FUEGO
Como hoy en día, en tiempos bíblicos el fuego también desempeñó un papel muy importante en la vida del hombre. La Biblia registra específicamente que se requería para refinar, forjar y fundir metales, para preparar alimento, calentar las casas, así como para ofrecer sacrificios e incienso.
Se empleó el fuego en la adoración tanto en el tabernáculo como posteriormente en el templo. Cada mañana y entre las dos tardes, el sumo sacerdote tenía que quemar incienso en el altar del incienso. (Éxo. 30:7, 8.) La ley de Dios exigía que ardiera continuamente el fuego sobre el altar de la ofrenda quemada. (Lev. 6:12, 13.) A pesar de gozar de amplia aceptación, el punto de vista judío tradicional de que el fuego del altar había sido encendido originalmente de manera milagrosa por Dios no tiene apoyo en las Escrituras. Según las instrucciones iniciales que se le dieron a Moisés, los hijos de Aarón habían de “poner fuego en el altar y poner en orden la leña sobre el fuego” antes de colocar el sacrificio sobre el altar. (Lev. 1:7, 8.) Fue después de la instalación del sacerdocio aarónico, y por lo tanto con posterioridad a la presentación de los sacrificios de la instalación, que el fuego de Jehová, procedente probablemente de la nube que estaba sobre el tabernáculo, consumió la ofrenda que había sobre el altar. De ahí que el fuego milagroso no fuera para prender la madera que había sobre el altar, sino para “consumir la ofrenda quemada y los trozos grasos que había sobre el altar”. El fuego que siguió ardiendo sobre el altar era el que ya había en el altar combinado con el que provino de Dios. (Lev. 8:14-9:24.) De la misma manera, un fuego milagroso procedente de Jehová consumió los sacrificios una vez que Salomón concluyó la oración al tiempo de la dedicación del templo. (2 Cró. 7:1.)
USO FIGURATIVO
Tanto la palabra fuego como los términos afines (arder, encender, llamaradas, etc.) se relacionan figurativamente con el amor (Cant. de Cant. 8:6), la pasión (Rom. 1:27; 1 Cor. 7:9), la ira y el juicio (Sof. 2:2; Mal. 4:1), así como con las emociones fuertes. (Luc. 24:32; 2 Cor. 11:29.) Las Escrituras se refieren a Jehová como un fuego consumidor debido a su limpieza, pureza y exigencia de devoción exclusiva. (Deu. 4:24.) Su ardor y su furia queman como el fuego, y también como un fuego son su “lengua” y su palabra. (Sal. 79:5; 89:46; Isa. 30:27; Jer. 23:29.) Cuando Jeremías intentó dejar de hablar la palabra de Jehová, se dio cuenta de que le era imposible, porque esta resultó ser como un fuego ardiente encerrado en sus huesos. (Jer. 20:9.) Asimismo, Jehová hace a sus ministros angélicos un fuego devorador, y por el fuego de su celo toda la “tierra” será devorada. (Sal. 104:1, 4; Sof. 3:8; Dan. 7:9, 10.)
Probar, refinar
Al “mensajero del pacto” se le compara con el fuego de un refinador que purifica el oro y la plata. En consecuencia, el que Jehová pruebe como por fuego a “los hijos de Leví” mediante el mensajero del pacto, resulta en que estos sean purificados. (Mal. 3:1-3; véase REFINAR, REFINADOR.) El fuego también pone de manifiesto la calidad de un material, y así lo indica el apóstol Pablo cuando da énfasis a la importancia de edificar sobre Jesucristo con materiales incombustibles. (1 Cor. 3:10-15.)
El apóstol Pedro se refiere a las pruebas o a los sufrimientos como un “fuego” que prueba la calidad de la fe del cristiano. (1 Ped. 1:6, 7.) Posteriormente compara la persecución a un incendio, cuando dice a sus compañeros cristianos: “No estén perplejos a causa del incendio entre ustedes, que les está sucediendo para prueba, [...] son partícipes de los sufrimientos del Cristo, para que también durante la revelación de su gloria se regocijen y se llenen de gran gozo”. (1 Ped. 4:12, 13.) Que tal sufrimiento por causa de la justicia tiene un efecto provechoso, lo señala el apóstol Pablo cuando dice: “La tribulación produce aguante”. (Rom. 5:3.) El que fielmente pasa con éxito una prueba difícil, como si fuera un “incendio”, tiene más fuerza y firmeza como resultado de su aguante. (Hech. 14:22; Rom. 12:12.)
Destrucción
En tiempos bíblicos el mejor medio para destruir algo completamente era el fuego. (Jos. 6:24; Deu. 13:16.) Por eso Jesús empleó el término “fuego” de manera ilustrativa para referirse a la destrucción completa de los inicuos. (Mat. 13:40-42, 49, 50; compárese con Isaías 66:24; Marcos 9:43-48; Mateo 25:41.) Pedro escribió que “los cielos y la tierra que existen ahora están guardados para fuego”. El contexto de ese pasaje y otros textos, muestran que este fuego no es en sí literal, sino que significa destrucción eterna. Así como el diluvio del día de Noé no destruyó los cielos ni la Tierra literales, sino únicamente a las personas impías, de la misma manera la revelación de Jesucristo con sus poderosos ángeles en fuego llameante resultará en la destrucción para siempre tan solo de los inicuos. (2 Ped. 3:5-7, 10-13; 2 Tes. 1:6-10; compárense con Isaías 66:15, 16, 22, 24.)