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Ayuda para entender la Biblia
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CABALLO

Cuadrúpedo de cascos duros (Isa. 5:28), crin larga y cola cubierta de pelo (Job 39:19), que desde tiempos antiguos ha sido ampliamente utilizado por el hombre, quien para controlarlo se ha valido del freno y el látigo. (Sal. 32:9; Pro. 26:3; Sant. 3:3.) Jehová, el Creador de este animal, describió algunas de las principales características del caballo al censurar a Job: su gran fuerza, el resoplido de sus grandes orificios nasales, su escarbar el suelo con impaciencia, su excitación ante la perspectiva de la batalla y el hecho de que no se aterroriza ante el choque de las armas. (Job 39:19-25.)

USO MILITAR

En tiempos antiguos el caballo se usaba principalmente para la guerra (Pro. 21:31; Isa. 5:28; Jer. 4:13; 8:16; 46:4, 9), aunque también se utilizaba en el transporte y la caza. Cuando en las Escrituras se menciona el caballo con estos otros propósitos, normalmente es con relación a reyes, príncipes y oficiales del estado, o a sistemas de comunicación rápidos. (2 Sam. 15:1; Ecl. 10:7; Est. 6:7, 8; 8:14; Jer. 17:25; 22:4.)

El caballo era una parte tan temible de un ejército que el mero sonido de muchos caballos y carros era suficiente para inspirar temor y hacer que el enemigo se creyera inferior en número y huyera presa del pánico. (2 Rey. 7:6, 7.) El poder militar de Egipto, Asiria, Babilonia, Medo-Persia y otras naciones dependía en gran manera de los caballos. (Isa. 31:1, 3; Jer. 6:22, 23; 50:35, 37, 41, 42; 51:27, 28; Eze. 23:5, 6, 23; 26:7, 10, 11; Nah. 3:1, 2; Hab. 1:6, 8.) En los monumentos antiguos muchas veces se encuentran representaciones de caballos equipados con frenos, riendas, ornamentos para la cabeza, mantillas de silla y otros arreos.

No obstante, los israelitas, el pueblo escogido de Dios en tiempos antiguos, no debían ser como los egipcios y otras naciones contemporáneas que consideraban los caballos y los carros como algo indispensable para su seguridad e independencia. A los reyes de Israel no se les permitía “aumentar para sí caballos”. (Deu. 17:15, 16.) En lugar de confiar en el poder militar, los caballos y los carros, los israelitas tenían que acudir a Jehová por ayuda y nunca temer el equipo bélico de sus enemigos. (Deu. 20:1-4; Sal. 20:7; 33:17; Ose. 1:7.)

El rey David de Israel tuvo presente la prohibición de Jehová de no hacerse con muchos caballos. En su victoria sobre Hadadézer de Zobá, David pudo haber añadido muchos caballos a su ejército; no obstante, solo se quedó con la cantidad que estimó suficiente para sus planes inmediatos y ordenó que los restantes fuesen desjarretados. (2 Sam. 8:3, 4; 1 Cró. 18:3, 4.) Dicha acción estuvo en armonía con el mandato divino dado a Josué al tiempo de la conquista de la Tierra Prometida. (Jos. 11:6, 9; véase TENDÓN.)

DESDE SALOMÓN HASTA EL REGRESO DEL EXILIO

Sin embargo, Salomón, hijo y sucesor de David, empezó a acumular miles de caballos. (1 Rey. 4:26 [se cree que la expresión “cuarenta mil pesebres de caballos” es un error del escriba, y debería decir “cuatro mil”]; compárese con 2 Crónicas 9:25.) El rey Salomón recibió caballos de Egipto y de otros países (2 Cró. 9:28), y entre los regalos que le traían los que deseaban escuchar su sabiduría, también se contaron los caballos. (1 Rey. 10:24, 25; 2 Cró. 9:23, 24.) Estos animales eran puestos en cuadras situadas en ciudades especiales para carros y también en Jerusalén. (1 Rey. 9:17-19; 10:26.) La cebada y la paja que se les suministraba como forraje eran proporcionadas por los comisarios regionales cuya comisión era proveer alimento para la mesa real. (1 Rey. 4:27, 28.)

