HIERBA
Cualquier planta pequeña sin partes leñosas rígidas que, generalmente, brota y muere en el mismo año.
La hierba apareció durante el tercer día creativo (Gén. 1:11-13), y ha servido como fuente de alimento directa o indirecta tanto para el hombre como para los animales. Junto con otras plantas, desempeña un papel significativo en purificar el aire por medio de absorber anhídrido carbónico y despedir oxígeno. Sus muchas raíces moderan la erosión del suelo. Apropiadamente, se habla de la hierba como una de las provisiones de Jehová, como la luz solar y la lluvia, ambas tan necesarias para que aquella crezca. (Sal. 104:14; 147:8; Zac. 10:1; 2 Sam. 23:3, 4; Job 38:25-27; Mat. 5:45.)
Los israelitas estaban muy familiarizados con el hecho de que bajo el intenso calor del sol durante la estación seca la hierba se marchita. Así, la transitoriedad de la vida del hombre se asemeja a la de la hierba, y se contrasta con la eternidad de Jehová y de su “palabra” o “dicho”. (Sal. 90:4-6; 103:15-17; Isa. 40:6-8; 51:12; 1 Ped. 1:24, 25.) A los malhechores también se les compara con la hierba que se marchita rápidamente (Sal. 37:1, 2), y a los que odian a Sión, así como a la gente que está a punto de ser sojuzgada por conquistas militares, se les asemeja a la hierba de raíces poco profundas que crece en los techos hechos de tierra, hierba que se marchita incluso antes de ser arrancada, o que es abrasada por el viento del este. (Sal. 129:5, 6; 2 Rey. 19:25, 26; Isa. 37:26, 27.)
Una profecía de restauración predijo que los huesos de los siervos de Dios ‘brotarían como la tierna hierba’, es decir, serían vigorizados y recibirían fuerzas renovadas. (Isa. 66:14; compárese con Isaías 58:9-11.)