producía espinos y cardos. Es probable que Abel observase el “deseo vehemente” de Eva por su esposo y que Adán la dominaba. Sin duda que su madre le informaría sobre los dolores que acompañaron a su preñez. Por otra parte, la entrada al jardín de Edén estaba custodiada por los querubines y la hoja llameante de una espada. (Gén. 3:14-19, 24.) Todo esto tuvo que suponer para Abel una “demostración evidente”, dándole seguridad de que la liberación vendría por medio de la ‘descendencia prometida’, y como resultado, impulsado por la fe, él “ofreció a Dios un sacrificio de mayor valor que el de Caín”. (Heb. 11:4.)
Abrahán tenía una base firme para la fe en la resurrección, ya que él y Sara habían experimentado la restauración milagrosa de sus facultades de reproducción, lo cual, en un sentido, se podía comparar a una resurrección, permitiendo así que la línea familiar de Abrahán continuara por Sara. Como resultado de este milagro, nació Isaac. Cuando a Abrahán se le dijo que sacrificara a su hijo, tuvo fe en que Dios lo resucitaría. Él basó esa fe en la promesa de Dios según la cual “lo que será llamado ‘descendencia tuya’ será” por medio de Isaac. (Gén. 21:12; Heb. 11:11, 12, 17-19.)
Aquellos que vinieron a Jesús o que fueron traídos a él para ser sanados disponían de evidencia que les permitía tener una convicción genuina. Aun en el caso de que no hubiesen sido testigos presenciales, por lo menos habían oído acerca de las obras poderosas de Jesús. Entonces, y sobre la base de lo que habían visto u oído, llegaron a la conclusión de que Jesús los podía sanar a ellos también. Además, estaban familiarizados con la Palabra de Dios, y por lo tanto conocían los milagros realizados por los profetas en tiempos pasados. Al oír a Jesús, algunos llegaron a la conclusión de que él era “El Profeta” y otros de que era “el Cristo”. Por ello fue muy apropiado que Jesús en algunas ocasiones les dijera a los que eran sanados: “Tu fe te ha devuelto la salud”. Esas personas, de no haber ejercido fe en Jesús, no se habrían acercado a él, y por lo tanto, no habrían sido sanadas. (Juan 7:40, 41; Mat. 9:22; Luc. 17:19.)
Del mismo modo, la gran fe del oficial del ejército que rogó a Jesús a favor de su criado estaba fundada en la evidencia, de modo que llegó a la conclusión de que si Jesús meramente ‘decía la palabra’, resultaría en la curación de su criado. (Mat. 8:5-10, 13.) Sin embargo, es digno de mención que Jesús sanó a todos los que fueron a él sin requerir una fe mayor o menor según sus enfermedades. Nunca dijo no poder sanar a alguien por falta de fe, como han alegado frecuentemente los llamados “sanadores por fe”. Jesús realizó esas curaciones como testimonio, para establecer la fe. En su propio territorio, donde fue evidente la falta de fe, decidió no realizar muchas obras poderosas, no porque no pudiera, sino debido a que la gente no era digna de ello y rehusó escuchar. (Mat. 13:58.)
FE CRISTIANA
La fe no es posesión de todas las personas, dado que es un fruto del espíritu de Dios. (2 Tes. 3:2; Gál. 5:22.) Aquellos que no tienen fe son rechazados por Jehová. (Heb. 11:6.) En este tiempo, para que la fe sea del agrado de Dios es necesario aceptar a Jesucristo, y esto hace posible que adquiramos una posición justa ante Dios. (Gál. 2:16.) La fe del cristiano no es estática, sino que crece. (2 Tes. 1:3.) De ahí que fuera apropiada la petición de los discípulos de Jesús: “Danos más fe”, y que él les permitiera aumentar su fe dándoles más evidencia y entendimiento sobre los cuales basarla. (Luc. 17:5.)
En realidad, toda la vida de un cristiano está gobernada por la fe; esta le permite superar obstáculos como montañas, los cuales podrían estorbar su servicio a Dios. (2 Cor. 5:7; Mat. 21:21, 22.) Además, debe haber obras que estén en armonía con esa fe y que la manifiesten, aunque no se requieren las obras de la ley de Moisés. (Sant. 2:21-26; Rom. 3:20.) Las pruebas resultan en un fortalecimiento de la fe, y esta sirve como un escudo protector en la guerra espiritual del cristiano, ayudándole a derrotar al Diablo y vencer al mundo. (1 Ped. 1:6, 7; Efe. 6:16; 1 Ped. 5:9; 1 Juan 5:4.)
Pero no se puede dar por sentada la fe, porque la falta de fe es “el pecado que fácilmente nos enreda”. El mantener una fe firme requiere luchar tenazmente por ella, resistir a los hombres que pueden sumir a un cristiano en la inmoralidad, combatir las obras de la carne, evitar el lazo del materialismo, mantenerse alejado de las filosofías y tradiciones de los hombres que destruyen la fe y, sobre todo, mirar “atentamente al Agente Principal y Perfeccionador de nuestra fe, Jesús”. (Heb. 12:1, 2; Jud. 3, 4; Gál. 5:19-21; 1 Tim. 6:9, 10; Col. 2:8.)