En años posteriores, los reyes de Judá e Israel usaron caballos para la guerra (1 Rey. 22:4; 2 Rey. 3:7), y con referencia a Judá el profeta Isaías dijo: “Su país está lleno de caballos”. (Isa. 2:1, 7.) Aunque en la historia de Israel a veces las condiciones de sequía, hambre y reveses militares reducían de modo importante la cantidad de caballos (1 Rey. 17:1; 18:1, 2, 5; 2 Rey. 7:13, 14; 13:7; Amós 4:10), el pueblo seguía cifrando su confianza en los caballos y acudiendo a Egipto por apoyo militar. (Isa. 30:16; 31:1, 3.) Los reyes inicuos de Judá incluso dedicaron ciertos caballos al culto pagano del Sol, introduciéndolos dentro de los recintos sagrados del templo de Jehová. (2 Rey. 23:11.) Sedequías, el último rey de Judá, se rebeló contra el rey Nabucodonosor de Babilonia y acudió a Egipto en busca de caballos y ayuda militar. (2 Cró. 36:11, 13; Eze. 17:15.) Como resultado, y en cumplimiento de la profecía, Judá fue llevado al exilio. (Eze. 17:16-21; Jer. 52:11-14.)

Entre las bestias de carga que llevarían de vuelta a Jerusalén al pueblo dispersado de Dios, Isaías menciona a los caballos. (Isa. 66:20.) Por lo tanto, es de destacar que en el primer cumplimiento de las profecías de restauración los judíos que regresaron trajeron 736 caballos. (Esd. 2:1, 66; Neh. 7:68.)

USO ILUSTRATIVO

En las Escrituras el caballo figura varias veces en un contexto ilustrativo. A los hijos adúlteros de la Jerusalén infiel se les asemeja a “caballos sobrecogidos de calor sexual”. (Jer. 5:7, 8.) La actitud terca y sin arrepentimiento de un pueblo apóstata se compara con la manera impetuosa en que un caballo se lanza a la batalla sin tomar en cuenta las consecuencias. (Jer. 8:6.) La Jerusalén infiel se prostituyó con los gobernantes de las naciones paganas, ‘deseándolos lujuriosamente al estilo de las concubinas’ que pertenecían a aquellos que tenían un apetito sexual desmesurado, y a quienes se compara a caballos. (Eze. 23:20, 21.)

La especial atención y ornamentación que se prodiga a un corcel real se utiliza como metáfora para representar que Jehová “ha vuelto su atención” a su pueblo arrepentido y le muestra favor, convirtiéndolo, por decirlo así, en un caballo de guerra victorioso. (Zac. 10:3-6.)

El invisible equipo de guerra celestial de Jehová está representado por caballos de fuego y carros de fuego. (2 Rey. 2:11, 12.) En una ocasión Eliseo oró para que se le abriesen los ojos a su aterrorizado servidor con el fin de que viese que “la región montañosa estaba llena de caballos y carros de guerra de fuego todo en derredor de Eliseo”, para protegerle de las fuerzas de los sirios que les rodeaban y que habían sido enviadas para capturarle. (2 Rey. 6:17.)

Siglos después, Zacarías recibió una visión que tenía que ver con cuatro carros, el primero con caballos rojos, el segundo con caballos negros, el tercero con caballos blancos y el cuarto con caballos manchados, abigarrados. A estos se les identifica como los “cuatro espíritus de los cielos”. (Zac. 6:1-8; véase también Zacarías 1:8-11.)

La profecía de Zacarías en cuanto a los que rendían servicio militar contra Jerusalén indicaba que Jehová vendría al rescate de su pueblo y traería destrucción sobre el enemigo y sus caballos. (Zac. 14:12-15; véase también Ezequiel, capítulos 38 y 39.) Como una de las bendiciones que resultaría de tal acción, se dijo que el caballo ya no se usaría más para la guerra. Más bien sería empleado como un instrumento de servicio para la gloria de Dios, tal como se indica en las palabras: “Resultará haber sobre las campanillas del caballo: ‘¡La santidad pertenece a Jehová!’”. (Zac. 14:20; compárese con Éxodo 28:36, 37.) La expresión ‘cortar el carro de guerra y el caballo’ denota también una restauración de la paz. (Zac. 9:10.)

En la visión simbólica del apóstol Juan se representa al glorificado Jesucristo montando un caballo blanco y acompañado de un ejército de jinetes sobre caballos blancos, lo cual representa la rectitud y la justicia de la guerra que Cristo librará a favor de su Dios y Padre, Jehová, contra todos los enemigos. (Rev. 19:11, 14.) En un capítulo anterior se habían representado la acción que Jesucristo emprende como rey y las calamidades subsiguientes por medio de diferentes jinetes y sus caballos. (Rev. 6:2-8.)

Juan también vio ejércitos de caballería cuyos jinetes ascendían a dos miríadas de miríadas (200.000.000) y que tenían poder para ejecutar los juicios destructivos de Dios. Los caballos tenían poder mortífero tanto en sus cabezas como en sus colas y todos ellos aparentemente estaban bajo la dirección de los cuatro ángeles que habían estado atados junto al río Éufrates. (Rev. 9:15-19.)

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